CONTEXTO HISTÓRICO

(ROMA)

 

1.    MONARQUÍA

El estudio sobre los orígenes de Roma ofrece al historiador una serie de dificultades importantes que se asientan principalmente sobre las propias informaciones de los autores antiguos y sobre el considerable número de hallazgos arqueológicos en Roma y en el Lacio, sobre todo durante los últimos veinte años, que obligan a una constante sistematización de los planteamientos y a una difícil tarea de compulsa con las mentes antiguas. Esta complejidad explica que, durante mucho tiempo, esta etapa inicial de la historia de Roma se haya venido situando más en el terreno de la leyenda que en el de la historia. Sólo a partir del siglo XVIII, se inició la revisión crítica de las fuentes con un prejuicio hipercrítico de partida que se basaba en el hecho de que la parcial destrucción de Roma, en la primera década del siglo IV a.C., a consecuencia de la invasión gala, había supuesto la pérdida de los archivos y documentos relativos a los primeros siglos de la ciudad. Como los primeros analistas romanos (Nevio, Ennio) habían iniciado su actividad historiográfica sólo en las últimas décadas del siglo III a.C., se derivó a unas posiciones que llegaban a poner en duda la propia realidad histórica del período monárquico. Ha sido muy reciente, ya en el siglo XX, cuando gracias a las aportaciones de las ciencias auxiliares (arqueología, etnología comparada, lingüística, topografía, etc.), se ha logrado revalorizar -al menos en sus términos esenciales- la tradición, despojándola de muchos elementos legendarios, de deformaciones interesadas en pro de determinadas familias y de anacronismos e interpretaciones sospechosas. Todos estos elementos aparecen en mayor o menor medida en las fuentes antiguas, comenzando por el de la propia fundación de la ciudad, que la leyenda presenta como una ciudad griega, puesto que los fundadores descendían de estirpe troyana. Esta interpretación que encontramos en algunos historiadores griegos mencionados por Plutarco -Helánico de Mitilene, Eráclides Póntico- y en otros -Timeo

