CONSECUENCIAS DE LA BATALLA DE ACCIO

 

MARIA PASTOR SANCHIS       SUSANA PEREZ FERRANDIS

 

 

 

 

1. INTRODUCCIÓN

En este trabajo se aborda el periodo que comprende las postrimerías de la República Romana, aludiendo brevemente a la formación del primer triunvirato, la muerte de César, la Batalla de Accio, y la instauración del Imperio por parte de Augusto Octavio Octaviano.

En la parte final hemos esbozado una aproximación a lo que habría ocurrido si la historia hubiera transcurrido de forma diferente. Si Marco Antonio y Cleopatra hubieran obtenido la victoria. ¿Habría existido el Imperio Romano? ¿Se habría extendido el cristianismo por Europa? ¿Estarían divididos los continentes como lo están en la actualidad?

Para ello, vamos a analizar los personajes protagonistas de estos hechos y los pasos seguidos por los mismos hasta desembocar en la historia que ya todos conocemos, la que le dio el triunfo a un personaje algo oscuro en sus inicios, pero sobrio y ambicioso, y que supo utilizar la flaqueza de sus enemigos con una admirable inteligencia.


 

2. PRIMER TRIUNVIRATO

El general Pompeyo había ganado fama por sus triunfos en Hispania y África; Craso era el hombre más rico de Roma, y Julio César, de origen patricio era un extraordinario orador. Los tres formaron un triunvirato (60 a.C.), con el fin de asumir el poder del estado y repartirse las tierras del imperio. Pompeyo obtuvo el proconsulado de Hispania, Craso el de Siria y César el de las Galias. Pompeyo permaneció en Roma, Craso murió pronto, mientras Julio César emprendió la conquista de la Galia transalpina (58-52 a.C.). Después atravesó el Rhin e incursionó en Germania; en sentido contrario, cruzó el Estrecho de Gibraltar, donde conquistó Londinum, el actual Londres. Estas campañas le dieron gran popularidad y el apoyo incondicional del ejército, lo que generó rivalidad con Pompeyo, quien tras reconciliarse con el Senado había sido nombrado cónsul. En el año 49 a.C., Julio César recibió la orden de volver a Roma, pero desobedeció. Al año siguiente se enfrentó a Pompeyo y lo venció en la batalla de Farsalia (48 a.C.)

            César y Pompeyo, se enfrentan a su última contienda, la Batalla de Farsalia, en la que vence el primero, Grecia y las provincias de Asia Menor se alinean definitivamente en el bando de César,  y algunos de los generales de Pompeyo también. Entre ellos Junio Bruto, quien tras la batalla fue a buscar a César inmediatamente quien le otorgó su perdón y un cargo relevante.

            Pompeyo huyó a Egipto con el ánimo de reclutar un nuevo ejército con el que volver a enfrentarse a César. Allí se encontraría con el joven rey Ptolomeo XIII, de quien era tutor, y además le debía grandes favores, sobre todo porque había puesto en el trono a su padre y por consiguiente, era rey gracias a él. En esos momentos se encontraba en una situación crítica. Egipto estaba siendo gobernado por varios cortesanos: el eunuco Potino, el más influyente, el preceptor del rey Teódoto y el estratega Aquilas. Cleopatra, hermana del rey, unos meses antes había abandonado Alejandría, por desavenencias con éste y ahora volvía con un ejército con la intención de ser reina.

            En este contexto se produce la llegada de Pompeyo, planteándose el dilema de que si recibían al general, César podía ponerse de parte de Cleopatra, y si le negaban el asilo, sería Pompeyo quien la apoyara. Triunfó la decisión de Potino quien encargó que tan pronto como Pompeyo desembarcara, ante la vista de su mujer y su hijo, que lo contemplaban desde el barco, fuera apuñalado. De esta manera Pompeyo no podría ayudar a Cleopatra, y César agradecido a Ptolomeo XIII por haberle librado de su enemigo, tampoco apoyaría a Cleopatra.

            Después Cleopatra, tras entrevistarse con César, le hizo partícipe de su aspiración al trono de Egipto, basándose en que por su naturaleza era la heredera legítima y no Potino quien carecía de argumentos similares con los que rebatirlas. César ordenó que se respetara la voluntad de Ptolomeo XII: Cleopatra y su hermano habían de gobernar conjuntamente. Potino, en respuesta ordenó a Aquilas que atacara a César. Tras diferentes enfrentamiento se produjo una batalla junto al Nilo en la que César salió victorioso, Ptolomeo XIII trató de huir en una barcaza demasiado cargada que terminó zozobrando y pereció ahogado.

            Cleopatra podría acceder al trono siempre que se casara con su hermano de diez años, que pasó a ser Ptolomeo XIV y su hermana Arsínoe fue desterrada a Roma. César permaneció en Egipto algunos meses y de su unión con Cleopatra nació Ptolomeo César, más conocido por Cesarión (pequeño césar).

            Con el incremento de los dominios de Roma, César comprendió necesitaba aumentar el número de senadores a 900 e incluyó entre ellos a representantes de las provincias. Además extendió la ciudadanía romana a la Galia Cisalpina y a algunas ciudades de la Galia Transalpina e Hispania.


LA MUERTE DE CESAR

 

            El motivo de la conjuración fue que había sospechas fundadas de que César planeaba ser elegido rey de Roma. Esto tenía sentido. La única diferencia entre ser rey o dictador vitalicio, como ya era, consistía en que como rey podría designar un sucesor y evitar así una sangrienta lucha por el poder.

