H  U A  G  D

LAS AVENTURAS DE ENEAS

 

Por: Rosa Lara

 

 

Yo soy aquel que en otro tiempo modulé mi canto con la grácil flauta, y, habiendo salido de las selvas, obligué a los vecinos campos a que obedecieran al cultivador... pero ahora cantaré las horrendas armas de Marte y al varón que, prófugo por causa del destino, vino el primero desde las riberas de Troya a Italia y a las costas lavinias...

Y padeció guerra y trabajos mil por causa de la rencorosa Juno, hasta que hubo fundado la ciudad de Lavinio, e introdujo sus dioses en el Lacio, de donde procede el linaje latino y los patriarcas albanos y las murallas de la altiva Roma.

 

                                                                                        VIRGILIO,  La Eneida

 

 

Virgilio escribió su poema durante el reinado del fundador del imperio: Octavio Augusto (29 a. C.-14 d. C.), creando así el mito de los orígenes del pueblo romano.

 

Según la leyenda, el padre de Eneas fue Anquises, rey de los dárdalos, pueblo vecino y aliado de los troyanos dedicado al pastoreo.

Jupiter deseaba escarmentar a su hija Venus haciendo que se enamorara de un mortal, así que hizo que la hermosa diosa se fijara en el joven príncipe dárdano. Tras aquella unión, Venus reveló a Anquises quién era y le prometió que protegería al hijo que de él había concedido con tal de que aquella unión se mantuviera en secreto. Pero Anquises, faltó a su promesa y lo contó a sus amigos, lo que hizo que Jupiter se encolerizara y lanzó su rayo contra él, pero Venus lo desvió, aunque no pudo evitar que Anquises quedara cojo.

Eneas se convirtió en un guapo mozo y cuando se inició la guerra de Troya , Eneas acudió como aliado en defensa de la ciudad. Casó con Creúsa, hija del rey Príamo, de cuyo matrimonio tuvo un hijo llamado Julio Ascanio, del cual, según la leyenda, descendería Julio César.

Durante el largo asedio, Eneas se distinguió siempre por su piedad y prudencia.

El día de la terrible noche de la destrucción de la ciudad, tras la estratagema del caballo, Eneas se despertó sobresaltado por el ruido de armas y los gritos de angustia y venganza. Al comprobar la triste realidad se dispuso a vender cara su vida y la de sus familiares. Luchando hasta la extenuación se encontraba cuando su divina madre le aviso de que volviera a casa, cogiera a su anciano padre y a su hijo, ya que su destino le aguardaba en otra parte. Y que ella les protegería.

Eneas se escapó durante la noche llevando a su padre cargado sobre sus espaldas y del la mano a su hijo. Creusa había fallecido.

Cuando su nave zarpó de Troya se le unieron numerosos troyanos con el deseo de encontrar un lugar donde establecerse, pero sin saber donde. Intentaron muchas veces edificar una ciudad, pero siempre tuvieron que abandonar debido a las calamidades o los malos presagios. Durante un sueño, Eneas comprendió que el lugar destinado estaba en una región muy apartada, hacia el oeste, Italia, entonces llamada Hesperia o país del Occidente. Estaban en la isla de Creta, y aunque sabían que no podrían alcanzar la tierra prometida sino a través de un largo viaje por mares desconocidos se alegraron por la seguridad de poseer algún día una patria. Se hicieron a la vela, pero la navegación fue larga y penosa hasta llegar al punto deseado.

Llegaron al noroeste de Grecia en donde gobernaba Heleno casado con Andrómaca, allí les acogieron con alegría y les dieron hospitalidad y cuando llegó el momento de separarse, Heleno les dio consejos útiles para el viaje. Les dijo que no recalaran en la costa oriental, habitada por griegos, que su futura patria se hallaba en la costa oriental, un poco hacia el norte y que tenían que renunciar al camino más corto, el paso entre Sicilia e Italia, pues se toparían con el peligroso estrecho vigilado por Caribdis y Escila.

Los troyanos tomaron el consejo de sus anfitriones y tras costear el extremo oriental de Italia prosiguieron su ruta hacia el Oeste bordeando Sicilia.

Lo que no les había advertido Heleno es que la isla estaba habitada por Cíclopes. Tocaron tierra al atardecer y sin precaución acamparon en la playa. Todos hubieran muerto de no avisarles un pobre hombre, al que en un descuido Ulises había abandonado.

Apenas salidos de este peligro , al rodear Sicilia les sorprendió una tempestad.  Pensaron que los dioses andaban metidos en el asusto, y no se equivocaron ya que Juno era la culpable. La diosa detestaba a los troyanos pues sabía que Roma sería fundada por hombres de sangre troyana y que esta ciudad estaba destinada a destruir Cartago,  su pueblo predilecto.

Con ayuda de Neptuno, que calmo las aguas que Eolo había enfurecido, llegaron a tierra. Estaban en la costa septentrional de Africa, no lejos de Cartago. Cartago era una ciudad inmensa y magnifica. Fundada por una  mujer Dido que aún reinaba, Dido era una mujer muy hermosa y Eneas había perdido a su mujer la noche en que huyó de Troya y había enterrado a su padre en la ciudad siciliana de Depranum, cerca de un templo dedicado a Venus.