, Dionisio de Halicarnaso- se propago no sólo en el ámbito griego, sino que, a partir de los siglos IV-III a.C., también se afirmó en el mundo itálico frente a otras tradiciones diversas que le suponían un origen arcadio o aqueo, relacionadas con el mito de Evandro, la primera, y con el de Odiseo o Ulises, la segunda. Esta leyenda, recogida por los analistas romanos Nevio y Fabio Pictor, presenta a Eneas como antepasado directo de Rómulo y Remo y que, tras casarse con la hija del rey Latino, se convirtió a su vez en rey. Más tarde, el historiador Livio sigue la misma tradición. Para los griegos el concepto de origen de los pueblos se identificaba generalmente con acontecimientos precisos y personalizados. Imaginaban emigraciones marítimas a Italia de pueblos procedentes de Oriente, como los arcadios, pelasgos, lidios, troyanos, cretenses y de héroes civilizadores como Enotro, Hércules, Minos, Eneas y Ulises, entre otros. Así, la historiografía griega helenística concedió un origen divino y griego a la fundación de Roma, versión que ésta, a su vez, posteriormente asumió. Tales migraciones se situaban generalmente en torno a la época de la guerra de Troya. El esquema se repite en varios mitos griegos: el héroe extranjero que primero lucha con los indígenas y después -generalmente a través del matrimonio- hereda el dominio o funda una nueva ciudad. En este segundo caso, el origen de Roma era presentado como un acto de fundación voluntaria y precisa, consecuencia de la imagen que los griegos tenían de la fundación de colonias. Ciertamente, es inadmisible la tradición de un origen troyano de Roma cuando se compara la fecha tradicional de la destrucción de Troya (1200 a.C.) con la realidad arqueológica del poblamiento del Lacio y el Septimontium, semejante a otros muchos poblados del Bronce Final de Italia y muy lejos de ser considerado ni siquiera un poblamiento importante, cuanto menos una ciudad. A pesar de que los autores antiguos presentan a veces relatos distintos y de muy desigual valor de la historia de la Roma arcaica, hay algunas constantes que permiten suponer la validez de determinados elementos o vicisitudes de la Roma de esta época. Una de ellas es la de que la primera forma de organización política romana era de tipo monárquico. Este testimonio es confirmado por la arqueología y por la tradición. Así, por ejemplo, la aparición de un vaso de bucchero procedente de las excavaciones en la Regia (casa donde habitaba el rey) del Foro romano y fechado a mediados del siglo VII a.C., en el que aparece la palabra Rex. También la palabra regei aparece inscrita en el cipo del Foro conocido como Lapis Niger, que contiene una ley sagrada. La antigüedad de esta institución podría también deducirse de otras instituciones del Lacio, como la del rex nemorensis (rey del bosque) que, desde el siglo VI a.C. hasta plena época imperial, era el sacerdote encargado de los bosques consagrados a Diana junto al lago de Nemi. Así también la continuidad en la Roma republicana de la figura del rex sacrorum, el sacerdote-rey, que no es sino la pervivencia de la antigua institución de la realeza, reducida únicamente a las funciones religiosas. Es una peculiaridad romana la de no abolir definitivamente nada y mantener cualquier institución inútil o superada, bien sacralizándola o bien limitando sus funciones. La lista canónica de los siete reyes de Roma -u ocho, de incluir a Tito Tacio, que durante algún tiempo habría constituido con Rómulo una especie de diarquía- es la siguiente: Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio, Anco Marcio, Lucio Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio. La existencia de los tres últimos es aceptada por todos los historiadores modernos, en gran parte porque la documentación arqueológica es más abundante y aporta bastantes confirmaciones a los textos de los autores antiguos y también porque las características de estos tres monarcas cuya soberanía es similar a la de los tiranos griegos han resistido cualquier análisis crítico de las fuentes antiguas. Pero incluso sobre los primeros reyes no hay suficientes argumentos que nos lleven a creer en la falsedad de los mismos. Muchos historiadores mantienen que la lista de los reyes ya había sido establecida cuando los primeros historiadores romanos del siglo III a.C. escribieron sobre los orígenes de Roma, lo que confirmaría que éstos existieron realmente. Como la fecha de la fundación de Roma propuesta por Verrón y aceptada por la analística romana se sitúa en el 754 a.C., cada reinado tendría una media de treinta y cinco años, que habría que alargar o reducir en caso de admitirse la fecha del 814 a.C. propuesta por el historiador griego Timeo en el siglo III a.C., o del 729 según Cincio Alimento, también del siglo III a.C. Sin embargo, la fecha del 754 a.C. es la más aceptada, con un valor orientativo, esto es, se acepta que la primitiva Roma pudo ya existir en la últimas décadas del siglo VIII a.C., cualquiera que fuese entonces su nombre y su organización en ciudad o más bien, inicialmente, bajo la forma de federación de aldeas.

 

 

 

