Colonialismo, territorios ocupados y administrados por un gobierno anteriormente ajeno a éstos, mediante la conquista o asentamiento de sus súbditos, y en el que se impone una autoridad extranjera. Puede hablarse de colonialismo cuando un pueblo o gobierno extiende su soberanía y establece un control político sobre otro territorio o pueblo extranjero como fuente de riqueza y de poder. Esta relación concluye cuando el pueblo subyugado alcanza su soberanía o cuando se incorpora a la estructura política de la potencia colonial en igualdad de condiciones.
El colonialismo es un tema que ha llegado a suscitar un intenso debate moral y político en nuestra época, especialmente a partir de la II Guerra Mundial. Pese a que algunos estados han intentado justificar la creación de imperios coloniales en el pasado, muchas antiguas colonias han definido el colonialismo como un sistema de explotación que las potencias más fuertes imponían a las más débiles y que ocasionaba una situación de atraso económico, y conflictos raciales y culturales en las zonas colonizadas.
Las relaciones coloniales han cambiado considerablemente a lo largo de la historia. Algunas colonias han recibido la afluencia de numerosos habitantes del país colonizador, mientras que apenas ha llegado población nueva a otras. Las hay que han sido sometidas a un control riguroso por parte de sus colonizadores; sin embargo, en otras sólo se ha realizado un control somero y extraoficial. Unas se han fundado en ultramar, y otras se han establecido en un territorio adyacente al de la nación colonizadora.
Edad antigua y edad media.
El colonialismo ha existido desde la antigüedad. Egipto, Babilonia y Persia son algunos de los imperios más importantes del mundo antiguo. Fenicia, pueblo de exploradores y mercaderes, es considerada generalmente como la primera nación colonizadora; los fenicios establecieron sus asentamientos a lo largo de la costa del Mediterráneo en el 1100 a.C. Su espíritu colonizador estaba guiado principalmente por su deseo de expandirse y controlar el comercio. Hacia el siglo VIII a.C. muchas de las ciudades-estado griegas estaban iniciando rápidamente su expansión por las costas del norte del Egeo, el mar Negro y el sur de Italia. Les movía la necesidad de encontrar suelo cultivable para sustentar a una población en aumento y el afán por mejorar el comercio. Las dos ciudades-estado más famosas de Grecia, Esparta y Atenas, fueron potencias coloniales hacia los siglos VI y V a.C.; la primera se expandió por la zona continental de Grecia; la segunda por ultramar.
La ciudad de Cartago (actualmente en Túnez) fue en un principio una colonia fundada por los fenicios, pero acabó convirtiéndose en una importante potencia colonial. Los cartagineses también tenían interés en controlar el comercio en el Mediterráneo y, de este modo, establecer un imperio marítimo que comprendiera las colonias de Hispania y el oeste de Sicilia. Roma desafió al Imperio cartaginés y, finalmente, lo derrotó en las Guerras Púnicas (siglos III-II a.C.); los romanos, a su vez, gobernaron en la mayor parte de Europa y Oriente Próximo.
El periodo de la edad media que siguió a la caída del Imperio romano, ocurrida en el siglo V, no fue una época de importantes colonizaciones en ultramar. No obstante, los vikingos escandinavos ampliaron sus dominios considerablemente a lo largo de los siglos IX y X; controlaron grandes áreas de las islas Británicas y fundaron colonias en Islandia y Groenlandia.
La primera fase del colonialismo moderno.
El colonialismo de la Europa moderna comenzó en el siglo XV y puede dividirse en dos fases que coinciden parcialmente en el tiempo: la primera, desde 1415 hasta 1800 aproximadamente y la segunda, casi desde 1800 hasta la II Guerra Mundial. En la primera etapa, Europa occidental, encabezada por España y Portugal, se expandieron por las Indias orientales y América; en la segunda, Gran Bretaña tomó la iniciativa en la expansión de Europa hacia Asia, África y el Pacífico.
Los portugueses, que disfrutaban de estabilidad política, poseían experiencia marítima y contaban con una posición geográfica favorable, fueron los primeros europeos que doblaron el cabo de la costa surafricana para llegar hasta el sur y este de Asia en el siglo XV. Portugal, interesada principalmente en dominar el comercio de especias, estableció factorías y fuertes a lo largo de la costa en lugar de colonias. El monopolio comercial portugués en Oriente se vio seriamente amenazado por los ingleses y holandeses a finales del siglo XVI. Los holandeses se instalaron en el cabo de Buena Esperanza y, tras expulsar a los portugueses hacia 1800, obtuvieron el control de Java y Ceilán (actualmente Sri Lanka). La Compañía de las Indias Orientales se fundó en la India durante esta época e inició oficialmente la conquista del continente en 1757.
Fueron numerosos los motivos que llevaron a Europa a comenzar la colonización del continente americano. Entre ellos, se encuentran la búsqueda de metales preciosos, la necesidad de encontrar nuevas tierras para la agricultura, la huida de persecuciones derivadas de motivos religiosos y el deseo de ganar a los pueblos indígenas para la causa de la cristiandad. Era más habitual la creación de colonias que de factorías, aunque aquéllas, una vez establecidas, mantenían relaciones comerciales frecuentes y de carácter exclusivo con las respectivas metrópolis. El imperio de España era el más importante del Nuevo Mundo y se extendía a través de gran parte de México, Centroamérica y Suramérica (véase Indias). Los portugueses se establecieron principalmente en Brasil. Mientras que los españoles y los portugueses tuvieron tendencia a crear asentamientos mixtos que absorbieran a las poblaciones indígenas de sus territorios, los colonizadores británicos y franceses se inclinaron por la fundación de colonias puras, eliminando y desplazando a sus anteriores habitantes.
