La religión en el campamento romano

 

Mª Amparo Mateo Donet

 

INTRODUCCIÓN

 

La religión de los soldados romanos es muy similar a la del resto de la población civil, puesto que, como ciudadanos del Imperio, comparten sus mismos privilegios, derechos y deberes, entre ellos, el culto y la religión. La única diferencia que podemos apreciar es que, por un lado, se le da mayor importancia a los dioses guerreros o con atributos bélicos, y por otro, hay que tener en cuenta el fenómeno de aculturación que provocan y, a su vez, sufren con los cultos locales indígenas de los nuevos pueblos con los que entran en contacto constantemente. Y también hay que centrarse en estudiar el culto que se profesa dentro de las legiones hacia su general, imperator, y hacia el emperador, llegando a adorarlo prácticamente como a un dios, con todo lo que ello comporta, sus mecanismos y poderes.

 

 

LA RELIGIÓN PERSONAL DE LOS SOLDADOS ROMANOS

 

La religión que manifestaban los militares se dividía entre la religión oficial practicada dentro de los campamentos, como el culto a los dioses de Roma, especialmente a Júpiter y a la Tríada Capitolina, el culto imperial y el dirigido a las insignias militares; y, por otra parte, los cultos privados escogidos por cada soldado. Los cultos elegidos no eran muy diferentes de los del resto de la población, pero hay que ver la gran importancia que adquieren los aspectos religiosos, que están muy presentes en diversos elementos castramentales, junto con el espíritu de cuerpo que los une y los mantiene fieles al emperador, a Roma y a sus antepasados. Así comprobamos como el campamento se convierte en un microcosmos religioso similar a Roma, pero a menor escala, que a la vez, le sirve para seguir vinculado simbólicamente con la ciudad.

 

• Culto a los dioses guerreros

 

En el culto, junto a los dioses adorados por todos los ciudadanos, había preeminencia por una serie de dioses considerados guerreros. Tradicionalmente se han considerado como tales a Marte, Hércules, Minerva y los Dióscuros. De hecho, en los textos clásicos los vemos interviniendo en todo tipo de conflictos, batallas, etc. con su influencia; era gracias a ellos por lo que los romanos conseguían las victorias. Es muy interesante resaltar la idea que tenían de combate entre dioses, es decir, cuando luchaban contra otro pueblo no era sólo el duelo entre pueblos para ver qué hombres eran más fuertes sino que era también un duelo entre dioses, así, según quien ganara, significaba además que sus dioses eran más fuertes y superiores a los del vencido, mecanismo utilizado para someter a su culto a los demás pueblos o para, en caso adverso, adoptar estos dioses indígenas tan fuertes y asociarlos a su panteón.

 

Marte es el dios de las batallas, él ha conducido a Roma a la formación de su imperio. Para los antiguos pueblos de Italia, Marte pudo ser ante todo un dios rústico, que presidía la vegetación y la fuerza productiva de la naturaleza. En cambio, hay algunos que niegan tal condición y ven en Marte solamente un dios guerrero que defiende las cosechas  y los frutos de los animales y de los enemigos armados externos, dejando aparte toda influencia sobre la germinación y sobre el crecimiento de las plantas. Se le atribuyó el lobo como animal simbólico, animal salvaje y feroz como la guerra. Los dedicantes militares que ofrecen votos a Marte forman parte de casi todos los escalones de la carrera militar, desde los cuadros de mando hasta soldados licenciados.

 

Hércules responde enteramente al Heracles griego en su carácter y en su culto; pasa a Roma por influencia de las colonias griegas de la Italia meridional y Sicilia y quizás por Etruria. Su campo de acción era muy variado, porque se le considera protector de las armas, por ello era invocado juntamente con Marte y Victoria, pero a su vez, procurador de la prosperidad y la fecundidad de los campos (aquí vemos la dualidad, al igual que Marte, de dioses guerreros-destructores y  agrícolas-creadores, contradicción muy curiosa). Preside también los baños y le están consagradas las fuentes termales, sana de las enfermedades, vela sobre la familia y guarda el patrimonio y la propiedad. Como dios del comercio, favorece también a los viajeros, garante de la buena fe y los juramentos. Muchos emperadores quisieron presentarse en público con los símbolos y como personificaciones de Hércules, como Adriano y Cómodo, hasta el punto que este último se llamaba Hercules Romanus. El culto a Hércules se extendió por todas las provincias del Imperio, sobre todo en África, aculturizándose la mayor parte de los casos con divinidades indígenas, como es el caso del Hércules gaditano en la Península Ibérica. Es un dios con numerosas atribuciones de guerrero que lo hacen admirable por los soldados, como el afán de superación y sus valores físicos y morales.

 

El origen del culto de Minerva es oscuro, su nombre no aparece en los antiguos calendarios. Divinidad protectora y maestra de todas las artes, no aparece en las fiestas antiguas romanas quizás porque en la Roma primitiva los artesanos no eran un tipo del hombre diferenciado. Se sobrepone muy pronto a Atenea Ergané griega, con lo cual sobre la Minerva latina se proyecta toda la Atenea griega, transmitiéndole todas sus atribuciones de divinidad ciudadana, política y guerrera. De ahí que la Menrua etrusca aparezca ya armada. En la cista de Preneste, Minerva está representada como una guerrera ocupada de Marte, también guerrero.

 

El culto de los Dióscuros en el Lacio entró muy temprano. En sus imágenes aparecen armados de lanza, tocados con el pileus, o gorro lacedemonio, la clámide sobre la espalda o completamente desnudos. Muchos generales romanos pretenden haber visto en sus batallas a Castor y Pólux luchando junto a ellos, y en recompensa les ofrecen exvotos. A su vez, son también protectores de los marinos, y símbolos, incluso después en el cristianismo, de la vida y la muerte. Se representan mucho en las monedas y bajo relieves galopando, sentados, o de pie junto a sus caballos. Por ello gozaron de gran aceptación entre los soldados de caballería, aunque no son muy frecuentes las inscripciones dedicadas a ellos.

 

A parte de este gran bloque formado por estos cuatro dioses principales, hay toda una serie de dioses menores que también son adorados como es el caso de los dioses protectores y salutíferos, como Apolo, bajo cuyos auspicios ya se realizaban las guerras durante la República. En época imperial, Augusto lo adoptó como protector personal y le edificó un templo en el Palatino, por tanto, además de sus múltiples atributos ya se le asocia al poder imperial de Roma, y adquiere una vinculación con la guerra.        

 

El calendario festivo militar.

 

Las manifestaciones religiosas del ejército romano durante el Imperio vienen fijadas, las de carácter oficial y público, desde el poder central. Vienen siguiendo un programa que se refleja en un calendario religioso con las fiestas que han de llevar a cabo a lo largo del año. Todos los cuerpos de tropa tenían una copia de dicho calendario, y podemos hablar perfectamente de ellos porque se ha conservado un ejemplar. Este documento es el llamado Feriale Duranum, es uno de los papiros latinos correspondientes a los archivos de la guarnición romana en Dura que fueron descubiertos durante la campaña 1931-1932 en la sala W13 del templo de Artemis Azzanathkona en Dura-Europos (el Eúfrates). El Feriale Duranum es una lista de celebraciones seleccionadas que contiene únicamente dies festi, sin mención a otros días. En Roma se haría la prescripción aunque no todas las redacciones, sólo se redactarían copias para los gobernadores de provincias y éstos serían los encargados de a su vez, redactar las copias para las guarniciones que estuvieran en su territorio o a su cargo. De este documento podemos destacar algunos aspectos, como  el considerar algunas celebraciones propias de la vida militar como es el caso de los auspicia, lustratio, evocatio y devotio. Destaca también un gran  número de festividades relacionadas con el emperador.