2.    LA FORMACIÓN DE LA REPÚBLICA ROMANA

La transición política de la Monarquía a la República fue seguida por un conjunto de graves tensiones sociales internas que fueron aprovechadas por otros pueblos vecinos en un intento de reducir el control territorial y, si fuera posible, de conseguir la eliminación física de Roma. De ahí que, durante los primeros 70 años de la República, la Roma ya creada tuvo que revalidar en no pocas ocasiones su razón de ser. Según el relato tradicional, en el 509 a.C. se produjeron una serie de hechos fundamentales de la historia de Roma: la expulsión del último monarca, la toma de Roma por el ejército de Porsenna, la firma del tratado entre Roma y Cartago, el inicio de los Fastos Consulares (listas donde figuran los nombres de los cónsules, que servían como referencia para la datación de acontecimientos importantes) y la consagración del templo de Júpiter Capitolino. Parecen, desde luego, demasiados acontecimientos para un período tan corto de tiempo. De todos estos hechos, sólo se reconoce con seguridad como perteneciente al año 509 a.C. la dedicatoria del templo de Júpiter. Los restantes acontecimientos pudieron producirse en un lapso algo mayor, aunque con poca diferencia de tiempo. Los Fastos Consulares podrían ser un elemento preciso de datación, pero todos los historiadores coinciden en señalar que, al menos hasta el 503 a.C. presentan interpolaciones y dudas. A partir del 503 a.C. se consideran dignos de fe y resultan básicos para el estudio de la República. Otro sistema de cómputo se basa en el ritual del clavus annalis, práctica iniciada en el año siguiente de la dedicatoria del templo de Júpiter Capitolino y que consistía en clavar un clavo en el muro de la cella de Minerva (el templo constaba, además de la cella de Júpiter, de otras dos anexas: la de Minerva y la de Juno) cada aniversario de esta dedicatoria. El primer clavo fue clavado en el 508 a.C., un año después de su consagración. Los primeros años de la República presentan muchas incertidumbres que son, en cierto modo, lógicas y el resultado de un momento políticamente confuso. Los conjuradores del 509 a.C. no debían tener prevista la fórmula institucional más adecuada para sustituir a la monarquía y, aun cuando la hubieran previsto, las condiciones tal vez se lo habrían impedido. Roma, después de la expulsión del último rey, estaba sumida en una serie de antagonismos políticos: partidarios de la monarquía, partidarios de la República, partidarios de Porsenna y partidarios de la Liga latina, entre otros. La falta de confianza en los Fastos Consulares correspondientes a los primeros años de la República ha llevado a los historiadores a plantear de formas diversas el problema de cómo se cubrió el vacío institucional en estos primeros años. El punto de acuerdo, entre todos, es que el consulado -la magistratura doble y colegiada que constituyó la magistratura suprema y ordinaria durante toda la República romana- no surgió inmediatamente después de la expulsión de Tarquinio. La tesis más generalizada es la que presupone que, durante estos primeros años o el período transitorio de la monarquía al consulado, se pasó por una fase intermedia que implicaba la designación por un año de un praetor maximus que, posteriormente, desdoblaría sus funciones. Se está muy cerca ya del sistema binario de los cónsules, aunque éstos, al menos hasta la ley Valeria Horatia del 449 a.C., seguían designándose como pretores. Hasta el 485 a.C. se conocen casos de plebeyos que ocuparon el consulado, lo que parece demostrar que, tras la caída de la monarquía, las supremas magistraturas no fueron monopolizadas por los patres, el núcleo de gentes que controlaban, desde los inicios de la historia de Roma, el Senado, el ejército y los sacerdocios. La explicación más concluyente es el clima de tensiones y enfrentamientos de los comienzos de la República, que debió implicar compromisos y alianzas entre las facciones más fuertes. Pero a partir del 485 se produjo lo que se ha dado en llamar la cerrazón o intransigencia del patriciado. Este pasa a controlar todos los mecanismos de la vida política, copando todas las magistraturas civiles y religiosas. Los plebeyos son excluidos por completo de cualquier tipo de responsabilidad en el gobierno.

 

3.    REPÚBLICA PATRICIO PLEBEYA

La formación, a lo largo del siglo IV a.C., de una nueva elite dirigente en Roma constituyó un hecho político por el que se posibilitaba que los plebeyos ricos, antes marginados, pudieran ahora entrar también en la clase dirigente y acceder al consulado (367 a.C.). En realidad, el surgimiento de la llamada nobilitas patricio-plebeya fue el factor que inició una etapa de la historia de Roma durante la cual se destacan dos hechos característicos: el profundo avance y desarrollo económicos y la nueva articulación de la sociedad romana. El saqueo de Roma por los galos en el 390, por traumático que fuera en su momento, tuvo poco efecto sobre el desarrollo interno de Roma o sobre el proceso de conquista, pese a que muchos historiadores han magnificado su importancia. La tierra adquirida a raíz de la conquista de Veyes fue repartida entre los plebeyos de Roma, lo cual tuvo como resultado la creación de una nueva y enorme reserva de soldados campesinos. Hacia mediados del siglo IV a.C., Roma dominaba el sur de Etruria, había superado sus desgarradoras luchas sociales y se encontraba inmersa en un proceso de desarrollo cargado de vitalidad y rapidez.