Cayo Julio César

            En una fiesta celebrada el 15 de febrero del año 44, Marco Antonio le ofreció una diadema que simbolizaba el trono y se produjo un silencio tenso. César la rechazó diciendo: "Yo no soy rey, sino César". Pero la convicción popular era que pensaba proclamarse rey en una reunión del senado prevista para el día 15 de marzo (los idus de marzo, según el calendario romano). A la entrada del Senado, uno de los conspiradores retuvo a Marco Antonio en una conversación, mientras los otros, todos hombres de confianza de César, lo rodearon mientras éste se sentaba al pie de la estatua de Pompeyo. César estaba solo y desarmado cuando salieron a relucir los puñales. Al principio trató de defenderse, pero luego reconoció a Marco Junio Bruto entre los atacantes y en ese instante se rindió. Dicen que sus últimas palabras fueron Et tu, Brute? (¿tú también, Bruto?). Así César terminó muerto sobre un charco de sangre.

            Los conjurados lograron finalmente el apoyo de Cicerón, que al día siguiente logró un compromiso en el Senado que Marco Antonio pudiera aceptar: el Senado ratificaría todas las acciones de César, su testamento se consideraría válido (a pesar de que no se conocía aún su contenido), pero los asesinos serían eximidos de toda culpa y se les asignaría el gobierno de diversas provincias: Marco Bruto fue a Macedonia, Décimo Bruto a la Galia Cisalpina y Casio a Asia Menor.

En estos momentos, otro personaje entró a formar parte en la vida política, era Cayo Octavio, nieto de la hermana de César y su descendiente más directo y a quien nombró hijo adoptivo en su testamento, y que se encontraba en Apolonia completando sus estudios (tenía diecinueve años), cuando César fue asesinado, pero volvió inmediatamente a Roma a exigir sus derechos como heredero legítimo de César, lo cual importunaba a Marco Antonio, quien encontraba en Octavio, un  joven de aspecto débil y enfermizo, bastante torpe con las armas y que pretendía quedarse con una herencia que él consideraba se había ganado con su constante fidelidad a César.

Marco Antonio logró anular la cláusula del testamento que nombraba a Augusto hijo adoptivo, pero éste la dio por válida y cambió su nombre según la tradición romana, que de ahora en adelante sería Cayo Julio César Octaviano.

            Cicerón pronto comprendió que podría serle de gran ayuda en su oposición a Marco Antonio, así que se decidió a apoyarle mediante una serie de discursos en los que se enfrentaba con Marco Antonio, además, muchas legiones se pusieron de parte de Octavio, en gran parte por la fuerza de su nuevo nombre.

El enfrentamiento entre Marco Antonio y Octavio se llevó al campo de batalla, cuando el primero decidió vengar la muerte de César. Para ello necesitaba el apoyo del ejército , ya que ejecutando a sus asesinos, conseguiría el beneplácito de Roma. El más cercano era Décimo Bruto, que estaba en la Galia Cisalpina, y para llegar a él obligó al Senado a reasignarle la Galia Cisalpina. Pero apenas hubo partido cuando Cicerón convenció al Senado para que Marco Antonio fuera declarado proscrito y se enviara a un ejército contra él.

El ejército se encaminó a su encuentro guiado por los cónsules, y Octavio fue como segundo comandante. Así empezó la Tercera Guerra Civil.

            Décimo Bruto se fortificó en Mutina (Módena) y  Marco Antonio, rodeado por enemigos, desde dentro y desde fuera no pudo hacerse fuerte. En abril del año 43 tuvo que conducir su ejército en retirada a través de los Alpes hasta la Galia Meridional, donde se reunió con Lépido, que volvía de España con su ejército.

Octavio, sin ser un brillante guerrero, tras esta batalla, se convirtió en un general victorioso, ya que los dos cónsules enviados por Roma habían muerto. Este triunfo, le sirvió para que a su llegada a Roma, el Senado ratificara su condición de hijo adoptivo de César y fuera nombrado cónsul. Dando un giro a su política, en este momento se decidió a vengar a los asesinos de su tío abuelo y regresó a la Galia Cisalpina, pero esta vez no para ayudar, sino para derrotar a Décimo Bruto, lo cual no le costó gran esfuerzo, porque una gran parte de los soldados de Bruto prefirieron pasarse al bando del heredero de César en lugar de defender a su asesino. Bruto escapó, pero finalmente fue capturado y ejecutado.


4. SEGUNDO TRIUNVIRATO

El año 43 a.C. surgió un nuevo triunvirato, formado por Octavio, sobrino e hijo adoptivo de Julio César; Marco Antonio, su leal amigo; y Lépido, jefe de la caballería. Los tres asumieron el poder dictatorial y se repartieron el imperio.

            Lépido comprendió que si Marco Antonio y Octavio seguían enemistados los asesinos de César vencerían, se esforzó por conciliar a dos hombres que, más o menos, perseguían el mismo objetivo y el 27 de noviembre del año 43 se formó el Segundo Triunvirato, integrado por Marco Antonio, Octavio y Lépido. Los triúnviros establecieron un sistema de proscripciones como había hecho Sila, donde cada cual puso en la lista a sus propios enemigos. Marco Antonio puso, naturalmente, a Cicerón, que tanto se había esforzado en atacarlo en favor de Octavio.

            Con Roma bajo control, los triunviros llevaron su ejército a Macedonia en el año 42, donde encontraron al ejército unido de Casio y Bruto junto a la ciudad de Filipos (Octavio cayó enfermo en Dirraquio y tuvo que ser llevado en litera). Casio opinaba que debían esperar, pues sus enemigos estaban mal abastecidos y era probable que la espera les debilitara, pero Bruto no pudo soportar la incertidumbre y optó por atacar. La batalla fue igualada, pero Casio se asustó pensando que la derrota estaba próxima y se suicidó. En realidad el resultado fue un empate. Unas semanas después Bruto forzó una segunda batalla en la que fue derrotado por fuerzas superiores y también terminó suicidándose.

