En el km 39 la carretera alcanza su altitud máxima, 1.320 m en las proximidades del Haza del Lino, o inicia ya un continuo descenso que terminará en el km 68, donde confluyen junto al mar, la C-333 y la N-340 (Cádiz-Almería).
En el Haza del Lino hay posibilidades de alojamiento y también se puede comer bien; ambas cosas a precios asequibles.
El emplazamiento de este caserío, en el límite de un extraordinario bosque de alcornoques cuyo oscuro verdor contrasta con el azul intenso del cielo o los picos nevados de Sierra Nevada, lo hacen idóneo para ocasionales asentamientos veraniegos.
En la actualidad este lugar está formado por una capilla, no muy bien conservada, dos o tres viviendas, una de ellas de muy reciente construcción dispone de restaurante y algunas habitaciones con fines hoteleros, y el resto, los dos edificios más singulares, son saladeros de jamones.
Aquí este producto es de excelente calidad; la alimentación del cerdo, el intenso frío reinante durante los secos inviernos y la dosificación artesanal de la sal son las circunstancias más comúnmente aceptadas como determinantes de su calidad.
Al rebasar el Haza del Lino, nuestro itinerario presenta de nuevo dos alternativas, en lugar de continuar por la C-333 nos podemos desviar hacia 1a izquierda, en dirección a Albondón, hasta alcanzar la Venta del Tarugo. Esta carretera que discurre en muchos tramos por las cimas de la Sierra de la Contraviesa nos ofrece algunas panorámicas muy interesantes de Sierra Nevada. La primera de ellas, a un kilómetro aproximadamente de Haza del Lino, desde una amplia explanada de la cual parte el ramal que conduce a Alfornón.
Pero en lugar de proseguir por la dirección citada o antes de hacerlo, recorramos los 5 km que separan este pueblo del punto de observación en que nos encontrarnos, el mirada de Alfornón.
La carretera, de buen trazado, aunque muy pendiente como se deduce de las frecuentes señalizaciones que llegan a limitar la velocidad a 20 km/h, discurre en su totalidad entre viñedos y almendros y el asfalto termina junto a las casas del barrio alto del pueblo.
Unos 80 m antes de alcanzarlo, según descendemos, encontramos por la izquierda una pista con firme de cemento; por ella se puede bajar a la Era, que hace también las veces de plaza, situada casi en el centro del pueblo.
Sin embargo, es tal la pendiente de este corto acceso, que sólo es practicable en verano, siendo muy arriesgada la conducción con nieve, hielo, o simplemente lluvia.
De la Era parte a su vez otra pista, ya de tierra solamente, por la que se puede descender hasta el cauce, normalmente seco, de la Rambla de Alfornón. Esta vía nos facilita la excursión a un paraje insólito denominado el Barranco de los Hollinos (1), del que hablaremos después.
Alfornón es un pueblecito situado en la vertiente sur de la Contraviesa, entre 900 y 950 m de altitud. Desde su asentamiento en medio de un paisaje seco, duro y agreste.
Sorprende la montaraz belleza de su entorno, a penar de no quedar una sola loma, hoya o cañada cuya superficie no haya sido modificada por la mano del hombre en su titánico y cotidiano esfuerzo por arrancar de la tierra algún provecho.
En las inmediaciones de este lugar existen numerosas fuentes de aguas fresquísimas y distintos sabores, y aunque todas son de escaso caudal, han permitido el cultivo de algunos productos hortícolas que, por lo general, son consumidos en su totalidad en los propios hogares de los labradores, ya que tan escasa superficie irrigada no hace rentable una explotación comercial.
En cualquier caso el paisaje que circunda Alfornón, tierras rojizas y ocres, con pinceladas grises, áridas, desprovistas de monte, y que están sembradas de viñas, almendros o higueras, ocupan la mayor parte del panorama. Las pequeñas manchas verdes junto a los manantiales que forman los cultivos en bancales, pequeñas parcelas casi planas, que se escalonan en las laderas salvando el desnivel mediante "balates" (2), o las estrechas y ralas arboledas que bordeando los exiguos cursos de agua los hacen apenas visibles, no consiguen modificar el aspecto de tierras de secano, si no yermas, que proporcionan esta ininterrumpida sucesión de cerros y barrancos y que constituyen el decorado común de la Alpujarra Baja.