 

 

4.    REPÚBLICA ROMANA : DESDE LOS GRACOS A LA FASE FINAL



Todas las contradicciones que la República había mantenido solapadas bajo el incesante enriquecimiento y poder durante la época de las grandes conquistas, comenzaron ahora a surgir en medio de una violencia que, durante casi un siglo, marcarán la historia del mundo romano y decidirán la muerte del régimen republicano. Lo curioso es que los romanos tenían conciencia de los fallos de un sistema político que era incapaz de responder a las necesidades de la nueva sociedad. Los progresos logrados en la formación intelectual permitieron que el siglo de Cicerón reflexionase larga y profundamente sobre los problemas políticos, sociales y económicos que afligían a la Península Itálica. Si sabemos más de estos años que de ningún otro período de la historia de Roma se debe en gran parte al propio Marco Tulio Cicerón y sus obras de historia política, filosofía, retórica y sobre todo su voluminosa correspondencia, que supera las 900 cartas y constituyen un legado histórico sumamente valioso. También Apiano y posteriormente Salustio proporcionan una abundante y valiosa documentación. Pero esta riqueza de material tiene sus riesgos: la multitud de detalles a veces es abrumadora y los testigos contemporáneos a los acontecimientos que relatan no siempre consiguen escapar a la interpretación de los mismos. La compleja situación de Roma en esta época no es sino el conjunto de las repercusiones que la etapa anterior generó en su propio seno pero que afectan y ponen en juego tanto al propio cuerpo cívico-social como a las propias bases institucionales. Haciendo un repaso de los elementos político-sociales que desencadenaron la crisis a partir de la época de los Gracos conviene tener en cuenta una serie de factores esenciales. En primer lugar, el proceso de expansión ultramarina tuvo como consecuencia un enorme desarrollo económico, del que se beneficiaron principalmente los senadores y los caballeros de las 18 centurias ecuestres. Sin embargo, la nobilitas constituía un numero limitado al que sólo se incorporaban los que habían desempeñado alguna magistratura. Esta era la vía para una promoción social a las altas esferas. Pero la nobilitas, que disponía gracias a sus clientelas hereditarias de una influencia sobre las asambleas electorales, intentó -y en gran parte lo logró- reservarse el monopolio de las magistraturas. Así, esta nobilitas se convirtió en una oligarquía que se resistía a que los caballeros entrasen en la carrera de los honores, a no ser que les ayudasen a conservar su preeminencia y se asociasen a sus grupos. En segundo lugar, la nueva explotación racional del suelo, asociada a la venta de los productos y trabajada por esclavos, repercutió en la crisis del pequeño y mediano campesinado, sobre los que tradicionalmente se habían asentado los cimientos de un Estado en el que la condición de ciudadanos, propietarios de tierras y la de soldados habían ido indisolublemente unidas. Puesto que para ser soldado legionario era preciso ser adsiduus (propietario de tierras) y el número de propietarios se iba reduciendo progresivamente, se recurrió a medidas tales como rebajar el censo exigido para poder servir en las legiones o bien prolongar la permanencia del soldado en la milicia, solución sumamente impopular que llegó a ocasionar motines. La tercera solución, sería aumentar el numero de propietarios, lo que exigía disponer de más tierras para repartir y en este caso exigiendo que el Estado redistribuyese las tierras ya existentes del ager publicus. Pero tal solución chocaba con los intereses de la aristocracia senatorial y el sector más reaccionario se opuso radicalmente a esta tercera alternativa. Por último, otro factor importante es el hecho de que Roma siguiera sobreviviendo como ciudad-estado obligada a ejercer su dominio sobre una Italia que había sido un elemento esencial en las conquistas de Roma, que había suministrado tropas al ejército romano y que, en consecuencia, exigía compartir con Roma los privilegios obtenidos. También en Italia las guerras habían llevado a una crítica situación al campesinado y esta quiebra económica provocó una emigración masiva a los centros urbanos, principalmente a Roma, pretendiendo obtener la ciudadanía. Pero la clase política romana no pareció dispuesta a compartir sus privilegios ni a asimilar a los italianos dentro del cuerpo cívico romano y mucho menos a hacer de Italia el eje del imperio mediterráneo. A propósito de los comicios por tribus, conviene recordar que el reparto de las tribus viciaba el sistema democrático de éstos. En el 220 a.C. se decidió inscribir a los libertos y obreros agrícolas en las cuatro tribus urbanas, donde aparece igualmente inscrita la plebs romana. Así, del total de 35 tribus, sólo las 4 urbanas tienen un componente popular, mientras que las otras 31 estaban controladas por la aristocracia. Esta institución había quedado, por tanto, prácticamente incapacitada para acometer iniciativas independientes. Sin embargo, las leges tabellariae de fines del siglo III a.C. y comienzos del siglo II a.C. hicieron preceptivo el voto secreto -por escrito- cuando las asambleas populares procedían a la elección de cargos o magistraturas y, en consecuencia, la aristocracia senatorial vio sensiblemente mermadas sus posibilidades de influir y/o controlar a los votantes, incrementándose, en contrapartida, la independencia de las asambleas del pueblo y la capacidad de actuación de los tribunos de la plebe. Durante este período de la historia de Roma se produjo la división entre optimates y populares. Los programas y métodos de los Gracos dieron forma a esta división que se irá desarrollando y definiendo a lo largo de todo el siglo. Pero al hablar de optimates y populares hablamos de grupos ideológicos, no de partidos políticos organizados. En Roma la política se hacía desde arriba, por tanto los populares eran líderes políticos que contaban con seguidores o simpatizantes pero no con un partido. Un líder popular era el político que utilizaba y defendía los poderes de las asambleas populares y el cargo del tribuno del pueblo como contrapeso a la autoridad del Senado o el que preconizaba medidas que afectaban positivamente al pueblo: reparto de tierra, reparto de trigo, etc. Pero por otra parte esta división fue a veces ficticia, puesto que en el comportamiento de los populares hubo mucho de ambigüedad y de oportunismo, mientras que entre los optimates con frecuencia se produjeron divergencias y disensiones y pocas veces constituyeron un bloque de opinión compacto.

