SAMUEL BECKETT
Escritor irlandés nacido en Foxrock, condado de Dublín,
en el año 1906 en el seno de una familia acomodada. Tras asistir
a una escuela protestante de clase media en el norte de Irlanda, ingresó
en el Trinity College de Dublín donde obtuvo la licenciatura en
lenguas romances en 1927 y el doctorado en 1931. Entretanto pasó
dos años como profesor en París, ciudad a la que no supo
resistirse. Al mismo tiempo continuó estudiando al filósofo
francés René Descartes y escribió su ensayo crítico
Proust (1931), que sentaría las bases filosóficas de su vida
y su obra. Fue entonces cuando conoció al novelista y poeta irlandés
James Joyce, al que sirvió ocasionalmente de secretario.
Entre 1932 y 1937 escribió y viajó sin descanso y desempeñó diversos trabajos para incrementar los ingresos de la pensión anual que le ofrecía su padre, cuya muerte en 1933 le supuso un duro golpe. En 1937 se estableció definitivamente en París, pero en 1942, tras adherirse a la Resistencia (fue condecorado más tarde con la Croix de Guerre), tuvo que huir de la Gestapo, la policía secreta nazi. En el sur de Francia, libre de la ocupación alemana, Beckett escribió la novela Watt (que no se publicó hasta 1953)
Al final de la guerra regresó a París, donde produjo
cuatro grandes obras: su trilogía Molloy (1951), Malone muere (1951)
y El innombrable (1953), novelas que el propio autor consideraba su mayor
logro, y la obra de teatro Esperando a Godot (1952) su obra maestra en
opinión de la mayoría de los críticos. Gran parte
de su producción posterior a 1945 fue escrita en francés.
Otras obras importantes, publicadas en inglés, son Final
de partida (1958), La última cinta (1959), Días felices (1961),
Acto sin palabras (1964), No yo (1973), That time (1976) y Footfall (1976);
los relatos Murphy (1938) y Cómo es (1964); y dos colecciones de
Poemas (1930 y 1935). Una de sus últimas obras es Compañía
(1980), donde resume su actitud de explorar lo inexplorable.
Premio Nobel de literatura de 1969, se le considera una de las
mentes que con mayor lucidez y vigor percibieron y denunciaron el absurdo
en el que se mueve la ordinaria existencia humana.
Tanto en sus novelas como en sus obras, Beckett centró
su atención en la angustia indisociable de la condición humana,
que en última instancia redujo al yo solitario o a la nada. Asimismo
experimentó con el lenguaje hasta dejar tan sólo su esqueleto,
lo que originó una prosa austera y disciplinada, sazonada de un
humor corrosivo y alegrada con el uso de la jerga y la chanza. Su influencia
en dramaturgos posteriores, sobre todo en aquellos que siguieron sus pasos
en la tradición del absurdo, fue tan notable como el impacto de
su prosa.