Deseadas vacaciones por Sandra Cánovas Maicas Es por todos bien sabido que lo que más discurre en la mente de una cuando vuelve de viaje es contarle a todo hijo de vecino lo muy lejos que se ha ido y lo magníficamente bien que se lo ha pasado. Parece ser, que cuantos más kilómetros u horas de avión recorres, más satisfactorio va ha resultar ese viaje en el que has depositado todos tus ahorros de dos meses trabajados. Por supuesto, ya que el estudiante se sirve de esto para satisfacer su ansia acumulada, durante todo el año, de conocer nuevas culturas. Pero antes de llegar del viaje, debes realizarlo. El principal pensamiento que aparece en tu mente es salir de La Península, y como ya he mencionado anteriormente cuanto más lejos mejor. Destino: todo país extranjero asequible a tu bolsillo. Llega el día de embarcarte en la que va a ser tu aventura veraniega. Después de dos horas y media de vuelo, aterrizas en una ciudad oscura, lluviosa y sobre todo, nueva. No entiendes a quien te habla, no comprendes los carteles y menos todavía su forma de vida. Pero no importa, estoy en Inglaterra y es diferente. Durante esa semana sacas de ti la mejor pronunciación en inglés que puedas conseguir, ya que de lo contrario no se esfuerzan ni por entenderte. Te alimentas a base de sándwiches de york y queso y de un sin fin de pastillas para no caer enferma. Por último, pasas las horas comprando souvenirs para que nadie se enfade a tu regreso. Otra manera de viajar, mucho más cómoda, es mediante una beca de estudios. Tu destino vuelve a ser un país de habla inglesa, pero esta vez sí intentan comprenderte. Los monitores y organizadores son los encargados de pasearte por toda la geografía irlandesa, no hay tregua, desayunar, estudiar, comer, viajar, cenar, dormir son las pautas de cada día. Sin darte cuenta has consumido un mes de vacaciones, pero has vivido durante un mes en Irlanda. Tras varios itinerarios cumplidos, descubres que no es necesario ir al fin del mundo para sentirte como en el extranjero. Basta con coger un vuelo Valencia-Mallorca de 30 minutos este es mi caso. A nuestra llegada (mi novio y yo) al hotel Cala Esmeralda, sur de Mallorca nos encontramos con que la recepcionista nos recibe en alemán, a la cual le contestamos rápidamente en castellano para que no continuara hablando sola. Durante toda la semana que duró nuestra estancia allí, los camareros te preguntaban directamente en alemán, esta lengua tan extendida en todas las Baleares. Y digo yo, anda que no se nota cuando uno es español. Lo peor no es que en tu país no te hable ni el metre del restaurante en castellano, sino, que vallas a Baleares buscando sol y llueva más que en Irlanda. Coche para arriba, coche para abajo. Suerte que allá donde nos dirigíamos salía el sol. Por lo menos, no había queja de la comida, restaurantes de todo tipo por doquier. Después de cada viaje es el momento de reencontrarte con quienes se quedaron en su habitual lugar de veraneo. |
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