Los contratiempos
de la emancipación de las mujeres
(spanish)
por Geneviève Fraisse
Pasajes nº 19, Invierno 2005
De la historia
lineal no hay salida fácil. La figura de la emancipación conlleva todos los
problemas de la imagen del progreso, del sentimiento de conquista
asegurada, de la
representación del acceso visto como camino continuo. Esta linealidad incorpora
a la idea de emancipación un valor moderno, el de la
historia de la libertad
y de la igualdad. Al mismo tiempo, la afirmación de la emancipación se ilumina
siempre desde un momento preciso, paso de un estado
a otro. Este paso puede parecer natural, como
la transformación del niño en adulto. Sin embargo, está estructurado
socialmente por la edad establecida de
la mayoría legal, cívica o sexual. La
ciudadanía, la responsabilidad penal, la edad del matrimonio, la orientación
sexual, todos esos estados potenciales de
un individuo tienen unos umbrales de edad
variables según los países e incluso en el interior de un mismo país. Pero hay
un umbral. Por lo tanto, las
imágenes de
continuidad progresiva, al mismo tiempo que de umbral fijo, serían las dos
referencias en cierto modo opuestas de la representación espontánea
de la
emancipación.
La emancipación
política contemporánea ha sido calcada sobre el modelo de la emancipación
individual, tomándole prestados así los corolarios del
progreso y del
paso. Los tiempos que vendrán siempre serán mejores; un momento particular,
paso, umbral o ruptura, las más de las veces será necesario.
Se piensa sobre
todo en la emancipación de los pueblos y en la futura revolución, el «gran
día», que hay que preparar, o en la emancipación de las naciones
y la
proclamación de independencia de las colonias o revolución nacional.
La emancipación
de las mujeres es la tercera parte de la trilogía «pueblo, raza, sexo» (o
«pueblo, nación, sexo»), que estructura la época contemporánea,
siendo
emancipación y liberación términos que se solapan aunque no pueden confundirse.
Se habla efectivamente de emancipación de las mujeres, pero la
ruptura que ha de venir, el punto de no
retorno, la revolución, aquí verdaderamente no tiene pertinencia. La idea de
una ruptura radical no es jamás realmente
un proyecto político construido. Aunque sea evocada,
esta ruptura no deja de ser imaginaria, tal como las amazonas tomando el poder.
En cuanto al sueño
de una ruptura,
funciona en general a la manera de una inversión, de un cambio total de las
relaciones hombres - mujeres, avasallamiento de los hombres
doblado de una
toma del poder por parte de las mujeres.
El esquema de la
emancipación de las mujeres no es, así pues, original: se la concibe en
términos progresivos, de acuerdo con una historicidad espontánea
y naturalista.
En efecto, se entiende que la democracia occidental avanza y con ella los
derechos de las mujeres. Se la piensa así, sin «paso» o umbral, sin
revolución o
vuelco brutal. ¿Falsa confianza en el progreso o, por el contrario, lucidez en
cuanto a un ilusorio final de la dominación masculina? La
imprecisión de estas imágenes para ilustrar la
emancipación de las mujeres resulta inquietante. El esquema político no es ni
un movimiento programado
ni una dialéctica reglada, como lo fueron otras
teorías emancipadoras. La inquietud viene de que aún queda por elaborar una
historia de las mujeres en
el pensamiento
como en la acción y de que parece irreal una relación entre los sexos sin
conflicto.
De ahí el
interés del foro feminista en el encuentro altermundialista
de Florencia, en noviembre de 2002, titulado «Un conflicto necesario para un
futuro
común». Un conflicto necesario entre los sexos
expresa la idea de que la guerra entre los sexos debe traducirse en práctica
política; el futuro común indica
la utopía compartida entre los sexos de una
resolución de este conflicto. Por lo tanto, la emancipación de las mujeres
podría ser una historia como todas las
historias, una historia política, y tendría un
objetivo, como todas las utopías...
Pero hay que
recordar ahora cómo esta emancipación se vincula a las otras, es un síntoma de
ellas o su corolario. Dejaremos momentáneamente de lado el
trabajo del
actor, o más bien de la actriz, en el camino de la emancipación social o de la
emancipación nacional. Algunos cantan regularmente el «papel»
de las mujeres en una guerra de liberación ,
por ejemplo, o en una insurrección política. Cantar consiste en exhumar la
historia olvidada de la participación
de las mujeres o
en colorear con tintes femeninos la historia de los grandes hombres. Más
difícil es saber qué camino toma la emancipación de las mujeres
como objetivo político. Esta emancipación
jamás se piensa sola, por lo tanto se vincula a las otras emancipaciones:
pueblo, raza, nación. No volveremos
sobre la
polémica en torno al menosprecio que lastra en general a la reivindicación
feminista, desvalorizando así su sentido. Más bien analizaremos cómo
funciona esto.
