Sus miradas se cruzaron en lo que parecía un empellón del señor destino. Su mirada mostraba
la posibilidad de que fuera un hombre lleno de rarezas. Le vio allí mientras la lluvia empapaba
el cristal. Se había sentado en el lugar que ella solía ocupar cuando iba cada día a beber su
café de media tarde. Al entrar en la cafetería y cerrar su paraguas, sus ojos se cruzaron y durante
varios minutos el mundo entero se paro. Ella no habló, pero él había entendido todo. Ella paso por
su lado y se sentó en la barra de espaldas a él. Él esbozo una sonrisa y siguió soplando su humeante
café. A partir de ese instante, de apenas unos minutos, cada día a la misma hora sus miradas se
cruzaban y sus labios no se atrevían a pronunciar palabra. Ella era demasiado tímida y él no
quería intimidarla.
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