El lunes empiezo

por Sara Constán

El pasado domingo leí en el semanario del periódico un reportaje en el que daban algunas claves para combatir de alguna manera el cambio climático. Una de estas claves decía así: “no cojas tu coche hoy”. Así pues, reflexioné y me dije a mi misma la típica frase que no suele cumplirse de “el lunes empiezo”, pero en este caso, el lunes empecé y cumplí con mi propósito, aunque sea en parte. Este lunes tenía una clase de ocho a diez de la mañana y hasta la tarde no tenía otra ocupación, por lo que pensé en acudir a mi clase matutina en autobús porque disponía de tiempo para luego volver a casa tranquilamente, sin pensar en que mi coche se lo podría haber llevado la grúa por dejarlo mal aparcado porque no encontraba sitio y se me hacía tarde.

Una vez planificado mi tiempo de transporte, desayuné, me vestí, me arreglé como pude y bajé a la parada del autobús con el tiempo suficiente por si hubiera algún problema. A las siete y veinte pasó el autobús número ocho por mi parada y, como no tenía bonobús, pagué el billete con el poco dinero que llevaba suelto. Cuando me senté pensé: ¡qué bien, no tengo que conducir yo y puedo permitirme el lujo de cerrar mis dormidos ojos! Pero en lugar de eso, me dediqué a contemplar la situación de la ciudad por la mañana. Así comprobé que a pesar de intenciones como la mía, hay demasiados coches, con una sola persona dentro, circulando por la mañana. También me di cuenta de que la mayoría de personas que subieron al autobús se conocían al menos de vista, ya que seguramente suban día a día al ocho para llegar a sus destinos. Y es que en el autobús se puede llegar a entablar conversaciones con la gente o incluso se puede llegar a formar una relajada amistad entre vecinos de un barrio. Porque, quieras o no, te guste o no, todos hemos escuchado las conversaciones ajenas en un autobús. Siempre suben personas mayores que se quejan de los políticos, del tiempo, del tráfico, de sus problemillas con la salud y, cómo no, de los autobuses. Y en parte tienen razón porque en una ciudad grande hay mucho tráfico, además hay muchas obras y eso provoca aún más tráfico, pero en realidad esto no es culpa de los pobres conductores de autobús- que tampoco son unos santos- porque si el autobús se retrasa se debe sobretodo a que la mayoría de personas opta por coger su vehículo particular para ir a trabajar o a donde quiera que vayan.

Quizás si muchos de nosotros, que vamos en coche habitualmente, subiéramos en autobús habría menos tráfico y, en consecuencia, llegaríamos antes a nuestros destinos, lo que, a su vez, nos permitiría unos minutos más de sueño. Y lo más importante de todo es que con esto daríamos un pequeño respiro cada día a nuestro planeta, tan castigado por nosotros mismos, aunque algún personaje, dicho sea de paso, no lo vea muy claro. Tras reflexionar sobre esto y haber escuchado otras conversaciones que tampoco tienen desperdicio, llegué a mi destino, con mucho sueño, pero satisfecha por haber cumplido con mi modesto objetivo. Luego, después de la provechosa clase, me dirigí de nuevo a la parada del ocho que me llevaría a casa, no sin antes me pasarme por un quiosco para comprarme un bonobús, porque decidí, tras la experiencia, que todos los días que pudiera hacerlo, subiría al autobús y dejaría bien aparcado mi coche en mi casa, que allí no se lo lleva la grúa.


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