Pero ¿qué conseguía el poder central organizando la vida religiosa de los soldados tan minuciosamente? Principalmente  pienso que se perseguían dos objetivos: en primer lugar, la seguridad del Imperio porque se estaba recordando al soldado a quién debía el tipo de vida que llevaba y a quién tenía que recompensar con beneficios, y en segundo lugar, era un factor psicológico para el soldado ya que, lejos de Roma, de su hogar, necesitaba sentirse unido con ésta y recordar los vínculos que lo unían con la Ciudad, por eso una de las mejores maneras de hacerlo era a través de la celebración de las mismas fiestas que el resto de ciudadanos en Roma. Había cultos ligados de modo oficial con Roma que adquieren gran importancia en momentos de peligro en que había que transmitir la idea de un poder fuerte y que se iba vinculando cada vez más a los poderes divinos. De ahí que Júpiter sea elegido el protector personal del emperador y también del propio ejército, esto a su vez, refuerza el vínculo entre el emperador y el ejército, al tener el mismo dios protector.


Otros cultos militares.

 

No podríamos dejar de nombrar el culto a los dioses formados de conceptos abstractos. Entre ellos encontramos a Virtus, a la que encontramos en numerosas inscripciones  y a la que se le daba culto, como por ejemplo erigiéndole un templo, tras conseguir éxitos en las batallas. Aparece en muchas ocasiones unida a Honos. El Honor y la Gloria militar fueron objeto de culto en Roma junto con Virtus o solos. Al Honor se le erigieron numerosos templos. Y por supuesto, no podemos olvidar a Victoria, anterior al influjo de la Niké griega, y que fue durante el Imperio cuando alcanzó su mayor popularidad. Está íntimamente unida con Augusto y la fundación del Imperio ya que rememora el espíritu guerrero y los triunfos de Roma. Pero la Victoria no sólo favorece el ascenso de un emperador sino que lo acompaña durante toda su vida, por ello, cada emperador tiene una imagen de oro de la Victoria de la que no se separa nunca. Y naturalmente, tampoco podía faltar en los campamentos romanos, como Victoria militum, a la que los veteranos también adoraban, aunque, debido a su asociación al emperador va a ir perdiendo su carácter religioso para reducirse a la gracia y protección que el emperador y los súbditos piden contra el poder de los enemigos. Y por supuesto, Fortuna:

 

“La suerte brilló para él de tal modo que, a veces, parecía ir montado en los propios hombros de la Fortuna, su guía protectora, y así superó grandes dificultades en victoriosas campañas”.

                                                              (Amiano Marcelino, Res gestae, 25.4.14.)

 

Y, como ya hemos comentado, había gran aceptación de los cultos orientales, como es el caso del mitraísmo, y de los cultos a dioses indígenas, que se asociaban rápidamente al panteón romano, la mayoría de las veces siendo absorbidos por otra divinidad que adoptaba sus poderes y quedaban así ligados quedando el nombre formado por la designación del dios romano y la del dios indígena a modo de atributo.

 

            Por tanto, podemos ver que cada soldado realizaba sus cultos a nivel particular, unos impuestos desde el Estado, y otros los suyos propios y de su familia o de su pueblo de origen. Así, en sus ratos libres y, cuando se les permitía salir del campamento, a veces, llevaban sus exvotos a las capillas o santuarios próximos, aunque ésta era una práctica excepcional, lo más normal era que les rindieran culto dentro de las infraestructuras diseñadas especialmente para ello en el campamento.

 

 

ASPECTOS RELIGIOSOS DEL CAMPAMENTO.

 

            Hay que tener en cuenta que el lugar donde se hacían la mayor parte de las celebraciones religiosas del soldado era el campamento. A medida que se fue distanciando de Roma, iba asumiendo características que le identificaban con ésta, a una escala reducida. En un campamento romano influyen aspectos sociales, psicológicos, religiosos que no es posible considerarlo únicamente la base de operaciones del ejército, es realmente su espacio de vida, ya que en él pasan largas temporadas. Es una segunda ciudad, con todas las funciones posibles a realizar imitando a las que se llevarían a cabo en la ciudad. Necesita tomarlo como punto de referencia frente al mundo hostil que le rodea tras los muros del campamento, allí dentro recuerda su identidad y está con sus iguales. El campamento está lleno de una serie de aspectos religiosos: es el lugar donde ocurren los prodigios, se realizan ritos, sacrificios, ofrendas, votos, consultas de tipo adivinatorio, acciones de gracias, etc. y a su vez, acoge una serie de objetos, lugares y personas de gran importancia, por lo que se puede apreciar la gran importancia que tiene en un nivel superior.

            La legión llevaba consigo los cultos allá donde fuera al igual que llevaba la artillería, los talleres, las provisiones, etc., aunque claro está, necesitaban reducir el número de dioses, para que fueran fácilmente transportables. Cada campamento tenía su capilla donde se depositaba el águila con las demás insignias legionarias:

 

“Allí, abrazándose a los estandartes y al águila, trataba de protegerse bajo su religioso asilo, y si el portador del águila Calpurnio no hubiera rechazado el último ataque, hubiera ocurrido algo raro incluso entre enemigos: que un legado del pueblo romano, en un campamento romano, manchara con su sangre los altares de los dioses”.

(Tácito, Annales, I, 39)

 

El altar se erigía cerca del pretorio, donde en los días de fiesta se celebraban los sacrificios requeridos y las debidas ceremonias de culto. Además de las insignias, en los tiempos del imperio, los legionarios honraban con un culto especial al emperador y su familia, pero eso lo veremos más adelante, simplemente apuntar con este pasaje de Tácito el punto de adoración que había del príncipe en tiempos de Nerón:

 

“Había dejado marchar incólumes a Tigranes y luego a Peto y las legiones, cuando podía haberlos aplastado; había probado suficientemente su fuerza y dado también un testimonio de benevolencia. Tiridates no rehusaría venir a Roma para recibir la diadema, a no ser que lo retuviera el culto de su sacerdocio; comparecería ante las enseñas y las imágenes del príncipe, donde, en presencia de las legiones, recibiría los auspicios de su reino”.

(Ibid., XV, 24.)

 

En el campamento se establecían edículas con las imágenes de los dioses Júpiter, Juno, Minerva, Marte, la Victoria, Fortuna, Honos, Virtus, e incluso Disciplina militaris, sin la cual no hay ejército que pueda funcionar.

 

El mundo de los signa militaria.

 

Otro aspecto a estudiar sobre el culto o los aspectos religiosos de las tropas son los elementos que forman parte de la personificación del cuerpo, como son las insignias, el nomen y la numeración, considerados sagrados y con un poder mayor al de cualquier otro elemento del ejército, sobre todo las enseñas militares.

Existen muchos datos directos sobre la numeración de las tropas, al igual que sobre el nomen legionis, introducido por César, con la creación de la legio vernácula, como práctica dentro de la vida militar. Aunque podría haber habido legiones que tuvieran un nomen antes de esto pero es algo de lo que no nos han llegado referencias.

 

            Hay una celebración que es estrictamente militar  y que se celebra dentro del campamento, que tiene una gran significación ya que, por un lado, es la presentación de ofrendas, por otro, la remarcación del campamento como lugar sagrado, y finalmente, vemos la importancia de unos objetos, las enseñas, que también se envuelven en un aire de sacralidad. Todos los años se rememoraba el día de la creación  del cuerpo, y por asociación, se adoraba a las insignias o estandartes entregados a él, ya que esto ocurría en el momento de su fundación, era el dies natalis aquilae, rodeado sin duda de una gran solemnidad.  Hay también otras fiestas relacionadas con los estandartes, son las Rosaliae Signorum. Éstas son mencionadas dos veces en el Feriale Duranum del que ya hemos hablado: una primera celebración corresponde a un día entre el 9 y el 11 de Mayo, y la segunda al 31 de este mismo mes:

vi. i[du]s maias ob rosalias sign[o]rum supplicatio. (Col. II, 8)” y

pr[i]d[ie] kal[endas] iunias ob rosalias signorum suppl[i]catio. (Col. II, 14)”.