Desde el siglo XIX se enfrentan varias posiciones. La fórmula clásica del
atraso de las mujeres en relación con los pioneros de la democracia,
así como de su
necesaria educación para acceder a la emancipación, las deja a las puertas de
la nueva historia que está construyéndose. Por ejemplo, serán
ciudadanas
cuando dejen de vivir bajo la influencia de la religión, o cuando estén
suficientemente instruidas... El tiempo histó rico
queda suspendido para
su
transformación; su participación en la historia hay que merecerla. La segunda
fórmula, según la cual la revolución social o la revolución nacional implicará
de facto un cambio en la
vida de las mujeres, es una ilustración de la afirmación marxista que insiste
en la jerarquía de las contradicciones del sistema capitalista.
La relación de clase es una contradicción
primaria, la relación de sexo una contradicción secundaria. La emancipación de
las mujeres, la resolución de la
dominación
masculina es una consecuencia de la solución de la contradicción principal, el
capitalismo y la lucha de clases.
Así, si las
mujeres son adscritas a un estrato retardatario, se quedan al margen del camino
de la historia emancipadora. Pero si se les asegura que recibirán la
igualdad en la cesta de la revolución, son las
invitadas de un proceso histórico que las supera. En el primer caso, la
historia no las espera; en el segundo, la
historia las hace esperar.
Los dos últimos
siglos han hecho uso abundante de estas figuras políticas de la emancipación.
Sin embargo, han circulado otros esquemas más raros, sobre
todo el de
Charles Fourier, que formula la utopía de una sociedad nueva, poniendo la
emancipación de las mujeres como una condición de la subversión y
de la libertad
de los pueblos. Ni más acá de la historia por su atraso, ni agradecidas por la
historia tras la Revolución que ha de venir, en esta visión las mujeres
quedan inscritas en el corazón de la nueva
historia: «Los progresos sociales y los cambios de periodo se efectúan en razón
del progreso de las mujeres hacia
la libertad; y las decadencias de orden social
se operan en razón del descenso de la libertad de las mujeres » [
1 ] . Tesis fourierista célebre, resumida
unas
líneas más
adelante: «la extensión de los privilegios de las mujeres es el principio
general de todo progreso social». Ningún camino para la emancipación, o
aquí para la
liberación y para la utopía, si las mujeres, como categoría social que puede
soñar la igualdad entre los sexos, son dejadas de lado o marginadas.
Están en el
corazón del proceso de emancipación, incluso son necesarias para esta
emancipación. La radicalidad de esta tesis tiene que ver con el
reconocimiento
de esta necesidad. Pero, más aún, esta teoría implica, por vía de consecuencia,
una relación de historicidad entre los sexos. La historia
se escribe, dice
Charles Fourier, en y con la relación entre los sexos. Esta posición rompe
doblemente con las dos representaciones precedentes: las mujeres
son necesarias a
la libertad de los pueblos; los sexos también escriben la historia, juntos y
separadamente. Es cierto que Fourier afirma con toda claridad y
asume sin ambages que son los hombres lo que
tienen necesidad de la libertad de las mujeres, que su felicidad depende de eso
y la felicidad de las naciones
también. Se
impone una interpretación instrumental de esta figura de la emancipación. El
hombre tiene necesidad de la emancipación de las mujeres para
su propia
emancipación. Sin embargo, ¿es problemática esta interpretación?.
Antes de
responder a esta cuestión, es interesante leer una versión actual de la misma,
quizás menos utópica y seguramente más pragmática que la de
Fourier. Y sin embargo, igual de radical. El
economista Amartya Sen
sitúa a las mujeres en el centro de un desarrollo posible de los países más
pobres.
