La otra habitación

por Alejandro Moledo

Detrás de un buen humorista hay siempre una mente lúcida y culta que entre chiste y chiste esconde verdades para quien quiera adentrarse a aprehenderlas. Tal es el caso de uno de los mejores cómicos que ha conocido el mundo, Groucho Marx quien en uno de sus irónicos comentarios afirmó que “la televisión es tan educativa… que cada vez que alguien pone en marcha el televisor salgo de la habitación y me instalo en otra para leer un libro”. Lo negativo de la sentencia es que, lamentablemente, cada vez menos personas renuncian al espectáculo fugaz y simple que se nos lanza desde la catódica por una lectura plácida y serena de una buena obra literaria.
Aquel dicho popular de “dime qué lees y te diré quién eres” es muy cierto. Cada cual tiene sus preferencias, a unos les gusta deleitarse con la poesía, a otros les gusta fantasear con las novelas de ciencia ficción, a otros les emocionan los clásicos y a muchos les entretienen las etiquetas del gel de baño. El principal problema no es el tipo de lectura, sino la indiferencia hacia ésta. Nuestros horarios y estreses de país desarrollado nos instan a que al llegar a casa procuremos evadirnos lo antes posible. La grandísima pena es que mucha gente desconoce que se puede volar muy lejos de los problemas diarios con un libro entre las manos. Y seamos realistas, al Mercado (nuestro dios moderno) le interesa evitar que esta realidad se extienda, puesto que, a muy pesar Suyo, no se incluye publicidad entre página y página… por ahora.
El leer no solo es un feliz pasatiempo, es además toda una adquisición que puede cambiar el proceder de una persona y, por ende, su vida. Con una obra literaria se puede reír y llorar, enriquecerse de léxico y de cultura, así como de ideas y opiniones. Se consigue, en definitiva, una personalidad lectora, más o menos abierta a otros ámbitos literarios, que deriva, si el caso lo requiere, en un estilo propio al expresarse por escrito. Contaba Fernando Savater en su libro Despierta y lee que de joven estaba obsesionado por la “voluntad de estilo”, para la cual hace falta escribir y reescribir mucho, pero leer y releer aún más, ya que, tal y como afirmaba el literato francés Jules Renard: “cuanto más se lee, menos se imita”. Y es así, y sólo así, como uno se puede acercar a un estilo único y personal. Por más que Quim Monzó afirme, en La maleta turca, que “escriure és fàcil”, desdeñando a la escuela pública por no enseñar a redactar correctamente a los niños, parece obvio que primero habrá que inculcarles la buena lectura y luego todo lo demás vendrá rodado.
Para fomentar la lectura son innecesarios los programas de literatura en los que ínclitos críticos nos vendan con palabras esdrújulas los magníficos best sellers que, casualmente, ha publicado el grupo editorial que está detrás de ese medio de comunicación desde el que disertan. Fíense más del boca a boca de sus allegados, busquen nuevos títulos acordes a sus gustos y sobre todo recomienden las obras que más les hayan emocionado, lo cual es sin lugar a dudas un acto fehaciente de amistad verdadera. Así, a través de la lectura se lleva a cabo una gran evasión hacia la otra habitación, la que no tiene televisor, la que tanto frecuentaba Groucho y en la que tan a gusto se está.


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