La mayor parte de las naciones modernas se han desarrollado de modo gradual sobre la base de unos vínculos compartidos como la historia común, la religión y el lenguaje. Sin embargo, existen algunas excepciones muy llamativas como Suiza, Estados Unidos, Israel y la India entre otras. Suiza es una nación donde nunca se estableció un lenguaje o una religión comunes. Entre los helvéticos se encuentran católicos y protestantes; tampoco poseen un unidad lingüística ya que se habla francés, alemán, flamenco e italiano en diferentes zonas del país. El nacionalismo suizo apareció más que nada a partir del aislamiento en una región montañosa, del deseo de mantener la independencia política y de la rivalidad entre poderes imperialistas que se disuadían entre sí en su propósito de conquistar Suiza.
Estados Unidos se configuró a través de la colaboración de inmigrantes de diferentes religiones y procedencias, y se desarrollaron de forma importante gracias a la llegada de nuevos inmigrantes que tenían poco en común, excepto compartir un deseo de libertad religiosa, económica y política. Aunque sólo se hablaba un idioma, el nacionalismo estadounidense se basó ante todo en un compromiso con la idea de la libertad individual y de un gobierno representativo, según la tradición británica. Lo que en Gran Bretaña se consideraba el derecho por nacimiento de los británicos, en Estados Unidos se convirtió, gracias a la influencia del Siglo de las Luces, en el derecho natural de cualquier persona. La Declaración de Independencia culminó esta ética de las libertades.
Israel se constituyó casi en su totalidad
por la inmigración de diferentes grupos nacionales de judíos
que compartían un ideal común basado en un nacionalismo religioso.
El tradicional deseo de los judíos de un renacimiento nacional en
Palestina había permanecido incumplido durante casi 2.000 años.
Como resultado del genocidio perpetrado por los gobernantes nacionalsocialistas
de Alemania antes y durante la II Guerra Mundial, la reivindicación
de un Estado por parte de los judíos cobró de pronto una
importante fuerza. Más de un millón de refugiados procedentes
de muchos países emigraron a Palestina. Aprendieron hebreo, el recuperado
idioma nacional, e implantaron un nuevo Estado que proclamó el judaísmo
como religión oficial. Sin embargo, entre los judíos del
mundo, los de Israel son una minoría: la mayoría sigue viviendo
como un grupo religioso minoritario en sus respectivos países de
origen.
La India es una nación en la que el hinduismo actuó de
un modo tradicional como elemento de cohesión entre pueblos de diversos
idiomas, religiones y razas. La India alcanzó la unidad nacional
a través de la influencia de ideas occidentales, y sobre todo durante
su lucha contra la dominación británica.
Orígenes.
Los inicios del nacionalismo moderno se remontan
hasta la desintegración, al final de la edad media, del orden social
feudal y de la unidad cultural (en especial la religiosa) de varios Estados
europeos. La vida cultural europea estaba basada en la herencia común
de ideas y actitudes transmitidas a través del latín, el
idioma de las clases cultivadas. Todos los europeos occidentales profesaban
entonces la misma religión: el catolicismo. El derrumbe del sistema
social y económico dominante, el feudalismo, vino acompañado
del desarrollo de comunidades más grandes, interrelaciones sociales
más amplias y dinastías que favorecieron los valores nacionales
para conseguir apoyos a su dominación. El sentimiento nacional se
vio reforzado en algunos países durante la Reforma, cuando la adopción
del catolicismo o del protestantismo como religión nacional actuó
como fuerza de cohesión colectiva adicional.
La Revolución Francesa.
El gran punto de inflexión en
la historia del nacionalismo en Europa fue la Revolución Francesa.
Los sentimientos nacionales franceses se habían encarnado hasta
ese momento en la figura de su rey. Como resultado de la Revolución,
la lealtad al monarca fue sustituida por la lealtad hacia la patria. Por
eso La Marsellesa, una de las canciones más populares durante la
Revolución Francesa que luego sería el himno de la nación,
empieza con las palabras Allons enfants de la patrie ('Marchemos, hijos
de la patria'). Francia alcanzó de hecho un gobierno representativo
cuando la Asamblea Nacional sustituyó en 1789 a los Estados Generales,
que consistían en cuerpos autónomos que representaban al
clero, la aristocracia y la ciudadanía. Las divisiones regionales,
con sus diferentes tradiciones y derechos, fueron abolidas y Francia se
convirtió en un territorio estructurado según rígidos
esquemas centralistas, unido y uniforme, con instituciones y leyes comunes.