            Una vez cumplida su misión, finalizada la Tercera Guerra Civil, los triunviros pensaron que lo mejor era separarse. Acordaron que Lépido gobernaría las provincias del oeste, Marco Antonio las del este y Octavio iría a Roma.

            A mediados del año 41 Marco Antonio llegó a Tarso, en la costa sur de Asia Menor. Allí decidió que Egipto había sido demasiado neutral en la última guerra y ordenó a Cleopatra que fuera a entrevistarse con él. Probablemente, Marco Antonio sólo estaba buscando excusas para obligar a Egipto, la región más rica de su radio de acción, a pagarle un sustancioso tributo. Cleopatra acudió puntualmente, pero entonces tenía veintiocho años, y su capacidad de persuasión estaba en su apogeo. Después de pasar un tiempo con ella, Marco Antonio decidió que no merecía pagar tributo. Al contrario, decidió tomarse unas vacaciones en Alejandría. De estas vacaciones nacieron dos gemelos: Alejandro Helios y Cleopatra Selene.

            La esposa de Marco Antonio, Fulvia, anteriormente casada con Clodio, y luego con Escribonio Curio, estaba enojada con esta situación. Además de sus objeciones a las distracciones de su marido en el Egipto, también le reprochaba que hubiera consentido que Octavio se quedara con Roma, lo cual esto le podría dar una enorme ventaja sobre los otros dos triúnviros. Por ello persuadió a Lucio Antonio, hermano de Marco Antonio, que era cónsul ese año, para que llevara un ejército contra Octavio.

No tenía muchas posibilidades, pero su objetivo real era que Marco Antonio se viera obligado a luchar contra Octavio por defender a su hermano.

            Por esta época Octavio había buscado el apoyo de dos antiguos compañeros de estudios. Uno era Cayo Cilnio Mecenas, que fue su consejero durante cerca de veinticinco años; el otro era Marco Vipsanio Agripa, que suplió la práctica nulidad de Octavio en cuestiones militares. Agripa empujó a las tropas de Lucio Antonio a la ciudad italiana de Perugia y poco después, en 40, se rindieron. Fulvia se vio obligada a huir a Grecia, donde murió al poco tiempo.

Marco Antonio volvió a Italia a defender a su hermano, pero cuando llegó todo había terminado prácticamente y se puso de acuerdo con Octavio para renovar el triunvirato, en el cual Lépido había perdido importancia, y se hizo un nuevo reparto: Marco Antonio conservaba el este, pero Octavio se quedaba con Italia, la Galia y España. Lépido tuvo que conformarse con África. Para confirmar el acuerdo, Marco Antonio se casó con Octavia, la hermana de Octavio. Por estas fechas Octavio se casó también con Escribonia, con la que tuvo una hija llamada, naturalmente, Julia.


5. LA BATALLA NAVAL DE ACTIUM

Virgilio, describe así la batalla:

“La reina en el centro convoca a sus tropas con el patrio sistro,

y aún no ve a su espalda las dos serpientes.

Y monstruosos dioses multiformes y el ladrador Anubis

empuñan sus dardos contra Neptuno y Venus

y contra Minerva. En medio del fragor Marte se enfurece

en hierro cincelado, y las tristes Furias desde el cielo,

y avanza la Discordia gozosa con el manto desgarrado

acompañada de Belona con su flagelo de sangre.”

            Marco Antonio

Según los historiadores modernos, la batalla de Actium fue una retirada táctica incompleta. Esta afirmación se basa en datos aportados por los historiadores antiguos, Dión Casio y Plutarco, quienes, sin embargo, culparon a Cleopatra del desastre. En septiembre del año 31 a. C, la posición de Antonio era insostenible. Sus fuerzas, tropas y naves eran inferiores a las de Octavio. La escasez de alimentos y las enfermedades asolaban su campamento.

Las alternativas eran:

¨      Abandonar las naves, avanzar peligrosamente con el ejército por el Norte y llevar la campaña en tierra,

¨      intentar salvar lo que se pudiera de la flota y marchar con ella a Asia Menor y confiar el ejército a Canidio que se retiraría por Macedonia a su encuentro.

[1]Marco Antonio se lanzó tras Cleopatra en plena batalla, abandonando el combate. De esta manera había sentenciado la suerte de su flota y de su ejército. Según la tradición, que se ha impuesto, sus tripulaciones siguieron combatiendo con valor, incluso cuando Octavio, para concluir dio orden de usar contra ellas el fuego, la más terrible de las armas en la guerra marítima: lucharon hasta la noche.

Antonio sabía que era necesario llevar a cabo una batalla naval con la que se pudiera romper el bloqueo. Como no contaba con hombres suficientes para tripular todas las naves, Antonio quemó los pesados cargueros y las pequeñas naves de guerra excesivamente lentos y se quedó con 240 naves contra las 400 de Octavio.

El ejército terrestre de Antonio tenía a su frente a P. Canidio Craso: un rudo soldado pero también un antoniano de primera hora, y uno de los mejores generales en Oriente, y defensor de la alianza con Cleopatra. Hubiera querido que el ejército se retirase hacia Macedonia, pero se sabía en posición difícil y había visto a casi todos los demás grandes jefes pasarse al enemigo antes de la batalla, lo mismo que algunos contingentes orientales, tales como los dos mil jinetes gálatas cantando alabanzas a César, al modo en que los celtas solían cantar al ir al combate. El ejército se negó a seguir a Canidio, que hubo de huir, y los restantes contingentes orientales se fueron a casa; las legiones pasaron unos días, probablemente negociando, y, luego, se rindieron y Octavio las aceptó en su ejército.

Octavio se apresuró a desmovilizar a todos los legionarios con edad cumplida y a enviarlos a Italia y dispersó a los demás, muchos de los cuales fueron a reforzar a los ejércitos que combatían en tierra bárbara, en la Galia o el Ilírico.