 

 

 

5.    ALTO IMPERIO (I): AUGUSTO

Bajo Augusto se produjo el cambio del sistema de gobierno de la República a otro nuevo, conocido con nombres distintos en la historiografía moderna. Hay autores que prefieren llamar Principado al nuevo régimen instaurado por Augusto basándose en uno de los títulos que recibió Augusto, el de Princeps. Pero como ello puede conducir a equívocos como el de considerar que tal título fue la base única sobre la que se sustentó su poder, parece más acertado el servirse de la clásica nomenclatura de Imperio por su valor más neutral para definir al nuevo régimen. En paralelo con el lenguaje aplicado para subdividir otras etapas históricas (así, Alta y Baja Edad Media), se habla de Alto Imperio para referirse al periodo que va de Augusto a Diocleciano y de Bajo Imperio para aludir a los años que median entre Diocleciano y la caída del Imperio Romano en Occidente. Aun a sabiendas de que el periodo bajoimperial representa un modelo social y político distinto del de la época anterior pero no precisamente peor, para evitar caer en concepciones peyorativas apriorísticas, cada día se tiende más a hablar de Antigüedad Tardía en vez de Bajo Imperio. Pero, en cambio, se sigue manteniendo el nombre de Alto Imperio. El régimen inaugurado por Augusto presenta algunos rasgos que tienen precedentes en épocas anteriores de fines de la República. Más aún, Augusto procuró presentarse como un continuador de la tradición republicana por más que la realidad de su nuevo régimen distara mucho de aquélla. Por ello, la historia inicial del Imperio va unida a la ambigüedad política de Augusto. Para mejor comprender su obra, conviene conocer los años que median entre la muerte de César y la batalla de Accio, cuando el que será conocido más tarde como Augusto aún era llamado Octaviano.

