4 de Febrero de 2003 |
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Bush debe desarmarse Carlos París En los últimos días se viene repitiendo como un tópico: «Sadam debe desarmarse». No son ciertamente los ciudadanos y ciudadanas quienes así se expresan, pero sí casi todos los gobernantes de los más importantes países y los altos responsables, ayer de la OTAN hoy de la Seguridad Europea, como Javier Solana. Incluso se afirma, adoptando un benéfico rostro pacifista, que este desarme es la única manera de evitar la guerra. Tal exigencia del «desarme» iraquí se refiere a las llamadas «armas de destrucción masiva», nucleares, químicas, biológicas. Y ciertamente representan un arsenal monstruoso, de posibles efectos devastadores en el espacio y en el tiempo, que define la mayor de las aberraciones a que ha llegado nuestro fanático desarrollo tecnológico, guiado no por el avance de la vida, sino por el potenciamiento de la violencia y la destrucción. Pero a quienes repiten este tópico del desarme de Sadam no se les escapa que los EE UU, cuyo Gobierno ha levantado este clamor por el desarme, poseen el mayor arsenal de armas de destrucción que hoy existe, capaz de acabar con toda la vida del planeta. Y detrás de los Estados Unidos otra serie de países, que han ampliado el ayer conocido como «club nuclear», hoy extendido a nuevos Estados como India, Pakistán, Israel. Y, entonces, hay que preguntarse: ¿qué extraño privilegio es el que permite a unos Estados poseer estas demenciales armas y se lo prohíbe a otros? ¿Cómo justificar esta radical desigualdad en un aplastante poderío? El Tratado de No Proliferación Nuclear es una imposición radicalmente antidemocrática. Porque, además, favorece a los países capaces de imponer respeto en el concierto internacional. Cuando, inversamente, el derecho de armarse debería corresponder, si acaso, a los más débiles para protegerse de los abusos de los poderosos, del mismo modo que, como alguna vez he escrito, quienes podrían tener autorización para portar armas en nuestra sociedad serían las mujeres, para defenderse de la agresividad masculina. ¿Es que los EE UU, más bien sus gobiernos pues gran parte del pueblo discrepa de la política oficial, ofrecen la garantía de un uso justo de su fuerza? Bush padre afirmó con increíble petulancia que era el único país cuya estatura moral le permitía dirigir el mundo. Pero, que sepamos, en lo que sí goza del privilegio de ser el único es en haber hecho uso del arma atómica sobre ciudades, en un acto que sólo puede ser calificado como crimen contra la humanidad. Y ello, cuando aquellas bombas eran un juguete, comparado con la actual potencia nuclear. ¿Ocurría en plena guerra? Ello no justifica tan salvaje agresión, pero, además, hoy está claro, que, tal como pensaron Eisenhower y el almirante Leakey, oponiéndose al lanzamiento ordenado por Truman, constituía un acto innecesario estratégicamente, cuando el Japón estaba ya prácticamente vencido, y de lo que se trataba era de una exhibición de poderío frente a la Unión Soviética. Son, también, los EE UU de Norteamérica el país que ha utilizado la guerra química y biológica en la contienda de Vietnam. Aquel cuya Administración ha comandado invasiones múltiples de Estados soberanos. Y que, hoy día, se opone al Tribunal Penal Internacional y afirma que si alguno de sus funcionarios fuese llevado ante él, lo rescataría por la fuerza. En la última Asamblea de las Naciones Unidas, como recientemente comentaba Vicenc Fisas, los representantes de los EE UU han votado en contra de las propuestas de desarme nuclear. Y Bush está relanzando la «guerra de las galaxias» con el «escudo antimisiles», arrojando a la cuneta los viejos tratados ABM. Es sobradamente claro que la acusación a Irak de poseer armas de destrucción masiva es sólo un pretexto para justificar un ataque, movido por intereses económicos y políticos. Pero produce sorpresa que en el grave debate sobre tal ataque se acepte unánimemente, sin crítica, esta desigualdad entre los pueblos. Irak no debe poseer armas de destrucción masiva, pero tampoco ningún otro país. Bush debe desarmarse, no sólo Sadam, y únicamente en un mundo crecientemente liberado de instrumentos de violencia se podrá avanzar hacia la democracia internacional. |