Sin saber dónde estaba Antonio, Octavio se apoderó de Grecia y Macedonia y empezó a ocuparse del Asia Menor, exigiendo contribuciones a las Ciudades y a los dinastas que se le sometían, necesitaba dinero para pagar a los veteranos que había desmovilizado, y envió a Agripa a Italia para solventar este problema, pero no fue suficiente, la agitación estalló y Octavio viajó a Brindisi, sorteando dos grandes tempestades. Una vez allí prometió a los veteranos ventajas sustanciales que al final se quedaron en simples promesas. Hecho esto volvió al Asia, pero esta vez hizo acarrear sus naves a través del istmo de Corinto, quizás utilizando el antiguo diolcos. La segunda parte de la guerra iba a comenzar.

Durante los once meses posteriores a Accio, Cleopatra y Antonio intentaron encontrar una salida mediante la negociación, guerra o huida. Forma parte de la leyenda falsa que intentaran reanudar en Alejandría su “vida inimitable”, tan sólo hubo fastos para aparentar. Pero todo intento de solución fue inútil, ya por la voluntad férrea de Octavio, ya por las deserciones que trajo la derrota, y también por el mal entendimiento entre Marco Antonio y Cleopatra, que seguían siendo respectivamente un general romano, y una reina lágida que luchaba por conservar su reino y su independencia, a la vez que la sucesión de sus hijos.

Cleopatra VII

Tras huir de la batalla, se establecieron en el Peloponeso donde se repartieron sus cometidos. Cleopatra volvería aparentado un triunfo a Alejandría, allí reuniría un tesoro, incluso a expensas del de los dioses. Antonio acudió a su subordinado Pinario, quien dirigía cuatro legiones en Cirenaica, pero, además era sobrino de César, y éste se negó a recibirlo. Antonio regresó a Alejandría sin haber logrado nada y por el contrario, el ejército de Cirenaica fue, en adelante, una grave amenaza para Egipto.

Sin embargo Antonio y Cleopatra rehicieron su flota y sus tropas de tierra, a la vez que hacían preparativos para huir a Hispania o hacia las costas egipcias del Mar Rojo. Además intentaron negociar con Octavio, quien recibió los presentes de ambos pero respondió en términos vagos y en secreto, invitando a Cleopatra a que hiciera desaparecer a Antonio.

Cuando llegó el buen tiempo del año 30 las tropas de Octavio se dirigieron hacia Egipto. Las cuatro legiones de Pinario Escarpo avanzaron por el litoral del desierto comandadas por C. Cornelio Galo. El gobernador de Siria Q. Didio se había pasado también al bando de Octavio y lo demostró ordenando incendiar por los árabes las naves que Antonio y Cleopatra habían hecho construir en el Mar Rojo.

Antonio fracasó en su intento de introducirse en la plaza que Galo había ocupado, Paretonio (Marsa-Matrouh), y al saber que Octavio había tomado Pelusio, se volvió rápidamente a Alejandría sorprendiendo a los adversarios y venciéndolos en un combate de caballería, pero fue vencido en una batalla de infantería ante la ciudad, después, se retiró a bordo de sus naves y se dispuso a zarpar para Hispania.

Cleopatra, ante estos hechos, decidió separar su suerte de la de Antonio, con las esperanzas que Octavio le había dado. Por ello hizo entregar secretamente Pelusio y dio la orden de que no se defendiera la ciudad de Alejandría. Se encerró en su tumba e hizo correr el rumor de su muerte.

Los historiadores antiguos culparon a Cleopatra del desastre. Según Plutarco, la huida de Antonio se debió a su amor por la reina, que le hizo olvidar su dignidad y honor. Todo ello, desmoralizaría al ejército que, al no tener esperanza de cobrar su paga y obtener tierras en Italia de Antonio, no tardaría en pasarse a Octavio.

Antonio quiso matarse pero sólo consiguió herirse gravemente y se mandó izar mediante poleas para introducirse en la tumba donde estaba Cleopatra, llegó moribundo y expiró en sus brazos.

Según Wertheimer, Cleopatra planeaba deshacerse de Antonio, pero lo cierto es que nunca lo hizo y en este punto, si se sigue esta hipótesis, nos viene a la memoria el episodio narrado por Plinio. ¿Cómo una reina tan resuelta pudo mostrarse tan incapaz para asesinar al hombre que, según decían sus enemigos, tenía subyugado?

Plutarco nos narra una sucesión de hechos, tan inconsistentes, que resultan poco creíbles, aunque están muy en la línea de la versión de los vencedores, según la cual, Antonio estaba completamente dominado por Cleopatra, quien dirigió todos sus actos, entre ellos, su muerte: Antonio regresa furioso del simulacro de combate. Piensa que Cleopatra le ha traicionado. La reina que ve su país invadido, sólo se preocupa y aterroriza ante la cólera de Antonio y, para protegerse de su venganza, se encierra en su mausoleo, pero para más seguridad, da las órdenes oportunas para que se informe a Antonio de su muerte. Luego, a pesar de su carácter resuelto, sin que se sepa el motivo, se arrepiente y envía a su secretario Diomedes a Antonio, con el mensaje de que se reúna con ella en el mausoleo.

Momentos antes de llegar Diomedes, Antonio se entera de la muerte de la reina  y decide poner fin a su vida de forma honrosa. Entregó su espada a su liberto Eros para que le matara, pero éste prefirió matarse a sí mismo, antes que cumplir la orden. Admirado por el valor del liberto, Antonio se clavó la espada en el vientre.

