REPERCUSIÓN Y PROBLEMAS ÉTICO-MORALES DE LA TEORÍA DARWINIANA

Charles Darwin no utilizó sus teorías sobre la evolución para promover el ateísmo, puesto que nunca declaró que la evolución implicase la inexistencia de Dios; no obstante, desde que El origen de las especies fue publicado, las teorías de Darwin se vieron enfrentadas con las instituciones eclesiásticas y con las corrientes científicas existentes hasta el momento (si bien el evolucionismo se encontraba entre ellas, eran todavía teorías menores). Se trata de la eterna lucha entre Ciencia y Religión. Los detractores de Darwin y de la teoría de la evolución pensaban que ésta era amoral. T. H. Huxley en Evolución y ética (Evolution and Ethics, 1893) dijo: “puesto que las reglas de la evolución violan todas las normas de la conducta ética humana, hay que buscar la lección moral de la naturaleza en el aprendizaje de sus pautas y, después, comportarse de manera totalmente contraria”. Para Darwin, la naturaleza no ofrecía ninguna enseñanza moral y, por tanto, la afirmación de Huxley no tenía fundamento.

Según Barnett, la Teoría de la Evolución se puede relaciona de tres formas con la ética:

* Considerando la ética como producto de la evolución,

* Considerando que la evolución debería guiar el curso de las ideas éticas y

* Considerando que las ideas éticas pueden afectar el curso futuro de la evolución.

Si aceptamos la primera opción, la negación de su veracidad será indiscutible, aunque los detalles del proceso evolutivo tengan características especulativas.

Para aceptar la tercera opción, propuesta por J. Huxley, debemos admitir las dos anteriores como verdaderas. Ahora bien, para aceptar las dos premisas anteriores y, como consecuencia de ello, también la tercera, se debe de realizar un proceso mediante el cual comprobaremos si existe relación o no entre la ética y la teoría de Darwin.

En La descendencia del hombre y la selección en relación al sexo, Darwin intentó demostrar que las capacidades individuales y morales del hombre podían haberse desarrollado –evolucionado- debido, en parte, al proceso de la “selección natural” (proceso que explicó en El origen de las especies). La Psicología y Sociología actual no baraja está hipótesis, sino otras relacionadas con la formación de la moral a partir de facultades mentales como la relación con el entorno, el sentimiento de amor, odio… El mismo Darwin, como hemos visto, no estaba totalmente de acuerdo con la primera premisa, pero tampoco la desdeñaba.

La “selección natural” de la que habla Darwin es una selección no-consciente, es por ello que la segunda proposición podría ser cierta siempre y cuando se considere también la primera, es decir, no sólo la “selección natural” –la teoría evolutiva darwiniana por extensión- es el agente primordial de la evolución de la ética o de que la ética sea producto de la evolución, pero sí toma parte en los diferentes procesos.

En lo referente a la tercera premisa aportada por J. Huxley en su obra Romanes Lectura, Huxley se refiere a que “la ética no es un producto, sino también un agente en la alteración histórica del proceso” (de ahí que sea necesaria tomar como verdaderas las dos premisas anteriores).

Hemos visto que la relación de la ética-moral con la obra de Darwin, a pesar de no ser excesivamente directa, si fue importante, sobre todo por los enfrentamiento intelectuales que comportó entre los evolucionistas y los creacionistas. No obstante, Darwin no busco esta confrontación, sobre todo si tenemos en cuenta que durante su viaje a bordo del Beagle mantuvo una posición ortodoxa en materia religiosa, citando incluso la autoridad de la Biblia en cuestiones de moral. Sin embargo, los continuos estudios y descubrimientos que Darwin llevó a cabo durante sus viajes hicieron que cambiara su postura, hasta el punto de considerarse a sí mismo agnóstico. Así, El origen de las especies fue una de las obras más controvertidas en la historia de la ciencia. Tras su publicación, multitud de artículos y comentario, tanto a favor como en contra, vieron la luz. Uno de los momento álgidos de la polémica se produjo el 30 de junio de 1860, en el Oxford University Museum, cuando el arzobispo W. Wilberforce -pro-creacionista- y T. H. Huxley, apodado el “bulldog de Darwin” por su incondicional apoyo a las teorías darwinianas, se enfrentaros en un debate intenso que acabó derivando en el dilema central: Ciencia vs. Religión.


