¿Dónde está todo el mundo?

por Mar Pastor Campos

Hoy me he despertado dándome cuenta de una cosa: ya casi no me queda mundo. Yo vivía despreocupada porque he tenido mundo toda la vida. Desde que nací, allí estaba, tan descomunal, tan inabarcable, tan inmensamente lleno de recursos que si alguien me hubiera dicho que se iba a acabar, le hubiera colocado el gorro de Napoleón yo misma. Pero hoy me he dado cuenta de que ya casi no me quedan árboles: cada año me talan trece millones de hectáreas, para que nos entendamos, el tamaño de Grecia, casi nada. Y de mis selvas tropicales, ni hablamos. Ya casi no me queda agua potable ni de riego, el calentamiento global está suponiendo su veloz disminución y las sequías son cada vez más frecuentes y prolongadas. Y ya casi no me quedan estaciones, el año se convierte en un verano perpetuo, con olas de calor sin precedentes e incendios que arrasan la vida en los meses más calurosos. Ya casi no me quedan glaciares. La cosa está tan caliente por los malos humos que echan las empresas, los automóviles y los humanos, las emisiones de dióxido de carbono que destrozan el ozono y nos desprotegen de los rayos solares. Cada vez somos más para los mismos recursos. Aunque el reparto es un poco desproporcionado: el 75% de la población mundial consume sólo el 25% de la energía, pero el 25% de los ricos consume el 75% restante. Ya casi no me queda justicia. Los locos de las organizaciones ecologistas hablan de posibles soluciones: utilizar energías limpias y renovables, reducir las emisiones de CO2, frenar la expansión económica en pro de la vida o, como mínimo, practicar un desarrollo sostenible que no ponga en peligro a las futuras generaciones… Pero parece que existe una sinrazón imparable, un mecanismo incuestionable que unos llaman globalización, otros capitalismo salvaje y otros sencillamente codicia, que hace que se estimen intrascendentes todas estas medidas. Parece que es más importante seguir aumentando los ingresos económicos que asegurar la vida de futuros descendientes. Y la pasividad al respecto sí que parece proporcionada. Desde el presidente americano que no quiere reducir emisiones tóxicas pasando por el empresario que construye campos de golf hasta el ciudadano que no se plantea reciclar. Hoy me dado cuenta de una cosa: aún NOS queda algo de tiempo para salvar el resto del mundo, si decidimos actuar.

 


este es un documento en el mismo espacio
mapascam@alumni.uv.es