Tampoco parece creíble otra versión que supone que Cleopatra hizo creer a Antonio que ella había muerto, para provocar su suicidio y obtener el favor de Octavio. No le hubiera sido difícil conseguir su muerte por otro medio más seguro y que probara ante Octavio que al final había cumplido su deseo: la muerte de Antonio. Es más posible que Cleopatra que sabía que Antonio ya sólo esperaba una muerte digna, enterada de la derrota, temió que, según la costumbre romana, se suicidara. Quiso evitarlo y por eso envió a Diomedes.

Octavio ordenó que capturasen viva a Cleopatra, porque quería exhibirla en su triunfo y además, temía que prendiese fuego al tesoro. La reina, que se negó a abrir las puertas de su mausoleo, nunca suplicó por su vida, sino por la de sus hijos y la continuidad de su dinastía en el trono de Egipto. Proculeyo lo intentó en vano, animándola a que confiara en Octavio, hasta que llegó Cornelio Galo y mientras éste la distraía con nuevas negociaciones, entró por la misma ventana en que antes lo hiciera Antonio y le arrancó el puñal con el que quiso darse muerte.

Tras sepultar a Antonio, Cleopatra decide morir. Encontraron dos tenues punzadas en un brazo de Cleopatra, lo que hizo pensar que se había dejado morder por un áspid. Alguien dijo que un campesino había traído una cesta llena de higos en la que se ocultaba el reptil. Octavio se resistía a perder la presa que reservaba para su triunfo. Hizo que algunos psilos, (hombres de los que se creía que su cuerpo era un antídoto contra el veneno de las serpientes) chupasen el veneno de la herida. (Suetonio)

Este es el relato tradicional del final de Cleopatra, sin embargo parece ser que se corresponde con la imagen que Octavio quería que se tuviera de la reina. En realidad, tenía ya treinta y nueve años y era madre de una familia numerosa, y no parece cuadrar esta imagen con la de una mujer seductora. Nunca sabremos la parte verdadera y la imaginaria. En realidad, lo que había ocurrido es que Antonio y Cleopatra habían desaparecido y Octavio tenía a su disposición los tesoros de Egipto.

Cesarión fue ejecutado porque Octavio no podía permitir que existiera otro heredero de Julio César. Los otros hijos de Cleopatra fueron enviados a Roma, donde Octavia los acogió durante un tiempo, pero únicamente sobrevivió Cleopatra Selene a quien casaron con Juba II de Mauritania. Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo desaparecieron en circunstancias misteriosas. Se dijo que fueron asesinados por Herodes.

Ahora Octavio debía retomar la política de clemencia de la que su padre adoptivo había hecho virtud, hizo pagar a cada alejandrino el equivalente de un sexto de sus bienes para añadirlo al tesoro de Cleopatra, con ello pagó a sus soldados para impedirles que saquearan la ciudad de Alejandría. Egipto fue reducido a provincia pero obtuvo un régimen especial, con un gobernador que era un prefecto de Octavio, Cornelio Galo. Octavio se erigió faraón y los egipcios pudieron comprobar que era solícito y eficiente ya que hizo que sus tropas restaurasen los canales cegados.


6. POLÍTICA DE OCTAVIO

Octavio Augusto (Octaviano)

            El libro LI de Dión Casio narra las secuelas de Accio en el 30 y 29 a.C. hasta el regreso de Octavio a Roma. Desde el año 29 a.C. hasta el 14 d.C. el reinado de Augusto duró cuarenta y tres años. En el año 29 Octavio sólo tenía treinta y cuatro años, y desde ese año hasta el 14 d.C. el tiempo cumplió con su tarea, aunque la organización de la monarquía augústea no surgió de un plan premeditado, sino que fue una creación continua, realizada mediante adaptaciones sucesivas.

No era un guerrero valiente, caía enfermo en los momentos cruciales de las batallas, ni tampoco tenía un origen ilustre, era sobrino vía materna de César, quien lo nombra hijo adoptivo.

Tras varias décadas de guerras civiles, la idea de que un solo hombre se convirtiera en dictador encubierto era aceptada incluso por los defensores de la legalidad republicana. Hasta el 27 a. de C., Octavio (conocido como Octaviano) se hizo elegir repetidamente para el consulado pero en ese año se presentó inesperadamente en el senado y anunció que se retiraba de la vida pública. La reacción senatorial se acercó al pánico, posiblemente porque temían un nuevo rebrote de enfrentamientos civiles. Octavio aprovechó la situación para aceptar, como si fuera a regañadientes, el control sobre las provincias más importantes, es decir, Hispania, salvo la Bética, Galia, Siria, Chipre y Egipto. Tres años después, Octavio dio un paso más y aceptó el imperium proconsulare, una ficción legal que zanjaba la entrega de un poder monárquico aunque nadie se hubiera atrevido a denominarlo de esa manera. La permanencia en el poder quedaba consagrada aunque, en teoría, con el respaldo de las propias leyes republicanas. Así, Augusto era príncipe, pero no dictador; y tenía autoridad, pero no mando.

En definitiva entre los años 29 y 27 asentó las bases de nuevo régimen y se impuso tres objetivos políticos:

¨      Reforzar su prestigio.

¨      Evitar o disminuir las posibles oposiciones.

¨      Hacerse con las instituciones.

El colega de Octavio durante este tiempo fue Agripa, cónsul por segunda vez en el año 28 y por tercera en el 27.

Para ganarse a las masas, civiles y militares, donó a unos 120.000 veteranos, ya instalados como colonos, mil sestercios por cabeza y a la plebe romana cuatrocientos por individuo. Los soldados desmovilizados tras la guerra además recibieron en Italia o en provincias, tierras por las que se indemnizó a sus propietarios.

Para obtener el control de las instituciones políticas y administrativas, existía el siguiente mecanismo: los comicios sólo podían reunirse por convocatoria del magistrado que había de presidirlos, cónsul o tribuno de la plebe, según el caso. Augusto ocupaba uno de los puestos consulares y el otro, uno de sus partidarios, además poseía la potestad tribunicia.

