VIAJEROS
IMPERTINENTES |
Por Eduardo Mejía |
Antes de los VTP, los paquetes turísticos y la
uniformidad de aeropuertos, de hoteles de cinco estrellas y los centros
comerciales, se decía que los viajes ilustraban, y que quienes viajaban mucho
eran muy cultos. Ahora viajar una semana a Brasil, o a cinco países europeos
en tres semanas, hace imposible que el viajero conozca costumbres, hábitos;
en fin, las características de pueblos y naciones, que se muestran esquivas a
los extraños durante largo tiempo y sólo se van abriendo después de mucho.
Los viajes duraban meses en barco o en un rudimentario y peligroso camino
terrestre, y eso hacía que quienes iban a otro país (a veces a una región
distante, aunque dentro del mismo país) no tuvieran apuro en regresar. Los
viajeros podían escribir de las costumbres de otros países con la sensación
de que descubrían cómo vivían otros pueblos, considerados regularmente
inferiores, y por lo tanto exóticos, aunque la intención era benévola y
generosa. También había viajeros gandallas, quienes se dedicaban a describir
lo chusco, lo ridículo, lo solemne de otras culturas, y escribieron libros
mucho más divertidos y reveladores que los viajeros generosos. Uno de esos
impertinentes fue Evelyn Waugh (hombre, no mujer, como ha quedado en algunos
libros célebres, como un breviario del FONDO DE CULTURA ECONÓMICA dedicado a
la literatura inglesa), uno de los novelistas más explosivos y regocijantes
de las letras sajonas, muy popular en México en los años cuarenta y cincuenta
gracias a las traducciones de la editorial Sudamericana; Carlos Monsiváis en
su autobiografía precoz lo menciona entre sus influencias decisivas, y Jorge
Ibargüengoitia lo calca en sus primeros libros, como incluso lo reconoció en
alguna entrevista, aunque no muy abiertamente. Waugh fue retraducido a
finales de los ochenta; casi toda su narrativa fue publicada en traducciones
no tan horribles como las que acostumbra Anagrama, pero volvió a desaparecer
hasta del catálogo de esa editorial, y tan sólo se encuentra un par de sus
novelas en Alianza Editorial, pero su trilogía sobre la guerra está
incompleta, su célebre Regreso a Brideshead está escondida en los anaqueles
de Tusquets, y ya se agotó la asombrosa edición de Robo al amparo de la ley,
su libro sobre México (¡del Conaculta!), cruel y desarmante, con comentarios
tan malévolos y despiadados como sólo podía haberlos hecho un mexicano (por
ejemplo, Novo). Ahora circula (es un decir) en librerías Gente remota, de
Ediciones del Viento, donde narra en menos de 250 páginas (de formato mayor
pero con tipografía generosa), muy intensas, su estancia de varios meses por
algunos países africanos, a los que viaja enviado por su periódico (The
Times, nada menos) a presenciar la ceremonia de coronación del nuevo emperador
de Absinia, en octubre de 1930, pero en vez de quedarse una semana prolonga
su estancia y la diversifica por algunas tierras inmediatas, hasta que su
viaje ya queda lejos de su primer objetivo. Podía uno preguntar por qué si le
molestaban tanto los pueblos no sajones estaba tan ansioso por conocerlos,
pero de inmediato uno entiende que los otros ingleses, a quienes conoce en
sus travesía, son tan ridículos como los nativos de las tierras visitadas;
unos y otros quedan atrapados en la mirada escrutadora de Waugh, quien
descubre sus exageraciones, su farsa, su comportamiento ridículo, y nada
queda a salvo: son tan falsos como los hoteles llenos de insectos, sucios,
con comida repugnante, y de los que están orgullosos propietarios y
huéspedes. Igual, casas particulares, templos y teatros (hay una escena
increíble: asiste al cine a ver noticiarios y viejas películas inglesas, que
lo aburren, igual que a sus anfitriones, sólo que éstos duermen a ronquido
abierto), todo queda minimizado, ridiculizado, ante la pluma despiadada de
Waugh, uno de los escritores católicos más destacados, pero cuya actitud no
tiene nada de piadosa. Bueno, a los personajes y diarios ingleses también los
ridiculiza, y a ratos más que a los africanos. Evelyn Waugh fue un viajero
consuetudinario, y se dedicó en cada uno de sus libros de este género (tan
numerosos como sus novelas, pero que también han desaparecido de los
catálogos de Plaza & Janés y Aguilar) a pulverizar, a mostrar la visión
egocéntrica de los pueblos que se consideran superiores a los demás; el
problema es que luego de leer a Waugh uno queda convencido de que tiene
razón: el humano es farsante, farolón, exhibicionista y con un afán de
reconocimiento que lo hace aún más ridículo. Es un libro extraordinario, con
muchas de las características de la narrativa de Waugh, pero es de lamentar
la pésima traducción y la más espantosa edición, llena de erratas, de
descuidos, de ignorancia tipográfica y editorial de esta casa española, que
hace lo posible por entorpecer la lectura de un libro inesperado pero
indispensable, al menos para los fanáticos de Evelyn Waugh. |
Extracted from : http://www.fce.com.mx/prensaDetalle.asp?art=4057