Entrevista con Vannevar Bush

por Alejandro Moledo


Nació el 11 de marzo de 1890 en Everett, Massachusetts y estudió en el Tufts College de la Universidad de Harvard y en el Instituto de Massachussetts de Tecnología (MIT), donde más tarde desempeñó diversos cargos docentes y administrativos. De niño, Bush estaba a menudo enfermo por lo que permanecía largos periodos de tiempo postrado en cama. En la escuela demostró una gran aptitud para las matemáticas. Desde pequeño ya era un alumno aventajado y en 1913 construyó una máquina que servía para calcular distancias entre terrenos desiguales a la que llamó Profile Tracer.
En 1919, se une al Departamento de Ingeniería Electrica del MIT, donde ejerció la docencia durante 12 años. Trabajó en tareas como la fabricación de dispositivos ópticos y de composición fotográfica, de sistemas de almacenamiento y recuperación de microfilms.
En 1922 funda la compañía American Appliance Company con su compañero Tufts Laurence, K. Marshall y el científico Charles G. Smith en Cambridge (Massachussetts), que posteriormente se vería convertida en Raytheon. Ésta era una compañía, principal contratista en materia de Defensa del Gobierno de los EE. UU., que se ocupaban de las tareas de seguridad ciudadana causada por los posibles agentes externos. Entre los productos que se fabricaban estuvieron: visores infrarrojos, ciberseguridad, detectores de agentes químicos, o traductores árabe-inglés.
En la década de 1930 construyó la primera computadora analógica a la que llamó analizador diferencial. Se diferenciaba de las digitales en que representan los números mediante tensiones eléctricas de voltaje variable, y servía para realizar automáticamente algunas de las operaciones elementales. Este invento tuvo repercusión en muchas áreas, especialmente en la ingeniería y en la química.
En 1939 es nombrado presidente del Carnegie Institute de Washington, y Director del National Advisory Committee for Aeronautics; en 1941 fue nombrado, por el presidente de EE. UU., director de la Office of Scientific Research and Development, siendo jefe de una comunidad de científicos encargados de la creación de la bomba atómica en los albores de la Segunda Guerra Mundial.
Hace unos días Bush ha publicado un artículo llamado ”Como podríamos pensar”, en la revista Atlantic Monthly, donde describió, principalmente, la llegada de dos dispositivos reveladores para el futuro de la ciencia.

A.M.:

¿Cómo ha influido la guerra en la ciencia?

V.B.:

La presente no ha sido una guerra única y exclusiva de científicos. Ha sido una guerra en la que todos hemos desempeñado nuestro papel. Los científicos, dejando a un lado su sempiterna competencia en aras de una causa común, han compartido entre ellos muchas cosas y han aprendido muchas otras, de modo que el trabajo compartido ha resultado especialmente estimulante para todos. En definitiva, todos los científicos han conformado un gran equipo pero, ahora que la paz se aproxima, me pregunto si serán capaces de hallar nuevos objetivos que se encuentren a la altura de su valía.

A.M.:

¿Y la ciencia en el hombre?

V.B.:

La ciencia ha proporcionado al ser humano formas veloces de comunicación entre personas individuales, le ha permitido el almacenamiento de las ideas y le ha otorgado la posibilidad de manipular este archivo y extraer de él ideas, de modo que el conocimiento evolucione y perdure a lo largo de toda la existencia del género humano, y no sólo de la vida de sus componentes individuales. El problema es que el investigador se encuentra abrumado por los descubrimientos y conclusiones de miles de compañeros, hasta el punto de no disponer de tiempo para aprehender, y mucho menos de recordar, sus diferentes conclusiones a medida que van viendo la luz. Sin embargo, podemos afirmar también que la especialización resulta cada vez más necesaria para el progreso y, como consecuencia, el esfuerzo de construir puentes entre las distintas disciplinas resulta cada vez más superficial.

A.M.:

Parece poco alentador.