La lectio senatus del 28 le permitía inscribirse al frente de la lista senatorial, por lo que se convirtió en el princeps senatus (el primero del Senado), lo que le daba derecho a ser consultado en primer lugar en las deliberaciones.

Respecto al Senado, Augusto se encargó de la defensa del imperio y siguió manteniendo el mando del ejército romano y de las legiones, en especial se encargó de la administración de las provincias en las que las tropas estaban estacionadas, en su mayoría fronterizas o conquistadas hacía poco tiempo, como las de Hispania, Galia y Siria. En ellas ostentó el imperium proconsular y se hizo representar en ellas por legados a quien escogió personalmente, naciendo la distinción entre provincias senatoriales e imperiales.

Augusto seguramente recibió su imperium proconsular por diez años y no sabemos sin con al calificación de maius, es decir, proclamando superior al de los procónsules, pero en realidad lo era, gracias a su auctoritas, a sus poderes de cónsul y a su función de príncipe del Senado. De hecho, desde el año 27, Augusto fue el dueño del Imperio entero.

Octavio

El 1 de enero del año 26 Augusto asumió su octavo consulado, y esta vez su colega no era Agripa sino T. Estatilio Tauro, en el año 25 lo fue Junio Silano, en el 24 Norbano Flacco y en el 23 Aulo Terencio Varrón Murena.

       Augusto había acumulado todos los poderes pero esto era estrictamente personal. El problema,  era cómo garantizar que el proceso de transformación llevado a cabo no desaparecería con él. De esta manera estalló una crisis en el año 23, que desencadenó en una conspiración por parte de republicanos y cesarianos, que preparaba su asesinato, tal y como le ocurrió a César, pero en esta ocasión fue descubierta y sus cabecillas ejecutados. Al poco Augusto cayó enfermo y fue durante este tiempo que se comprendió la debilidad del régimen: todo dependía de la vida del príncipe y si este desaparecía la constitución republicana retomaría su normal funcionamiento y habría de nuevo dos cónsules verdaderamente iguales, puesto que quien remplazase a Augusto no tendría su auctoritas y Roma caería de nuevo en la anarquía y en las guerras civiles.

El 1 de julio del año 23 Augusto renunció al consulado y fue sustituido por L. Sestio Albino, pero como contrapartida promocionó el imperium maius et infinitum, que en adelante fue superior al de los procónsules de las provincias senatoriales. Y en esa fecha renovó su potestad tribunicia, renovándola posteriormente de año en año.

Su sucesor ideal era Agripa, a quien Augusto había casado con su hija Julia en el 18 a. C. Pero su muerte truncó el proceso sucesorio en el que había pensado Augusto. Durante el siguiente lustro, Tiberio, hijo de un matrimonio anterior de Livia, la mujer de Augusto, fue dibujándose como el sucesor más verosímil. Cuando el 9 de agosto del 4 a. C., Augusto fallecía plácidamente en Nola, la república estaba más que muerta y sepultada y el imperio se había consolidado de tal manera que duraría siglos.


 

 7. ANÁLISIS  POLÍTICO

a) Muerte de César

Hacia finales de la República hay dos hechos esenciales:

1.      El asesinato de César, que señala el fin de la dictadura.

2.      La victoria de Octavio en Accio, que cierra la era de las guerras civiles y hace del sobrino nieto de César el único soberano del mundo romano.[2]

El 16 de enero del año 27 comienza el régimen comúnmente llamado el Imperio, y se consagra el final de una época y de una civilización, la de la ciudad helenística, y el comienzo de otra época y de otra civilización, la de una capital de Imperio, que adquiere su propia personalidad romana.

En que se ha convertido Roma, en una República Restablecida, ¿res publica restituta?  ¿Hay que ver en el periodo triunviral el desenlace del periodo precedente y en Octavio al último de los imperatores republicanos?, o bien ¿fue Augusto el fundador del Imperio?. Pero Octavio fue Triunvir, luego dux y luego princeps, el emperador Juliano lo llamaba camaleón.

El periodo desde los Idus de Marzo del 44 hasta la victoria de Accio el 2 de septiembre del 31 aparece como una época de rara densidad coyuntural y de una excepcional riqueza de toda clase de experiencias políticas y religiosas, y de acontecimientos ideológicos.

Muerto César, Lépido con su legión ocupa el Foro y el Campo de Marte, Marco Antonio, desde su casa de los Carenos se dirige al Foro y se vuelve primero a Regia, residencia del gran pontífice que con este título habitaba César, para presentar sus condolencias a Calpurnia, y al mismo tiempo reclamar los papeles de su testamento y la fortuna personal del difunto. Desde allí se dirige al Templo de Ops, donde había depositado 800.000 sestercios, tras lo cual, de acuerdo con Lépido, Antonio decide reunir al Senado.

Antonio lanza un dilema: condenar los hechos de César, lo que implica la pérdida de cargos por él otorgados, o bien, conservar sus actas y sus cargos.

Respecto al pueblo, Antonio se ocupará de ganar su confianza, lo mismo que Octavio, mediante propaganda monetaria, difusión de falsas habladurías, publicación de libelos y libros. Ambos lanzan propaganda uno contra el otro, Octavio, denunciando los vicios de Antonio, éste, presentado a Octavio como un advenedizo, de origen humilde.

 

 

b) El Segundo triunviro.

Con desconfianza mutua Antonio, Lépido y Octavio se vuelven a encontrar en Reno y firman un acuerdo general: se estableció una magistratura de tres por 5 años, el triunvirato. Se estableció el reparto de las provincias y para sellarlo Octavio se promete a Clodia, hija de Fulvia, esposa de Antonio (no llegan a casarse). El 27 de noviembre del año 43 a.C firma una ley la lex Ttitia, que consagra oficialmente los acuerdos de Reno. Mientras que el primer triunvirato era sólo un pacto secreto entre César, Pompeyo y Craso, este segundo se sanciona con un pacto legal, y será renovado con el mismo valor jurídico en el año 37 a.C.

