"HISTORIA DEL CALENDARIO"
( GUIÓN )

Ó—: Hola de nuevo, amantes de la ciencia. Bienvenidos a una nueva entrega de "La luz de Atenea", el programa de divulgación científica de UPVradio. Hoy tenemos un programa... muy particular: el profesor Francisco Rubio, el encargado cada semana de iluminarnos en nuestra aventura, me lo ha subrayado con una expresión.... un tanto misteriosa; me ha dicho "hoy 'La luz de Atenea' sale a la búsqueda del tiempo perdido".
Muy literario, Francisco, muy 'a lo Proust'... pero yo todavía estoy encima una higuera... ¡Sácanos de la incertidumbre!: ¿de qué va el programa de hoy?

F—: Pues lo que te he dicho antes: hoy salimos 'a la caza del tiempo', de la misma manera que lo ha hecho la humanidad desde 'el principio de los tiempos' -valga la redundancia-. El tiempo parece que se nos escurre; a otros les parece que el tiempo puede quedar suspendido o ser deformado (recuerdas aquellos 'relojes blandos' que pintó Dalí)... Pero, por encima de todo, el tiempo del hombre occidental puede ser clasificado: medido, controlado... enmarcado en un almanaque.
Ó—: ¿Y de eso trata la aventura de hoy? ¿de las formas de medir el tiempo?

F—: Exacto, Óscar. Y más concretamente, de la 'historia del calendario'. Un recorrido apasionante por las diferentes maneras históricas con que las sociedades occidentales han ingeniado esto de 'medir el tiempo'...

Ó—: O sea: cuáles han sido los distintos tipos de 'calendarios' en la historia, y más aún -supongo-: por qué han sido así, en base a qué estas sociedades han determinado elegir unas pautas, y no otras, para medir los días, los meses.... y los años.

F—: Eso es.

Ó—: Pues nada, amigos: en eso consistía el acertijo de nuestro astuto compañero Francisco. Sí: de hecho nos vamos 'en busca del tiempo perdido', pero también del tiempo ganado. No olvidemos que la historia del calendario es también la aventura humana de 'apresar' el paso inexorable de las lunas; en resumen: el intento de planificar, de prever y de levantar futuribles, de controlar la naturaleza.
Pues ya sabéis, amigos: pertrechaos de relojes de pulsera, de cronómetros, de almanaques, de dietarios, de relojes de arena; pintaos -si queréis- un reloj de sol en la cara -aprovechando el saliente de vuestra nariz-... Que hoy nos toca -ni más ni menos- que medir el tiempo de la humanidad. Comenzamos.
----cambio de banda sonora----
Ó—: Entonces, Francisco, digamos que hoy no importa de qué lado estemos acerca de cuándo empezó realmente el milenio. Hoy nos centraremos en la historia del calendario occidental... que de por sí ya es bastante fascinante, ¿verdad?

F—: Yo creo que sí, ya verás las 'vueltas' que hemos dado para -al final- poder fijar el calendario que actualmente conocemos.
Ó—:¿Y por dónde empezamos? ¿Qué tal por una definición académica?

F—: Vamos allá...Un calendario se puede definir como un modo sistemático de organizar los días en semanas, meses, años y milenios. ¿Eso está claro, no?

Ó—: Yo creo que sí: el calendario es un método 'pautado'. Gracias a los calendarios -no sé- sabemos en qué momento de la historia de occidente Napoleón (por ejemplo) encontró su fatal Waterloo...

F—: ...El 18 de junio de 1815 ddC. Como ves, el calendario es ante todo un instrumento muy útil para estudiar Historia. Pero no lo es menos para organizar nuestra vida cotidiana: ojo con esto -Óscar- porque después veremos que el fundamento original del calendario (como 'método') es organizar el 'día a día'.

Ó—: Sin embargo -y por eso hemos elegido este tema para 'La luz de Atenea', amigos-, lo menos conocido del calendario son sus fundamentos científicos. Una historia, ésta... que se remonta a miles de años en el pasado, Francisco. ¿Por dónde empezamos? ¿Qué te parece si invitamos a nuestros oyentes a que saquen la cabeza por la ventana y miren hacia el cielo? ¿Habrá luna llena o cuarto creciente?