V.B.:

No crea. Existen signos de un cambio en esta situación, un cambio posibilitado por los potentes instrumentos que estamos comenzando a utilizar. Células fotoeléctricas capaces de ver los objetos en un sentido físico, fotografía avanzada que puede registrar lo que se ve e incluso lo que no se ve, válvulas capaces de controlar potentes fuerzas por medio del uso de una fuerza menor que la que un mosquito necesita para mover sus alas, tubos de rayos catódicos que vuelven visibles sucesos tan breves que, en comparación con los cuales un microsegundo es un largo lapso de tiempo, combinaciones de relés que pueden llevar a cabo secuencias de movimientos con mayor fiabilidad y miles de veces más rápido que cualquier ser humano... Disponemos de infinidad de ayudas de tipo mecánico por medio de las cuales podemos llevar a cabo una transformación en los medios de científicos de archivo. Hace dos siglos, Leibnitz concibió una máquina calculadora que contenía gran parte de las características de los recientes dispositivos basados en teclados. Sin embargo, Leibnitz no pudo materializar su idea, pues la coyuntura económica de su época se lo impedía. Y no fue el único, ya que Charles Babbage, contando incluso con una generosa ayuda económica para su época, tampoco pudo llegar a construir su gran máquina aritmética. Su concepción era lo suficientemente sólida, pero los costes de construcción y mantenimiento de un aparato como aquel resultaban enormes por entonces. Actualmente, el mundo ha entrado en una era de dispositivos complejos pero altamente fiables y económicos al mismo tiempo.

A.M.:

Entonces, ¿por qué nos comentaba antes aquello de que el investigador “se siente abrumado”? Me está abrumando a mí…

V.B.:

[Ríe] Porque para que un archivo resulte útil a la ciencia, ha de estar en continua ampliación, almacenado en algún lugar y, lo que es aún más importante, ha de poder ser consultado. En la actualidad, confeccionamos todo tipo de archivos por medio de la escritura y la fotografía y, en menor grado, por medio de la impresión. Pero también nos ayudamos de las películas cinematográficas, de los discos fonográficos y de los cables magnéticos. Incluso, en el caso de no aparecer nuevos medios para confeccionar archivos, los existentes se encuentran sumidos en un proceso de modificación y expansión. Por ejemplo, la confección de registros se utiliza en la actualidad para la transmisión de facsímiles. El puntero dibuja sobre la superficie del papel una serie de líneas con pequeños espacios entre una y otra. A medida que se mueve, el potencial eléctrico del puntero va variando en concordancia con las variaciones de la corriente que, a través de los cables telefónicos, va recibiendo del emisor que, a su vez, ha ido convirtiendo en impulsos eléctricos las lecturas de una célula fotoeléctrica dedicada a explorar el documento original. En cada instante del proceso, la oscuridad de la línea dibujada en el papel del aparato receptor es idéntica a la del punto de la imagen que la célula fotoeléctrica está leyendo en el documento del emisor. Por tanto, cuando el documento original se haya explorado en toda su extensión, se habrá creado en un lugar remoto una copia idéntica a él. ¡Es maravilloso! Sólo alguien muy osado podría predecir que este proceso continuará siendo torpe, lento y pobre en detalles en el futuro. Y si a estos avances les sumamos los del microfilm ¡sería fabuloso!

A.M.:

¿Qué pasaría?

V.B.:

Piense en la posibilidad de alcanzar un factor lineal de uno a cien en el futuro e imaginemos también una película fotográfica del espesor del papel, aunque también se podría usar otra más fina. Incluso bajo tales condiciones, se daría un factor de reducción de diez mil a uno entre el volumen del archivo ordinario en forma de libro y su réplica en microfilm. Toda la Enciclopedia Británica cabría, pues, en el interior de una caja de cerillas, y una biblioteca de un millón de volúmenes podría caber en una esquina de nuestra mesa de escritorio. Si, desde la invención de los tipos de imprenta móviles, la raza humana ha producido un archivo total, en forma de revistas, periódicos, libros, octavillas, folletos publicitarios y correspondencia equivalente a mil millones de libros, todo esa ingente cantidad de material, microfilmado, podría acarrearse en una furgoneta. La compresión resulta de gran importancia cuando abordamos la cuestión de los costes. El material para el microfilmado de la Enciclopedia Británica costaría unos cinco centavos de dólar y podría ser enviado por correo por otro centavo.

A.M.:

Pero por mucho que lo comprimamos, el problema de la ingente cantidad de información científica y común, pero no conectada entre sí seguría existiendo.