Eneas narró sus aventuras a la reina con tanta gallardía que pronto en el corazón de Dido se inflamó el amor por el héroe troyano.

Pasó el tiempo y Eneas llevaba en Cartago una vida regalada junto con sus compañeros, la idea de marchar a una tierra desconocida le resultaba cada vez menos atractiva. Juno estaba satisfecha del giro que habían tomado los acontecimientos, y a Venus esto no le preocupaba demasiado, ya que sabía que Jupiter obligaría a Eneas a dirigirse hacía Italia. Esto lo hizo enviando a Mercurio a Cartago con un mensaje para Eneas.

Reunió a sus hombres y les dio orden de preparar la partida. Dido se dio cuenta y envió a buscar a Eneas. Jupiter le ordenaba partir y debía obedecirle. Sigilosamente, los troyanos levaron anclas por la noche, ya que una sola palabra de la reina hubiera hecho imposible la partida. De pie en el puente de la nave, Eneas miró por última vez las murallas de Cartago y las vio iluminadas por el resplandor de la pira funeraria de Dido, que se había dado muerte.

Un viento favorable llevo a la flota a Italia. Heleno había recomendado a Eneas que, cuando llegara a Italia, buscara a la Sibila de Cumea, mujer de gran sabiduría, que se prestó a conducirle al mundo subterráneo donde su padre Aquestes, le revelaría lo que deseaba saber. La Sibila le dijo que no temiera. Cuando encontró a su padre le instruyo sobre lo que debía hacer a su llegada a Italia y le explicó cómo lograr la victoria y salir airoso de las duras pruebas que le aguardaban. Después, Eneas y la Sibila volvieron a la Tierra. Al día siguiente, los troyanos se hacían a la vela, costeando Italia, en busca de la tierra prometida.

 

La guerra en Italia.-

El alma de su padre Fauno había impedido al anciano rey latino, biznieto de Saturno y soberano de la ciudad del Lacio, casar a su única hija Lavinia con un príncipe del pais, y recomendado desposarla con un extranjero cuya venida inmediata se anunciaba. De esta unión nacería una raza que conquistaría el mundo entero. Así, cuando una embajada de Eneas solicitó acampare en un estrecho espacio de la costa, Latino la recibió amistosamente. Y les dijo en un mensaje dirigido a Eneas que tenía una hija que no podía casarse sino con un extranjero y el jefe troyano le parecía encarnar al hombre designado por el destino.

Pero aquí intervino Juno, hizo salir a Alecto una de las Furias, que comenzó por revolver los sentimientos de Amata la esposa del rey, e inspirarle una enérgica oposición al matrimonio entre su hija y Eneas. Después, corrió hacia el rey de los rútulos, Turno, que había sido hasta entonces el pretendiente favorito de la mano de Lavinia, que sólo la idea de que alguien pudiera casarse con Lavinia bastaba para causarle un arrebato de furia, por lo que preparo un ejercito y marchó hacia el Lacio para evitar por la fuerza cualquier tratado entre latinos y troyanos.

Alecto en un tercer acto, consiguió que el hijo de Eneas, que estaba cazando con sus perros matara a un ciervo al que todos conocían y protegián, y el cual siempre llegaba a casa ya que era un ciervo domesticado. Alecto propagó la noticia por toda la región justo en el momento en el que Turno llegaba. El hecho de que su pueblo estuviera en armas y el ejército rútulo acampara ante las murallas era demasiado para el rey latino y tomó una decisión impulsado por la indignación de la reina. Se encerró en su palacio y dejó que se desarrollaran los acontecimientos. Si Lavinia era el premio de su lucha, Eneas, para obtenerla, no debía de contar con la ayuda de su suegro.

La alegría invadió la ciudad, la alegría de una lucha segura, despiadada. Un ejército formidable, latinos y rútulos unidos, contra un puñado de troyanos. Turno, su capitán era un experimentado guerrero; otro aliado era Mecencio, tan cruel con sus súbditos, los etruscos, que se sublevaron contra él y no tuvo más remedio que refugiarse en turno. Y la tercera, Camila una muchacha experta en todas las artes bélicas que destacaba tanto con la jabalina como con el hacha o el arco. Mientras al lado de los troyanos, Tíber, dios del río en cuya orilla estaban acampados. Tíber les aconsejo que fuera a hablar con Evandro, rey de una pequeña y pobre ciudad destinada a ser la ciudad más orgullosa del mundo. Allí encontraría la ayuda que necesitaba. Evandro los acogió con alegría al igual que su hijo, Palante, quien mostro a los huéspedes cada lugar: la alta roca Tarpeya, la colina consagrada a Júpiter, en donde un día se alzaría el  Capitolia; y una pradera donde pastaba un rebaño y que serviría de lugar de reunión para todos, el Foro Romano.

La Arcadia, el nombre que le había dado a la nueva patria en recuerdo de la suya- era un estado sin poder, y poca ayuda podía ofrecer a los troyanos. Pero algo más lejos vivia el poderosos pueblo de los etrusco, cuyo antiguo rey ayudaba ahora a Turno.

 

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