F—: Muy agudo. Pues sí: yo creo que una buena forma de empezar es hablar de aquel tan enraizado 'calendario lunar'.

Ó—: Porque -Francisco- lo que sí es cierto es que aunque hoy a nuestra civilización no le importe demasiado las fases de la Luna, antes no era así...

F—: ¡Antes no era así en absoluto! Pero lo más importante, precisamente, es ese detalle: que los seres humanos reconocieron -desde el principio- ciertos 'ciclos' en el discurrir del tiempo. Y los de la Luna quizá fueron los más evidentes.

Ó—: Así que nuestros antepasados ya evidenciaron que había fenómenos en la naturaleza que tenían una duración constante... que se repetían cíclicamente, como La Luna.

F—: Eso es. Aprovechando esto, vamos a explicar porqué la Luna va cambiando de forma cada 28 días. Al inicio del ciclo (la llamada 'Luna nueva') La Luna se encuentra directamente entre el Sol y la Tierra, y la cara iluminada es invisible desde nuestro punto de vista. Pero a medida que la Luna gira alrededor de la Tierra, empieza a verse parte de la cara iluminada con forma 'creciente'.

Ó—: Está claro: La Luna crece noche tras noche hasta que vemos iluminada toda la cara

F—: Y eso es la 'Luna llena'. Y luego vuelve a disminuir durante la fase menguante... hasta que desaparece por completo. Y el ciclo lunar ya lo notaron nuestros antepasados: dura por término medio 29,530589 días (más o menos 28 días).

Ó—: Digamos -Francisco- que la mayor parte de los calendarios primitivos estaban basados en este ciclo lunar que has explicado... también llamado 'lunación'.

F—: Sin embargo, fíjate Óscar: en realidad este tipo de calendarios comportaba toda clase de problemas, y en parte debido a que la lunación promedio no dura un número entero de días.
Ó—: Eso que has dicho antes de que en realidad dura 29'530-y pico días...

F—: Eso es: porque ese 'desajuste' con los enteros provoca cierta imprecisión global en el calendario. Si un calendario utilizase 29 días como la duración del mes (ajustándose al mes lunar), la Luna se 'desajustaría' en sus ciclos rápidamente: la Luna desfasaría un día cada dos meses.

Ó—: Te refieres a que no podemos ajustarnos de forma totalmente precisa al ciclo lunar para medir los meses: que siempre habrá imprecisión por una cifra centesimal que nos comemos...

F—: Exacto: y que este 'desfase' habría que quitarlo de cierto mes y ponerlo en otro para que la duración de un año cuadre... De hecho el problema se soluciona más o menos así: alternando meses de 29 y 30 días...

Ó—: ...que dan una duración promedio de 29,5 días.

F—: Exacto... Pero como la lunación dura algo más (ya sabes: 29,53058...) también se precisan ajustes posteriores, y hay que intercalar o eliminar un día de vez en cuando.

Ó—: Pues ya veis, amigos. La Luna tiene un ciclo fijo, que nos sirve para medir el tiempo, pero el calendario lunar adolece de ciertos 'ajustes' y 'reajustes'. Ajustes debidos a que es imposible adecuarnos con precisión absoluta a un ciclo con varias cifras decimales.

F—: Pensemos, por ejemplo, en el caso de los musulmanes. Los musulmanes han utilizado un calendario lunar durante más de mil años. Pero para mantenerlo 'en fase' con la Luna deben intercalar 11 días 'extra' cada 30 años...

Ó—: O sea: para ellos cada año también tiene 12 meses, pero doce meses lunares (de 29'530 y pico días)...

F—: Y si hacemos unos sencillos cálculos, obtenemos que la duración media de un mes a lo largo del ciclo de 30 años es de 29,530556 días...

Ó—: ¡Que tampoco se ajusta con precisión absoluto a los decimales del ciclo lunar!

F—: En definitiva: el calendario lunar de los musulmanes se desfasa aproximadamente un día cada 2500 años...

