Enigmático palacete visible desde todos los puntos del pueblo, y muy especialmente desde el Castillo, y que, poco a poco, aún sin contar con la antigüedad de éste o de la Torre, se ha ido convirtiendo en otro símbolo de Constantina, hartamente fotografiada, pintada, reproducida en azulejos... y popularmente conocida como “El Castillo Blanco”.
Esta finca, hasta hace nada propiedad de la Caja San Fernando de Sevilla, ha sido donada en arte al ayuntamiento de Constantina. En concreto, nos referimos a la parte donde están las construcciones de la Piscina Pública, las antiguas y ruinosas, pero todavía en pie, viviendas sociales de la Carlina. El resto, lo más hermoso y enigmático, es decir, la parte de la finca donde perduran las construcciones de las viviendas del guarda, las casas de los americanos, la torre roja ( que era otra vivienda que albergó a un militar de color y su familia), y el palacete con su torre ha sido vendida a la Congregación de las Hermanas Jerónimas del Convento de Ntra. Sra. De los Ángeles de Constantina.
De La Carlina, primero te sobrecoge la explanada de entrada hecha a modo de anfiteatro romano, con sus gradas adornadas con grandes tinajas de barro. El blanco palacete dispone de un gran patio lateral donde estaban las cocheras, al que se accedía desde la casa por las cocinas.
La belleza de los jardines que rodean la casa era pasmosa. Se cuentan hasta catorce fuentes de diferentes formas, cada una de ellas adornadas con preciosos azulejos de arabescos y sevillanos, pintados a mano, y los surtidores de las fuentes eran todos de cerámica en unos colores realmente bonitos. Los arriates que en su día albergaran ricas plantas, hechos con lozas de barro y acabados en plintos de azulejos de colores, así como los bancos, igual que todo el soleado jardín.
En la explanada principal de este inusual vergel, se encuentran dos albercas o piscinas de caprichosas formas y aderezadas con azulejos de diferentes motivos y colores. Las entradas delantera y postrera del jardín se jalonan con dos grandes pórticos entre neoclásicos y mudéjares coronados por ánforas picudas de cerámicas y figuras esculpidas. En el de la entrada, además, existe un mosaico al más puro estilo romano –con el mapa de la añorada Bélgica- que en la cara opuesta alberga la siguiente inscripción:
“Je goustaray le bien que je vería present. Je prendrey les douceurs à quoy je suis sensible. Le plus abondamment qu’il me sera posible” (“Disfrutaré del bien que vea presente. Tomaré los placeres a los cuales soy sensible. Lo más abundantemente que me sea posible”).
En el pórtico del fondo del jardín, otra inscripción, ésta del poeta García Lorca, a ambos lados de una hornacina que albergaba, en tiempos, una escultura de piedra: “AIRE DE ROMA ANDALUZA LE DORABA LA CABEZA”.
Las casas de los americanos, aunque recubiertas de grandes zarzales, subsistían casi indemnes, con sus amplios ventanales, construidas en alto sobre la pequeña ladera, con sus magníficos porteríos de madera y sus solados de bellos azulejos y su sorprendente, práctica y moderna distribución. Sus paredes ya están llenas de pintadas y corazones rayados de los que quisieron “inmortalizar” su presencia en estos lares. Muchos cristales, grifos, puertas y demás ya aparecen semidestruidos.
La desolación total llega esta primavera cuando las Monjas Jerónimas ya habían realizado un arduo trabajo de limpieza de maleza y cortado los gigantescos eucaliptos que se habían apoderado de la típica postal de Constantina, y de nuevo podía verse desde todos los puntos de la parte alta del pueblo, incluso divisarse desde la carretera de El Pedroso. Comprobar el estado de expolio absoluto al que habían sometido el bellísimo vergel, de donde habían sido arrancados: los azulejos, parte de los solados, los surtidores de las fuentes, las figuras esculpidas que habitaban por todos los rincones, las columnas, las ánforas de cerámicas que culminaban los cierres del jardín, las celosías de obra que los adornaban y un larguísimo etcétera de destrucción y vandalismo sin fin.
