Pero quizás no me marche.
Y quizás amanezca de nuevo, y ese periódico, y esa palabra ¡mañana! ya no tengan porque desaparecer. Y quizás vuelva a coger el periódico. Y vuelva a leer ese titular. Y vuelva a caer al suelo. Y pase un minutos o dos, y aquella cama, esa cama seguirá ahí. Y se produzca algún milagro. Y a lo mejor su voz suene de nuevo en mi teléfono. Y se me cure el alma. Ahora si me marcho, lejos. Hacia lo conocido. No es un adiós, lector mío. Es un hasta siempre. Gracias lector, confesor, amigo y confidente, al que he descubierto hasta la montaña más grande y desgarradora, hasta la última esperanza perdida…
¡Me marcho!