VAMPIROS EN LA CULTURA.
 

 Protagonistas de las más espeluznantes y terroríficas historias, los vampiros
 han alimentado la imaginación humana desde hace siglos. Los chupadores
 de sangre han recibido diferentes nombres y rostros en todo el mundo, pero
 sólo uno ha logrado convertirse en su emblema gracias a una novela que
 ahora cumple cien años: "Drácula". Basado en un personaje histórico, el
 príncipe rumano vlad Tepes, el escritor Bram Stoker creó con su obra todo un
 mito moderno del terrón

 Qué hacen los muertos por la noche? Qué sienten en su sofocante lecho de
 tierra? Qué desean los muertos? Esas preguntas han visitado la imaginación
 de los humanos desde la noche de los tiempos y, entre las especulaciones
 religiosas y los argumentos racionalistas, siempre ha surgido una posible
 respuesta capaz de helar el corazón: los muertos desean la vida, odian a
 quienes les sobrevivieron y aprovechan la oscuridad, el reino de las sombras,
 para regresar de la tumba y atormentar a los vivos. El hombre ha buscado
 siempre cómo nombrar al miedo. Y enfermedades, desapariciones y muertes
 de dificil explicación se han cargado desde antiguo en la cuenta tenebrosa de
 los muertos que regresan del más allá, ansiosos de sangre: los vampiros.

 La biografía del vampiro se hunde en el pasado de la especie humana y en el
 pantano de sus miedos. Pero al igual que el miedo tiene muchos rostros, el
 vampiro ha recibido muy diferentes nombres en tierras de todo el mundo,
 aunque uno de ellos, que ahora cumple cien años, se haya convertido en su
 emblema: Drácula.

 El 20 de mayo de 1897, la puerta del lóbrego castillo de los Cárpatos donde
 habita el conde Drácula se abrió por primera vez, con horrísono chirrido, y su
 alta figura encorvada, pálida y vestida de negro pronunció también por primera
 vez las engañosas e inquietantes palabras: Bienvenido a mi casa! Entre
 libremente y por su propia voluntad!... Yo soy Drácula". En esa fecha el
 escritor irlandés Bram Stoker, amante de las ciencias ocultas y miembro de
 la sociedad esotérica Golden Dawn, publicaba una novela que iba a consagrar
 literariamente la figura del vampiro y a convertir a Drácula en un moderno mito
 terrorífico. La realidad del siglo XX, que debía inaugurarse tres anos después,
 ha derrochado desde entonces muerte y destrucción cual si no fuera otro su
 propósito que aplacar la insaciable sed de sangre del conde transilvano.

 Pero la biografía del vampiro se remonta en el tiempo mucho antes del éxito
 novelístico de Stoker. No es la biografía de un personaje literario, sino la de
 un ser sobrenatural en cuya existencia han creído generaciones de seres
 humanos. Durante el siglo XIX el vampiro se había convertido en un personaje
 más de la estética romántica, motivo de deleitosos sobresaltos y escalofríos
 regocijantes. El secretario del poeta Lord Byron, John William Polidorí,
 publicó su relato el vampiro en 1819, inspirándose en su admirado patrón para
 trazar el retrato de un vampiro aristócrata, frío, distinguido y canalla, llamado
 Lord Ruthven. Un primer molde del moderno vampiro. Y en 1872, Sheridan Le
 Fanu trazaba el gran retrato literario de la vanipiresa en su no vela Carmilla,
 donde daba cuenta de la ritual ejecución -una certera estaca clavada en el
 corazón- de la bella y temible condesa Mircalla,

 Un siglo antes, el mito del vampiro no era cosa de diversión y
 entretenimiento. En pleno Siglo de las luces buena parte de Europa vivió lo
 que se ha

