REFLEXIÓN

por Raquel Durá Lahoz

Antes de empezar el curso, leía en mi hoja de matrícula: “Introducción al hipertexto”. Hasta ese momento solo creía que el hipertexto fuera un texto muy grande, pero algo más sería cuando una asignatura completa se dedicaba a él. Sabía que la clase era en un estudio, o sea que el hipertexto sería algo relacionado con los ordenadores, pero nada más. Y llegó el primer día de clase. Descubrí, para mi regocijo, que hipertexto era el texto vinculado en Internet. Ya sabía algo más. Además, siempre me había resultado atractivo el conocer que se esconde tras tantas y tantas páginas webs y cuál es el origen de éstas.

Pero conforme pasaron los días, las dudas, el histerismo y el caos se apoderaron de todos (o casi todos) nosotros. Internet es un mundo abstracto, que se concreta en nuestra pantalla del ordenador, pero debemos pensar en él como en una red ilimitada, que simplemente esta ahí, pululando en algún lugar del infinito. Es un término complejo de entender y de desentramar, al igual que el texto vinculado que vemos y clicamos, tantas y tantas veces cada día, sin parar a pensarnos en el gran trabajo que hay tras ese simple clic. Poco a poco, y hasta Navidad fuimos aprendiendo diferentes posibilidades con el lenguaje HTML, con el hipertexto, con las herramientas que nos proporciona la Universidad de Valencia…Así, fuimos metiéndonos en los entramados de la red.

Poca gente piensa en lo que hay detrás de cada clic, detrás de cada web. Antes, yo tampoco pensaba en ello, y la verdad, era feliz. A la vez que iba descubriendo algunas de las cosas que se esconden bajo la red, mi cabeza se llenaba de dudas, de interrogantes. Tal vez demasiados conceptos en muy poco tiempo. Demasiadas cosas abstractas para entender en un plazo muy corto. Demasiada información sobre la que ninguno de nosotros, o casi ninguno, tenía una base anterior. Durante dos meses, me encontré perdida. Clase tras clase, hacía prácticas siguiendo el método marcado por el profesor, pero sin saber muy bien con qué finalidad las hacía o dónde iban a aparecer esas prácticas.

Pero todo cambió hace un mes más o menos. Pensé que ya era hora de comenzar mi proyecto individual. Tras barajar varias opciones encontré una idea que me convenció. Y me puse a ello. Sin saber muy bien por donde empezar, fui haciendo documentos HTML, uno detrás de otro. Los vinculé, al igual que añadí sonidos e imágenes. Y llegó el día en que pensé que ya lo tenía terminado. Abrí la página en mural y para mi sorpresa los vínculos no funcionaban, las imágenes no se veían y los sonidos no se oían. Me entró el pánico. ¿Tanto trabajo para nada? A medias entre desesperada y aterrada, mandé un email al profesor. En su contestación entendí todo. Entendí mi error al vincular, entendí por fin qué era disco y mural, y a base de modificar mi trabajo fui comprendiendo qué es todo esto del hipertexto. Está claro que de los errores siempre se aprende y que no hay mal que por bien no venga.

Desde ese momento he comprendido mucho mejor tanto el hipertexto como la asignatura al completo. Mi fallo estaba en la base. Al no tener ninguna idea anterior, los nuevos conceptos fluían en mi cabeza como meros términos, sin entender la aplicación de cada uno de ellos. Ahora, con la docencia de esta asignatura finalizada, ya no veo el hipertexto como hace un mes, como un callejón sin salida. Ahora, he entendido todos los objetivos de la asignatura, y además, he descubierto la inmensidad de este mundo de las páginas webs y la dificultad de todo su entramado.

Tras tantas dudas, ahora llega la satisfacción. La satisfacción de saber que todo el trabajo y los problemas no han sido en balde, que he aprendido a conocer mucho más la gran red que es Internet y a trabajar en ella mediante los diferentes recursos que nos ofrece. Al final, resulta que el hipertexto es mucho más útil de lo que yo creía.