V.B.:

¡¡Efectivamente!! ¡La mera compresión no resultaría suficiente; no necesitamos únicamente confeccionar y almacenar un archivo, sino también ser capaces de consultarlo! Pero espera un poco y en un rato te lo comento con más detalles que primero me tienes que preguntar otras muchas cosas igual de interesantes.

A.M.:

¿Cómo comprimimos el original? Porque dicho así suena muy bien, pero de ahí a hacerlo…

V.B.:

[Ríe] Es usted un cachondo… Para crear el sistema que poco a poco le estoy introduciendo se necesita una máquina que está en los Laboratorios Bell opuesta o simétrica a la famosa Voder, que se denomina Vocoder, en la que un micrófono captura el sonido. Si se habla a través del micrófono, se puede observar cómo se mueven las correspondientes teclas. El otro elemento sería el taquígrafo, ese en cierto modo desconcertante aparato que podemos encontrar, por lo general, en ciertos acontecimientos públicos durante los cuales una señorita pulsa lánguidamente unas teclas mirando hacia la sala o hacia alguno de los oradores con un aire inquietante. Mientras, del taquígrafo surge una larga tira de material que refleja, en un lenguaje fonético simplificado, todo lo que se supone que el orador ha dicho durante su intervención. Esta larga tira de información ha de ser, posteriormente, reescrita en un lenguaje ordinario, puesto que en su forma original no resulta inteligible a los no iniciados. Si combinamos los dos anteriores elementos, haciendo que sea el Vocoder el que opere el taquígrafo, obtendremos como resultado una máquina capaz de escribir a medida que se habla. ¡Sería estupendo!

A.M.:

Vaya que sí. Ya puedo imaginarlo.

V.B.:

¡Bien dicho! Podemos crearnos ya una imagen mental del investigador del futuro trabajando en su laboratorio. Nada le ata a un punto concreto del espacio y sus manos están libres de modo que, a medida que se mueve por su terreno de trabajo y lleva a cabo sus observaciones, va tomando fotografías y realizando comentarios. La hora queda automáticamente grabada en ambos tipos de registro, para que exista un vínculo entre ellos. Si el científico lleva a cabo un trabajo de campo, puede mantenerse conectado a su grabadora por medio de ondas de radio. Con todo ello, al llegar la tarde y revisar sus notas, la grabadora podría registrar también sus comentarios para añadirlos al archivo del proyecto. Este archivo, junto con todas las fotografías tomadas a lo largo del estudio, podría ser miniaturizado para poder ser examinado posteriormente mediante proyección. Y no sólo eso. La computación aritmética usada por estos científicos conlleva operaciones como la suma, la substracción, la multiplicación y la división, además de ciertos métodos para almacenar temporalmente los resultados, para recuperarlos con el fin de manipularlos y para presentar los resultados finales en forma impresa.

A.M.:

¿Y existen esas máquinas?

V.B.:

Claro. Las máquinas que cumplen tal finalidad son, hoy en día, de dos tipos: máquinas de teclado para contabilidad y similares, en las que se controla manualmente la introducción de datos y automáticamente su funcionamiento, por lo general, teniendo en cuenta el tipo de operación a realizar; y máquinas basadas en tarjetas perforadas en las que las distintas operaciones son encomendadas a una serie de máquinas diferentes entre las cuales se intercambian físicamente las tarjetas. Ambos tipos resultan de gran utilidad pero, si tenemos en cuenta la necesidad de llevar a cabo procesos de computación muy complejos, hemos de afirmar que ambos se encuentran, aún, en forma puramente embrionaria. Los propios físicos construyeron aparatos de válvulas termoiónicas capaces de contar los impulsos eléctricos a una velocidad de 100.000 impulsos por segundo. Las máquinas aritméticas avanzadas del futuro serán de naturaleza eléctrica y funcionarán a una velocidad unas 100 veces superior a las actuales, o quizá aún mayor. Además, serán mucho más versátiles que las máquinas comerciales de hoy en día, de modo que podrán adaptarse para abordar una amplia variedad de operaciones. Hay un largo camino entre el ábaco y la moderna máquina calculadora con teclado, y existirá el mismo trecho entre éstas y las máquinas aritméticas del futuro. Lo único que pasará es que las máquinas nunca podrán aplicar nuestra intuición o nuestra lógica simbólica…

A.M.:

¿Las máquinas no pueden ser lógicas?