Las tropas francesas transmitieron el espíritu nacionalista derivado
de la Ilustración a otros países.
La aparición del nacionalismo coincidió
en su mayor parte con la generalización de la Revolución
Industrial que favorecía el desarrollo económico nacional,
la aparición de una clase media y la petición popular de
un gobierno representativo. Surgieron literaturas nacionales que expresaban
las tradiciones y el espíritu común de cada pueblo. Se concedió
nueva importancia a los símbolos nacionales de todo tipo, como por
ejemplo mediante la creación de nuevos días de fiesta para
conmemorar diferentes sucesos de la historia nacional.
Con anterioridad al brote nacionalista en Europa, el primer tercio
del siglo XIX contempló el asombroso y múltiple nacimiento
de una veintena de naciones en el continente americano, desde el Mississippi
(frontera entre los dominios de España y los Estados de la Unión),
hasta la Tierra del Fuego en Argentina.
Entre 1810 y 1830 fueron apareciendo nuevas
naciones que, al final de ese proceso, en el que hubo anexiones, pérdidas
y cambios de nombre, quedaron constituidas tal y como son en la actualidad,
entre otras México, Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Venezuela.
Las revoluciones de 1848.
Las revoluciones de 1848 marcaron el despertar de
varios pueblos europeos a la conciencia nacional. Ese año, tanto
alemanes, italianos como otros grupos sometidos a Estados plurinacionales,
como los imperios austriaco, ruso y turco, iniciaron sus movimientos de
unidad y establecimiento de Estados nacionales. Aunque los intentos de
revolución fracasaron en 1848, estos movimientos ganaron fuerza
con el paso de los años. Después de algunos años y
de mucha agitación política, se creó el Reino de Italia
en 1861 y el Imperio Alemán en 1871. Otros pueblos de Europa Central
que combatieron por su independencia nacional en 1848 fueron los polacos
(cuyo territorio fue repartido entre Rusia, Alemania y Austria), los checos
y los húngaros (súbditos de la monarquía austriaca),
y los pueblos cristianos de la península de los Balcanes que estaban
bajo dominio del sultán turco. Los sucesos acaecidos en Europa entre
1878 y 1918 fueron desencadenados sobre todo por las aspiraciones nacionalistas
de estos pueblos en su deseo de formar sus propios Estados independientes
de los imperios de los que formaban parte.
La I Guerra Mundial.
La I Guerra Mundial colmó las
aspiraciones nacionales de los pueblos de Europa Central. Cuando Estados
Unidos entró en guerra, el presidente Woodrow Wilson proclamó
el principio de la autodeterminación nacional como uno de los aspectos
a solucionar al concluir el conflicto. Como resultado de la contienda concluyó
la soberanía de las dinastías reinantes en Turquía,
Rusia, Austria y Alemania. En Europa Central y Oriental aparecieron nuevos
Estados: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Checoslovaquia,
el Reino de los Serbios, los Croatas y los Eslovenos (posteriormente Yugoslavia)
y Hungría. Otros como Rumania ampliaron sus fronteras. A pesar de
todo, los problemas nacionalistas continuaron en esta zona europea. Muchos
de los nuevos Estados absorbieron minorías que pedían la
independencia o cambios en las fronteras. Las reclamaciones contrapuestas
del nacionalismo alemán y polaco se convirtieron en la causa directa
del comienzo de la II Guerra Mundial. La radicalización de las pasiones
nacionalistas durante y después de la I Guerra Mundial llevó
a la aparición del fascismo y del nacionalsocialismo. El fascismo
en Italia y el nacionalsocialismo en Alemania adoptaron el sistema totalitario
que había sido introducido con anterioridad en la Unión Soviética
por el comunismo. El autoritarismo era un medio de destruir la oposición
y de integrar todos los recursos del Estado en la realización de
un programa de engrandecimiento nacional. Dado que una política
semejante chocaba con los intereses e incluso la supervivencia de otras
naciones, la guerra generalizada en Europa se hizo inevitable. La Unión
Soviética, aunque había sido proclamada a través de
un movimiento con ideales internacionalistas, recurrió a una política
de engrandecimiento nacional en la década de 1940. El himno del
comunismo internacional, La Internacional, fue sustituido por un nuevo
himno nacional soviético y la URSS intentó conseguir que
los partidos comunistas de todos los países sirvieran los intereses
del Estado soviético.