El segundo triunviro confería a sus tres miembros no sólo el imperium con poder constituyente por 5 años y el derecho de nombrar a todos los magistrados, sino que procedía a un nuevo reparto de las provincias occidentales: a Lépido correspondía la Narbonense y las provincias ibéricas, con 3 legiones; a Antonio, la Galia cabelluda, la Cisalpina y 20 legiones; a Octavio, Africa, Sicilia, Cerdeña y 20 legiones. El Oriente estaba en manos de los asesinos de César.

Octavio y Antonio protagonizan una sangrienta batalla cerca de Filipos y tres semanas más tarde, otra que se salda con una brillante victoria de Antonio sobre Bruto, quien se suicida. Tras la batalla de Filipos los triunviros se reparten nuevamente el mundo:

¨      Lépido cede la Narbolense a Antonio,

¨      Antonio además tiene la Galia, de norte a sur, y cede a Octavio hispania y 6 legiones.

¨      Octavio, además tiene Sicilia y Cerdeña y Africa y 5 legiones.

También se reparten las funciones:

¨      Antonio: recoger dinero y dirigir la guerra contra los partos

¨      Octavio: acabar con Sexto Pompeyo en Sicilia y llevar a la práctica en Italia las promesas a los veteranos de Filipos.

Esto se traduce en:

¨      Oriente para Marco Antonio.

¨      Occidente para Octavio.

c) Importancia de la victoria de Octavio sobre Antonio:[3]

Para sus contemporáneos:

¨      2 de septiembre de 31 a.C.: Victoria de Accio.

¨      1 de agosto de 30 a.C.: toma de Alejandría.

¨      Comienzos del 29 a.C.: cierre del templo de Jano.

¨      13, 14 y 15 de agosto de 29 a.C.: los tres triunfos de Octavio.

  Octavio

Los contemporáneos tuvieron inmediatamente la impresión de que la victoria de Octavio ponía fin a la terrible serie cuyo término desesperaban de ver:

¨      Guerras de César contra los pompeyanos, desde el 49 al 45.

¨      Guerra de Módena, en el 43.

¨      Guerra entre el II Triunvirato y los republicanos, en el 42.

¨      Guerra de Perusa, en el 41-40.

¨      Guerra entre Octavio, mal apoyado por Antonio, y Sexto Pompeyo, entre el 42 y 2l 36.

La victoria de Octavio era tan completa y tan clara que ante todos, ponía fin a ese siglo de incertidumbres y dificultades, de sangre y lágrimas. Fin que sería definitivo si los dioses le daban el tiempo y el saber precisos para volver a poner a la República en situación de perdurar.

Para la Historia:

¨      Fue el punto de inflexión más importante de toda la historia de Roma, ya que ponía fin al segundo gran periodo de esta historia: la época de los reyes se perdía en la noche de los tiempos y, a su vez la República iba a desvanecerse y de sus ruinas, surgir un nuevo tipo de monarquía, el Imperio.

¨      Octavio fue a la vez el beneficiario y el agente de esta transformación.


8. CONSECUENCIAS DE LA VICTORIA DE OCTAVIO

Las luchas armadas entre los integrantes del segundo triunvirato, Marco Antonio, Lépido y Octavio, produjeron ciertas dudas sobre la eficacia de las instituciones republicanas para poder gobernar los extensos territorios que rodeaban al Mar Mediterráneo. Como consecuencia de esta situación, entre los grupos dirigentes se empezó a pensar en la posibilidad de crear un nuevo tipo de autoridad. Esta incertidumbre, unida a la victoria de Octavio tras la batalla de Actium, permitió a Octavio concentrar todo el poder de Oriente y Occidente y convertirse en el jefe máximo del estado romano. Octavio recibió del Senado el título de Augusto, que significa que su persona merecía el mayor respeto y veneración; además, obtuvo las más altas facultades militares,  políticas y religiosas. Así comenzó el Imperio.

Después de un siglo de luchas civiles, el mundo romano estaba deseoso de paz. Octavio se encontró en la favorable situación del que detenta un poder absoluto, en un inmenso imperio cuyas provincias estaban pacificadas, mientras que en la capital la aristocracia se encontraba exhausta y debilitada. El senado no estaba en condiciones de oponerse a los deseos del general, dueño del poder militar. La habilidad de Augusto consistió en conciliar la tradición republicana de Roma con la de monarquía divinizada de los pueblos orientales del Imperio.

Bajo la apariencia de un retorno al pasado, Augusto encarriló las instituciones del estado romano en sentido opuesto al republicano. La burocracia se multiplicó, de forma que los senadores no eran suficientes para garantizar el desempeño de todos los cargos de responsabilidad. Ello facilitó la entrada de la clase de los caballeros en la alta administración del imperio. Los nuevos administradores lo debían todo al emperador y contribuían a favorecer su poder. Poco a poco, el senado, hasta entonces coto exclusivo de las antiguas grandes familias romanas, fue admitiendo a itálicos y más tarde a miembros procedentes de todas las provincias. El largo período durante el que Augusto fue dueño de los destinos de Roma (27 a.C.-14 d.C.) se caracterizó por la paz interna «pax romana», la consolidación de las instituciones imperiales y el desarrollo económico. Las fronteras europeas se fijaron en el Rin y el Danubio, se completó el dominio de las regiones montañosas de los Alpes y la península Ibérica, y se emprendió la conquista de Mauritania.