Ahora toda la casa y la torre están abiertas de par en par porque ya no le quedan puertas, ni las rejas de las ventanas. Al entrar se comprueba con mayor tristeza la hermosura que habían guardado, también, aquellas paredes: una amplísima cocina, dormitorios y baños para el personal de servicio, la biblioteca, con su techumbre hundida en al que aún puede reconocerse parte del artesonado de ricas maderas que había adornado la parte central y los laterales de la estancia, el enorme comedor con rico suelo de mármol rojizo, con tres testeros de paredes revestidas de un impresionante retablo de noble madera, medio arrancado, y sin embargo, aún indemne a la polilla. Este retablo se interrumpía para dejar espacio a óleos de renombre, sin duda, pues en uno de esos huecos seguía escrito: “Zurbarán” y una fecha. Todas las estancias de la casa y de la torre sorprenden por sus ventanas. Sus preciosos solados, sus plintos, los estucados de las paredes en lindos colores, los cuartos de baño... todo destruido. Arrancadas las piezas de los baños, las puertas de las habitaciones, de los armarios empotrados, los mosaicos de azulejos, los plintos de madera de las escaleras, grifos, cables...
Cada estancia de la Torre se compone de una estancia completa con dormitorio, sala de estar y baño. Todas diferentes, bellísimas, con unas vistas maravillosas a un enclave natural paradisíaco.
¿Cómo es posible que se haya dejado destruir un patrimonio tan singular? Es imposible que las Monjas Jerónimas puedan acometer una restauración de La Carlina, sólo podrán remodelarla, ya no se podrá recuperar lo que había.
Léon Degrelle: Dueño y señor de La Carlina
Hay mucha gente en Constantina que conoció al artífice de La Carlina y a sus hijas, incluso a su hijo trágicamente fallecido. Éste no es otro que LÉON DEGRELLE, más conocido para Constantina como “Don Juan el de La Carlina”. Pero, sin duda, gran parte de la gente ignora la verdadera importancia y lo extraordinario de la vida de este personaje histórico. Lo que siempre se dijo de él es que se trataba de un jefe nazi, belga, que se refugió en Constantina tras la II Guerra Mundial, huyendo de una condena de muerte y que fue amparado por el régimen franquista.
Muchas leyendas giran en torno a sus idas y venidas a esconderse cuando venían a buscarlo la INTERPOL, incluso se habla de una avioneta escondida en la que se marchaba. También que trajo consigo grandes tesoros en obras de arte y mucho dinero de os saqueos de los nazis por Europa durante la Gran Guerra, y poco más. Mucho de leyenda y poco de verdad. Aunque si bien todos los que lo conocieron y lo trataron le respetaban y le apreciaban sinceramente.
Léon Degrelle fue sin duda artífice y protagonista de parte de la historia. Sobre todo pensando que el destino hizo que fuera a parar precisamente allí, a Constantina.
¿Por qué no intentar, aunque haya que romper para eso algún tabú, conocer algo más del personaje que construyó un magnífico y hermoso palacete, un grupo de viviendas para los americanos que montaban el EVA-3, en los años cincuenta, que celebró en su casapalacio de Constantina las bodas de sus hijas (un gran acontecimiento social de aquellos tiempos) y que fue el principal protagonista de tantas y tantas vivencias curiosas y especiales que tuvieron lugar en aquellos años? Una persona que dio trabajo a mucha gente del pueblo, en aquella época y que aportó conocimientos y cultura. ¿Por qué no destacar la parte positiva que sin duda encierra y tratar de conservarla en lugar de destruirla como han hecho con La Carlina? ¿Es razonable en el siglo XXI limitarnos a una única visión, hasta tal punto de no querer saber nada de su vida y de su obra? ¿No estamos hartos de presumir de tolerancia y respeto hacia todas las ideologías, razas y condiciones humanas? ¿Por qué entonces provoca un rechazo tan agresivo el estudio y la consideración de un personaje al que nadie puede negar su carácter histórico?
“Léon Degrelle firma y Rúbrica” , es un interesante documento sobre toda su vida, en el que Degrelle transcribe literalmente la entrevista que le realizó el periodista francés Jean Michel Charlier, para una serie de documentales televisivos llamados “Dossier Noirs”, y que es recomendable para todos aquellos que quieran conocer su vida, porque, como dijeron en el diario Le Fígaro de París:”más allá de toda polémica, es un documento para la historia”o el diario Le Soir de Bruselas:”Degrelle fue excepcional por su vitalidad, su elocuencia magnética y su valor militar. Un personaje fuera de serie, asombroso manipulador de la opinión pública”. Y el Deutscher Anzeiger de Munich:”Degrelle no se arrepiente de nada, señalan escandalizados algunos periódicos. Pero ¿De qué iba a arrepentirse?”