Otra de las consecuencias decisivas de la I Guerra
Mundial fue la aparición del nacionalismo en Asia y África,
sometidos al imperialismo europeo y del industrialismo. El nacionalismo
asiático fue reforzado por el ejemplo de Japón, el primer
país del Lejano Oriente que adoptó por propia iniciativa
la forma de una nación moderna y que ganó, en 1905, una guerra
contra una potencia europea: la Guerra Ruso-japonesa. Después de
la I Guerra Mundial, los turcos, bajo el mando de Mustafá Kemal
Atatürk, derrotaron (1922-1923) a los aliados occidentales y modernizaron
su Estado siguiendo el modelo europeo. Durante el mismo periodo, el dirigente
del Congreso Nacional Indio, Mohandas Gandhi, fomentó activamente
las aspiraciones de las masas indias por la independencia nacional. En
China, el dirigente del Guomindang o Kuomintang (Partido Popular
Nacionalista), Sun Yat-sen, inició una exitosa revolución
nacional. Puesto que todos estos movimientos se definían como enemigos
acérrimos del imperialismo, fueron apoyados por el comunismo soviético,
que consideraba el imperialismo "fase superior del capitalismo", según
Lenin.
Desde la II Guerra Mundial en
adelante.
La penetración del nacionalismo en las colonias
se aceleró con la II Guerra Mundial. Los imperios británico,
francés y holandés en Asia Oriental fueron derrotados por
los japoneses que proclamaron el lema nacionalista "Asia para los asiáticos",
consiguiendo el apoyo de numerosos grupos nacionales durante la ocupación
de sus territorios. Las potencias coloniales fueron aún más
debilitadas por las consecuencias militares y económicas de la guerra
y de la expansión del poder soviético. En su propaganda,
la Unión Soviética subrayaba en primer término el
derecho de las colonias a la autodeterminación y la independencia.
Gran Bretaña otorgó la independencia a la India, a Pakistán,
a Ceilán (hoy Sri Lanka), a Birmania, a Malaya (en la actualidad
integrada en Malaysia) y a la Costa de Oro (Ghana en el presente). Del
mismo modo, Estados Unidos otorgó la independencia a las Filipinas.
Los Países Bajos cedieron por su parte el control de las Indias
Holandesas, que se convirtieron en la República de Indonesia. Después
de una guerra muy sangrienta, Francia perdió su imperio colonial
en Indochina. Hacia 1957, el nacionalismo se había extendido por
toda Asia y casi todos los imperios coloniales asiáticos habían
desaparecido.
Durante la posguerra, los movimientos nacionalistas se desarrollaron
y consiguieron muchos éxitos, sobre todo en África y Oriente
Medio. Hacia 1958, entre los nuevos Estados nacionales que habían
aparecido en esas regiones se encontraban Israel, Marruecos, Túnez,
Libia, Sudán, Ghana, la República Árabe Unida (Egipto
y Siria) e Irak. De 1960 a 1970 los argelinos, los libios y muchas antiguas
colonias británicas, francesas o belgas del África negra
se independizaron. Al comenzar la década de 1990, el nacionalismo
sigue siendo una fuerza muy poderosa en los asuntos mundiales. Las aspiraciones
nacionalistas opuestas de judíos, árabes y palestinos siguen
generando inestabilidad política en Oriente Próximo. En Europa
del Este, donde las pasiones nacionalistas habían permanecido sometidas
por la presión de los sistemas comunistas desde la II Guerra Mundial,
el declive de la autoridad comunista ha provocado la aparición de
grupos que han contribuido a la violenta disolución de la Unión
Soviética y de la antigua Yugoslavia, y han puesto en peligro la
integridad de otros países, aunque también se han producido
disoluciones pacíficas de Estados, caso de la antigua Checoslovaquia
(escindida desde el 1 de enero de 1993 entre Eslovaquia y la República
Checa) o antiguas repúblicas socialistas integradas en la extinta
Unión Soviética, como Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia,
Ucrania o Moldavia.
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