El problema más importante que quedó sin solucionar por completo fue el de la sucesión en el poder. No existió nunca un orden sucesorio definido, ni dinástico ni electivo. Después de Augusto se turnaron en el poder diversos miembros de su familia. La historia ha puesto de relieve las miserias personales y la inestabilidad de la mayor parte de los emperadores de la dinastía Julio-Claudia, como Calígula (37-41) y Nerón (54-68). Probablemente se ha exagerado, ya que las fuentes históricas que han llegado a nuestros días se deben a autores frontalmente enemistados con tales emperadores. Pero si la corrupción y la desmesura reinaban en los palacios romanos, el Imperio, sólidamente organizado, no pareció resentirse por ello lo más mínimo.

El sistema económico funcionaba eficazmente, había una relativa paz en casi todas las provincias y, más allá de las fronteras, no existían enemigos capaces de medirse con el poder de Roma. En Europa, Asia y África las ciudades, base administrativa del Imperio, crecían y se hacían cada vez más cultas y prósperas.

Al primitivo panteón romano, se fueron añadiendo centenares de dioses. El cristianismo desde sus oscuros orígenes en Judea, se fue propagando por todo el imperio, principalmente por las clases bajas urbanas. El imperio romano sólo comenzaría a ser rígido e intolerante en materia religiosa cuando adoptó el cristianismo como religión oficial, ya avanzado el siglo IV.

El siglo II, conocido como el siglo de los Antoninos, ha sido considerado por la historiografía tradicional como aquel en el que el imperio romano llegó a su cenit. Efectivamente, la población, el comercio y el poder del imperio estaban en su apogeo, pero ya comenzaban a percibirse señales de que el sistema se estaba agotando. Con posterioridad a esta época, el imperio no tuvo fuerzas para anexionarse nuevas posesiones.


 

9. VISION PERSONAL

La historia debe verse desde diferentes puntos de vista, por ello tenemos que pensar en ¿Qué habría ocurrido si....?

Si Antonio no hubiera huido tras Cleopatra, probablemente su tropa habría tenido más ánimo para la lucha, pero ésta estaba perdida de antemano. Las tropas de Octavio eran más numerosas, el momento no era el apropiado para la batalla. La única solución de Antonio habría sido negociar antes de emprender esa batalla.

Pero, ¿Qué hubiera ocurrido si Cleopatra y Marco Antonio vencen en la batalla de Actium? Es posible que al ser Egipto la capital del Imperio Romano, el cristianismo se hubiera mezclado con la religión egipcia y hubiera dado origen a una religión más universal que el cristianismo romano.

Marco Antonio se habría convertido en máximo dirigente del Imperio, junto a Cleopatra. Si tenemos en cuenta los caracteres de ambos, podemos hacernos una idea de cómo habría transcurrido la política en ese contexto.

Marco Antonio era un guerrero brillante y audaz, valiente y leal, pero sin la presencia de César, su vida se había vuelto demasiado desordenada. En el campo de batalla, su tropa le había adorado, había sabido ganarse a sus hombres por su osadía, su inteligencia, pero no carecía de la fuerza de carácter necesaria para ser un buen dirigente. Por ello aunque conociera a la perfección la forma de maniobrar en el combate, no sabía utilizar estratagemas, ni resortes políticos para emplearlos a su favor.

El triunfo de Octavio le proporcionó un poder absoluto sobre oriente y occidente. Si no hubiera obtenido esta victoria, probablemente estas dos partes del mundo habrían continuado guerreando, no se habría producido la “pax romana” que tanto anhelaban los ciudadanos.

También podría haber ocurrido, al igual que ninguno de los sucesores de Octavio supo estar a la altura de las circunstancias, podría haberse dado el caso de que le sucediera algún descendiente de Marco Antonio y Cleopatra, o bien tras un nombramiento, o bien, con una vuelta a la batalla por parte de los descendientes.

Lo cierto es que, aunque la situación de Roma no se viera perjudicada, los sucesores de Augusto encarnaban los defectos que se atribuían al reino egipcio, tales como falta de moral, de disciplina, corrupción, como si una maldición hubiera recaído sobre ellos. Julia, Calígula, Nerón encarnan esos valores que Roma había tratado de alejar, y que en nada de se parecían a la persona compleja, pero sabia de Octavio Augusto.


10. AGRADECIMIENTOS

Agradecemos a nuestro profesor el Dr.  Hermenegildo Rausell Bolzas por sus consejos e indicaciones para realizar este trabajo, así como su excelente labor docente, que nos ha enseñado a analizar la historia de una manera diferente, con la mirada tanto del historiador como del crítico, del alumno y del investigador.


 

11. BIBLIOGRAFÍA

¨      Marcel Le Glay, Grandeza y decadencia de la República Romana, Ediciones Cátedra, Madrid, 1990.

¨      Joel Le Gall y Marcel Le Glay, El Imperio Romano. Tomo I El Alto Imperio desde la Batalla de Actium (31 a.C.) hasta el asesinato de Severo Alejandro (235 d.C). Ediciones Akal, S.A. 1995. Madrid.

¨      Juan Berenguer Amenós, Cleopatra, su vida y su época, Vergara Editorial, S.A., 1957. Barcelona.

¨      Plutarco, Vidas Paralelas.

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[1] Joel Le Gall y Marcel Le Glay, El Imperio Romano. Tomo I El Alto Imperio desde la Batalla de Actium (31 a.C.) hasta el asesinato de Severo Alejandro (235 d.C). Ediciones Akal, S.A. 1995. Madrid

[2] Marcel Le Glay, Grandeza y decadencia de la República Romana, Ediciones Cátedra, Madrid, 1990.

[3] Joel Le Gall y Marcel Le Glay, El Imperio Romano. Tomo I El Alto Imperio desde la Batalla de Actium (31 a.C.) hasta el asesinato de Severo Alejandro (235 d.C). Ediciones Akal, S.A. 1995. Madrid.

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