V.B.:

Por supuesto que pueden ser lógicas, qué se piensa usted. Yo he dicho lógica simbólica. En la actualidad, resulta posible construir una máquina capaz de manipular premisas según una lógica formal mediante el uso, sencillamente, de circuitos de relés. Efectivamente, con sólo introducir en el dispositivo un conjunto de premisas y accionar una manivela, éste puede extraer una conclusión tras otra. Todas ellas estarán de acuerdo con la ley lógica, y no se darían más errores de los que se podrían dar en una máquina calculadora de teclado convencional. En el futuro podríamos extraer argumentaciones de una máquina con la misma facilidad con la que hoy en día introducimos las ventas en una caja registradora. Sin embargo, una máquina de lógica no tendrá el mismo aspecto que tienen las cajas registradoras en la actualidad, ni siquiera los modelos de líneas más modernas.

A.M.:

Pongamos que vamos al archivo comprimido y común de información ¿cómo seleccionamos lo que necesitamos?

V.B.:

Los dispositivos de selección verán aumentada su velocidad de revisión de datos que, actualmente, es de unos pocos cientos por minuto. Con el uso de microfilms y células fotoeléctricas, esta velocidad llegará alcanzar las mil comprobaciones por segundo, y se podrá obtener una copia impresa de duplicados de los elementos seleccionados. También se podría tomar en consideración esta forma de selección rápida y la proyección a distancia para otros fines. La posibilidad de ser capaces de seleccionar una tarjeta de entre un millón y situarla frente al operador en tan sólo un segundo o dos, con la posibilidad de añadirle anotaciones, resulta muy sugerente. Lo que sí me gustaría dejar claro es que se pueden crear combinaciones entre unos elementos y otros. La mente opera por medio de la asociación. Cuando un elemento se encuentra a su alcance, salta instantáneamente al siguiente que viene sugerido por la asociación de pensamientos según una intrincada red de senderos de información que portan las células del cerebro. La memoria, en definitiva, es transitoria, y, sin embargo, la velocidad de la acción, lo intrincado de los senderos y el nivel de detalle de las imágenes mentales nos maravillan mucho más reverencialmente que cualquier otra cosa de la naturaleza.

A.M.:

¿Quiere decir que podríamos crear una máquina con las características de nuestra memoria?

V.B.:

[Ríe a carcajada limpia] ¡Eso estaría muy bien, muchacho! Pero, siento decirte que el ser humano no puede albergar la esperanza de replicar este proceso mental de manera artificial, pero sí debe ser capaz de aprender de él e, incluso, mejorarlo en algunos detalles menores, puesto que los archivos confeccionados por el ser humano tienen un carácter relativamente permanente. No obstante, la primera idea que se puede extraer de esta analogía está relacionada con la selección, pues la selección por asociación, y no por indexación, puede ser mecanizada. Ciertamente, no podemos esperar que ésta iguale a la velocidad y la flexibilidad con la que la mente sigue un sendero asociativo, pero sí podría batir ésta, de manera decisiva, en cuanto a la permanencia y claridad de los elementos resucitados de su almacenamiento.

A.M.:

Pónganos un ejemplo.

V.B.:

Tomemos en consideración un aparato futuro de uso individual que es una especie de archivo privado mecanizado y biblioteca. Como necesita un nombre, y por establecer uno al azar, podríamos denominarlo “memex”. Un memex es un aparato en el que una persona almacena todos sus libros, archivos y comunicaciones, y que está mecanizado de modo que puede consultarse con una gran velocidad y flexibilidad. En realidad, constituye un suplemento ampliado e íntimo de su memoria. El memex consiste en un escritorio que, si bien puede ser manejado a distancia, constituye primariamente el lugar de trabajo de la persona que accede a él. En su plano superior hay varias pantallas translúcidas inclinadas –visores– sobre las cuales se puede proyectar el material para ser consultado. También dispone de un teclado y de un conjunto de botones y palancas. Por lo demás, su aspecto se asemeja al de cualquier otra mesa de despacho. En uno de sus extremos se encuentra almacenado el material de consulta. La cuestión del volumen de éste queda solucionada por el uso de un tipo de microfilm similar al actual pero sobre el que se han introducido ciertas mejoras, por lo que únicamente una pequeña parte del memex se utiliza como almacén de material, el resto se dedica al mecanismo. Incluso si el usuario fuese capaz de introducir en él 5.000 hojas de material al día, necesitaría cientos de años para rellenar por completo la zona destinada al almacenaje. Así que el usuario dispone de total libertad para derrochar espacio e introducir en el memex todo el material que desee.