Ó—: ...que tampoco está nada mal, Francisco. Imaginaros, amigos: es tan sencillo como que nuestro vecino Mohamed -dentro de 2500 años (que ya tendrá canas, el hombre)- deberá cambiar un martes por un miércoles, o por un lunes. ¡Tampoco es para tanto, Francisco! De hecho, el calendario solar -el segundo de los calendarios que vamos a ver- también tiene imprecisiones parecidas... ¿verdad?

F—: Sí, la verdad es que sí. Los calendarios basados en el ciclo solar tienen que vérselas con ajustes parecidos al calendario lunar. El ciclo -o año solar- es el tiempo que tarda la Tierra en completar una vuelta completa alrededor del Sol.
Ó—: Algo amigos -imaginaos- muy evidente a ojos de nuestros antepasados.

F—: Claro: piensa que hace más de 2500 años. ya se utilizaban cálculos matemáticos y observaciones astronómicas para medir el año solar...

Ó—: ¿Y qué métodos se utilizaban por entonces?

F—: Bueno, lo primero que se precisa son puntos que sirvan -de alguna forma- de 'puntos de referencia'.

Ó—: Vamos: ¡a modo de 'línea de salida' y 'meta' para demarcar un intervalo de tiempo!

F—: Eso es: los astrónomos primitivos utilizaban como puntos de referencia los 'solsticios' (que es cuando el Sol está más alejado del Ecuador) y los 'equinoccios' (que es cuando el Sol cruza el plano ecuatorial terrestre).

Ó—: Solsticios y equinoccios. Recordemos, amigos, que el ciclo del Sol tiene dos solsticios. Por una parte, el solsticio de verano. En verano La Tierra está inclinada hacia el Sol por su hemisferio norte, y concretamente el 21 de junio los rayos caen más perpendiculares sobre este hemisferio. Por tanto, es el día más largo del año...

F—: ...y la noche más corta. Empieza el estío en dicho hemisferio y el invierno en el sur

Ó—: Y por otra parte el solsticio de invierno, en que sucede lo contrario: los rayos caen con mayor inclinación. Mientras, en los equinoccios (que se dan en marzo y septiembre) el Sol cae perpendicular sobre el Ecuador...

F—: ...por eso el día y la noche duran lo mismo. Los antiguos se dieron cuenta de todos estos fenómenos anuales -cíclicos- del Sol, y decidieron utilizarlos para fabricar su calendario. Un modo sencillo de medir el año consiste en utilizar un 'gnomon'...

Ó—: Gnomon ¡Menuda palabra! Pero un gnomon -amigos- no es más que una suerte de estructura vertical que proyecta sombra, algo así como un palo clavado en tierra

F—: Exacto. Y con un 'gnomon' podemos observar la dirección de la sombra que se proyecta en el suelo, así como su longitud.

Ó—: Esto vale -¿no Francisco- por ejemplo para averiguar la hora. Lo que conocemos como un simple 'reloj de sol', con una sombra que se mueve a lo largo del día...

F—: ...Pero algo más (en relación con los solsticios): la sombra proyectada por el gnomon vertical es mínima -precisamente- a mediodía del solsticio de verano. Por tanto, para medir el año basta con contar los días que transcurren entre dos solsticios de verano sucesivos....
Ó—: Pero una cosa, ¿cómo se detecta con precisión cuando sucede un solsticio? ¡Al fin y al cabo estamos hablando de medir la longitud de una sombra!

F—: Bueno, piensa que la medida se puede afinar por interpolación entre lecturas obtenidas en días sucesivos alrededor del solsticio de verano, o bien construyendo 'gnomons' de gran tamaño.
Ó—: Entonces... cuanto más largo es 'palo' vertical que proyecta la sombra, con más precisión podemos saber en qué momento exacto ocurre el solsticio... Que interesante, amigos. Recordad que estamos en UPVradio en 'La luz de Atenea', hablando hoy de 'la historia del calendario' occidental.

F—: Pero el 'calendario solar' no acaba aquí. La longitud de los años también se podía determinar contando los días entre dos equinoccios, por ejemplo.

