ESPACIO ESCÉNICO Y PERSONAJES.
 

 La imagen visual que aparece, al levantarse el telón en Los días felices, no puede ser más impresionante. Enterrada hasta la cintura, en un montículo calcinado y reseco, vemos a una mujer durmiendo, con la cabeza apoyada sobre los brazos. Lo más sorprendente es que cuando el sonido de un timbre la despierta, esta mujer comienza a actuar como si su situación fuese totalmente normal, llama a su día “divino” y se entrega a las rutinas cotidianas de rezar, limpiarse los dientes, o limarse las uñas con verdadera devoción. Nunca conoceremos el porqué de este comienzo. Beckett simplemente presenta metáforas escénicas, y cada uno de los espectadores ha de hacer el esfuerzo interpretativo.

 Los colores de este espacio escénico son diferentes gamas de naranja y amarillo, tanto el montículo como el cielo, han de ser un eco de estos colores, para conseguir la imagen del “horno de luz infernal”, al que la protagonista alude. El intenso calor y el sonido del timbre, son los principales elementos de tortura para el personaje, que no se explica cómo no se ha “derretido”, o convertido en “negras cenizas”. Sin embargo, la imagen infernal que propone Beckett no tiene ninguna simbología especial.

 En el teatro de Beckett no se puede hablar de escenografía en el sentido convencional, ya que todos y cada uno de los elementos físicos que componen el espacio escénico son esenciales para crear una metáfora escénica específica.

 Los personajes de Beckett, repiten continuamente acciones insignificantes que no les llevan a ninguna parte, por eso son especialistas en el arte del fracaso. La protagonista de esta obra, Winnie, no convence al espectador de que sus días son felices, aunque no cesa de repetirlo durante toda la obra. La cruel imagen escénica que se muestra, contradice continuamente estas palabras.

 Winnie y Willie son la pareja que habita en este inhóspito desierto. Su relación es, como la de casi todas las parejas Beckettianas, una de amor/odio, o de “ni contigo ni sin ti”. Winnie despierta a  su marido, golpeándolo con una sombrilla, ya que necesita a alguien que la escuche. Si para existir necesitamos ser percibidos por alguien, la existencia de Winnie está garantizada por la presencia de Willie.

 Winnie es una señora de la clase media, cuyo atractivo físico está deteriorándose. El tema del deterioro físico y mental es central en esta pieza, personajes y objetos tienen un aspecto “desgastado”, están “acabándose” como frecuentemente se repite. El lenguaje de la protagonista - rico en matices y cambios de estilo - refleja especialmente su pérdida de memoria.
 
 
 

 Se autocorrige constantemente, utiliza frases extrañas como “el estilo antiguo” o “abundantes mercedes” y comete bastantes errores gramaticales. El don especial de Winnie, y que la hace única entre los personajes de Beckett, es su continuo recurso a citas literarias, a los “versos maravillosos” que ella cita fragmentariamente. Estos versos son de grandes como Milton, Shakespeare o Yeats; o de poetas mediocres casi desconocidos como Herrick o Wolfe.

Las ideas de los poetas que cita Winnie aparecen distorsionadas al presentarse en fragmentos erróneamente recordados. Además de las citas, Winnie  tiene sus recuerdos para llenar las horas “entre el timbre de despertar” y “el timbre de dormir”. A este espacio de tiempo lo llama “días” utilizando una palabra del “estilo antiguo”, a falta de otra más adecuada. La mayor parte de sus recuerdos son sentimentales: su primer beso, o la última copa “cuando todos los invitados se habían ido…” Otros expresan sus temores o la preocupación por el deterioro de su atractivo físico.

Beckett ha comparado a Winnie con “un pájaro que desea flotar hacia el azul”, por eso su situación es más cruel. Prisionera de la tierra, Winnie desea ser un espíritu del aire, pero su situación muestra el abismo existente entre los deseos de la mente  y las posibilidades del cuerpo.

Winnie, consciente sólo a medias de su destino, se arropa por los gestos y las rutinas cotidianas, ayudada por los objetos que va sacando de su gran bolsa, y ayudada también por sus palabras, que son otro hábito más: “saber que en teoría me oyes aunque de hecho no lo hagas es todo lo que te pido”. A Winnie no le preocupa la comunicación real, no es consciente de su propia realidad.
 Hay, sin embargo, momentos en que Winnie parece darse cuenta de su realidad. Teme quedarse un día “sin nada que decir, nada que hacer”.