A.M.:

¿Y cómo adquiere su memex el contenido?

V.B.:

La mayor parte de los contenidos del memex se adquieren en forma de microfilm listo para ser almacenado en su interior. Libros de todo tipo, imágenes, publicaciones periódicas y diarios se pueden ir introduciendo cuando se desee. Del mismo modo, se puede introducir en él correspondencia comercial u otra información de manera directa. Efectivamente, en el plano superior del aparato hay una superficie transparente sobre la que se pueden colocar notas confeccionadas a mano, fotografías, memorándums y todo tipo de material informativo. Cuando cada una de ellas se encuentra situada en el lugar apropiado, la manipulación de una de las palancas hace que sea fotografiada en la sección vacía de microfilm más próxima, por medio de la técnica de la fotografía seca.

A.M.:

¿Y a la hora de consultar los archivos?

V.B.:

Se puede, por supuesto, consultar mediante el esquema habitual de indizado. Así, si el usuario desea consultar un libro en concreto, compone su código con el teclado y la cubierta del libro aparece inmediatamente ante su vista, proyectada en uno de sus visores. Los códigos utilizados con más frecuencia son de carácter mnemónico, de modo que el usuario apenas ha de consultar su libro de códigos pero, cuando así lo desea, la simple pulsación de una tecla lo trae ante su vista. Además de la que acabamos de ver, el memex dispone de palancas suplementarias. Cuando el usuario acciona una de ellas hacia la derecha, puede recorrer con la vista el libro que está utilizando, de una en una, de diez en diez o de cien en cien según cuánto tire hacia la derecha. Lo mismo pero al revés cuando se tire la palanca para la izaquierda. Un botón especial le transfiere hasta la primera página del índice. Cualquier libro de su biblioteca puede ser, por consiguiente, llamado y consultado con una facilidad muchísimo mayor que si se hubiese de coger de una estantería. Además, puesto que el aparato dispone de varios visores, el usuario puede dejar fijo un libro en uno de los visores mientras consulta otros en los demás. También puede añadir comentarios o notas al margen, como si tuviera la página física ante sí, utilizando las propiedades de uno de los posibles tipos de fotografía en seco, e incluso puede hacerlo por medio de un sistema de estiletes de manera similar al teleautógrafo que se puede ver en las salas de espera de las estaciones de ferrocarril.

A.M.:

Es usted un visionario.

V.B.:

[Sonríe] Todo lo que acabo de describir es bastante convencional, teniendo en cuenta que se trata de una proyección en el futuro de los mecanismos y artilugios varios de que disponemos hoy en día. No obstante, representa un paso inmediato hacia la indización o archivado de tipo asociativo, cuya idea básica consiste en posibilitar que cada uno de los elementos pueda seleccionar o llamar, según nuestra voluntad, a otro elemento de una manera inmediata y automática. Esta constituye la característica esencial del memex; el proceso de enlazar dos elementos distintos entre sí es lo que le otorga su verdadera importancia. Cuando el usuario está construyendo una pista o sendero de información, inserta los nombres correspondientes en su libro de códigos y los llama mediante el teclado, tras lo cual aparecen delante de su vista, proyectados en dos visores adyacentes, los dos elementos que desea enlazar. Debajo de cada uno de ellos existe un cierto número de espacios vacíos, y un puntero indica uno de ellos en cada uno de los elementos. El usuario, con pulsar tan solo una tecla hace que los dos elementos queden enlazados de manera permanente. En cada uno de los espacios del código aparece la palabra del código. Fuera de la vista del usuario, pero también en el espacio del código, se inserta un conjunto de puntos que pueden ser leídos por una célula fotoeléctrica y, en cada uno de los elementos, tales puntos indican el número de índice del otro. De ahí en adelante, cada vez que el usuario tenga ante su vista uno de los elementos, puede llamar al otro instantáneamente, con sólo pulsar un botón situado bajo el correspondiente espacio del código. Así, cuando numerosos elementos han sido enlazados entre sí para conformar un sendero de información, pueden consultarse unos tras otros, rápida o lentamente según lo desee, utilizando unas palancas similares a las que se usan para pasar las páginas de un libro. Ello es exactamente igual que si los distintos elementos físicos hubiesen sido reunidos, partiendo de fuentes muy separadas entre sí, y encuadernados para conformar un nuevo libro. Y todavía es algo más que eso, pues cada uno de los elementos puede pertenecer, a su vez, a más de un sendero de información.

