Opinión

por Marta Llópez

La vida se ha convertido para muchos en oscuras paredes que esquivar, altos muros que saltar y charcos en los que ahogarse. Los principales cambios en el vivir de una persona se encuentran condicionados por una sociedad que gira y gira y que puede cambiar en un pequeño instante, en ese instante en que “los grandes poderes” se adueñan de tu espacio, del espacio del vecino y del espacio de la persona que se encuentra en el ultimo rincón de la tierra. Vivimos en una época centrada en el fanatismo, ya sea de música, de moda, de comida o de guerras. Fanatismo condicionado por un capitalismo establecido claramente en gran parte del planeta y sutilmente en la parte restante. Capitalismo dominado por grandes potencias occidentales cuyo gran enemigo es, hoy día, el fanatismo musulmán, o al menos eso nos hacen creer. Estas grandes potencias son dañadas con “grandes ataques”, ataques a su política “democrática”, como el ataque a dos grandes torres, que se convertirían después en la nueva torre de Babel, separando la Tierra en dos bombas a punto a de estallar, y ante esto solo puedes estar conmigo o estar contra mí. Por un lado defiendes la democracia, la libertad y el rechazo a la violencia; por el otro, ya se sabe, al enemigo ni agua, pero en este caso sí recibe centenares, miles y millones de muertes que suceden, eso sí, en defensa de la democracia, a la que apoyas y votas por que siga condicionando tu vida. Estés en el lado que estés, las consecuencias son nefastas. Y mientras miles de personas pierden su vida en guerras sin sentido, otras miles pierden el sentido defendiendo una vida de derechos. Derecho a una vivienda que no paguen tus nietos, derecho a expresarse sin miedo a las represalias, derecho a no ocultarse por ser diferente, derecho a elegir una religión que no sea impuesta por tu país de origen. Cambian las familias, cambian los roles, cambian las políticas (o la forma de hacerla) y cambia tu vida. Cambias tú porque cambia el resto del mundo, y cambia el mundo porque cambias tú.