Caricatura de W. Wilberforce (izquierda) y T. H. Huxley (derecha)

El momento más álgido del debate se produjo cuando Wilberforce, sarcásticamente, inquirió a Huxley sobre si el hombre descendía del mono por parte materna o paterna. Huxley contestó:

“Si lo que se me pregunta es si prefiero por abuelo a un pobre mono o a un hombre dotado por naturaleza y con grandes influencias que utiliza esas facultades y esas influencias por el mero propósito de introducir el ridículo en una discusión científica seria, yo, sin dudarlo, afirmo que prefiero el mono”.

Las teorías darwinianas sobre la evolución del hombre fueron problemáticas porque chocaron con las teorías creacionistas admitidas por la Iglesia. Si bien en El origen de las especies, Darwin dedica parte de la obra a la evolución del hombre, fue con la obra La descendencia del hombre y la selección en relación al sexo con la que mayores problemas tubo, puesto que en ella se aplicaban las teorías evolutivas directa y exclusivamente al hombre, considerándolo igual a otras especies animales. A pesar de los quebraderos de cabeza que le ocasionaron los continuos enfrentamientos con otros científicos e instituciones que sus teorías ocasionaron, Darwin prosiguió sus investigaciones hasta el fin de sus días.

El conflicto fue tal que la Iglesia Católica, viendo el éxito de las teorías de Darwin, crea ad hoc instituciones de carácter científico-religioso como la Société Scientifique de Bruselas (1875) cuyo órgano de expresión fue la revista Questions Scientifiques cuyo objetivo era “combatir el racionalismo y el ateísmo con las ramas verdaderas de la ciencia”.

A pesar del rechazo inicial a las teorías evolutivas de Darwin, la Iglesia poco a poco fue aceptando un cierto evolucionismo limitado –incluso sólo específico y aplicable a ciertas especies entre las que no se encuentra el hombre-, sin abandonar el creacionismo ni las coordenadas fijadas por la Iglesia católica.



REPERCISIONES DEL DARWINISMO EN ESPAÑA

La obra de Darwin tardó en llegar a España debido a la situación política del momento: el país se encontraba bajo el reinado imperante de la monarquía absolutista y la censura era el instrumento más utilizado para frenar la entrada de nuevas teorías y descubrimientos científicos. No fue hasta la Revolución de 1868 que la situación cambia y se implanta la libertad de expresión y cátedra, y el Darwinismo puede defenderse y discutirse sin temor a represalias, aunque sólo hasta 1875, hasta la Restauración monárquica.

La ausencia de una comunidad científica con capacidad para emprender trabajos en el marco de las teorías evolutivas, también frenaron el conocimiento y emprendimiento de estudios en el marco de la teoría evolutiva de Darwin. No obstante, poco a poco, algunos de los científicos e intelectuales más importantes del país empiezan a postularse a favor o en contra de la teoría.

El primer intento de reproducir, traducir y difundir la obra de Darwin en España no llegó a buen puerto, puesto que se editaron tan sólo los dos primeros capítulos, paralizando el resto de la obra. Así se demuestra como la teoría evolutiva darwiniana se iba haciendo un hueco en España. Otro hecho que lo confirma es la citación en trabajos, ensayos y artículos de la obra de Darwin como argumento de autoridad.

No fue hasta 1872 que se consiguió publicar la primera traducción de El origen de les especies en castellano, dentro de la colección La Creación. Historia natural escrita por una sociedad de naturalistas, cuyo director fue Juan Vilona y Piera; con posterioridad se tradujo al catalán la obra Viatge d’un naturalista al voltant del món.


Portada de la obra traducida al catalán Viatge d’un naturalista al voltant del món

Entre los partidarios de Darwin en España, cabe destacar a Antonio Machado Núñez, Francisco Suñer y Capdevilla y Joaquín María Bartrina.