 

            Los que portaban las enseñas, aquiliferi (para el caso del águila de la legión) o signiferi (para el resto de insignias de los manípulos), tenían un honor especial, ya que además de cuidarlas, tenían que engalanarlas y perfumarlas en los días de fiesta.

 

 

Y a su vez, tenían a su cargo también una gran responsabilidad puesto que si se perdían, les podía acarrear un severo castigo, por eso, los elegidos debían tener características especiales. Al igual que dejarse arrebatar el águila por el enemigo, es la mayor afrenta y deshonor para una legión. Antes de partir en campaña, se les ofrecía un sacrificio dentro de la lustratio. Las insignias son llevadas a todas las ceremonias militares. Algunas de las ceremonias en las que aparecen con papel importante son: el adventus y profectio del emperador, donde ellas le preceden; adlocutio y lustratio, recibidas en los triunfos. Delante de ellas recibe el emperador el juramento de los soldados; éste se hace representar adorándolas; dentro de las medallas conmemorativas de las ceremonias de este tipo suele aparecer el águila en medio de dos signa, en representación del ejército imperial. Es muy importante llevar a las insignias al campo de batalla porque, además, servían como guía en el momento de la acción, es decir, según su posición o movimiento, del que se encargaba el signifer, los soldados sabían lo que debían hacer en ese momento, cosa que hubiera sido imposible si hubieran tenido que escuchar la voz de alguien entre tanto ruido.

En la época imperial, los templos de Roma continuaron recibiendo los signa, pero hacía falta que dentro de cada campamento, se siguieran las reglas religiosas del templum, que las insignias tuvieran su capilla, refugio inviolable, donde serían también adoradas las imágenes de los emperadores. Cuando se acampaba, eran las insignias las que decidían el lugar, si se mostraban favorables, se procedía a la fundación del campamento, si no, se buscaba otro lugar más propicio. Allí se levantaba en seguida la capilla, probablemente en medio del praetorium, entre el tribunal y el ara. No se sabe con seguridad si el águila legionaria se adoraba en medio de las insignias de las cohortes o dentro de un espacio especial.


            En el caso de las águilas, sólo pueden ser llevadas por las legiones, integradas por ciudadanos romanos, y envían un fuerte mensaje de carga política que alude al poder central de Roma, ya que son el emblema de Júpiter Óptimo Máximo, y éste  además de ser el dios protector del ejército, se relaciona con el emperador.  Se ha debatido si las llevarían también las cohortes pero no está claro, hay autores a favor y otros en contra. La introducción del águila en los emblemas militares fue una de las reformas de Mario:

 

“A las legiones romanas la consagró, con carácter exclusivo, Gayo Mario en su segundo consulado. Anteriormente también era primera enseña junto con otras cuatro: el lobo, el minotauro, el caballo y el jabalí precedían sendas formaciones. Unos pocos años antes habían comenzado a llevarla a ella sola al campo de batalla; las demás se dejaban en el campamento. Mario prescindió por completo de estas últimas. A partir de ello se ha observado que casi nunca el campamento de invierno de una legión está donde no haya una pareja de águilas”. 

(Plinio, Historia Natural, X, 5-16).

 

Presenta una nueva significación en cuanto a continuidad en la existencia de las unidades, es decir, en el caso de la desaparición de una de las unidades, el águila representa una entidad viviente de ese cuerpo. Consiste esencialmente en un águila, con las alas extendidas, sosteniendo en sus garras el rayo. En la época republicana era de plata y el rayo en oro, pero durante el imperio, toda ella era de oro. Cuando la legión recibe una corona se coloca en sus garras o sobre sus alas fundida del mismo metal que el águila. Cuando con lo que se condecora a una legión es con phalerae: una placa en forma de creciente lunar, un rectángulo, de naturaleza incierta, con la inicial grabada del manípulo,... éstas se colocan en el asta del estandarte. Este asta es de plata y  está provista en la parte inferior de una punta con un seguro que impide que se hunda demasiado en la tierra, y en el medio de un gancho para poderla agarrar. Sobre el asta hay varias decoraciones, unas pertenecen a la categoría de dona militaria, formadas por ciertos hechos de armas como la bandera; otras consisten en representaciones de animales. La opinión de Domaszewski sobre este aspecto es que estos animales están muy relacionados con la astrología y los zodiacos pero yo soy de la opinión de Reinach de que esto no puede estar tan relacionado ya que aparecen numerosos animales que no se corresponden con los signos zodiacales, como sería el caso del elefante, el león, el toro, el Pegaso, etc.

 

Opino que la donación a una legión del emblema de un animal se debe a alguna circunstancia excepcional en la batalla con ellos, como el caso de las tropas que, tras luchar en África, se le conceden los elefantes; o quizá a que se les asocie con el dios que tenga por símbolo ese animal, por lo que se acaba adoptando, o porque se les relacione de algún modo con las cualidades de ese animal; o por último, pienso que se puede deber a algún tipo de augurio recibido relacionado con tal animal o de consulta oracular; pero desde luego, no creo que tenga ninguna importancia en ello la astrología o los signos del zodíaco.Además, cada legión podía tener varios emblemas y varias legiones podían tener también el mismo emblema.

Para estudiar las enseñas militares disponemos de textos clásicos y documentos que las nombran pero es diferente con el caso de la arqueología, en la que se cuenta con pocos restos encontrados en relación a los signa.

Otro tipo de insignias que se ha encontrado a parte de las águilas, son las manos de bronce, podría tener su origen en los ejércitos egipcios debido a que en las culturas orientales tiene un gran carácter sagrado, al estar relacionada con la mano de algún dios, dando gran poder sobre las insignias. De ellas encontramos numerosos ejemplos esculpidos en relieves. Otra insignia es el vexillum,  consiste en una pieza de tela cuadrada, atada a una antena suspendida de una pica, generalmente transversal al asta. A juzgar por los monumentos, la bandera debe tener entre 0,50 m. y 1 m. cuadrado. Para que se pueda ver perfectamente, la pica sobre la que se sitúa ha de estar muy alta. El color normal del vexillum parece que era el rojo, color de la sangre apropiado a este emblema de la guerra. Cuando la indicación del nombre del cuerpo no está escrita sobre el vexillum, aparece sobre una tablilla de madera cuadrangular que está sujeta a la lanza, es la tabula, y a veces, puede estar también reemplazada por un medallón.


Como podemos apreciar, había muchos tipos de emblemas, y muchas veces se superponían formando mensajes simbólicos al unirse, como podría ser el ejemplo de la unión de un círculo y un creciente que significarían la representación del Sol y la Luna. Y en muchos casos, se situaban con un valor apotropaico. Pero si ya conocíamos una gran variedad, en la época imperial se van a sumar también un medallón del emperador, sobre las phalerae, pero a veces, se llevaba solo puesto encima de una corona, en lo alto de una pértiga corta confiada al imaginifer. Aparecerá el draco sustituyendo a muchas de las insignias, por influencia de los pueblos bárbaros. Y, por supuesto, con la adopción del cristianismo aparecerán numerosos símbolos cristianos como el monograma de Cristo, cambiando el nombre del vexillum por el de labarum.
            Las insignias llegan a alcanzar una gran importancia, y lo podemos ver en el llamado Monumentum Ancyranum de Augusto en el que se conmemora la recuperación de numerosos estandartes en Hispania y también en las luchas contra los Partos, que para guardarlos construyó el templo a Mars Ultor en el Capitolio, lo que ya les concede un cierto poder religioso como divinidades. De hecho, Tácito llama a las águilas las mejores y auténticas divinidades de las legiones:

 

“Entre tanto, el mejor de los augurios, aparecieron ocho águilas que volaron hacia el bosque y entraron en él; el general lo advirtió. Les grita que marchen, que sigan a las aves de Roma, númenes propios de las legiones. [...] Grande fue aquella victoria, y apenas nos costó sangre”.