Con la
referencia a los escritos feministas de Mary Wollstonecraft
de 1792, subraya el doble aspecto del derecho de las mujeres, cuando son
«pacientes»,
susceptibles de
recibir derechos por un lado, y cuando son «agentes», en situación de ser
actoras del desarrollo por el otro. Por esta doble significación,
introduce a las mujeres en el centro de la
dinámica del desarrollo de los países pobres: «ya no son las destinatarias
pasivas de una reforma que afecta a su
estatus, sino
las actoras del cambio, las iniciadoras dinámicas de transformaciones sociales,
que pretenden modificar la existencia de los hombres tanto como
la suya» [
2 ] . Amartya Sen
llega a esta afirmación tras una larga demostración, de libro en libro,
consistente en relativizar el análisis de las desigualdades
de rentas y en
insistir en las desigualdades de las «capacidades», capacidad para el
bienestar, para la salud, para la educación... pues sólo las desigualdades
de capacidad pueden dar cuenta de la fuerte
disparidad social entre hombres y mujeres, sólo ellas pueden explicar, por
ejemplo, el fenómeno de las «mujeres
ausentes», es
decir, de una mortalidad femenina desproporcionada en relación a la de los
hombres. Más claramente que Fourier, acepta hablar en términos de
eficacia social, atribuyendo a las mujeres a
la vez un papel para sí mismas y para los otros; el ejemplo más simple es el de
los niños, que son los primeros
beneficiarios de
un mejor bienestar de las mujeres. Es una instrumentalización lúcida de las
mujeres y de su emancipación. «Cuando lo examino, no ve o
ninguna
prioridad tan candente para la economía política del desarrollo que un
reconocimiento pleno y entero de la participación y del liderazgo femeninos
en los dominios político, económico y social.
Es un aspecto crucial del desarrollo como libertad». Esta instrumentalización
pasa por el reconocimiento de las
mujeres como
«agentes», dice él, como sujetos y actoras de la historia, diríamos nosotras.
La relación entre los sexos alcanza un sentido histórico y las mismas
mujeres están en
la historia, contemporáneas de la historia que se está haciendo.
Charles Fourier
y Amartya Sen están muy
cerca, a dos siglos de distancia. Expresan una idea poco común de la historia
de los sexos, idea que inscribe la
emancipación de las mujeres en el corazón de
toda historia que se está haciendo. También reconocen el carácter activo de su
participación en la historia.
Para el
economista de hoy, se trata de todas las mujeres, de su derecho a la capacidad
de actuar para su bienestar. Para Charles Fourier significaba que las
mujeres ya
emancipadas tenían que servir a la emancipación de todas las mujeres: «Las
mujeres tenían que producir no escritoras, sino liberadoras; Espartacos
políticos,
genios que utilizaran los medios para sacar a su sexo del envilecimiento». Como
una vanguardia, algunas mujeres iluminadas tendrían que cambiar
el curso de la
historia.
Nadie debería
poner ya en tela de juicio, hoy, la importancia de las mujeres como actoras y
sujetos de su historia y de la historia que se está haciendo.
Queda por
entender cómo actúan, cómo el pensamiento de la emancipación se ha convertido
en el suyo. Una de las tesis de Pierre Bourdieu
apunta a
comprender cómo la historia ha producido una
representación ahistórica de la dominación masculina,
cómo ha enmascarado la historicidad de esta dominación.
Estoy plenamente de acuerdo con esta tesis:
sólo esta tesis permite un pensamiento histórico de la emancipación de las
mujeres. Ya hemos visto hasta qué
punto esta
emancipación podía ser pensada fuera de la historia, invalidándola por tanto.
Pero la
demostración de Pierre Bourdieu adolece de una
extraña ligereza en el tratamiento de las actoras del cambio. Sus breves notas
sobre el feminismo,
sobre la
historia del feminismo, sugieren una especie de rechazo: «El inmenso trabajo
crítico del movimiento feminista» [
3 ] , que él conjuga en pasado,
ocupa el lugar de un análisis de ese mismo
trabajo y esta cita demuestra poca curiosidad en cuanto a ese trabajo de
crítica. Y, aun así, al precio de una
aproximación no
exenta de prejuicios (el feminismo se ha interesado por lo doméstico más que
por la Escuela o el Estado), esta vez vincula el feminismo
ya no con el pasado, sino con el futuro: «es
un campo de acción inmenso el que se encuentra abierto a las luchas feministas,
llamadas así a ocupar un lugar
original y bien
asentado en el seno de las luchas políticas contra todas las formas de
dominación» [
4 ] .