6.    ALTO IMPERIO (II): LOS JULIO-CLAUIDIOS

Tras la muerte de Augusto en el año 14 fueron los miembros de su familia -la Julia-Claudia- los que le sucedieron en el trono: Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. La sucesión dinástica se verá interrumpida por la guerra civil que se librará en el año 68 entre los tres emperadores que gobernaron ese año: Galba, Vitelio y Otón. Los Flavios será los que acaben con este primer período de crisis que vive el Imperio. A lo largo de esta etapa se aprecia una evolución social y la aparición de nuevas tendencias ideológicas, al mismo tiempo que Italia y las provincias viven momentos de esplendor.

7.    ALTO IMEPRIO (II): FLAVIOS Y ANTONINOS

Hablar de una época de los Flavios (69-96 d.C.) encuentra su justificación en la pertenencia de los tres emperadores a la misma familia y también en la nueva forma de mantenimiento y de transmisión del poder así como en la analogía las medidas administrativas y de los apoyos sociales que buscaron. Frente a los despropósitos y oscilaciones de algunos emperadores Julio-Claudios, el principado de los Flavios se caracteriza por la coherencia, el buen sentido y el apego a la realidad. La época de los Flavios equivale a los años de gobierno de un padre, Tito Flavio Vespasiano, conocido simplemente como Vespasiano (69-79 d.C.), de su hijo mayor del mismo nombre, comúnmente Tito (69-81 d.C.) y del hijo menor, Tito Flavio Domiciano o sin más Domiciano (81-96 d.C.). La asociación en el gobierno del sucesor y la participación contemporánea de los tres en diversas magistraturas hace difícil separar, en todos los casos, las aportaciones particulares de cada uno. Con Vespasiano se rompe la línea familiar de los Julio-Claudios así como la tradicional vinculación de los emperadores con grupos sociales de rancio abolengo y grandes riquezas. Vespasiano nació el 9 d.C. en una pequeña aldea sabina cercana a la actual Rieti, antigua Reate, de una familia honorable pero modesta. Suetonio reconoce entre sus antepasados a un centurión que militó a las órdenes de Pompeyo, a un cobrador de impuestos a quien sus administrados de Asia le erigieron una estatua con la dedicación de "Al perceptor íntegro", y a su abuelo, ya prefecto de Roma (Vesp., I). El ascenso de Vespasiano refleja así el lento pero inexorable proceso de promoción de las oligarquías municipales itálicas. La propia carrera de Vespasiano (tribuno militar, cuestor en Creta y Cirenaica, candidato a la edilidad y la pretura sin resultar elegido hasta que al fin fue edil y pretor...) representa igualmente un caso muy común de promoción en atención a su profesionalidad y buena gestión. A la muerte de Nerón, se encontraba llevando a cabo de modo sistemático y eficaz el sometimiento de los judíos; tras su proclamación como emperador, su hijo Tito completó esta tarea. La época de los Antoninos se desarrolla entre el 96 d.C. y el 193 d.C. Por más que el nombre incluya propiamente a los últimos emperadores (Antonino Pío, Marco Aurelio y Cómodo), el uso tradicional del mismo también para los primeros Antoninos (Nerva, Trajano y Adriano) aconseja mantenerlo para referir a todo ese siglo. Hay suficientes rasgos comunes en la política de estos emperadores, doblemente al compararla con las épocas precedente y posterior, como para justificar un tratamiento unitario de ellos. Cuando analizamos los problemas económicos y sociales, la vida de las ciudades de Italia y de las provincias o las tendencias ideológicas, encontramos muchas analogías de situaciones y también de respuestas con la época flavia.