                                                                                                                                (Tácito, op. cit., II, 17-18.)

 

Y Tertuliano afirma que llegan a superponerlas a los otros dioses, dándoles en algunos casos mayor importancia que al propio Júpiter. Esto se debe a que se convierten por sí mismas en objetos de culto, adquiriendo ellas el poder sobrenatural que tendría el dios al que representan, siendo un proceso similar al de las estatuas. Según un estudio de Domaszewski, no son las insignias en sí mismas la deidad, sino que son representaciones de otros dioses, de ahí que tengan un cierto carácter sacro, pero no por el hecho de ser consideradas divinidades, como sería el caso del águila que es el símbolo de Júpiter. Sea así o no, lo que sí está claro es que constituyen un elemento de culto con una relevancia mucho mayor a cualquier otro objeto del campamento o de la tropa, y además hay unos días señalados para rendirles culto, lo cual demuestra el gran alcance que obtuvieron y la gran repercusión dentro de los cultos castramentales. Así mismo, podían ser objeto  de presagios que auguraran la derrota o la victoria. Pero, además, como las victorias se asociaban a las divinidades, cuando los soldados recibían, tras un triunfo, una gratificación extraordinaria debían depositar la mitad en la caja que cada cohorte tenía al pie del águila.

 

Los Trofeos

 

            La consagración de los despojos del enemigo vencido es algo muy común a todos los pueblos de la antigüedad, por ello es algo que también van a practicar los romanos desde los tiempos más remotos (spolia optima). Después adoptaron para esta práctica el nombre griego de tropaeum. Proviene del acto de romper las lanzas para inutilizarlas y que no vuelvan a ser nocivas a los vencedores. Ya en la época de Rómulo tenemos constancia de estos actos:

 

“Después de hacer volver al ejército victorioso, él [...] subió al Capitolio llevando los despojos del jefe enemigo, al que había dado muerte, suspendidos de una parihuela debidamente construida al efecto y los depositó junto a la encina sagrada de los pastores; a la vez que hacía esta ofrenda, trazó el emplazamiento de un templo de Júpiter y añadió una nueva advocación al dios: “Júpiter Feretrio, dijo, yo Rómulo, rey vencedor, te traigo estas armas de un rey, y en este recinto que acabo de delimitar en mi mente te consagro un templo que ha de recibir los despojos opimos que, después de dar muerte a los reyes y jefes enemigos, mis sucesores te traerán siguiendo mi ejemplo”.

                                                                                  (Tito Livio, Ab Urbe Condita, I, 10, 5-6).

 

            El trofeo opimo era cuando el jefe del ejército romano mataba personalmente al jefe del ejército enemigo, entonces sus despojos se consagraban a Júpiter. Cuando quien lo vencía era un soldado o un oficial subalterno, se consagraba a Marte y a Quirino.

           

Los objetos de mucho valor logrados en el botín del enemigo no se vendían sino que se colgaban en su morada y otros se exponían en los templos o en los edificios públicos. Pero, en cualquier sitio donde se colocaran tenían también un valor religioso que hacía que todo el mundo los respetara.

            Durante el Imperio, los trofeos van a perder su valor ya que van a dejar de ser algo simbólico para pasar todo junto al tesoro militar del emperador, y si el general decide consagrar uno, debe hacerlo en nombre del emperador, bajo cuyos auspicios se inició la guerra, como en el siguiente texto:

 

“Los soldados, en el lugar del combate, dirigieron un saludo a Tiberio como imperator y se levantó un terraplén sobre el que colocaron, a la manera de un trofeo, las armas con los nombres de los pueblos vencidos escritos debajo”.

                          (Tácito, op. cit., II, 18).
                                                                                        

 

El personal religioso del campamento.

 

            Nos resta un tercer elemento a estudiar muy relacionado con el culto y la religión dentro del campamento romano, aunque más que con éste, se encuentra relacionado con la guerra en sí, o con el hecho de declarar la guerra. Este elemento son los feciales. Según Varrón se llaman feciales porque estaban encargados de la fidelidad pública entre los diversos pueblos; pues por su intervención se iniciaban las guerras justas, y una vez acabadas éstas, se conservaban los pactos de paz:

 

“Los feciales (fetiales), porque se encargaban de la lealtad (fides) pública entre los pueblos, pues, por la mediación de estos, se hacía que se iniciase como justa una guerra y que después ésta se diese por acabada de manera que quedase fijada con un tratado la promesa (fides) de paz. De estos eran enviados, antes que se iniciase, quienes reclamasen las cosas, y por mediación de estos aún ahora se hace un tratado (foedus), cosa que Ennio escribe que se dijo fidus”.

                                                                                   (Varrón, Lingua Latina, 5, 86).

 

Fueron una creación de Numa Pompilio, formaban un colegio de veinte sacerdotes y trataban de mediar en los conflictos de Roma con los diversos pueblos para ver si, mediante alguna solución, se podía evitar la guerra. Los ritos los describe Tito Livio hablando de Anco Marcio:

 

así como Numa había fijado las prácticas religiosas de la paz, quiso él fijar las de la guerra, para que las guerras no sólo se desarrollasen, sino que también se declarasen de acuerdo con algún rito; para ello, importó del antiguo pueblo de los equícolas la normativa a la que se atienen aún hoy los feciales cuando se presenta una reclamación. Cuando el legado llega a la frontera del país al que se presenta una reclamación. Cuando el legado llega a la frontera del país al que se presenta una reclamación, se cubre la cabeza con el filum y dice “Escucha, Júpiter; escuchad fronteras de... (nombra al pueblo al que pertenecen); que escuche el derecho sagrado. Yo soy el representante oficial del pueblo romano; traigo una misión ajustada al derecho humano y sagrado, que se dé fe a mis palabras”. A continuación expone las reclamaciones. Pone, luego, a Júpiter por testigo: “Si yo reclamo, en contra del derecho humano y sagrado, que esos hombres y esas cosas se me entreguen como propiedad del pueblo romano,  no permitas que jamás vuelva yo a mi patria”. Recita esta fórmula cuando cruza la frontera, la repite al primer hombre que encuentra, la repite al entrar en la puerta de la población, la repite cuando está dentro del foro, cambiando algunas palabras de la invocación y del texto del juramento”.

                                                                                            (Tito Livio, o.p. cit., I, 32.).

 

Si no se conseguía firmar un pacto, entonces era también el fecial el encargado de declarar la guerra:

 

“Si no le son entregados los que reclama en el transcurso de treinta y tres días, declara la guerra con estas palabras: “Escucha, Júpiter, y tú, Jano Quirino, y todos los dioses del cielo, y vosotros, dioses de los infiernos, escuchad; yo os pongo por testigos de que tal pueblo (nombra al que sea) es injusto y no satisface lo que es de derecho. Pero sobre esto consultaremos a los ancianos de mi patria, a ver de qué modo vamos a hacer valer nuestro derecho”. Vuelve, entonces, a Roma el emisario a demandar consejo. Sin dilación, el rey consultaba a los senadores más o menos con estas palabras: “Respecto a las cosas, objetos y ofrendas que el pater patratus del pueblo romano de los quirites ha denunciado de palabra al pater patratus de los antiguos latinos y a los antiguos latinos, cosas que no entregaron ni abonaron y que debían entregar o abonar, dime (dice a aquel a quien pide el parecer en primer lugar), ¿cuál es tu parecer?”. Entonces aquél respondía: “Mi parecer es que hay que ir por ello con una guerra justa y pura; tal es mi decisión y mi propuesta”. Después se consultaba a los demás por orden; y cuando la mayoría de los presentes era del mismo parecer, la guerra quedaba acordada”.

                                                                                                          (Tito Livio, op. cit., I, 32).