Las luchas
feministas son convocadas en el pasado por su producción crítica y en el futuro
por la acción que ha de venir. No son activas en el presente,
en el seno mismo
del análisis del sociólogo, que las deja siempre en los bordes, al lado de su
demostración. ¿Cómo se puede creer en su demostración y
en su voluntad de reconstruir la historicidad
de la historia de las mujeres, cuando se le ve, en su misma obra, muy lejos de
tener en cuenta el contenido
del trabajo
crítico del feminismo, tanto su aportación teórica como el impacto de sus
acciones? Evocarlo no puede bastar; el evocarlo simplemente,
abstractamente,
como elemento externo a la demostración teórica, es negarle su pertinencia, su
función histórica.
Por lo tanto,
estamos lejos de conocer el camino de la emancipación de las mujeres. Las figuras
aquí recordadas muestran su límite y, sobre todo,
atestiguan la
dificultad de pensar cómo se trama, históricamente, la emancipación de las
mujeres. Situar esta emancipación en el corazón de la transformación
de una sociedad y
afirmar la calidad de las mujeres como agentes de esta transformación son los
dos principios establecidos por Charles Fourier y Amartya
Sen.
Algunos dirán que estos principios caen por su
propio peso. Sin embargo, los modelos a los que se oponen -el del retraso a
recuperar y el de la consecuencia
asegurada-aún están vivos hoy. La dificultad
de Pierre Bourdieu para integrar el contenido teórico
y práctico del feminismo en un pensamiento tan consciente
como el suyo de las dificultades para darle
dimensión histórica al conflicto entre los sexos, hay que atribuirla a la
fragilidad de un pensamiento de la
emancipación de las mujeres, a menudo
despreciado y deslegitimado.
Por lo demás, no
se nos oculta que la inscripción de las mujeres en el corazón mismo del proceso
de la historia tiene mucho que ver con el carácter
instrumental de su participación. Sin las
mujeres no hay felicidad o bienestar posibles, concluyen Charles Fourier y Amartya Sen. Sujetos de su
emancipación,
las mujeres son también el medio de la
emancipación de otro. Por lo tanto, resulta imposible eludir la cuestión
planteada anteriormente: ¿esta instrumentalización
es problemática, acaba por oscurecer la
esperanza de la igualdad de los sexos?. ¿El precio de la emancipación sería que
las mujeres fueran a la vez el fin y el
medio de una
dinámica emancipadora? Es inquietante que su propio fin, la finalidad de su
libertad, se acompañe siempre de argumentos que tienen que ver
con otros más
que consigo mismas.
Esta cuestión es
fundamental, pero la solución parece improbable. ¿La libertad de las mujeres es
una conquista para sí mismas o para el bien de otros?
Más allá de las
reflexiones de Amartya Sen,
las instituciones internacionales se han apoderado de sus conclusiones y las
metáforas abundan para describir
el desarrollo
que ha de llegar: las mujeres son su «palanca», su «yacimiento», en una
palabra, el elemento determinante. La notable revista Equilibres et populations
no duda en
escribir, citando a Kofi Annan: «la igualdad de los sexos no es un objetivo en
sí mismo, sino que es indispensable para alcanzar los otros objetivos,
y ninguna
estrategia de desarrollo será eficaz, si no concede a las mujeres un papel de
primer plano» [
5 ] . ¡Pues bien, sí, y hay que insistir en ello, la igualdad
de los sexos y la libertad de las mujeres son
un objetivo en sí mismos! Instrumento o finalidad, la emancipación de las
mujeres se encuentra fundamentalmente
atravesada por esta cuestión. Se puede alabar
la radicalidad de los planteamientos de Charles Fourier o de Amartya Sen, se puede profundizar
en los
mecanismos a
través de los cuales las mujeres pueden ser integradas en la fábrica de la
historia, la cuestión siempre está ahí. Las mujeres son para sí mismas
y para otra
cosa, son un fin y un medio. Moneda de cambio o, mejor aún, medio de cambio en
la historia política tanto como en la teoría histórica. Nuestra
tarea, mía y de otras, es elaborar su
historicidad con este dato que resiste a todo pensamiento de emancipación y de
subversión, este pensamiento de la mujer
que permanece
como objeto, incluso cuando se convierte en sujeto de la historia y de su
propia historia [
6 ] .
Volvamos a
nuestro primer planteamiento: la emancipación de las mujeres tiene dificultades
para ser contemporánea de los movimientos de la historia global.
