ESCOLTEU...
  

(http://www.fetor.net/imagenes/banco_simple.jpg)


El banco se queda sólo

por Daniel Richart

La apariencia de mi barrio está cambiando y no me doy ni cuenta. Hace unos cuantos años, en verano, salía a la calle para cenar con todo el vecindario semana sí y semana también una vez a la semana. Cenábamos con mucho gusto, hablando sobre cualquier tema y disfrutábamos de un buen debate. Todos pensábamos que éramos afortunados de vivir en las afueras de la ciudad. Los niños salían a la calle para jugar debido al poco tráfico que tenían nuestras calles, mientras la gente mayor tomaba el sol i pasaba la tarde. A medida que pasa el tiempo la gente se aísla más y más. Parece ser que no, pero es así. Aparecen teléfonos móviles, cámaras, Internet, etc. Lo tenemos todo a nuestro alcance para comunicarnos. Pero las máquinas y las nuevas costumbres nos aíslan cada vez en mayor grado. Ahora, da igual que sea invierno que verano, otoño que primavera, porque se puede dar la situación en la que no se conoce ni el vecino de enfrente de mi casa. Incluso este hecho nos afecta para el día a día dentro de nuestro hogar. Tanto es así, que en mi casa cada uno come a una hora, y en caso de encontrarnos para comer juntos, lo hacemos delante del televisor, esa caja que nos hipnotiza mientras tendríamos que hablar y relacionarnos con nuestra madre o nuestro hermano.

Cada vez nos parecemos más a las máquinas y no al revés como algunos vaticinan. Parecemos automatismos con las instrucciones ya dadas que no se pueden modificar. Me levanto, me visto, desayuno rápido porque no tengo casi tiempo, y me voy hacia la estación de tren. Lunes, martes, miércoles, jueves y viernes también. Los entretenimientos ya no son colectivos, y si lo son, lo hacen a través de la pantalla. –¿Quieres jugar conmigo a la play?- me pregunta mi sobrino cada dos por tres, sobretodo cuando ya lleva cerca de media hora inquieto por su habitación y se sube a las paredes de lo aburrido que está. Todo eso menos coger el libro de matemáticas y repasar que bien le hace falta. Y yo que pensava llevármelo a hacer unas canastas al parque para que hiciéramos un poco de deporte…

Que queda de aquellas conversaciones con risas y recuerdos, con las malas caras y las posteriores reconciliaciones, con historias y anécdotas. Mis padres me cuentan las tardes que se han pasado escuchando “las batallitas”(así las nombran mis abuelos. Tanto mis hermanos como yo nos quedamos atónitos de escuchar. Y es que parece que los jóvenes de esta generación somos de otro planeta, de otra generación.

Ahora, las conversaciones que escucho todos los días son las que se hacen en Los desayunos de TVE, Las mañanas de Cuatro, o las de cualquier programa de rádio mientras voy de aquí hacia allá. Son estos contertulianos unos vecinos muy particulares, ¿No? Los conozco mucho más que ese vecino de los que antes hablaba. Menos ma que no se pierden los mínimos de educación al cruzar las miradas en la calle o de buena mañana. – Hola, buenos días- pero muy poco más, tal vez un pequeño comentario sobre el tiempo que hace.

Todo canvia, no me imaginaba con diez años que viviría ahora con tantas nacionalidades en mi calle. Ni yo ni la vecina de enfrente, que se queja diciendo: - Se escucha de todo menos castellano –. Gente hacia arriba y hacia abajo, y mientras el único que se para en el banco de la plaza es un hombre mayor. Pero sólo lo hace porque está cansado. No tarda mucho en levantarse y continuar su marcha. El banco se ha quedado sólo, parece que es el único que no cambia con el paso del tiempo.


Vincular con mi práctica: Entrevista Vannevar Bush
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