 

Si esto no era llevado a cabo de esta manera, la guerra no era considerada justa y la paz era considerada nula. Los principios por los que estos sacerdotes examinaban las causas, y su modo de proceder ante el pueblo contrario exigiendo reparaciones, o entregando al culpable romano, constituían el ius fetiale. Seguidamente, se procedía al ritual del lanzamiento de la jabalina sagrada:

 

“Ordinariamente, el fecial llevaba hasta la frontera enemiga una jabalina de hierro, o de sangüeño con la punta endurecida al fuego y en presencia de, al menos, tres adultos decía: “dado que los pueblos de los antiguos latinos o individuos antiguos latinos hicieron o cometieron delito contra el pueblo romano de los quirites; dado que el pueblo romano de los quirites decidió que hubiera guerra con los antiguos latinos, o que el senado del pueblo romano de los quirites dio su parecer acuerdo y decisión de que se hiciese la guerra a los antiguos latinos, por ese motivo yo, al igual que el pueblo romano, declaro y hago la guerra a los pueblos de los antiguos latinos y a los ciudadanos antiguos latinos”. Después de decir esto, lanzaba la jabalina a su territorio”.

                                                                                                          (Tito Livio, op. cit., I, 32).

 

Pero el antiguo ritual de los feciales fue modificado desde muy temprano, ya en la época de la guerra contra Tarento, se compró en Roma una parcela de terreno para que figurara ser el “territorio enemigo” sobre el que lanzar con menos riesgo la jabalina simbólica. Más tarde, una columna consagrada en el templo de Belona marcaba el punto desde el que se debía hacer el lanzamiento:

 

“Cuando hayan pasado dos mañanas y Febo haya repetido dos veces con la escarcha caída, un día como ese dicen que fue consagrada Belona durante la guerra etrusca, y siempre asiste favorable al Lacio.[...] Un breve llano ofrece desde el templo la vista de la parte alta del circo. Allí hay una pequeña columna de no pequeño significado: desde ella es costumbre arrojar con la mano una lanza, que anuncia la guerra, cuando deciden empuñar las armas contra un rey y pueblos”.

                                                                                       (Ovidio, Fastos, VI, 200-205).

 

El lanzamiento de la jabalina es por sí mismo un acto mágico, lo que podemos apreciar en el hecho de que en la fórmula que se recita no se hace mención a ningún dios. El color rojo del arma ritual no es algo aleatorio, el rojo siempre se ha asociado a ciertos poderes mágicos por ser el color de la sangre, siendo una especie de sustituto de ésta muy utilizado en la antigüedad clásica. Esto es algo que podemos apreciar fácilmente, por ejemplo, la toga praetexta está bordada en rojo formando parte de una sinuosidad protectora sobre las fuerzas invisibles adversas; el jefe de guerra, aún más expuesto a todos los peligros, se envuelve todo entero en el paludamentum rojo.  Cualquiera que fuera el origen de estas creencias, vienen siempre a alejar el mal, y en cualquier lugar en que lo encontremos, el color parece activo por él mismo, aunque no esté evocando la idea de sangre, siendo un elemento apotropaico. Por tanto, este objeto debe tener doble carácter apotropaico, por un lado, por el objeto en sí mismo, y por otro, por el color rojo del que está formado.

 

El jefe de los feciales se llamaba pater patratus, y para designarlo como tal, tocaban su cabeza y sus cabellos con una matita de verbena; y una vez ya constituido empuñaba un cetro, que era símbolo del poder de Júpiter. Primitivamente llevaba también una imagen de este dios. Se llamaba pater porque es el príncipe de los feciales y patratus (dotado de padre), porque esta función no la podía desempeñar quien no tuviera a su padre en vida. No usaba nunca vestidos de lino, seguramente por el carácter arcaico del sacerdocio, instituido cuando este tejido no se usaba en Roma.

 

Y junto a este personal, encontramos también en la marcha del campamento, a los augures y arúspices. El Augur publicus populi Romani Quiritium era el encargado de interpretar los presagios favorables o no a la hora de emprender la batalla. Todas sus tareas estaban reguladas por unas normas recogidas en los libros de los Augures. Derivan de Rómulo, por ello son los sacerdotes más antiguos de Roma. Son intermediarios entre los hombres y los dioses que dejan ver su  voluntad pero de manera que sólo puede ser interpretada por éstos. Un ejemplo lo podemos ver en este texto:

“Sin embargo, los adivinos etruscos que acompañaban a los expertos en prodigios, como no se les hacía caso cuando una y otra vez intentaban detener esta campaña, mostraron sus libros relativos a los combates y afirmaron que se trataba de un presagio negativo y contrario a un príncipe que intentaba invadir un país ajeno, por mucho que se tratara de una invasión justa”.

                                               (Amiano Marcelino, op. cit., 23.5.10)

Los arúspices están muy relacionados con ellos, pues su misión también es interpretar, aunque ellos se basan en el estudio de las víctimas, antes o después de sacrificarlas:

 

“Mientras se tomaban estas disposiciones en ambos bandos, se inmolaron unas víctimas para favorecer a Joviano y, al examinar sus entrañas, se anunció que éste iba a perderlo todo en caso de que permaneciera en el valle, tal como él pensaba, pero que vencería si se ponía en marcha”.

                                                                                                       (Ibid., 25.6.1).

 

Fueron muy utilizados por generales y emperadores para sus propósitos, en muchas ocasiones no sólo interpretando la voluntad que los dioses dejaban ver sino también provocando un buen presagio, mediante sacrificios u otros mecanismos de fuerza, como vemos en este pasaje referido al emperador Juliano:

 “Con demasiada frecuencia, regaba los altares con la sangre de numerosas víctimas, inmolando en ocasiones hasta cien toros, así como ricas manadas de animales diversos y pájaros blancos cazados por tierra y por mar [...] Además, aumentaron también sin medida las ceremonias, lo que conllevaba gastos enormes y nunca vistos en el pasado. Y, sin impedimento alguno, se permitía que todos los que practicaban el arte de la adivinación, ya fueran inexpertos o realmente conocedores de él, consultaran la respuesta de los oráculos y las entrañas que, en ocasiones, revelan el futuro. Además, intentaba buscarse una respuesta en el canto de las aves, en sus vuelos y en los prodigios, si es que es posible hallarla mediante procedimientos como éste”.

                                                            (Amiano Marcelino, op. cit., 22.12.6-22.12.7).

 

            Aunque podía haber situado dentro de este apartado a los portadores de las insignias por tratarse de personas en cierto modo dedicadas a aspectos del culto del campamento, he preferido incluirlos dentro del de las enseñas, porque tienen importancia debido a ellas, sin éstas, ellos no tendrían función por sí mismos, ni poseen un poder especial, simplemente son los encargados de portarlas y cuidar de ellas, pero no poseen ninguna magia como los demás nombrados en este apartado.

 

Reconocimientos al buen general.

 

            El general es la persona más importante o de mayor autoridad dentro del campamento, sus tropas le deben fidelidad pero además, debe de ganársela siendo un buen general. Si conseguía una gran victoria gozaba de gran prestigio y admiración por parte de todos sus hombres, y de una serie de ceremonias solemnes que le convertían en una persona por encima de los demás, rindiéndosele en cierta medida culto.

Una de las mayores recompensas a las que puede aspirar un general es el triunfo, la entrada solemne y apoteósica en Roma tras una gran victoria. Realmente es una fiesta religiosa en que se agradece a Júpiter Óptimo Máximo este éxito, ya que él es el que lo ha favorecido tras haberle entregado, antes de partir hacia el campo de batalla, las ofrendas pertinentes. Durante la celebración del triunfo la ciudad se encuentra bajo el imperium militar y es el triunfador el único jefe del Estado. Sólo se concede a los magistrados y suponía la suprema jefatura sobre el ejército.

