ALTURA |
SANTUARIO DE LA CUEVA SANTA |
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El Santuario de Ntra. Sra. de la Cueva Santa está situado a 811 m. sobre el nivel del mar y a 12 Km. de Altura. Rezuma espiritualidad en el interior de una profunda gruta. Lugar de culto y peregrinación desde tiempos ancestrales, tomo especial significado para el cristianismo desde el hallazgo, en 1502, de una imagen de la virgen a la que atribuyen infinidad de acciones milagrosas. En la actualidad se venera en esta cavidad natural un relieve de alabastro atribuido a Bonifacio Ferrer que es objeto de culto y continuas romerías desde los pueblos del Alto Palancia e inmediaciones.
La sima que lo acoge, de 20 m de profundidad, era conocida desde antiguo con el nombre de Cueva del Latonero y en ella encontraban refugio los pastores y sus ganados, así como los pocos caminantes que por allí pasaban. Así fue hasta que en el s. XV, entre 1503 y 1508, es hallada en el interior de la gruta la Santa Imagen, que con posteridad se llamó Virgen de la Cueva Santa, y se erigió la capilla que con el paso del tiempo, se transformo en el actual Santuario. La imagen, es un bajo relieve de yeso de 20 cm de alto por 10 de ancho, en cuya parte superior se forma una corona de rayos que se estrecha como la tercera parte de su altura total formando dos ligeras curvas. Representa el rostro anciano de la Virgen con traje de viuda, sobretoca, con el rostro y el cuello descubierto, bajo el cual abrocha la toca.
Dichas imágenes las realizaba y repartía a las gentes Fray Bonifacio Ferrer en la Cartuja de Vall de Cristo de Altura. Llama la atención que la imagen, aun siendo de yeso, no se deteriora por la humedad con el paso del tiempo, pese a que la cueva en la que esta ubicada, presenta una humedad harto apreciable, deteriorando todo objeto de hierro o madera que en ella se deposita. Precisamente la historia de la Cueva Santa se remonta al año 1410, cuando Fray Bonifacio Ferrer ingresa en la Cartuja de Vall de Cristo, pues en su celda, creó el molde para la fabricación de las imágenes.Estas eran repartidas por el propio fraile a los pastores, para que estos le dieran culto en sus refugios durante sus ausencias del pueblo, pues su tamaño, permitía llevarlas en el zurrón sin ocupar apenas bulto. Uno de aquellos pastores con su ganado, se resguardó un día en la espaciosa Cueva del Latonero, pues sabía que allí había un manantial donde podría abrevar y descansar tanto él, como el ganado, quedando mejor resguardado de las inclemencias meteorológicas. El pastorcillo, colocó la Virgen en un replano de la roca, y allí la arreglaba con florecillas silvestres y le rezaba sus oraciones. Pero cuando, no se sabe el motivo, abandonó la cavidad, no se llevó consigo la imagen que le había dado el fraile cartujo, quedando allí olvidada en un rincón.
Sin embargo no fue hasta el año 1574 cuando, en Jérica, al matrimonio formado por Isabel Martínez y Juan Monserrate se les desterró del pueblo, debido a que Juan, había contraído la lepra, enfermedad entonces maldita. En su largo y desolado caminar, llegan a esta Cueva, de la que ya habían oído que en ella tenia su morada una Virgen que obraba milagros a los más necesitados. Isabel, al ver la Virgen, le pide curación a su marido, mientras que a la vez iba lavando las heridas de este con el agua que destilaban las paredes de la gruta. Al noveno día de lavados y rogativas, Isabel contempló atónita como todas las llagas de su esposo habían desaparecido por completo, así como también los dolores que estas le causaban.
Entusiasmados por la buena nueva, deciden retomar el camino a Jérica con la esperanza de ser de nuevo admitidos, pero los jurados de la villa, toman repentina curación por brujería y los repudian de nuevo.
Con todas las ilusiones destrozadas, vuelven a la gruta, donde se encontraron a una pareja formada por un fraile, y una anciana en traje de luto.
Al ver aparecer al matrimonio tan tristes, les preguntaron qué era lo que les causaba tal tristeza, y el matrimonio les relató emocionados los hechos. Al acabar el relato, el fraile extrajo un pergamino y escribió unas letras a los jurados de Jérica para certificar los hechos.
De nuevo Juan e Isabel parten hacia Jérica con nuevos ánimos, y al llegar a sus puertas, piden que se acercase el Justicia, al cual entregaron el pergamino escrito por el religioso, como prueba de la ausencia de brujería, y sí del favor Divino.
Pero ocurría que cuando este intento leerlo, las palabras se volvieron borrosas, resultando el texto ilegible.
El Justicia, entregó el pergamino a los Jurados, pero a estos les ocurría lo mismo.
Así que finalmente fue a parar a manos del Párroco, que tras leer el contenido, observo que tales palabras sólo podían haber sido escritas por mano santa, y tras escuchar las descripciones dadas por Juan e Isabel, ahora ya readmitidos, sobre quienes les habían entregado el pergamino, el cura no dudo en afirmar, de que habían sido la mismísima Virgen, acompañada por S. Vicente Ferrer (hermano de Fray Bonifacio) los autores de dicho manuscrito, organizando para el siguiente domingo, lo que fue la primera romería de acción de gracias a la Cueva Santa.