Ó—: Y si no me equivoco, hubo un 'aventurero' griego que hizo algo parecido...

F—: Fue el astrónomo griego Hiparco hacia el año 135 a.C.. Hiparco contó los días transcurridos entre el momento en que él midió el 'equinoccio vernal' (el de marzo) y una medición -145 años anterior- de otro astrónomo ¡Obtuvo, ni más ni menos, que un promedio de 365,24667 días por año, con un error de apenas 6 minutos y 16 segundos!

Ó—: Amigos, no está mal, para lo inexactos que eran los relojes en aquellos tiempos... Ya hemos estudiado el calendario lunar y el solar... ¿Qué podríamos añadir para resumir esta parte del programa? ¿Se fueron generalizando estos calendarios?

F—: Podemos decir que a medida que se determinaron con más precisión la duración de los ciclos lunar y solar, los calendarios se fueron complicando. Por otra parte, las distintas culturas desarrollaron sus propios calendarios. Algunos eran lunares, otros solares, y unos pocos, ‘lunisolares’...

Ó—: ...calendario 'lunisolar', que acompasaba ambos ciclos: el lunar y el solar! Esto sería como mezclar las imprecisiones de uno y de otro, ¿no?

F—: La verdad es que no es nada fácil. Ten en cuenta que cada año solar tienen 12,368 lunaciones. Recordemos que el calendario lunar se desfasaba ya de por sí con el ciclo de la Luna: pues con el año solar, con las estaciones, se desajustaba con mayor rapidez. Por tanto, tenemos ya unas conclusiones...

Ó—: Que todos estos calendarios no sincronizan el ciclo lunar y la duración del año...

F—: ...eso por una parte. Y la otra dificultad es que ni la duración del año solar ni la del mes lunar son números enteros.

Ó—: Bueno. Pues dejamos ya atrás en 'La luz de Atenea' a estos primitivos 'calendario solar' y 'calendario lunar'. Ahora entramos -Francisco- en las fechas medidas mediante otro calendario, derivado de los anteriores... pero más elaborado. Llegamos por fin al calendario romano.

F—: Sí, un paso importante. De hecho, el calendario romano fue el precursor del calendario utilizado hoy en día. Según una leyenda, este calendario se utilizó desde la fundación de Roma, aproximadamente en el año 750 a.d.C...

Ó—: Algo curioso, profesor, es que para los primeros romanos el año empezaba en marzo, ¿no?

F—: Sí. Inicialmente el calendario romano contenía 10 meses, y el año empezaba oficialmente -como tú dices- en marzo.

Ó—: ¡10 meses, amigos de 'La luz de Atenea'! Como decían los irreductibles galos, "están locos estos romanos"

F—: Luego se añadieron dos meses extra –enero y febrero– en reformas posteriores, y ya fueron doce. Y como tú has dicho antes, el calendario romano se inspiró en los calendarios posteriores...

Ó—: Entonces, ¿los romanos trataron -como muchos pueblos anteriores- de sincronizar su calendario con el Sol y La Luna?

F—: Por supuesto: ten en cuenta que la Luna y el Sol representan -más allá de unos ciclos de duración constante- un sinfín de fenómenos naturales importantes para el hombre. Y más para los pueblos de aquella época... La Luna representa desde los ciclos de las mareas hasta la coincidencia con el ciclo menstrual -el ciclo de fecundidad- de las mujer. El Sol, significaba desde las estaciones del año hasta las épocas de siembra y cosecha de los cultivos...

Ó—: Fijaos que importante: y ya no sólo los fenómenos que regían la vida diaria (como en la agricultura)... pensemos también en todos aquellos mitos y leyendas (de dioses solares o influjos lunares) que organizaban la vida cultural y social de aquellas épocas... Por tanto, los romanos intentaron también sincronizar su calendario con el Sol y la Luna... ¿Y lo consiguieron?

F—: Bueno... parcialmente. Para mantener dicho sincronismo (Sol, Luna y estaciones) los romanos tuvieron que hacer algunas 'intercalaciones'... Y en algunos casos con poco acierto.

