El sitio de Tiro por Alejandro Magno y su ejército es uno de los capítulos más fantásticos de la campaña del conquistador en Asia y en el que se puede apreciar el carácter incansable de Alejandro Magno.
En esa época Tiro era la más importante
cuidad-estado fenicia, con cerca de 40,000 habitantes. Estaba conformada por
una ciudad antigua, conocida como Tiro territorial, y una ciudad nueva,
conocida como la isla de Tiro, la que se encontraba a una distancia entre 700 a
800 metros de la costa.
La isla tenía dos puertos fortificados ubicados
frente a la costa, ubicándose al norte el "puerto de Sidón" y al sur
el "puerto egipcio". A su vez la parte sur de la isla era llamada
"la isla de Hércules".
La isla estaba rodeada por un recinto amurallado de
150 pies de altura (equivalentes a 40 o 45 metros), desde cuyas altas torres se
vigilaba el ingreso y salida a la isla.
La antigua ciudad había sido conquistada en 373 a d
C por los babilonios; sin embargo, las tropas del rey Nabucodonosor no pudieron
con la pequeña isla, la cual se fortificó cada vez más hasta hacerse casi
invencible. Trece años pasaron para que los babilonios dejaran la antigua
ciudad de Tiro y cuarenta para que la isla pudiera ser conquistada.
Ya en la época de Alejandro Magno, la flota de Tiro
estaba en mejor situación que la que apoyaba a los macedonios y abastecía a la
isla de suministros que venían desde Cartago, por lo que los tirios se
consideraron invulnerables. Por otra parte, el rey tirio estaba ausente, pues
estaba al servicio de la flota persa.
Alejandro Magno venía desde Sidón y antes de
ingresar a Tiro, recibió la bienvenida de los generales tirios, lo que hizo
sospechar al macedonio, quien les hizo saber que deseaba entrar y ofrecer un
sacrificio en el Templo de Melkart - Hércules que se encontraba en la isla, lo
que le fue negado pues los tirios no querían que entren ni persas ni macedonios
en su templo, mientras los problemas entre Alejandro Magno y Dario no
estuvieran zanjados, hecho que no le gustó para nada al macedonio. Una segunda
embajada tuvo menos éxito, pues sus miembros fueron asesinados, por lo que
Alejandro Magno se empecinó en lograr lo que los babilonios no pudieron, la
conquista de la isla.
Alejandro Magno sabía que este objetivo era necesario
si quería asegurar el dominio sobre la costa mediterránea, lo que le permitiría
marchar hacia el oriente, sin el temor a que los persas lleven la guerra a
Grecia. El asedio a la isla duró aproximadamente 7 meses (de enero a agosto de
332 a d C).
Lograr un ataque directo era imposible, puesto que
desde las torres se defendía la isla y los barcos del macedonio eran atacados,
por lo que Alejandro Magno reunió a su grupo de arquitectos, con Diades de
Larisa a la cabeza, y les encomendó la construcción de las más grandes máquinas
de asedio conocidas, pues éstas debían ser más altas que las murallas que
defendían la isla.
Sin embargo, las máquinas no eran útiles a tanta
distancia por lo que Alejandro Magno mandó a construir un muelle especialmente
para el avance de las máquinas. El muelle debió cubrir la distancia de la
antigua ciudad a la isla. Para lograr la construcción del muelle el
conquistador mandó a destruir gran parte de la ciudad a fin de que con los
restos de las casas y edificios se puedan colocar los cimientos submarinos
necesarios. A su vez parte de sus hombres partían a la zona del Antelíbano a
conseguir la madera necesaria para la construcción del muelle.
A medida que el muelle fue construyéndose, las
máquinas de asedio cuidaban el trabajo de los hombres de Alejandro, sin embargo
durante una noche las máquinas sufrieron el ataque de los tirios, los que con
ayuda de pequeñas naves las incendiaron, lo que enfureció aún más al
conquistador, quien mandó a reconstruirlas y a su vez ordenó la construcción de
otra máquinas flotantes. Estas nuevas máquinas fueron montadas, cada una, en
una plataforma fijada en la cubierta de dos trirremes unidos. Las máquinas de
guerra contaban con baterías de catapultas con resortes de torsión que eran
capaces de disparar gigantescas rocas en sentido horizontal, y en lo alto
balistas que lanzaban piedras y proyectiles incendiarios en sentido parabólico.
En la parte superior contaban con escaleras que serían desplegadas para tomar
las torres.
Varias fueron las dificultades que tuvieron que
pasar los macedonios, pues a su vez el muelle sufrió daños cuantiosos debido a
una fuerte tempestad equinoccial, así también se produjeron contadas
incursiones navales tirias, las que creaban más miedo que daños.
Mientras tanto Parmenión marchaba en campaña al
interior de Siria y Alejandro Magno se ocupaba en persona de incursiones de
castigo en la zona del Antelíbano, en defensa de sus hombres.
Eventualmente, Alejandro tuvo que viajar a Sidón a
pedir refuerzos navales a aquellos fenicios que no le eran adversos. Regresó
con una flota de 300 naves, obligando a las naves tirias a replegarse en sus
puertos, donde quedaron bloqueadas. Con este movimiento inutilizó a la flota y
aisló la isla, que ya no podía ser abastecida de suministros ni defendida
marítimamente. Para esta fase, ciento veinte galeras y trirremes al mando de
Andrómaco cerraron la salida a los barcos tirios en el puerto de Sidón y cien
galeras y trirremes fenicios, rodios y macedonios, cerraron la salida del puerto
egipcio.
El ataque final
Una vez bloqueados los puertos, concluyó la
construcción del muelle y preparó el asalto a la isla, atacándola con la ayuda
de barcos y máquinas de guerra flotantes por su parte más débil (isla de
Hércules, al sur), logrando hacer un agujero en la muralla. Tras tres días de
tormenta, Admeto y Coeno, eximios navegantes macedonios, comandaron los barcos
en un segundo ataque y lograron pasar las murallas; sin embargo, la defensa
continuó y Alejandro Magno realizó el ataque definitivo, tomando primero las
torres, para luego ocupar el palacio y el resto de la isla.
Durante el ataque, la ciudad fue devastada y
murieron cerca de 8,000 tirios, de los cuales 2,000 fueron crucificados y
colgados desde lo alto de las murallas, también murieron alrededor de 400
hombres de Alejandro Magno. Luego el resto de tirios fueron apresados y
vendidos como esclavos, salvándose solo aquellos que se refugiaron en el
templo.
Finalmente, sobre los escombros de la isla, Alejandro Magno ofreció un sacrificio a Melkart - Hércules, cuya isla paradojicamente, había sido devastada, luego se celebraron desfiles y festivales.
Con
esta victoria Alejandro Magno pudo asegurarse la conquista de toda la costa,
evitando que los persas atacaran Grecia en cualquier momento y logrando un
seguro abastecimiento para su ejército.