SALMAN RUSHDIE

La Historia De Una Persecución


Para leer hay que olvidar

Una novela más ambiciosa que lograda

Constantino Bértolo.

No hay lectura ingenua ni inocente; sin embargo, leer este libro exige una actitud de inocencia. Leer un libro es aprender, aprender algo, aunque nunca este algo pueda precisarse. Pero para leer esta novela, paradójicamente, es necesario olvidar. Olvidar todo lo que está fuera de él. La historia de la condena y la historia de la amenaza. No se puede leer desde la morosidad ni desde el escándalo. Leer un libro es juzgarlo. Leer es hacer, continuamente, página a página, juicio de valor. Cada vez que se pasa una página se está haciendo un juicio porque al menos una cosa está clara: merece la pena seguir leyendo. Es el gusto quien decide abandonar o llegar hasta el final. Los versos satánicos tienen más de 500 páginas. Cuando se llega a su término se han hecho muchos juicios. Algunas páginas quizás sobren, pero el libro pide, permite y exige que se llegue hasta su término.

Y no es difícil porque la novela de Rushdie sabe crear expectativas y sabe defraudarlas y satisfacerlas. Algunas de ellas son blandas; otras revelan intención y son las que sostienen la calidad de la lectura. Dos ciudadanos de la India viajan en un avión que está ya sobre las costas del Reino Unido. Como en Alicia en el país de las maravillas, ambos personajes se precipitan por un túnel de nubes hacia la tierra. Milagrosamente sobreviven. Desde las primeras páginas el autor ha logrado meternos en el país de las maravillas y ya nada nos asombra porque ha sabido colocar la lectura en el registro adecuado para que lo irreal se pueda aceptar como verosímil. Mientras caen los vamos conociendo. Uno es Gibreel Farishta, un famoso actor de la cinematográfia india. Va a Londres en busca de la mujer que ama, de la única mujer que le ha permitido descubrir el placer de amar y es capaz de hacerlo sentir sujeto y no objeto del amor. Huye, de alguna forma, de su fama, de lo que ha llegado a ser: una personalidad tan plana como la sábana blanca de los cines. Antiguo repartidor a domicilio, las circunstancias de la vida lo han desclasado. El otro es Saladin Chamba. Hijo de un mercader de Bombay, regresó a Londres, la ciudad donde vive y en la que casi ha conseguido la meta de su vida: ser inglés, civilizado, culto, saber tomar el té, tener una esposa dulce y una mansión grande. También es actor. Su facilidad para cambiar el registro o clase de voz ha hecho de él un brillante actor de radio. Se gana la vida dando voz a las cosas, a la hamburguesa de un anuncio o a una botella de refresco. Durante su última estancia en la India ha descubierto que no era tan inglés, tan británico, como pensaba. Su ser indio brotaba y parecía haberse revelado contra su voluntad. Quizás por ello ha salido huyendo - volando - y de la India. Los dos sobreviven a la catástrofe aérea: "para volver a nacer es preciso morir antes".

Extraña aureola

Sin embargo, no volverán a ser los mismos de antes . Gibreel se siente poseído por el arcángel San Gabriel y Melilla sobre su cabeza una extraña aureola . Saladin sufre una transformación mayor: se transfigura en sátiro, le brotan cuernos en la frente, pezuñas y bello por todo el cuerpo. A través de la posesión de Gibreel la historia nos remite a la historia de Mahoma en los comienzos de la prédica de la nueva fe. El ángel le habló al profeta, pero el ángel no sabe de dónde viene su propia voz. Mahoma es tentado por el poder: si reconoce a tres diosas menores será ayudado por los poderosos. Transmite los versos que el ángel, al parecer, le ha dicho, y en los que se reconoce a las diosas. Más tarde, decepcionado por el poder, se arrepiente y achacar los versos a una añazaga del demonio . son los versos satánicos: La tentación de lo falso.

El juego entre el ser y el parecer mueve todos los materiales de la novela. La historia de los personajes se refleja en una multiplicidad de episodios en los que lo real y lo irreal se mezclan con profusión. El intelectual comunista que sale perseguido de la India y monta un café en Londres. Un imam fanático que vive su exilio político - "El exilio es la muerte del alma" - encerrado en un apartamento mientras sueña con su vuelta a Irán, contempla un retrato de la odiada Emperatriz y programa el saneamiento radical de su país. La vieja que reencuentra en Gibreel la reencarnación de su viejo amor por un gaucho en los lejanos tiempos en que vivió en la Pampa. La historia de amor de la mujer de Saladin con el mejor amigo de éste. La ascensión al Everest de la amada de Gibreel y su encuentro con al fantasma del viejo alpinista. El suicidio de la antigua amante del actor de cine que se arroja desde lo alto del edificio Everest Hill. El fanatismo y la debilidad de los terroristas que secuestran el avión. La pasión de un comerciante por la joven Ayesha sobre quién anidan las mariposas y la peregrinación de todo un pueblo hacia la Meca con la promesa de que las aguas del mar se abrirán a su paso. Cada una de estas historias recoger los motivos comunes a toda la novela, unas remiten otras y el círculo se cierra cuando el renegado vuelve a los suyos, a la India, y se plantea militar en el partido comunista mientras que su antiguo compañero acaba por matar a su amada alpinista y se suicida. Por Supuesto que, entre estos episodios el lector encontrará también la famosa escena sobre las prostitutas y las mujeres del profeta que es, por cierto, uno de los mejores pasajes de la novela.

Falta de unidad

Los versos satánicos es una novela ambiciosa y seguramente más ambiciosa que lograda. Le falta unidad y le sobra dispersión aunque todos sus materiales se encaminan a un mismo fin: La búsqueda de la identidad. En muchos momentos el autor parece querer halagar al público introduciendo guiños temáticos que se reconocen fácilmente: El episodio de la Argentina y los gauchos remiten a los cuatro jinetes del apocalipsis, no falta un remake de la famosa escena de amor El cartero siempre llama dos veces, ni ecos de La isla de Abalon del ciclo artúrico. A pesar de eso la novela se desliza en algunos momentos hacia lo anodino y el pasar de las páginas requiere un esfuerzo. Como en todo, esos momentos son los menos, la novela se apodera del lector por sus propias virtudes y entre ellas una muy significativa: cuando se inició la lectura uno parece estar aguardando momento de la escena que ha dado lugar al escándalo, pero luego se olvida uno de ello. Tan sólo se esta leyendo una buena novela. Una novela que se lee por su propio gusto.

 


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