Ó—: ¿Qué pasaba? ¿que no daban en el clavo, 'por Júpiter'?

F—: En tiempos de Julio Cesar (del 100 al 44 a.C.), el desajuste era tan grande que el emperador encargó a un astrónomo llamado Sosígenes que le asesorase sobre la reforma del calendario. Sosígenes aconsejó al César abandonar el calendario lunar para adoptar un calendario basado únicamente en el año solar...

Ó—: Imaginaos, amigos: el fiel Sosígenes que tiene una brillante idea: ni más ni menos, que dejar de lado los ciclos de La Luna y ajustarse al Sol. Sosígenes se arrodilla ante César -quizás de lejos, no sé, escucha el rugido incierto de los leones en las mazmorras... ¿Y el gran Julio hizo caso del consejo, Francisco, o bajó el pulgar?

F—: Bueno: en esta ocasión imaginaremos a Julio César consintiendo... César decretó que a partir de entonces cada año tendría 365 días, y que se añadiría un día 'extra' cada cuatro años...

Ó—: ...lo que -más tarde- vino a llamarse bisiesto, ese día nº. 29 del mes de febrero.

F—: Exacto... Y para compensar el desfase acumulado por entonces, los romanos decretaron algo muy curioso: 'el año 46 a.C. debía tener 445 días'.
Ó—: No sé... una manera un poco 'tajante' de poner en marcha el calendario, de poner a cero 'el cronómetro'. En fin, Francisco: decir también que en honor del reformador los romanos cambiaron el nombre a un mes del año... y lo llamaron 'julio'.

F—: Por no decir que el calendario romano se conoció desde entonces como 'calendario juliano', en honor -precisamente- de Julio César.

Ó—: Si aquel era el 'juliano', entonces... ¿a quién le debemos -Francisco- el nombre de nuestro actual 'calendario gregoriano'? ¿Puedo adelantar que fue un papa...?

F—: Eso es. Y es nuestra siguiente etapa en la historia del calendario. Antes diremos que la reforma de Cesar no acabó con la confusión de los desajustes de la época romana. Su calendario suponía que cada año duraba 365 días y ¼ de día (365,25 días)... pero la adición de un día extra' cada cuatro años no era suficiente.

Ó—: Supongo que te refieres... a lo que hoy sabemos de sobra: que la duración real de un año es algo más corta: más o menos 365,24219 días.

F—: Sí, y ya por entonces se sabía. La diferencia entre el verdadero valor y los 365,25 días no es muy grande (más o menos unos 11 minutos y ¼)... pero se acumula a lo largo del tiempo, y cada mil años el error alcanza los 7,8 días.

Ó—: Pero llegamos, Francisco, a Edad Media. Y por lo que sabemos, el calendario Juliano, arraigado ampliamente en Europa, iba a cambiar. Ya entonces comenzaba a introducirse el sistema de contar los años a partir del nacimiento de Cristo... Pero se consideraban 'año bisiesto' todavía a aquellos divisibles por 4, ¿no?

F—: Sí (por ejemplo, el año 1212 fue bisiesto). Sin embargo, el error del calendario juliano empezaba a ser notable. Fíjate: cada vez, el equinoccio vernal (celebrado tradicionalmente el 21 de marzo) tenía lugar con más y más antelación...

Ó—: Digamos que la confusión de los 7'8 días que 'bailaban' podría alcanzar al almanaque religioso. Si no me equivoco, la confusión podía incluso desplazar la fiesta de la Pascua. ¡Intolerable para la época!

F—: Exacto. De hecho, en el seno de la Iglesia Católica se habló durante más de 300 años de la necesidad de reformar el calendario. Finalmente, en 1582, el papa Gregorio -aconsejado por matemáticos y astrónomos- decretó que el problema se solucionaba omitiendo 3 años bisiestos cada 400 años. Es decir: los años de fin de siglo, acabados en dos ceros, sólo serían bisiestos en el caso de que fuesen divisibles por 400.

Ó—: ¡Por eso el año 1900 no fue bisiesto, pero el 2000 sí! Menudo 'truco', amigos de 'La luz de Atenea': para ser año bisiesto tenía que ser divisible por 400. Bueno: pero ése es el calendario ha llegado a nuestros días, el calendario Gregoriano.