Pero para conseguirlo, además del requisito de ser magistrado, se debían de dar toda una serie de circunstancias por parte del general y de la guerra. El propio general que quería recibirlo lo pedía especificando el presupuesto para su celebración, escribía a todos sus amigos para que hablaran a favor suyo. Él aguardaba a las afueras de la ciudad, sin entrar en ella, con una representación de los ejércitos vencedores, porque si entraba en la ciudad perdía el imperium y, por consiguiente, la condición esencial para poder obtener el triunfo.

 

El día acordado para la celebración, se comenzaba por ordenar en el campo de Marte todos los elementos del desfile: las tropas vencedoras, los cautivos, los carros con el botín, etc. Pasaban por la puerta triumphalis, atravesaban el Circo Flaminio, donde se situaba parte del pueblo para presenciar el espectáculo y aplaudir al general; después se dirigían al Velabro, el foro Boario, el circo Máximo, el foro Romano, clivus Capitolinus y, por último, a la cima del Capitolio. Las calles se adornaban con flores y guirnaldas, los templos permanecían abiertos y se quemaba incienso en todos los altares. El orden de la comitiva era: los senadores y los magistrados; la banda de trompetas; los despojos de los pueblos vencidos, insignias, estandartes, armas, estatuas, objetos logrados, insignias y distintivos conseguidos por el general triunfador, las imágenes de las ciudades conquistadas, de los ríos domeñados, etc. en carros o en angarillas; hombres con pancartas en que se especifican las plazas y fuertes tomados al enemigo, las batallas libradas que, a veces, hasta se pintaban en amplios cuadros. Después continuaban el desfile las víctimas que se iban a sacrificar en el Capitolio, el sacrificio era algo esencial en la celebración. Éstas  variaban en el número pero debían ser siempre toros blancos, o que por lo menos tuvieran unas manchas blancas sobre la frente. Se les doraban los cuernos y entrelazaban guirnaldas, sobre sus lomos se echaba una gualdrapa. Los conducían los victimarios y camilos ricamente vestidos al modo antiguo. Si el general había dado la muerte al jefe de los enemigos en lucha singular, ofrecía los despojos en el templo de Júpiter Feretrio. Tras las víctimas seguían los cabecillas cautivos con la soga al cuello o arrastrando cadenas a pie, o sobre sus propios carros. A continuación, los representantes de los prisioneros ordinarios y rehenes, en número también variable, que luego podían ser ejecutados o vendidos como esclavos.

Después venía la segunda parte del desfile formada por el cuerpo de lictores y músicos. Y lo más espectacular, el carro del triunfador coronado de laurel y tirado por un tronco de cuatro caballos blancos, adornados ellos también con coronas, emulando la viva imagen de Júpiter. Vestía la túnica palmata y la toga picta, que pertenecían al tesoro del Capitolio, al igual que el cetro que empuñaba en una mano mientras que en la otra llevaba un ramo de laurel. Llevaba pintada la cara de minio, el color de los inmortales, y también portaba una corona de laurel. Detrás de él iba un esclavo sosteniéndole otra corona, la corona de oro de Júpiter Óptimo Máximo, demasiado pesada para llevarla en la cabeza y, a su vez, le iba repitiendo continuamente: “acuérdate que eres hombre”. Con ellos iban sus hijos pequeños en el carro o en los caballos que tiraban de él. Los hijos mayores iban detrás a caballo. Y, por último, cerrando la marcha, los soldados con sus distintivos y condecoraciones, gritando: “io triumphe!”, celebrando las glorias del general o ridiculizando sus defectos irónicamente. Pero estas canciones e insultos no llevaban la finalidad de deshonrarlo sino de evitar las malas envidias, o el enfado de algunos dioses que después quisieran vengarse de él. Por eso el general llevaba los amuletos pertinentes.

Cuando llegaba al Capitolio ofrecía a Júpiter los laureles y las insignias que llevaba en la mano, entonces inmolaba las víctimas conducidas en el desfile triunfal. Todo terminaba con un banquete para los magistrados y el senado, y otro para los soldados y el pueblo. Al principio duraba un día, pero con el aumento del botín de algunos generales, terminó durando varios días.

 

En la época imperial, como los generales eran lugartenientes del emperador y luchaban bajo los auspicios del señor del Imperio, a éste pertenecía celebrar los triunfos; aunque el honor de tomar los ornamentos triunfales lo concedían los emperadores, a partir de Tiberio, con mucha facilidad, con lo cual el triunfo perdió toda su prestancia y significado.

 

            En caso de no alcanzar a celebrar un triunfo, estaba la posibilidad de obtener un honor menor pero también de una cierta importancia, la ovatio. Ésta se concede al general victorioso cuando no ha alcanzado un número mínimo de enemigos aniquilados exigido para el triunfo, o cuando su actuación ha tenido lugar en un campo de batalla secundario. Suele darse también cuando el general victorioso no pertenece a la familia imperial. Pero había muchas más causas para que se declarara ovatio y no triunfo, como por ejemplo, si la guerra no ha sido declarada según las leyes, si no se ha llevado contra un enemigo justo o digno del pueblo romano, o cuando la victoria se ha conseguido sin derramamiento de sangre.

            En este caso, el general no va en carro sino a pie o a caballo, no lleva corona de laurel sino de mirto, la toga picta se sustituía por la praetexta, y el acto en general es menos solemne.

 

            Y, en última instancia, si el general no conseguía ni un triunfo ni una ovatio por parte del senado, siempre cabía la posibilidad de que celebrara por su cuenta un triunfo en el templo de Júpiter Laciar, en el monte Albano, era una especie de consuelo en algunos casos.

 

 

CULTO AL EMPERADOR

 

            Los militares van a desarrollar todo un culto hacia el emperador debido a que éste asume el mando supremo del ejército junto con las múltiples funciones religiosas de las que también se encarga por el hecho de ser emperador. Esta unión o relación va a ser lo que lleve a una adopción, por parte del emperador, de un cierto carácter sagrado de su persona y sus actos. La finalidad última de todo este proceso es asegurar la lealtad de las tropas, lo que garantiza un ejército fuerte, factor principal para obtener la victoria. Y no sólo se trata de la seguridad del Estado, sino de la del propio emperador (elementos que, por su parte, en muchas ocasiones aparecen unidos y difícilmente separables), puesto que el ejército va a participar en innumerables ocasiones en la deposición y ascenso de un emperador.

Por ello, incide de manera espectacular en la psicología y la moral de sus tropas. Debe aparecer ante ellos como el que dirige y decide la estrategia general a seguir, pareciendo a la vez como un jefe cercano a sus hombres, compañero en el triunfo y también en las dificultades. Una forma de compartir estos triunfos es por ejemplo cuando se recompensa a un cuerpo con algún atributo, de forma que se va aumentando el nomen de la legión con epítetos que recuerdan su lealtad, buen hacer, valor, etc. A su vez, como hemos dicho, asume las competencias religiosas relativas a su cargo como jefe militar, lo que podemos apreciar en numerosos relieves en que aparece el emperador realizando rituales asociados al ejército.


            El culto al emperador, de todos modos, nunca lo podemos igualar con el resto de cultos profesados a los otros dioses auténticos del panteón romano, ya que no se le llega a considerar como tal, sino que presenta una serie de características que le hacen semejarse a ellos y la relación de los soldados con él supera la mera relación que debería haber de lealtad y obediencia, llegando a extremos de conferirle un aura sagrado, pero sin ser exactamente igual que un dios propiamente dicho. Es el reconocimiento del emperador como divus, un ser superior que goza del carisma que le eleva por encima de los otros hombres.

 

Mecanismos de atracción.