A.M.:

Ya que parece usted adivino, ¿cómo será el futuro con respecto a la recopilación, almacenaje, selección y redacción de información?

V.B.:

[Ríe hasta soltar alguna lágrima] ¡Ay, es usted la monda lironda! ¡Adivino dice! En el futuro aparecerán formas totalmente nuevas de enciclopedias, que contendrán en su seno numerosos senderos de información preestablecidos, y que podrán ser introducidas en el memex para ser ampliadas por el usuario. Así, por ejemplo, el abogado tendrá a su alcance las opiniones y sentencias de toda su carrera, así como las de la carrera de amigos y autoridades en la materia. De hecho, aparecerá una nueva profesión, la de los trazadores de senderos, es decir, aquellas personas que encuentran placer en la tarea de establecer senderos de información útiles que transcurran a través de la inmensa masa del archivo común de la Humanidad. Para los discípulos de cualquier maestro, la herencia de éste pasará a ser no sólo sus contribuciones al archivo mundial, sino también los senderos de información que fue estableciendo a lo largo de su vida, y que constituirán el andamiaje fundamental de los conocimientos de los discípulos. De este modo, la ciencia puede poner en práctica las formas en las que el ser humano produce, almacena y consulta el archivo de todo nuestra género.

A.M.:

¿Y ahora cómo creamos el memex?

V.B.:

Si bien es cierto que hemos pasado por alto, deliberadamente, las dificultades técnicas de todo tipo que nuestra descripción contiene, no lo es menos que hemos ignorado los medios, aún desconocidos, que podrían acelerar el progreso técnico de una manera al menos tan violenta como lo hizo la aparición de la válvula termoiónica. Con la intención tanto de que la imagen que he descrito no resulte un lugar común como de ceñirme a los patrones de la época actual, resultaría útil mencionar tan sólo una de las posibilidades que se nos presentan. Con ello no intento profetizar sino únicamente insinuar, pues una profecía basada en una ampliación de lo conocido posee sustancia, mientras que una basada en lo desconocido no constituye más que una apuesta de carácter doble.

A.M.:

Ahora sin centrarnos en la comunidad científica, ¿qué avances reales tendría el Cemex para la Humanidad en general?

V.B.:

Presumiblemente, el espíritu humano se elevaría enormemente si fuésemos capaces de consultar nuestro oscuro pasado y de analizar con más completitud y objetividad los problemas presentes. El ser humano ha erigido una civilización tan compleja que le resulta absolutamente necesario mecanizar por completo sus archivos si desea llevar toda su experiencia a su conclusión lógica en lugar quedarse bloqueado por sobrecargar su limitada memoria. Sus excursiones conceptuales podrían resultar más placenteras si pudiese recuperar el privilegio de olvidar las múltiples cosas que no necesita tener a mano inmediatamente, aunque sin renunciar a la seguridad de poder encontrarlas en el momento en que le pudiesen resultar útiles. Las aplicaciones de la ciencia han permitido al ser humano construir hogares bien equipados, y le están enseñando a vivir saludablemente en ellos. También han puesto a su alcance la posibilidad de empujar masas de personas unas contra otras portando crueles armas de destrucción. Por ello, también le puede conceder la capacidad de abarcar el vasto archivo que se ha ido creando durante toda su historia y aumentar su sabiduría mediante el contacto con todas las experiencias de la raza humana. Es posible que perezca en un conflicto antes de aprender a utilizar tan vasto archivo para su propio bien, pero interrumpir repentinamente este proceso, o perder la esperanza en sus resultados, constituiría un paso especialmente desafortunado en la aplicación de la ciencia a los deseos y necesidades del ser humano.


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