F—: ¡Las 'calendas gregorianas'! ¿Y recuerdas aquel ajuste que hizo Julio César para que su calendario empezara a cuadrar (que tuvo que vivir un año de 445 días)? Pues en la mayoría de países europeos se le restaron 10 días al año 1582 ddC para corregir los errores acumulados por el calendario Juliano.
Ó—: Y en estas, llega una nota discordante, Francisco. Hay que tener en cuenta que en el 1582 no todos los países de Europa eran católicos. Por tanto, no todos adoptaron inmediatamente la reforma Gregoriana...
F—: Eso es: de hecho, casi todos los países protestantes ignoraron el decreto... Y fíjate: el problema de los días 'sobrantes' del calendario Juliano era tan notorio en la Inglaterra del siglo XVIII que el Parlamento tuvo que ordenar el ajuste. En septiembre de 1752 los británicos adoptaron por fin el calendario Gregoriano...

Ó—: Interesante: los británicos pudieron con Napoleón pero no con el año bisiesto... Hoy, por imperativos del comercio internacional, la mayoría de países han adoptado el calendario Gregoriano, aunque algunos países usan simultáneamente sus calendarios tradicionales. Sin embargo, Francisco, a pesar de los ajustes, el calendario gregoriano no es perfecto... ¿verdad?

F—: Así es. Y el problema irresoluble es que los años 'se acortan' (como lo oyes). En 1582, la diferencia entre el calendario y la duración real del año era sólo de 24 segundos, pero el desfase ha ido en aumento. Desde 1582, la duración del año ha disminuido -date cuenta- en 2,5 segundos. En resumen: los días se alargan...
Ó—: Creíamos que con el calendario Gregoriano teníamos liquidado la tarea de medir los años... Y resulta que a falta tan sólo de unos minutos de programa nos dejas de piedra, Francisco. Ahora, a pesar de los métodos de datación: ¿los días se alargan?
F—: La clave es ésta: el espacio interplanetario en el Sistema Solar está demasiado 'vacío' como para poder frenar a la Tierra alrededor del Sol.... Pero sin embargo La Tierra no es perfectamente esférica y se frena poco a poco debido a la atracción de La Luna. ¿Qué pasa?: que la energía perdida por nuestro planeta se transfiere a La Luna, que se aleja gradualmente de nosotros. En resumen: se van alargando los días, y el año tiende a comprimirse (caben menos días)...
Ó—: Vaya, vaya, y todo porque la velocidad de rotación de la Tierra se está frenando, es cada vez menor. ¿Y cómo se sabe todo esto?
F—: Por ejemplo gracias a los eclipses de Sol. Hay documentos antiguos chinos que testimonian la fecha de muchos eclipses. Estos datos muestran un frenado progresivo. Otra prueba es el crecimiento regular de la concha de ciertos moluscos, sujeto a las mareas. Contando las capas de las conchas fósiles de épocas remotas se puede saber el número de mareas anuales: ¡hace millones de años había 900 mareas al año! ¿Qué significa un mayor número de mareas?
Ó—: Que La Luna en aquella época estaba mucho más cerca de la Tierra: nuestro planeta rotaba más rápidamente y los días duraban menos. Desde entonces, amigos, los días han ido alargándose progresivamente...
F—: Exacto: en aquella época La Luna debía de verse bastante más grande que ahora... Pero por desgracia no había nadie para contemplarla.
Ó—: En fin amigos, salvo ajustes el calendario Gregoriano seguirá vigente hasta el siguiente programa. Puede que los días se alarguen, pero nuestro tiempo llega a su fin. 'La luz de Atenea' se despide por hoy esperando que la historia del calendario occidental os haya quedado más o menos clara. En el control de sonido estuvo Raúl Valenciano; en la mesa, el profesor Francisco Rubio del departamento de ingeniería mecánica y materiales... Y a este micro, servidor: Óscar Delgado. ¡Hasta la próxima...!
F—: ¡Hasta luego, amigos!


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