Consultando el libro “Léon Degrelle y el Rexismo” de Eric Norling, se pueden observar notas biográficas transcritas literalmente:
“Nació en 1906 en Bouillon-sur-Semois, Bélgica, es una de las figuras más destacadas de la historia política de Europa del siglo XX. Con menos de treinta años era ya uno de los políticos más destacados de su Bélgica natal. Su movimiento REX movía masas en una cruzada contra la corrupción política y sentía como la llamada “enfermedad del siglo XX, el fascismo”, como dijera Mussolini, también le atrapaba. De él han tenido que reconocer sus enemigos que era ciertamente uno de los tribunos más destacados de su generación en Europa. Al estallar la II Guerra Mundial y la cruzada contra en comunismo, Degrelle no duda en tomar parte el primero. Condecorado con las más altas distinciones al valor existentes, jamás otorgadas antes a un no alemán. Degrelle sufre durante el conflicto una evolución ideológica que le hace ir de un populismo socialcristiano al Nacionalsocialismo más radical donde el componente europeísta será esencial y donde la lealtad a la figura de Adolfo Hitler jugaba un papel central. Juramento de lealtad del que nunca se retractará y que se convirtió en un punto sin retorno haciendo suya la máxima: MI HONOR SE LLAMA FIDELIDAD, hasta su muerte acaecida en Málaga en 1.994 ”.
Su biografía en la Enciclopedia Espasa, añade que cuando Bélgica fue liberada por los aliados en 1.944, fue condenado a muerte por alta traición pero que pudo exiliarse a Noruega primero y a España después, donde protegido por el régimen de Franco y donde finalmente nacionalizó.
Además, por su libro (“Firma y Rúbrica”) se ha podido saber que se ofreció por medios diplomáticos a ser extraditado a Bélgica, pero exigía un juicio, cosa que le negaron siempre, pues querían ejecutarlo, por ello nunca regresó. Tuvo suerte de que en su época, el gobierno de Franco se negara a extraditar prisioneros de guerra ante los precedentes de otros extraditados que fueron ejecutados bajo juicios sumarísimos.
También contestó en este libro a las preguntas de su entrevistador sobre los numerosos intentos de secuestro que se perpetraron contra él, unos por parte del gobierno belga y otros por asociaciones de judíos, aunque siempre los evitó. También en Constantina: “... Cuando ellos creían que estaban a punto de ganar la partida, cuando ya las líneas telefónicas de ni propiedad de Constantina ya habían sido cortadas por los cómplices comunistas y todos los perros de la vecindad habían sido envenenados para que no hubiera la menor alerta, cuando mis raptores llegaron a la fase final, ¡catapún!, la policía española se les echó encima. (...) Una última tentativa de secuestro fue preparada por barbouzes del general De Gaulle. (...) Los secuestradores del general no tuvieron más suerte que sus precesores belgas o israelíes. Fueron detenidos por la policía española junto a la misma valla de mi propiedad ”.
Buscando más datos sobre su vida en el exilio, se sabe qu etras estrellarse su avioneta en la playa de La Concha de San Sebastián, tras curarse en un hospital militar, se traslada, según sus propias declaraciones a un paraje perdido de Sierra Morena, a veinte kilómetros del pueblo más cercano, y con un viejo teléfono de manivela realizó sus primeras operaciones de negocios. Contribuyó a montar una industria metalúrgica cerca del Guadalquivir. Efectuó excelentes operaciones de importación de algodón de Australia y luego se hizo constructor: “Proporcioné techo incluso a cincuenta familias de una base americana. Pues sí. Y a la aventura no le faltó picante. Todos aquellos militares americanos querían fotografiarse a mi lado con mi guerra y mis condecoraciones del frente del Este. Asistieron en masa a las bodas de mis dos hijas a las que llevé al altar con todas mis cruces gamadas al viento. La prensa internacional publicó, horrorizada, las fotos.”
Naturalmente se refiere a “las casas de los americanos” de La Carlina, y a la celebración de las bodas de sus hijas Ana y Godlieve. Concretamente Ana se casó con un hijo de D. Servando Balaguer, el recordado dentista de Constantina, en el verano de 1.962.
