por Sandra Villanueva Miralles
¿Cuáles han sido los beneficios que el ser humano ha extraído del uso de la ciencia y de los instrumentos que su investigación ha dado como fruto?
V.B.:En primer lugar, han aumentado su control sobre el entorno material. Han mejorado su comida, su vestido y su vivienda, además de aumentar su seguridad y liberarlo, al menos en parte, de las ataduras de la existencia primitiva. Asimismo, le han proporcionado un creciente conocimiento de sus propios procesos biológicos, de modo que lo han ido liberando progresivamente de la enfermedad y han aumentado su esperanza de vida. Al mismo tiempo, han arrojado luz sobre las interacciones de sus funciones psíquicas y fisiológicas, otorgándole la promesa de una mayor salud mental. La ciencia ha proporcionado al ser humano formas veloces de comunicación entre personas individuales, le ha permitido el almacenamiento de las ideas y le ha otorgado la posibilidad de manipular este archivo y extraer de él ideas, de modo que el conocimiento evolucione y perdure a lo largo de toda la existencia del género humano, y no sólo de la vida de sus componentes individuales. Hay una enorme montaña de investigaciones científicas que no para de crecer pero, paradójicamente, cada vez está más claro que hoy en día nos estamos quedando atrás debido a nuestra creciente especialización. El investigador se encuentra abrumado por los descubrimientos y conclusiones de miles de compañeros, hasta el punto de no disponer de tiempo para aprehender, y mucho menos de recordar, sus diferentes conclusiones a medida que van viendo la luz. Sin embargo, podemos afirmar también que la especialización resulta cada vez más necesaria para el progreso y, como consecuencia, el esfuerzo de construir puentes entre las distintas disciplinas resulta cada vez más superficial.
S.V.M:¿Seguirá existiendo la fotografía en seco?
V.B.:En la actualidad, este tipo de fotografía se da en dos formas. Cuando Brady llevó a cabo sus fotografías de la Guerra Civil estadounidense, la placa fotográfica debía estar húmeda en el momento de la exposición. Hoy en día ha de estar húmeda durante su revelado. Sin embargo es posible que, en el futuro, no tenga por qué estar húmeda en absoluto. Existen desde hace ya algún tiempo películas fotográficas que, impregnadas con una emulsión diazoica, no necesitan ser sometidas al proceso del revelado, por lo que la imagen es ya visible instantes después de haber sido operado el disparador de la cámara. Una exposición a un gas amónico destruye la emulsión que no ha sido expuesta y permite que la película recién impresionada pueda observarse a la luz del día. En la actualidad, este proceso es algo lento, pero habrá alguien que conseguirá acelerarlo en el futuro porque con el grano de la película no se dan problemas que puedan entretener demasiado a los científicos encargados de la investigación de materiales fotográficos. En muchas ocasiones resultará de gran utilidad ser capaces de disparar el obturador de la cámara y ver la fotografía inmediatamente después. Otro proceso de fotografía en seco en uso hoy en día es también lento y más o menos torpe. Desde hace ya cincuenta años, algunos papeles impregnados con ciertas sustancias químicas se vuelven oscuros en los puntos en los que un contacto eléctrico los toca. Este cambio en la apariencia del papel se consigue por la transformación química que el campo eléctrico produce sobre una sustancia a base de iodo contenida en la emulsión. Por ello, se ha utilizado para elaborar archivos o registros: un puntero que se mueva por toda la superficie del papel puede producir trazos en ella y, si el potencial eléctrico no se mantiene estable en el tiempo, la línea va aumentando o disminuyendo de grosor en concordancia con sus variaciones. Este esquema de confección de registros se utiliza en la actualidad para la transmisión de facsímiles. El puntero dibuja sobre la superficie del papel una serie de líneas con pequeños espacios entre una y otra. A medida que se mueve, el potencial eléctrico del puntero va variando en concordancia con las variaciones de la corriente que, a través de los cables telefónicos, va recibiendo del emisor que, a su vez, ha ido convirtiendo en impulsos eléctricos las lecturas de una célula fotoeléctrica dedicada a explorar el documento original. En cada instante del proceso, la oscuridad de la línea dibujada en el papel del aparato receptor es idéntica a la del punto de la imagen que la célula fotoeléctrica está leyendo en el documento del emisor. Por tanto, cuando el documento original se haya explorado en toda su extensión, se habrá creado en un lugar remoto una copia idéntica a él. Siguiendo este esquema, una célula fotoeléctrica podría observar, línea a línea, una escena real análogamente a como lo hace una cámara fotográfica. Este aparato se podría considerar, en realidad, como una cámara fotográfica con la característica añadida, si se desea, de poder tomar fotografías a una gran distancia. El proceso es lento y la imagen pobre en detalles, pero constituye otra forma de fotografía en seco en la que