Capitulo VI
¡Ah, principito, cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida
melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la
suavidad de las
puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me
dijiste:
-Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una
puesta de
sol…
-Tendremos que esperar…
-¿Esperar qué?
-Que el sol se
ponga.
Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti
mismo. Y me
dijiste:
-Siempre me creo que estoy en mi tierra.
En
efecto, como
todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia
se está
poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un
minuto para
asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está
demasiado lejos.
En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla
algunos pasos
para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas…
-¡Un
día vi
ponerse el sol cuarenta y tres veces!
Y un poco más tarde
añadiste:
-¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste le
gusta ver las
puestas de sol.
-El día que la viste cuarenta y tres veces
estabas
muy triste
¿verdad?
Pero el principito no respondió.