A finales del siglo XIX Alfornón tuvo relativa importancia dentro de esta comarca. Para la ulterior transformación del vino, producto mayoritario de sus cosechas, existían en él al menos tres destilerías (3) para la fabricación de licores. Los edificios que albergaban dos de estas instalaciones, las calderas de "Tobalico" y de Matías López, próximas ambas a la fuente pública, se han conservado hasta los años 60 y, concretamente Matías López aún fabricaba aguardiente en la década de los 40.
Sus vendedores, garrafa al hombro, sujeta en un capacho de esparto, distribuían al detall el licor por los pueblos cercanos, y a mayores distancias lo llevaban en carros tirados por mulos que hacían las rutas a Granada, Motril o Adra.
Este mismo medio de transporte era el utilizado para vender las almendras, los cereales y los higos, los otros productos típicos de este lugar. Sin embargo, al carecer de vías de comunicación apropiadas, el acceso desde Alfornón a esta ruta había que hacerlo a lomos de caballería, depositando los productos en el Haza del Lino, punto de la ruta más próximo al pueblo.
La población actual de Alfornón, alrededor de 150 habitantes, está constituida por una pequeña fracción de lo que antaño fue su censo. Someros cálculos arrojan una población emigrada triple que la residente. Hay que destacar aquí por contraste, que aunque la emigración haya llevado a sus gentes lejos de estos horizontes, es tal el orgullo, el arraigo, el sentimiento profundo de saberse nacido en La Alpujarra, que no conciben la vida cotidiana en otro entorno sino como algo provisional, compadeciendo sin ambages a quienes han tenido que alejarse.
Nos hemos extendido al llegar a Alfornón, lugar situado en el corazón de la Alpujarra Baja, por darse en él, quizás como en ningún otro, las características más genuinas de esta comarca y sus gentes, pero nuestra ruta prosigue en pos de nuevos espacios.
Estando en Alfornón no podemos dejar escapar la oportunidad de realizar una excursión irrepetible, a un lugar excepcional, el Barranco de los Hollinos. Una vez llegados al lecho arenoso y amplio de la Rambla, debemos ya continuar a pie siguiendo el curso natural de las aguas hasta encontrar las altas paredes de piedra que a partir de aquí causan el asombro del viajero. Este barranco originado por el discurrir de las aguas torrenciales durante milenios, constituye por si solo un objetivo de primera magnitud para el excursionista.
Sin embargo existen algunos "trancos", desniveles importantes en la roca pulida a manera de esbeltas cascadas sin agua, que impiden el paso a lo largo del lecho sin que hasta la fecha ningún artificio duradero haya posibilitado el recorrido total.
De llevar el equipo apropiado, cuerdas y grampones de alpinismo, para poder completar el trayecto, desembocaríamos en la Rambla de Albuñol, bajo el Puente del Cantor, en el km 56 de la C-333. Deberemos llevar comida y agua, pues la excursión puede llevar todo el día, y no existen posibilidades de abastecimiento.
Pero en tanto las autoridades competentes posibiliten la contemplación de tan espectacular escenario rocoso, lo más práctico será, una vez recorridos los dos o tres primeros recodos del barranco y llegados al primer tranco, volver sobre nuestros pasos hasta Alfornón donde recuperaremos fuerzas.
Abandonamos el pueblo subiendo de nuevo a la pista de la Contraviesa y al llegar al empalme de Alfornón giramos a la derecha; a unos 4 km de este punto nos encontramos con un cortijo muy próximo a la carretera, es el Cortijo del Tejar, al pie mismo de una cota de 1350 m a la cual se puede acceder cómodamente a pie. Desde él se obtiene una panorámica impresionante de Sierra Nevada, abarcándose desde las cumbres al río Guadalfeo; también por el sur se domina desde las cumbres de la Contraviesa hasta el mar Mediterráneo. Continuando por la carretera de la Contraviesa alcanzaremos la Venta del Medio donde la vía se bifurca en dos, una hacia abajo que nos conduciría a Albondón y la otra a la Alpujarra Alta.
1. También conocido por la Rambla del Valenciano de Albuñol.
2. Muros de piedras irregulares superpuestas sin argamasa, normalmente utilizados para la contención de tierras o para construir cercas.
3. Aquí estas rudimentarias factorías recibían el nombre de "calderas" tal vez por la forma y el material de la parte más voluminosa del alambique; también quizá, por precisar por su funcionamiento de un potente fuego que se alimentaba con cáscaras de almendra, sarmientos, pabilos, troncos o leña más menuda. También precisaban de suficiente agua para enfriar el serpentín por lo que se emplazaban en las proximidades de cursos de agua con caudal suficiente y garantizado.