la fotografía está lista en el instante mismo de ser tomada. Sólo alguien muy osado podría predecir que este proceso continuará siendo torpe, lento y pobre en detalles en el futuro. No hay más que pensar que, en la actualidad, los equipos de televisión transmiten dieciséis imágenes por segundo de una calidad razonable. Y este proceso sólo se diferencia del que acabo de describir en dos puntos fundamentales: en primer lugar, el registro de la imagen se lleva a cabo por medio de un rayo de electrones en movimiento en lugar de por medio de un puntero, por la sencilla razón de que un rayo de electrones se puede desplazar por la imagen a una velocidad mucho mayor que un puntero. La otra diferencia se reduce al uso de una pantalla que brilla momentáneamente cuando los electrones la alcanzan, en lugar de al de un papel tratado o de una película fotográfica cuya superficie queda alterada de manera permanente. La velocidad es necesaria en el caso de la televisión, puesto que su finalidad es transmitir imágenes en movimiento y no estáticas. Si se utilizase una película fotográfica tratada en lugar de una pantalla brillante y se permitiese al aparato que he descrito más arriba transmitir una imagen aislada en lugar de una sucesión de imágenes, obtendríamos como resultado una cámara rápida para fotografía en seco. Sería necesario que la película tratada fuese más rápida en su acción que los ejemplos presentes, pero es posible que llegue a serlo. La objeción más seria, sin embargo, es que este esquema conllevaría el tener que colocar la película en una cámara de vacío, puesto que el haz de electrones se comporta con normalidad únicamente en un entorno enrarecido. Esta dificultad podría superarse permitiendo al haz de electrones actuar en uno solo de los compartimentos de una partición y situando a presión la película en el otro, siempre y cuando esta partición permitiese que los electrones se moviesen perpendicularmente a su superficie y les impidiese esparcirse hacia los lados. Aunque es cierto que de una manera algo tosca, tales particiones se podrían construir en la actualidad y es muy poco probable que limiten el desarrollo general de la técnica. Al igual que la fotografía seca, la microfotografía aún tiene un largo camino que recorrer. El esquema básico de reducir el tamaño de un archivo, para examinarlo posteriormente mediante proyección en lugar de a simple vista, contiene posibilidades demasiado amplias como para ser ignoradas. La combinación de proyección óptica y reducción fotográfica está produciendo ya algunos resultados en el terreno de los microfilms para fines educativos, y sus potencialidades son altamente sugerentes. Hoy en día, con el microfilm se pueden emplear reducciones de factor lineal de uno a veinte sin que ello afecte a la claridad de la visión cuando en material se amplia de nuevo para examinarlo. Los límites vienen impuestos por el grano de la película, la excelencia en la calidad del sistema óptico y la eficiencia de las fuentes de luz utilizadas. Y todos estos factores están mejorando con gran rapidez. Pensemos en la posibilidad de alcanzar un factor lineal de uno a cien en el futuro e imaginemos también una película fotográfica del espesor del papel, aunque también se podría usar otra más fina. Incluso bajo tales condiciones, se daría un factor de reducción de diez mil a uno entre el volumen del archivo ordinario en forma de libro y su réplica en microfilm. Toda la Enciclopedia Británica cabría, pues, en el interior de una caja de cerillas, y una biblioteca de un millón de volúmenes podría caber en una esquina de nuestra mesa de escritorio. Si, desde la invención de los tipos de imprenta móviles, la raza humana ha producido un archivo total, en forma de revistas, periódicos, libros, octavillas, folletos publicitarios y correspondencia equivalente a mil millones de libros, todo esa ingente cantidad de material, microfilmado, podría acarrearse en una furgoneta. Por supuesto, la mera compresión no resultaría suficiente; no necesitamos únicamente confeccionar y almacenar un archivo, sino también ser capaces de consultarlo, y este aspecto de la cuestión lo trataré más adelante. Incluso la más moderna gran biblioteca no se consulta de manera general: sólo unos pocos se aventuran en pequeñas porciones de ella. La compresión, sin embargo, resulta de gran importancia cuando abordamos la cuestión de los costes. El material para el microfilmado de la Enciclopedia Británica costaría unos cinco centavos de dólar y podría ser enviado por correo por otro centavo.
S.V.M:¿Cuánto costaría imprimir un millón de copias?
V.B.:Si tenemos en cuenta que imprimir una sola página de un diario, en una prensa rotativa y a gran escala cuesta una pequeña fracción de un centavo de dólar, y que todo el material contenido en la Enciclopedia Británica podría entrar en una hoja de unos veintiuno por veintisiete centímetros, con las técnicas de reproducción fotográfica del futuro los duplicados en grandes cantidades podrían tener un coste aproximado de un centavo de dólar por unidad, dejando los costes de material aparte.