Humor católico y malas pulgas |
|
MANUEL HIDALGO El 10 de abril de 1966, a los 63 años de
edad, Evelyn Waugh murió de un infarto y, según su deseo, su funeral se
ofició en latín. Anglicano de cuna, Evelyn llevaba media vida convertido al
catolicismo, cada vez más integrista, y ya les había sacudido unos mandobles
al santo Papa Juan XXIII y al teólogo progre Hans Küng por introducir el
protestantismo en la Iglesia Católica. Waugh, que tan interesado por la gracia
divina se manifestó en su excepcional novela Retorno a Brideshead (1945)
-fuente de una maravillosa y añorada serie televisiva y comienzo virtual de
varias adaptaciones de sus obras al cine que tanto le influyó-, goza del
aprecio general, pese a sus dotes de carcamal político-religioso, en virtud
de su enorme gracia digamos que humana. De su humor brillante, eficaz y
demoledor que, en buena medida, aplicó a satirizar a la decadente burguesía y
aristocracia británicas -a las que, contradictorio como era, también amaba y
frecuentaba- y a todo lo que se movía, desde los periodistas de ¡Noticia
bomba! (1938) -fue periodista destacado del Daily Mail y otros- a los
sofisticados muertos de la posmodernidad funeraria de Los seres queridos
(1948). Hijo de un crítico literario y editor
que vivía de los derechos de Charles Dickens y hermano de Alec, un novelista
menos notorio que él, Evelyn estudió en Oxford con discutible
aprovechamiento, ya que el cachondeo y el oporto terminaron por arruinar sus
prometedores inicios como alumno de Historia y Arte. «Pereza, disolución y
derroche» son las palabras con las que resumió su paso por la docta institución,
aunque también estudió lo suyo, si bien desde el principio consideró que
Oxford era «un lugar que valía la pena habitar y disfrutar por sí mismo, no
por ser una preparación de cara a otra cosa». Razón debía de tener, pues se
puso a continuación a trabajar de maestro y lo despidieron. Entonces, se hizo
novelista, y su primera novela, Decadencia y caída (1928) -superado su
fallido suicidio entre las olas-, le hizo célebre y apreciado a los 25 años. Sin embargo, Evelyn metió la pata ese
mismo año casándose con Evelyn -el nombre vale para los dos sexos- Gardener,
una pipiola aristócrata que huía de su madre. La chica lo dejó por otro al
escaso año y pico de matrimonio, y Waugh, como es natural, se llevó un
disgusto tremendo. Mucho se ha especulado sobre si la
conversión del escritor al catolicismo, en 1930, tuvo que ver con ese trauma.
Evelyn, en Una educación incompleta, evoca solamente -repasando sus diarios-
su precedente etapa atea, si bien habla de la familia Plunket-Green, que fue
la que le puso en contacto con un jesuita, el padre D'Arcy, que le llevó al
huerto del catolicismo. El tal jesuita siempre dijo que el desengaño amoroso
de Evelyn no tuvo que ver con su conversión. Waugh consiguió de chiripa la nulidad de
su primer matrimonio y se casó en 1937 con la joven católica Laura Herbert,
que le dio siete hijos y le puso de mejor humor durante una temporada
relativamente larga, lo cual no fue obstáculo para que Evelyn -gran viajero y
escritor de viajes- se alistara en el Ejército para participar, ya talludito,
en la II Guerra Mundial -simpatizó con los italianos en su locura abisinia y
odió a Tito por perseguir a los croatas católicos- y andar por ahí dando
saltos. Todo indica que sus misiones guerreras,
unidas a los cambios de rumbo en el mundo, no le sentaron del todo bien a
Evelyn Waugh, que, en consecuencia, y además de escribir su excelente
Trilogía de las armas, cada vez tuvo peor vino -no se conformaba, al igual
que su amigo Graham Greene, con un saludable vasito al día- y, con perdón,
peor leche. Su reaccionarismo creció en proporción directa a su mala idea. O
viceversa. Pero nadie discute no ya sólo su desternillante humor vitriólico,
sino la belleza expresiva y la hondura intelectual de, por así decirlo, sus
obras más serias, entre las que preciso es citar su biografía del pintor y
poeta prerrafelita Dante Gabriel Rossetti, escrita al comienzo de su carrera.
Una educación incompleta lleva un
prólogo del escritor Miguel Sánchez-Ostiz que, aunque conoce muy bien,
simpatiza y se identifica con su humor, no tiene inconveniente en dejarlo en
el sitio (su sitio) con varios calificativos escasamente amistosos (en
principio): manirroto, caprichoso, contradictorio, enfermo, patán, histrión,
colérico, agresivo, insatisfecho, glotón, racista, misántropo, esnob,
arribista y por ahí más o menos. Sánchez-Ostiz arremete especialmente contra
los libros de viajes de Waugh: «Las iglesias y los burdeles fueron dos hitos
obligados de los viajes de aquel aplicado biógrafo de santos», dice,
aludiendo quizás a la biografía novelada que Waugh escribió sobre Helena, la
santa madre del emperador Constantino. Evelyn Waugh escribió Una educación
incompleta unos meses antes del patatús que lo llevó a la tumba. No tuvo, por
tanto, continuación, de modo que, hasta el día del no consumado suicidio
playero, el libro se centra en las peripecias familiares y amistosas del
niño, del adolescente y del inmaduro joven que llegó a estudiante de Oxford y
a profesor en Gales y alcanzó a disfrutar de la compañía de algunas celebridades
posteriores. Yo ya digo, divina o no, Evelyn Waugh tenía mucha gracia. |
Adapted from: http://www.elmundo.es/papel/2007/07/06/cultura/2149134.html