 

            El emperador se basa en la divinización o predestinación de su origen para, primero, legitimar su lugar privilegiado en el poder, y segundo, contar con diferenciación y prestigio frente a los hombres de las tropas. A su persona la envuelven dos abstracciones, el Numen y el Genius, que le hacen protector y emanador de “fuerzas divinas”; la victoria del Imperio está ligada a la felicitas y la virtus del emperador. Todo esto tenía una importante carga ideológica y político-propagandística. Es decir, hay muchos emperadores que se hacen descender de los propios dioses, creando unos orígenes míticos para su familia. Otros son partidarios de que es la divinidad la que los ha elegido para que sean emperadores, como es el caso de la elección de Valentiniano:

 

“Pero como éste fue rechazado igualmente con la excusa de que se hallaba lejos, por voluntad celeste, y sin ninguna oposición, se eligió a Valentiniano, a quien consideraban apropiado y apto para lo que les aguardaba”.

                                                                            (Amiano Marcelino, op. cit., 26.1.5).

 

Es toda una creencia de que el emperador está siempre protegido por los dioses, por eso tiene superioridad sobre el resto de los hombres. Y, finalmente, otros se asocian en vida ellos mismos con algún dios, generalmente con Júpiter.

            Y, por supuesto, encontramos la asociación del emperador con el Imperio, el Estado, que se inició en época de Augusto. Con esta identificación llegamos al punto en que la seguridad del Estado depende de la del emperador o de él mismo. Todo este simbolismo se puede apreciar muy bien en el mundo de la epigrafía, ya que hay numerosas inscripciones dedicadas al emperador, por parte de los soldados particularmente y de las tropas en sentido más amplio, en que se le asocia con Júpiter y con el Imperio mediante fórmulas establecidas. De hecho, se ha llegado a encontrar dedicaciones y templos dirigidos a las “virtudes imperiales” muy relacionados con el poder del emperador. Pero aquí podríamos considerar al emperador como una especie de instrumento que les sirve a estos hombres para personificar valores, cualidades o ideas que no podrían serlo fácilmente debido a su alta abstracción, de este modo, al verlo reflejado en un hombre, pueden verse claramente y adorarse o imitarse.

           

            En el campamento podemos apreciar clara y continuamente esta devoción hacia la persona del emperador en varios aspectos: las inscripciones dedicadas por los soldados en los altares honoríficos que lo honran, los lugares sagrados donde son veneradas sus imágenes y por los juramentos (sacramentum) que le recuerdan su lealtad y obligaciones con el emperador y con Roma. Todo ello reforzado con la aclamación de imperator.

 

            Las imágenes imperiales se guardaban en el campamento en el mismo recinto en el que se encontraban las enseñas de las tropas, el aedes. El imaginifer portaba esta imagen, que hacía referencia al emperador de ese momento o a algunos miembros de su familia.

 Esta unión de las imágenes imperiales con las militares hacía unirse al poder imperial con el militar contribuyendo a la identificación del emperador con el Estado, asumiendo las imágenes imperiales el mismo poder sacro del que gozaban los estandartes militares, ya que estaban en el mismo recinto sagrado. Y de este modo, al juntarse con las enseñas que van a la batalla, es el propio espíritu del emperador el que también está con ellos en el momento del combate. Y para toda esta simbología no tenemos únicamente las imágenes de las enseñas militares sino que disponen además de todas las representaciones escultóricas y monetales, instrumentos muy utilizados por el poder para su propaganda.

 

            Otro de los mecanismos más utilizados es el juramento de los soldados, o sacramentum.  Es herencia de la República y durante el Imperio, la fórmula se acortó y era recitada por todo el ejército, la fórmula era: “Se esse facturos pro res publica nec recessuros nisi praecepto consulis post completa stipendia”. Formado por dos partes: el “sacramento adigere o rogare” de los cónsules, y el “sacramento dicere” de los soldados, donde se jura obedecer a los jefes del ejército, no abandonar las insignias, y no actuar de forma contraria a la ley:

 

“les indicó que todos habían prestado el juramento militar de seguir a los cónsules en las guerras a las que se les llamara y de no abandonar los estandartes, ni hacer ninguna otra cosa contraria a la ley”.

                                                                            (Dionisio de Halicarnaso, Historia, X, 18,2).

 

Después el soldado de cada legión responsable de hacer este juramento consagra su persona, su familia y sus bienes a Júpiter, por si faltara a él. A continuación, todos los demás hombres de su tropa, se adelantan cuando son nombrados y dicen: “Idem in me”:

 

Después del alistamiento, realizado tal como se ha descrito, los tribunos correspondientes reúnen a los elegidos, para cada legión, escogen al hombre más capaz y le toman el juramento de que obedecerá a los oficiales y cumplirá sus órdenes en la medida de lo posible. Entonces, todos los restantes se van adelantando y juran, uno por uno, declarando que harán exactamente lo mismo que el primero”.

                                                                                                 (Polibio, Historia, VI, 21, 1-3).

 

Básicamente se utiliza para garantizar la lealtad de las tropas, apoyo fundamental del emperador, y para recordarles que tienen una serie de obligaciones con él y con Roma, la primera de ellas la seguridad de ambos. Primitivamente, el sacramentum designa el acto por el que una persona que presta juramento consagra su persona a una divinidad en caso de falsa declaración o perjurio. Lo que le diferencia de un simple jusjurandum es la presencia de la sacratio, que exige una declaración especial y su encomienda a un dios. Se aplicaba no sólo en el mundo militar sino que también en procedimientos civiles y criminales, a los funcionarios públicos,... aunque desde siempre, ha sido mantenido mayoritariamente por los soldados, y el mismo concepto ha sufrido transformaciones según se tratara de su utilización para un ámbito u otro. Pero terminó por ser prácticamente suprimido en la época de Augusto excepto para el tribunal de los centunviros, donde pervivió hasta el s. III d. C.

Su incumplimiento era penado con sanciones incluso religiosas, pudiendo conducir hasta a la muerte, lo cual nos demuestra de nuevo, el valor religioso que adquieren ciertas prácticas relacionadas con el emperador:

 

“El Senado, por su parte, con el propósito de impedirlo, ordenó a los cónsules que no licenciasen todavía el ejército, pues cada uno de ellos estaba todavía al mando de sus tres legiones, obligadas por los juramentos militares; y ningún soldado quiso abandonar sus enseñas, tan fuerte era el miedo que los juramentos ejercían en ellos”.

                                                                                (Dionisio de Halicarnaso, op. cit., VI, 45).

 

“Pero muchos de ellos, aún se horrorizaban de mover los estandartes sagrados y, luego, consideraban que el abandonar a los jefes y generales no era totalmente justo ni seguro (pues el juramento militar, que los romanos sancionan más especialmente que todos los demás, ordena que los soldados sigan a sus mandos a donde los lleven y la ley da poder a los generales para matar sin juicio a quienes desobedezcan o abandonen los estandartes)”.

                                                                                                       (Ibid., XI, 43, 1-2).

                                                                                                                    

 

Cada juramento estaba referido al emperador vigente, por ello, cuando había cambio de emperador, se debía de renovar el juramento, para hacerlo válido hacia el nuevo. De hecho, cada año, se renovaba aunque el emperador fuera el mismo. Aunque no todo funcionaba a la perfección ya que durante el Imperio hay noticias en las fuentes de numerosos levantamientos y sublevaciones, lo cual demuestra, en mi opinión, que, a pesar de que la simbología de un emperador fuera muy fuerte, lo que de verdad importaba era la opinión que se ganaba de sus tropas mediante los hechos y no con las palabras; este texto expresa mi idea:

 

“Apresúrate Juliano, el más afortunado de todos los Césares, a llegar donde te conduce la prosperidad de tu fortuna. Por fin, gracias a ti, sentimos que luchamos junto al valor y a la determinación. Guíanos como afortunado y valiente general, y sabrás todo lo que puede conseguir un soldado cuando se crece al contemplar a un general valiente y atento a las acciones de cada uno, siempre que contemos con la ayuda de la divinidad suprema”.

                                                                                     (Amiano Marcelino, op. cit., 16.12.18).

 

Si realizaba actos por los que era merecedor de ciertas virtudes, eso era lo que mantenía la admiración y lealtad de las tropas, que les impedía ni siquiera de pensamiento, amotinarse o posicionarse en contra de su jefe.

