Para comprender la naturaleza de la relación entre Breton y Paz es importante introducir la perspectiva del abismo de edad, lengua y cultura que los separaba, pero que paradójicamente también permitió una relación fértil, afectiva y en cierto sentido tangencial.Mientras Breton escribía su primer libro alucinado Los campos magnéticos, en 1919, año clave en que publicaba su primera revista, Litterature, con Louis Aragon y Philippe Soupault, Octavio Paz cumplía cinco años de edad. Es el año en que muere por una sobredosis de opio una de las primeras personalidades delirantes que atraen a Breton, su amigo Jacques Vaché.
Paz tenía diez años cuando Breton publica el Primer Manifiesto Surrealista, en 1924. Cuando finalmente se conocen, 24 años después, Breton era un hombre bien entrado en sus cincuentas, el surrealismo ya había vivido sus mayores esplendores, y el joven Paz sólo había publicado los libros de poemas que poco después rechazaría parcialmente al rehacerlos en Libertad bajo palabra, de 1949. Los 18 años que había entre ellos se multiplicaban por la diferencia de universos culturales y de lenguas. Breton era culturalmente un joven abuelo de Octavio Paz. Pero eso mismo permitía que hubiera en Breton, que había estado fascinado en México una década antes, una simpatía hacia Paz y una gran estima artística. Muchas veces es más fertil la relación entre abuelos y nietos que entre padres e hijos o hermanos mayores y menores. En muchas sociedades antiguas son los abuelos quienes inician a los jóvenes de la tribu. Y en nuestros medios culturales contemporáneos de vez en cuando eso sucede. La convivencia de rebeldía y tradición es posible gracias al vínculo abuelo/nieto.
Entre el Breton de Paz y el Paz de Breton hay también un abismo y varios puentes. Sobre este último, el Paz de Breton, existen varios indicios dispersos y algunos inéditos. Kostas Papaioannou, que era el mejor amigo de Paz en los años cuarentas, tenía en su biblioteca expuesto de frente siempre, su ejemplar de ¿Aguila o sol?, con la portada de Tamayo lanzando la moneda al aire, y me contaba cómo ese libro, exploración de mundos y submundos, externos e internos, mexicanos y universales, fascinó a Breton desde el principio. Un fragmento de este libro, ``Mariposa de Obsidiana'', aparecería publicado en el Almanaque surrealista de medio siglo, y sería la primera de las muchas colaboraciones de Paz en las publicaciones surrealistas. Cuatro años antes, en una lectura de poemas organizada en la UNESCO, el joven Paz escuchaba desde el público algunos de sus primeros poemas traducidos al francés. De pronto se dio cuenta de que un hombre atrás de él los comentaba con entusiasmo a su acompañante. ``Eso me interesa, eso me gusta''. Al volverse vio con asombro que se trataba de André Breton acompañado por Valentine Hugo. Aún no lo conocía y no se atrevió a acercarse. Un par de años después serían presentados y mucho más tarde, en 1952, en casa de Jean Clarence Lambert, André Breton revisaría y metería ligeramente mano en el manuscrito de las traducciones que éste hizo de ¿Aguila o sol? En las famosas entrevistas de Breton con el periodista Valverde, habla de Paz como el gran poeta joven junto con el argentino Porschia. Muchos años más tarde, para la redacción de su libro El arte mágico, Bretón consultaría a Paz y tomaría en cuenta sus opiniones, como lo demuestra la correspondencia entre ambos.
Paz tuvo con el surrealismo, por ventura o desventura, una relación muy tangencial, como Duchamp, Schéhadé, Gracq o Mandiargues. No formó parte del círculo interno. Por lo tanto no necesitó pasar por rituales de excomunión y de identificación a través de filias y fobias culturales. Todo lo que los separa los une: su abismo se convierte en puente. Breton estaría cerca de Paz por última vez en 1964, dos años antes de morir, cuando Paz se encuentra de nuevo con Marie José y se casan. Un encuentro que la pareja vive entonces como un espontáneo y mágico acto surrealista, como un amor loco.
Sobre el Breton de Paz hay muchas más huellas. Comenzando por el libro que ahora se publica y que reúne los cerca de diez textos que Paz ha escrito sobre Breton, el surrealismo y las marcas que éste ha dejado en él, Estrella de tres puntas. Hay mucho que comentar sobre ese volumen que aparece mañana en librerías. Pero además de eso, por lo pronto, sólo como un dato significativo de la dimensión del saludable contagio bretoniano de Paz: no hay un solo volumen de las obras completas que ahora publica el Círculo de Lectores de España (y que reedita aquí el FCE) en el que Breton no sea citado a cada paso. Hasta en su libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz habla de Breton. ¿Por qué? Es como un fantasma que lo observa por encima del hombro y de pronto opina. Discuten, a menudo disienten, muchas veces coinciden. ¿Por qué esa presencia tan constante hasta para hablar del virreinato? Porque Breton ayuda a Paz para nombrar muchas de las cosas y conceptos que habitan su mundo. Más aún, Breton le ayuda con frecuencia no sólo a nombrar el mundo, a describirlo, a comprenderlo, sino también a crearlo de nuevo en las palabras. No es el único. Pero ahí está en Paz con su mirada de fantasma salvaje de ojos claros, con su actitud entre la batalla y la contemplación asombrada del mundo y su poesía.
Aunque haya depositado en él su confianza, el joven abuelo no conoció todas las hazañas del nieto, como naturalmente sucede. Pero vive en él como uno de sus campos magnéticos. Está en la visión y las palabras de Paz como la sombra de las rayas del tigre en la maleza.
* Texto que el escritor leyó ayer en las jornadas de homenaje a André Breton y que concluyen el viernes en el Museo Tamayo con la presencia de Octavio Paz.