Memorias de un amante sarnoso. Groucho Marx

por Sara Calderón Moreno

Una vez me decepcionó un perro, y fue cuando adopté a Alonzo, un enorme San Bernardo que trabajaba en los estudios. Había actuado en una película con un sueldo de doce dólares diarios y parecía sentirse bastante solo. Yo habría preferido llevarme a casa un perro de los que ganan mil quinientos pavos por semana; a Lassie, por ejemplo, pero éstos se juntan con gente mucho más refinada que la gentuza que me rodea.Me molestó un poco que Alonzo se negara a comer la comida que le ofrecimos en casa. Dijo que preferia el restaurante de la esquina.Como es lógico, me sentí ofendido pero no dije ni pío. Al fin y al cabo ganaba doce dólares al día, ocho dólares más de lo que yo ganaba en aquella época. A la semana de tenerlo en casa me levé la sorpresa de mi vida. El sábado por la nocheun hobrecito asomó su cabeza por el hocico de Alonzo y me pidió el suelo: ¡doce dólares diarios! Posiblemente, aquel incidente hizo correr el desagradable rumor de que no me gustan los perros. Hubo personas que dejaron de invitarme a sus casas, las mismas que durante años nunca me habían invitado. Las señoras pasaban de largo sin dirigirme la palabra e incluso mi barbero me hizo un tajo. Me dolió mucho. A pesar de todo, a mi me bastaba con que mi perro siguiera creyendo en mi. Mi desmesurada afición por los perros no significa, por supuesto, que no sienta carió por otros animales de compañía. Toda mi vida he tenido en casa bichos de una u otra especia, ya fuera un pariente lejano o una mofeta (la verdad es que no son tan distintos) Una vez,cuando era niño, me regalaron un par de conejillos de Indias, a los que, con alguna dificultadm llegué a querer como hermanos. dicho sea de paso, aprender a querer a mis hermanos fue mucho más difícil. Pues bien,los dos conejillos de Indias se instalaron en nuestra bodega y una tarde descubrí que todo el suelo estaba literalmente cubierto de estas pequeñas criaturas. Entonces, yo no tenía un corazón tan grande como ahora y sólo era capaz de amar, como mucho,a ttreinta o cuarenta conejillos de Indias. Estaba en un aprieto. ¿Alguien sabe lo que es estar en un aprieto una tarde con noventa y seis conejillos de Indias? -Véndelos- me sugirió mi hermano Harpo. -Si eso es todo lo que tienes que decir- le repliqué-, no te molestes en volver a abrir la boca. A partir de aquél día, Harpo no volvió a hablarme, y no es preciso decirles lo que eso me complace.

 


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