A veces, se ha afirmado que el juramento sirve para ejercer una influencia sobre el soldado para que se posicione a favor del general, en perjuicio del poder central, ya que es un elemento que va a ganar mucha importancia a medida que pase el tiempo.

 

La aclamación de imperator era un honor reservado al jefe supremo. Ahora bien, no hay que confundirse con el imperium, como dice J. Guillén: “no todos los revestidos del imperium conseguían ser aclamados imperatores. Era preciso haber obtenido dos o tres victorias campales o una decisiva a favor de la República”. Era iniciativa de los soldados en la batalla pero la resolución definitiva la tomaba el senado. Y era algo independiente también del triunfo.

 

 

CONCLUSIÓN

 

            Tras haber analizado todos los aspectos religioso-cultuales de las tropas podemos ver claramente que la vida militar en general, y la castrense en particular, están completamente envueltas en una esfera de creencias y ceremonias religiosas igual que lo están el resto de los aspectos de la vida en el mundo romano. La religión del ejército romano es la misma que la del resto de la población civil del Imperio, sólo que haciendo hincapié en los aspectos más bélicos de ésta.  Lo vemos claramente a la hora de elegir los dioses a adorar o a los que encomendarse, que van a ser siempre los que poseen ciertas virtudes o características que les dan un matiz bélico o guerrero, como es el caso de Marte, Minerva, etc. y también con la divinización de abstracciones que son los valores propios que debería tener el soldado como la Virtus, Honor,... o con los que esperan les acompañen, o conseguirlos como Victoria, Fortuna, etc. Es normal que entre las tropas se den unos mayores cultos hacia estas divinidades o que haya un mayor fervor religioso ya que hay que tener en cuenta el momento de la batalla. Debían de tener mucha seguridad en sí mismos para ir a luchar, y en su defecto, o por si algo fallaba, había que haberse encomendado a algún dios, hacer alguna promesa, o por lo menos hacer todo lo posible para tener a los dioses de su parte, para que les sean favorables, sobre todo si miramos con la mentalidad de la época, en la que todo estaba condicionado por la presencia y voluntad de las divinidades.

 

            Al igual que el resto de la población, siguen un calendario con todas las festividades propias del cuerpo, del cual disponemos ejemplos como el de Dura-Eutropos. Este calendario, como hemos visto viene impuesto desde el poder central, lo cual no es algo arbitrario, sino un mecanismo de control y de sometimiento por parte del emperador de todos los soldados, haciéndolo a través de un aspecto simbólico, de forma que se les recuerda quién es el que tiene el poder. De todas formas, mi opinión es que sería algo que no deberían de plantearse los soldados sino que, al ser siempre igual, sería tomado como una tradición, para ellos, los días festivos y sus ceremonias implicarían una continuidad de las tradiciones ancestrales y no un dominio del emperador, por eso las seguirían celebrando año tras año, puesto que es su creencia.

 

            La diferencia que presenta la religión del ejército es que, para bien o para mal, se encuentra continuamente en contacto con los dioses y creencias de otros pueblos, por lo que no es estática. No se mantiene encerrada en el núcleo de la ciudad, sino que al estar siempre en guerra y en campañas, la mayoría de las veces, muy alejadas de la capital, se encuentran en un proceso seguido de aculturación, bien sea pacífico o forzado. Lo podemos apreciar en la enorme cantidad de cultos orientales que pasan a formar parte, primero del ejército y después, por extensión, del imperio, como será el caso del mitraísmo. Pero no sólo ocurre este proceso a gran escala sino que es algo que también va a ocurrir a nivel local, ya que una tropa asentada en un lugar concreto puede dejar sus dioses en la capilla del pueblo más cercano, puede comenzar a adorar a sus dioses locales, y participar de sus creencias. Un proceso muy importante para esto sería cuando una batalla se pierde por parte de los romanos,  en ese momento piensan muchas veces que es debido a que el dios del enemigo es más fuerte que el suyo y, entonces, se decide adorarlo para que les sea propicio a ellos. Por eso el panteón de dioses romanos está en continuo crecimiento, porque, si llega a hacerse muy extensivo y popular, pasa también a la población civil.

 

            En ocasiones llevaban sus dioses a las capillas de los pueblos cercanos, pero esto no era lo más común, lo normal era que se construyera en el campamento un recinto donde guardar las imágenes del emperador, los dioses del campamento, y las insignias militares. Dentro del campamento había mucha vida religiosa ya que era allí donde se celebraban todas las ceremonias y cultos igual que si estuvieran en la ciudad. Además, a los soldados les acompañaba personal especializado en esta materia para todos los ritos en los que hiciera falta intervenir, como es el caso de augures y arúspices, tan importantes y decisivos a la hora de comenzar una batalla. Increíbles son muchas veces esas cantidades de víctimas en los sacrificios que nos muestran los autores clásicos, y que se debe únicamente a que esas creencias eran verdaderas y muy importantes a la hora de la batalla. Al igual que la gran importancia que adquieren las insignias, ya que no sólo se van a tener como símbolo de la unidad del cuerpo sino como todo un emblema de adoración, con sus propios días festivos para celebraciones.

 

En este sentido de cohesión es muy importante la personificación de las tropas, que se consigue a través del nomen, el número y la insignia del cuerpo, puesto que los conforman a modo de una gran familia en la que están para ayuda mutua. En ella, el general sería el máximo exponente, una especie de padre de todos y modelo a seguir, por ello, sienten esa admiración por él, siendo ellos mismos los que lo proclaman imperator en el campo de batalla cuando sienten que merece una recompensa por sus hazañas. De ahí que el buen general sea el que se mantiene con sus tropas en la batalla, tiene todas las virtudes propias de un buen guerrero, y permanece en lo bueno y en lo malo junto a sus hombres.

 

            Relacionado con esto no podemos olvidar el papel que juega el emperador. El emperador necesita de la fidelidad de los ejércitos, ya que es su mayor apoyo y de él depende su seguridad (observemos la cantidad de sublevaciones y deposiciones de emperadores que se producen por parte o con ayuda del ejército). Por eso recurre a toda una serie de mecanismos que le aseguran tal fidelidad, como es el caso del sacramentum, el culto a su persona a través de las imágenes (que también se llevan en la campaña),... el emperador teme que el ejército alce en el poder a algún general victorioso y carismático y por ello se encarga siempre de mantener a los generales en un nivel inferior al suyo. Esto lo observamos en el hecho de que, hasta cuando le es concedido un triunfo a un general, el honor le era concedido en cierta medida al emperador; también en la diferencia entre la posibilidad de divinización del emperador y el hombre que va en el carro del triunfador repitiéndole continuamente: “recuerda que eres hombre”. Y en la asunción por parte del emperador del mando supremo del ejército demuestra que por muy alto que llegue un general, sigue estando subordinado a él.

            Creo que la imposición de tantos requisitos para la obtención de un triunfo se debe a que el emperador no debía estar muy a favor de que se concedieran muchos, ya que eso podría ensombrecer su figura respecto a la de otros hombres que son “inferiores” a él.         

 

Pienso que los aspectos religiosos dentro del ejército son muy importantes ya que es uno de los elementos que les sirven de cohesión, y cuando se encuentran tan alejados de su ciudad durante tanto tiempo, deben de  tener algo que les haga sentir como si estuvieran en su hogar, y esta es una de las mejores maneras, haciendo las mismas cosas que si estuvieran allí, lo que pasa es que todo no lo pueden hacer igual, por eso, las cosas que sí es posible realizarlas como el caso de los ritos, les ayudan a sobrellevar los periodos de campaña, ya que también es una forma de distracción. Todo el universo religioso-cultual del campamento es una mezcla de necesidad (de protección, de distracción, de cohesión) y de continuidad de tradiciones (de su ciudad, su pueblo, su familia, etc.), en un mundo en que todo está dominado  y prescrito por los dioses.

 

 

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