 

8.    ALTO IMPERIO (III): FLAVIOS Y ANTONIOS

Hablar de una época de los Flavios (69-96 d.C.) encuentra su justificación en la pertenencia de los tres emperadores a la misma familia y también en la nueva forma de mantenimiento y de transmisión del poder así como en la analogía las medidas administrativas y de los apoyos sociales que buscaron. Frente a los despropósitos y oscilaciones de algunos emperadores Julio-Claudios, el principado de los Flavios se caracteriza por la coherencia, el buen sentido y el apego a la realidad. La época de los Flavios equivale a los años de gobierno de un padre, Tito Flavio Vespasiano, conocido simplemente como Vespasiano (69-79 d.C.), de su hijo mayor del mismo nombre, comúnmente Tito (69-81 d.C.) y del hijo menor, Tito Flavio Domiciano o sin más Domiciano (81-96 d.C.). La asociación en el gobierno del sucesor y la participación contemporánea de los tres en diversas magistraturas hace difícil separar, en todos los casos, las aportaciones particulares de cada uno. Con Vespasiano se rompe la línea familiar de los Julio-Claudios así como la tradicional vinculación de los emperadores con grupos sociales de rancio abolengo y grandes riquezas. Vespasiano nació el 9 d.C. en una pequeña aldea sabina cercana a la actual Rieti, antigua Reate, de una familia honorable pero modesta. Suetonio reconoce entre sus antepasados a un centurión que militó a las órdenes de Pompeyo, a un cobrador de impuestos a quien sus administrados de Asia le erigieron una estatua con la dedicación de "Al perceptor íntegro", y a su abuelo, ya prefecto de Roma (Vesp., I). El ascenso de Vespasiano refleja así el lento pero inexorable proceso de promoción de las oligarquías municipales itálicas. La propia carrera de Vespasiano (tribuno militar, cuestor en Creta y Cirenaica, candidato a la edilidad y la pretura sin resultar elegido hasta que al fin fue edil y pretor...) representa igualmente un caso muy común de promoción en atención a su profesionalidad y buena gestión. A la muerte de Nerón, se encontraba llevando a cabo de modo sistemático y eficaz el sometimiento de los judíos; tras su proclamación como emperador, su hijo Tito completó esta tarea. La época de los Antoninos se desarrolla entre el 96 d.C. y el 193 d.C. Por más que el nombre incluya propiamente a los últimos emperadores (Antonino Pío, Marco Aurelio y Cómodo), el uso tradicional del mismo también para los primeros Antoninos (Nerva, Trajano y Adriano) aconseja mantenerlo para referir a todo ese siglo. Hay suficientes rasgos comunes en la política de estos emperadores, doblemente al compararla con las épocas precedente y posterior, como para justificar un tratamiento unitario de ellos. Cuando analizamos los problemas económicos y sociales, la vida de las ciudades de Italia y de las provincias o las tendencias ideológicas, encontramos muchas analogías de situaciones y también de respuestas con la época flavia.

 

9.    ALTO IMPERIO (IV): ALTO IMPERIO Y LA ANARQUÍA MILITAR

El siglo que media desde el asesinato de Cómodo hasta el advenimiento de Diocleciano se corresponde con una época del Imperio durante la cual se aceleraron las contradicciones profundas en que estaba sumido el mundo romano. Con los últimos Antoninos (Antonino Pío, Marco Aurelio y Cómodo), ante todo desde Marco Aurelio, hay manifestaciones de la sociedad romana y de la forma de gobierno que preludian la era de los Severos. En todo caso, a partir de la muerte del último Severo, la quiebra del antiguo sistema que se ha venido apuntalando es mucho más evidente. Para una comprensión más clara de los hechos, trataremos separadamente las dos etapas de este tercer siglo del Imperio: la época de los Severos y la anarquía militar.