Los más antiguos imperios coloniales europeos habían entrado en declive a comienzos del siglo XVIII. La mayoría de las colonias españolas, portuguesas y francesas en América consiguieron la independencia durante las Guerras Napoleónicas o en el periodo inmediatamente posterior. Por otro lado, los holandeses perdieron una gran parte de su modesto imperio en el Nuevo Mundo y tuvieron que conformarse con comerciar ilícitamente con las colonias de otras potencias. Los ingleses perdieron buena parte de sus antiguas posesiones en Estados Unidos, las cuales consiguieron su soberanía en 1776 tras la guerra de Independencia estadounidense; a pesar de esto, Gran Bretaña continuó siendo una importante potencia colonial. Además de controlar la India, conservaba por razones estratégicas algunas de las colonias que había ocupado durante las guerras europeas, tales como Canadá, el cabo de Buena Esperanza y Ceilán.
La segunda fase del colonialismo moderno.
La segunda etapa colonial puede dividirse en dos periodos: el primero abarca desde 1815 hasta 1880 aproximadamente; y el segundo, desde 1880 hasta 1914. La colonización llevada a cabo en el periodo anterior no había seguido un patrón lógico desde un punto de vista geográfico y no parecía ser, en general, el resultado de un deseo consciente de adquirir nuevos territorios por parte de las metrópolis. Lo cierto es que el ímpetu expansionista se derivaba a menudo de intereses europeos firmemente establecidos ya en el exterior. Por ejemplo, los colonizadores británicos de Australia se aventuraron aún más en territorio extranjero en busca de tierras y recursos; los franceses se vieron forzados a colonizar toda Argelia cuando la inestabilidad política en la zona supuso una amenaza para su primer y modesto asentamiento; y la conquista de Asia Central emprendida por los rusos estaba motivada en gran medida por el deseo de ofrecer una seguridad a los comerciantes, colonizadores y administradores establecidos en estas zonas.
Las potencias coloniales actuaron más resueltamente en el periodo de 1880-1914, durante el cual se llevó a cabo la colonización de África (salvo en el caso de Etiopía, que opuso resistencia a los intentos de conquista de Italia) y de diversas regiones de Asia y del Pacífico; hacia 1914 la red colonial mundial se había cerrado en torno al planeta. El Imperio Británico era, con mucho, el más amplio y con más diversidad geográfica, aunque Francia, Bélgica, Alemania, Portugal, Estados Unidos y Japón eran también importantes potencias coloniales.
El móvil que guiaba la formación de esta amalgama de colonias es un tema que sigue debatiéndose. Algunos escritores, por ejemplo Lenin, lo atribuyen a la dinámica del capitalismo moderno, en la que se subraya la necesidad europea de encontrar materias primas y salidas comerciales para su excedente de capital. Otros autores han destacado como objetivo los intereses estratégicos e internacionales y han hecho notar la tendencia de los dirigentes europeos a utilizar las colonias como fichas en un tablero mundial de ajedrez. Con todo, algunos analistas aprecian una continuidad entre la primera y segunda época de expansión del siglo XIX y no admiten la necesidad de ninguna otra explicación.
El fin del equilibrio de poder en Europa y las guerras mundiales del siglo XX marcaron el ocaso del colonialismo moderno. El desarrollo de la conciencia nacional en las colonias, el declive de la influencia política y militar del viejo continente y el agotamiento de la justificación moral de los imperios contribuyeron a una rápida descolonización a partir de 1945. Los imperios coloniales, creados a lo largo de siglos, fueron desmantelados casi en su totalidad en tres décadas.
Valoración.
La capacidad potencial de colonización es inherente a un mundo formado por entidades políticas que poseen diferentes grados de desarrollo económico y tecnológico; las naciones poderosas siempre se ven seducidas por la idea de dominar a las débiles. Sin embargo, esta escala de poder sólo permite que la colonización sea posible, pero no la hace necesaria o inevitable. Las grandes potencias no siempre desean ampliar sus territorios y, cuando es así, las débiles consiguen frenar su avance en ocasiones.
Toda valoración moral del colonialismo debe tener en cuenta las cambiantes circunstancias históricas. Este fenómeno resulta inexcusable si nos atenemos a las normas de actuación internacionales contemporáneas, puesto que es incompatible con el derecho a la soberanía internacional y a la autodeterminación. No obstante, el reconocimiento de estas libertades sólo se ha hecho efectivo con carácter mundial recientemente, mientras que los imperios que se crearon en el siglo XIX se arrogaron la responsabilidad de gobernar a los "pueblos atrasados" y hacerles llegar los frutos de la civilización occidental.
El mejor modo de describir los efectos del colonialismo es analizarlo tanto desde la perspectiva de los colonizadores como de los colonizados. Las colonias reportaron numerosos beneficios a las metrópolis, como pueden ser la adquisición de nuevos territorios para la emigración y recursos estratégicos, y la expansión del comercio y el aumento de las ganancias económicas. Pero también el precio fue alto para las naciones conquistadoras: tuvieron que proporcionar a aquéllas infraestructura administrativa, defensa y ayuda económica y se vieron implicadas con frecuencia en conflictos que hubieran preferido evitar.
La afirmación de que la colonización tuvo efectos
negativos para las gentes colonizadas es incuestionable: se vio interrumpido
el estilo de vida tradicional, se destruyeron valores culturales y pueblos
enteros fueron subyugados o exterminados.
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