Se sentó en una plazoleta, y se
acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y
entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa;
volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la
maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían
bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores
aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas
estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría
calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la
caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una.
¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y
caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz
tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de
hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón
reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba
tan bien!No podía dejar de mirar con admiración aquellos colores tan
vivos que la embelesaban con su apreciado calor, era como si las
llamas la acurrucaran entre sus brazos para protegerla del duro frío
del invierno.
Sin embargo, todo lo bueno es efímero, y la llama se apagó pasados
unos segundos, dejando a la niña en penumbra y sola ante el temporal
el día de Nochebuena ¡Qué bonitas eran las Navidades cuando vivía su
madre! A pesar de su absoluta pobreza, ella siempre alegraba las
fiestas, sabía cómo hacerla reír,con ella podía olvidarse de todos sus
problemas y sentirse feliz. Ella le había enseñado a creer en la
magia, en los sueños, y, por descontado la niña sabía que las
Navidades es el periodo escogido por la las criaturas del país de
Fantasía para conceder deseos a los niños más desfavorecidos. Si los
sueños podían convertirse en realidad, era por supuesto, en Navidad.
Su madre le decía que nunca dejara de creer en la magia, que pusiese
atención cuando caminara por el bosque, cuando fuera a vender
fósforos, porque el día menos pensado podría ver con sus propios ojos
a una de las criaturas fantásticas de las que su madre hablaba: las
hadas, los gnomos, los personajes de los cuentos, todos ellos
habitaban en un lugar no muy remoto para observar alos humanos; se
dedicaban a repartir esperanza entre los niños, pues ellos constituían
el futuro de la magia.
Sin embargo, a la pequeña vendedora de fósforos la magía no le había
ayudado en nada; al contrario, el frío, el hambre y la falta de
cariño, le había provocado un oscuro vacío en su interior que le
impedía seguir creyendo; la inocencia, la ilusión, se habían marchado
a otro lugar lejos de ella, abándonándola en la intemperie sin más fé
que en sus cajitas de cerillas. ¿Se habrán olvidado de mí? Cavilaba en
silencio la niña.
De repente, atisbó a lo lejos una luz muy blanca y cegadora,
brillante, deslumbrante...Su corazón dio un vuelco, no pudo evitar
sentir miedo, ¿Qué era eso que irrumpía de aquella manera en el pueblo
en la víspera de Navidad? ¿Acaso sus plegarias habían sido escuchadas?
La Magia, sólo podía ser eso, la magía la había encontrado. De pronto,
la niña se sintió más fuerte que nunca, ya no tenía frío, sólo pensaba
en los deseos que tanto había estado ansiando que le concedieran...
Había pasado tanto tiempo, que incluso pensó que había perdido la fé
en las hadas. Y allí estaban, como luciérnagas ansiosas viéndola
sonreír... Casi sin esfuerzo, la niña corrió hacia la luz con los
brazos abiertos, ya no notaba el peso de su cuerpo entumecido por el
frío, sus pies ya no notaban dolor al pisar la acera... notaba que su
cuerpo volaba, muy muy lejos de allí, adiós pueblo, adiós tristeza...
el planeta de las hadas la estaba esperando... Y allí entre sueños e
ilusiones cumplidas, reconoció una cara que le era familiar...Se
trataba de una mujer joven, de ojos cálidos y manos dulces... Se
trataba de la madre de al niña...Y entonces, la pequeña vendedora de
fósforos lo entendió todo...Ya nunca más estaría
sola.