Anne Degrelle de Balaguer contó lo que sufrió su familia tras el exilio de su padre, si bien, pone mucho énfasis en declarar y demostrar que nunca le culparon por ello, ni sus hijos ni su esposa. Su madre, la esposa de Léon Degrelle, fue condenada a diez años de cárcel por el mero hecho de ser su esposa. Anne cuenta que su padre quiso cambiarse por ella, pero todos los amigos le aconsejaron que no lo hiciera pues lo ejecutarían a él y no la liberarían a ella. También los padres de Degrelle fueron perseguidos. Así ellos, los cinco hijos, fueron a vivir con la abuela materna a una finca al sureste de Francia, donde fueron criados y educados sin ningún tipo de relación ni de referencia paterna, por temor a que los niños también sufrieran la persecución. Anne recuerda que de vez en cuando aparecía en la finca un coche con matrícula de España y que inmediatamente los quitaban de en medio. Eran emisarios de su padre para saber de su familia. Cuando el único varón de la casa se hizo mayor, quiso venir a conocer a su padre, con tan mala fortuna que sólo estuvo seis meses, desde el verano de 1.957 hasta febrero de 1.958 por su prematura y desgraciada muerte en accidente de moto.
En la Semana Santa de ese mismo año, la esposa de Degrelle, que sacrificó toda su vida por proteger a su familia, envió a Anne a España para que consolara a su padre. Más concretamente a Constantina, a La Carlina. Ella confiesa que su padre la conquistó y Constantina y La Carlina la subyugaron. Se quedó a vivir con su padre, aunque a veces se marchaba a trabajar dando clases de francés en Madrid. Luego, en el verano siguiente vinieron sus tres hermanas y la madre.
Ella confiesa que el primer sitio donde llegó su padre fue a Majalimar y que luego compró la pequeña finca de La Carlina que, por aquel entonces, era una viña y ya se denominaba así, que sólo poseía un pequeño cortijo que fue lo primero que restauró y que luego pasaría a ser la casa de los guardeses: “una encantadora familia que tenía tres hijos varones, con los que yo me bajaba a comer pan con tocino, con chorizo, con aceite...”
Anne cree que las obras que empezó sobre el año 1.952, porque cuando ella llegó en 1.958 ya estaba terminada, aunque aún fueron llegando cosas: los cañones, que vinieron de Cádiz, las columnas con los bustos de los emperadores romanos...: “Yo no sé, la verdad, de dónde y cómo consiguió las cosas que tenía en La Carlina. Sí sé que fue un apasionado del arte y de la arqueología y trabajaba muchísimo.
Mi padre construyó ese hermoso lugar para nosotros, para sus hijos, con la idea de que allí nos pudiéramos reunir todos.”
Tanto su padre como ella adoraron Constantina desde el principio y la gente del pueblo, y en particular los más humildes, siempre se portaron muy bien con ellos. Recuerda que el día de San Juan era muy emotivo pues su padre recibía muchos regalos de la gente: pollos, gallinas, tocino, queso, vino... y recuerda el barrio de La Morería y las pequeñas tiendas de comestibles donde se podía comprar un duro de pimentón, un duro de cominos... Para ella, aún más especial, porque allí conoció a su marido, Juan Servando Balaguer Parreño.
De por qué y cómo perdieron la finca contó que su padre, nunca se había dedicado a los negocios hasta entonces. Él había pretendido vivir de sus libros y de sus conferencias, pero no fue así. No pudo afrontar los gastos que le sobrevinieron al derrumbarse parte de la construcción de las casas de La Carlina (las que están junto a la piscina pública que años después se entregaron sin agua corriente ni luz, como viviendas sociales) por mala construcción que hizo el contratista, pues se derrumbaron con una tormenta. Ya los americanos se habían marchado y no se habían vuelto a alquilar sus casas, de manera que al no poder pagar le embargaron la propiedad. Léon Degrelle se marchó sobre el año 1.963. Pudo llevarse sus cosas más valiosas y apreciadas pero no todo. Anne recuerda la hermosa mesa que regía el gran comedor, hecha con un tronco entero y cómo primero se había construido la mesa y luego la estancia que la albergaba. Ella junto con su marido y su hija mayor Natalie, fueron los últimos huéspedes de La Carlina en la Semana Santa de 1.964.Ya por entonces había empezado el expolio de las casas de los americanos.
Y esta es, a grandes rasgos, la que podemos calificar, por lo menos, como romántica y extraordinaria historia de La Carlina. Un patrimonio que no se sabe porqué se ha dejado destruir de una manera atroz. Un hermoso lugar que se podría haber conservado para Constantina y para el mundo, como hotel o parador o como museo de cultura y arte. Seguro que si hubiese estado en otro lugar lo habrían mantenido y aprovechado decentemente o tal vez, si su mentor no hubiese sido quien fue. Una pena. Sí, una gran pena da ver aquello totalmente destruido.
Esperemos que las Monjas Jerónimas realicen un buen trabajo de restauración y remodelación de lo que aún queda.