Es requerida
como una condición de participación en el ejercicio de la democracia o es vista
como una consecuencia de un proceso revolucionario. Antes o
después del
mismo momento histórico, se le atribuye eventualmente un papel, una función al
servicio de la historia general. ¿Por qué no? Pero antes de ir más
lejos,
subrayemos que las mujeres parecen ser las eternas «invitadas» de un proceso global,
jamás completamente en su hora, siempre en situación de justificarse.
De ahí hay que
sacar la conclusión o más bien ofrecer una perspectiva, que la historia del
feminismo conoce bien desde hace dos siglos: la temporalidad del
pensamiento y de
la acción feministas no está siempre en sincronía con el conjunto de los
movimientos políticos. Exactamente, son a la vez contemporáneos
y disjuntos, parecen poder compartir una
dinámica y, sin embargo, ignorarse. Ejemplo en el dominio de la acción: las
mujeres quieren trabajar, tener un
empleo
asalariado, y en ese mismo momento se asiste a sueños o proclamas sobre el fin
del trabajo, se denuncia de la alienación y se suspira por el tiempo
libre. Si ellas tienen esta voluntad de tener
un empleo, es claramente porque en ello va su autonomía económica. Ejemplo en
el dominio del pensamiento:
la construcción del sujeto «mujer» ha sido
reivindicada en el momento álgido de la crítica del sujeto occidental, al mismo
tiempo que las reflexiones
sobre la muerte
del hombre. ¿Anacronismo o paradoja? Más bien contratiempo: los tiempos no son
siempre los buenos, no son los mismos para todos.
Estar en el
momento justo es una imagen inadecuada para la historia de la emancipación de
las mujeres. Otro ejemplo de actualidad: el primer Tratado
europeo, firmado
en Roma de 1957, dice, en su artículo 119, que es necesaria una igualdad de
remuneración entre hombres y mujeres. El avance es notable,
comparado con las diversas constituciones
nacionales. Incluso podemos felicitarnos, aun reconociendo que ha sido
necesario esperar a 1975 y 1976 para
obtener unas
directivas relativas a la igualdad económica de hombres y mujeres. Pero, sobre
todo, hay que comentar la introducción de este artículo 119;
y eso de dos maneras. En primer lugar, se
puede ironizar sobre el hecho de que esta igualdad surja para impedir la
concurrencia salarial entre hombres y
mujeres, evidentemente desleal visto el estado
no igualitario del mundo económico. Peor pagadas, las mujeres pueden servir de
«esquiroles», en tiempo
de huelga o no.
Por lo tanto, es en función de un sistema económico, el de la concurrencia, que
el objetivo de igualdad de los sexos es anunciado por
primera vez en
Europa. En cualquier caso, ironía de la historia. Por lo demás, recuerdo que la
Convención europea de los derechos del hombre, fechada
en 1950, no postula la igualdad más que desde
el punto de vista negativo, con la enumeración de los «sin distinción de...» [
7 ] . Subrayo de paso que la
igualdad
económica es el soporte ineludible de cualquier igualdad de los sexos... A
continuación, y es mi segundo comentario, no le haremos ascos a esta
entrada
subrepticia de la mención crucial de la igualdad de los sexos. Poco importa el
origen, la causa, la finalidad de esta mención, el artículo 119 ha sido
colocado, al
final, al servicio de un objetivo político, el de la igualdad. ¿Astucia de la
historia? ¿Entrar por la puerta pequeña para salir por la grande?.
Este último
ejemplo ilustra sencillamente el propósito de este artículo, reflexión sobre la
temporalidad de la emancipación de las mujeres. Si los sexos también
escriben la
historia, sería ilusorio ver aquí una simple adición de un tiempo (de acción,
de escritura) a otros tiempos históricos, confluencias de movimientos
y de proyectos.
El contratiempo es, me parece, la imagen más próxima de las distorsiones
habituales y repetidas que constatamos frecuentemente cuando se
trata de la
historicidad de la cuestión de los sexos. El contratiempo dice lo inesperado y
lo inoportuno. El feminismo es seguramente intempestivo y eso lo
hace siempre frágil. Pero, aquí, quiero decir
algo más. El contratiempo no es solamente el instante o el accidente; tiene una
duración, temporalidad sin
coincidencia con
otras duraciones, desfase grande o pequeño. Tomar su medida debe permitir
inscribir esta temporalidad en la historia.
Traducción de
Rafael Tomàs
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November 2008
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