por Mara Landa El mundo en el que vivimos está, para muchos, sumido en el caos. Las guerras, las diferencias económicas y los problemas ecológicos son algunos de los elementos que nos llevan a él. La distancia entre el Norte y el Sur, los conflictos entre el Occidente y el Oriente Medio y la lenta degradación de la Tierra hacen que resulte difícil creer que todos compartimos planeta. En el mundo hay demasiados problemas, poca gente conscientes de ellos y casi ninguna con ganas de resolverlos. Llevando nuestro nivel de vida, es imposible estar pendientes de los problemas que tenga el pueblo de al lado y mucho menos los del continente del otro extremo del mundo. Y muy a menudo confundimos la actividad con el conocimiento. Con leer la prensa, ver las noticias y tener una opinión elaborada de la situación ya consideramos que esa persona está preocupada y es consciente de la realidad, lo consideramos alguien comprometido con los problemas de los demás. ¡Y sólo lee el periódico! Pero eso ya es mucho. Para la gente corriente estos temas no son de gran preocupación, son sólo historias paralelas a sus vidas. Sólo somos vagamente conscientes. Todas las mañanas veo en el autobús las mismas caras de sueño que por la noche serán de cansancio. Preocupados por grandes necesidades o por deseos banales. Deseos de mantener y mejorar un nivel de vida, no sólo aceptables, sino naturales. Viviendo en nuestro propio satélite que recibe luz y agua y preocupados, como el Principito, de mantener viva una flor. Porque, afrontémoslo, la vida actual es demasiado compleja para preocuparnos por los demás. El resto del mundo queda muy lejos. |
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