Isabel, pese a ver sido readmitida en su pueblo, no olvido a la Virgencita que tanto le había ayudado, y cada sábado subía, a veces con más gente, a limpiar la cueva y ponerle flores a la Virgen, quedándose allí a pasar la noche. Una de aquellas noches, los perros empezaron a ladrar y a ponerse nerviosos, y al ir a ver que ocurría encontraron a un matrimonio acompañado por su hija, a que invitaron a entrar y dieron de cenar, y al preguntarles que de donde procedía, estos respondieron que de Altura.
A la mañana siguiente, al despertar, el matrimonio y la niña ya habían partido, y tras indagar si alguien los conocían, se dieron cuenta de que habían sido visitados por S. Joaquín y Sta. Ana, acompañados por la Virgen niña, que habían bajado de Las Alturas.
Pasó el tiempo, e Isabel, que se encargaba permanentemente de los cuidados de la Cueva, observaba que en la cueva la imagen no estaba segura, pues aparte de que entraba mucho ganado, comenzaban a subir moriscos buscando, no a la Virgen, sino el agua que curaba, aunque sí que dejaban limosnas por los "favores" que "el agua" les hacia.
Visto lo visto, un día, decidió llevarse la imagen a su casa de Jérica, así que cogió a la Virgen, la metió en una cesta de mimbre, y comenzó a caminar.
Pero al llegar a la cercana fuente de Rivas, abrió la cesta y observó asombrada que la Virgen ya no estaba.
No muy convencida, pensó es que de las ganas igual se le había olvidarlo cogerla, cosa que casi se terminó de creer cuando al subir de nuevo a por ella, la encontró en el mismo lugar del que la había cogido.
Pero Isabel no desistió de su idea, así que esta vez, una vez metida la imagen la cubrió con hojas de higuera y ramitas para que no se le volviera a escapar, además pensaba bajar hasta Jérica sin descansar para no tener que abrir la cesta. Emprendió de nuevo el camino, y al faltar unos kilómetros para llegar a Jérica, abrió la cesta para ver si la imagen todavía estaba, no fuera a ser que al llegar al pueblo la tomaran por tonta.
Y cual fue su sorpresa, al destapar las hojas, descubrir que de nuevo, la Imagen Divina había vuelto a desaparecer. Entonces ya comprendió Isabel, que la Virgen quería estar en la cueva que ella misma había elegido, para poder allí atender a cuantos se lo solicitasen.
En los dos lugares en que Isabel descubrió que la imagen no estaba en su cesta, se ha erigido unos pilones como señal, uno al lado de la carretera unos metros más arriba de Rivas, a la izquierda, y el otro en el camino por el que vienen en romería los vecinos de Jérica.
En vista de la gran afluencia de gente que iba a la Cueva Santa, y para mayor cuidado de la misma, se hacen cargo de su cuidado, las autoridades de Altura por estar la gruta en dicho término, colocando entonces una puerta para impedir la entrada de ganado, y un cepo para recoger las limosnas, con las que construirían una pequeña Capilla con Altar.
Pero Altura entonces era feudo cartujo, y entendiendo los frailes que aquello era un lugar de culto, deciden en 1592, subir los cartujos al Santuario, para hacerse cargo de éste. Durante su estancia mejoran las infraestructuras de la Cueva. También pusieron una campanilla, la cual es conocida porque cada vez que suena, es señal de que la Virgen ha realizado un milagro.
Considerando que la imagen que había de yeso era demasiado pobre para recibir tanta admiración, subieron una imagen de alabastro de la Cartuja denominada "la Primitiva", relegando la de yeso a un segundo plano.
Pero ni la feligresía de los alrededores, ni la villa de Altura estaban conformes, ni con el cambio de imagen de la Virgen ni con la ocupación de los monjes, por lo que comienzan una serie de actos legales que finalizan en 1606 con la expulsión de los frailes de la Cueva, que se llevaron la Virgen que habían traído, y colocaron nuevo en su lugar, la original y antigua de yeso.
Aquella victoria en los tribunales, provoco una mayor devoción entre el pueblo, de manera que a partir de entonces, se comenzó a solicitar el traslado de la Virgen en romería a los pueblos casi constantemente, llegando a haber disputas entre algunos por quererla tener en ellos, lo que motivo que, mucho tiempo después, en 1950, para evitar disputas, tuvieran que ser los pueblos los que vayan al Santuario a adorar a la Virgen, y no la Imagen a aquellos.
Pero como ya se ha dicho, eso ocurrió mucho tiempo después. Durante los s. XVII y XVIII los traslados de la Virgen a Segorbe eran muy constantes. La mayoría de las ocasiones era para solicitar por intercesión de la Virgen de la Cueva Santa, la lluvia que necesitaban los campos. La de más relevancia fue la 11 traslación, realizada en 1726.
Ese año se abatió sobre tierras valencianas una sequía general que puso en peligro las cosechas. En tal circunstancia se decidió bajar a la Virgen de la Cueva Santa hasta la catedral de Segorbe y hacer una fervorosa rogativa en la que participaron gentes de muchos pueblos. Y cuentan las crónicas que los labradores de la huerta valenciana decían: "no plourà fins que no ixca la palometa", pues a esta imagen se la llama cariñosamente la Blanca Paloma. Continua la misma crónica que "el 27 de febrero, que era martes, amaneció lloviendo y nevando, y siguió así toda la semana, hasta llenar la medida de los deseos de todo el Reino".
Quizás sea desde entonces que los niños cantasen aquello de :
Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva...
La 34 vez que se trasladó la Virgen, fue a Altura, desde el 17 de marzo al 6 de abril de 1915, alumbrando el 25 de marzo el agua del manantial del Berro, celebrándose a partir de entonces la fiesta de agradecimiento bajo la advocación de esta Virgen, bajo cuya protección se haya el manantial.