 Llamado epidemia de vampirismo y el abate Calmet, en su Tratado sobre los
 vampiros publicado en París en 1746, se mostraba sinceramente convencido
 de que "desde hace alrededor de unos sesenta anos, una nueva escena se
 ofrece a nuestra vida en Hungría, Vioravia, Silesia, Polonia: se ven, dicen, a
 hombres muertos desde hace varios meses que vuelven, hablan, marchan,
 infestan los pueblos, maltratan a los hombres y a los animales, y chupan la
 sangre de sus projimos" La Europa profunda temblaba ante la epidemia, y la
 palabra vampiro aparecía por primera vez para nombrar aquello que los
 campesinos centroeuropeos llamaban con diferentes nombres desde hacía
 siglos. En tierras de Bosnia, el blausauger, el chupador de sangre, carecía de
 huesos y era capaz de transformarse en rata o en lobo, propiedad ésta que
 compartía con el farkaskoldus de Hungría y el Vlkodlak de Serbia. El
 bruculacas de Grecia despedía además un insoportable hedor y su piel, al
 igual que el vampiro serbio, era tirante como la de un tambor y rojiza. Había
 vampiros infantiles, como el kuzlak serbio, que se formaba a partir de un niño
 lactante arrancado a su madre y cuyo comportamiento era más molesto que
 terrible; y como el moroï rumano, formado a partir de un recién nacido muerto
 por su propia madre antes de ser bautizado. El moroï amen de su devoción
 por la sangre, era el causante del granizo pues, según afirmaban los
 campesinos rumanos, al bombardear la tierra esperaba poner al descubierto
 su tumba oculta y mostrar así al mundo el crimen del que había sido víctima.

 Había vampiros con un solo orificio en la nariz, como el Krvopijac búlgaro y
 Los había con extrañas deformidades, como el strigoi rumano que podía tener
 patas de oca, de cabra o de caballo. El upir ruso tenía la lengua en forma de
 aguijón. Y el liuvgat albanes, para que no cupiera duda sobre el origen de los
 miedos locales, tenía aspecto de turco y caminaba sobre unos altísimos
 tacones. La península balcánica era, pues, un hervidero de vampiros, y los
 medios para combatirlos eran también de lo más variado. Trocearlo y hervirlo
 en vino, en el caso del burculacas. Poner sobre su ataúd una rama de rosal
 silvestre, en el caso del krvopiíac; o de espino, en el del kuzlak. Al vlkodlak
 esa rama de espino se le tenía que meter en el ombligo y, luego, prenderle
 fuego con una vela usada para velar a un muerto.
 
 

 De dónde venía tanto miedo a los chupadores de sangre? De la sagrada
 consideración de la sangre como creadora de la vida eterna la sangre del dios
 Bel, creador del mundo en la mitología de la antigua Babilonia. La sangre de
 Cristo en el ritual cristiano. Incluso el consumo del vino adquiría el valor
 metafórico de la sangre bebida

 Como han señalado estudiosos del mito vampírico, como Román Gubern en
 Las raíces del miedo, hay también en la imagen del vampiro que chupa la
 sangre de su víctima una transposición del acto sexual, una niezcía de
 atracción morbosa y repulsión hacia el sexo. En los ataques del famoso
 conde Drácula, afirma, "cualquier persona familiarizada con el simbolismo
 onírico y la interpretación freudiana del mismo, no tendrá dificultad en
 reconocer la descripción simbólica de un coito". El mito del vampiro tiene, sin
 embargo, otras raíces que se alimentan directamente de la Historia. Los
 casos terribles y reales de nobles que gustaban alimentarse de sangre
 marcaron sin duda la imaginación de su tiempo. En el siglo XV, el bretón
 Gilles de Rais, compañero de armas de Juana de Arco, asesino a varios
 centenares de niños con el fin de obtener con su sangre la piedra filosofal que
 le hiciera inmortal. Y en busca también de la inmortalidad, un siglo después
 la condesa húngara Erszebet Bathory sacrificó a 610 doncellas para bañarse
 en su sangre. La misma novela de Drácula tornaría su nombre de un
 personaje histórico, el príncipe rumano Vlad Tepes, mas conocido como Vlad
 el Empalador

 El vampirismo, aunque extendido por Europa, también había arraigado en
 otras remotas tierras, con idéntico temor al retorno de los muertos
 chupadores de sangre. En tierras africanas, los espíritus de las brujas,
 llamados adzes, volaban con forma de luciérnaga hasta el lecho de sus
 víctimas, y los kinoly de la isla de Madagascar rondaban los poblados, con
 sus ojos rojos y sus largas uñas. Otra península, Indonesia, nada tenía que
 envidiar en tierra de Asia a los Balcanes: allí las terribles langsuir; mujeres
 muertas durante el parto, codiciaban la sangre de niños y embarazadas. Y la
 milenaria China sufría el ataque de los ching shih, de garras feroces, ojos
 enrojecidos y largas melenas verdosas, y de los kiang si que, cubiertos de
 pelo blanco, eran capaces de chupar en pocos segundos toda la sangre de
 los caminantes que asaltaban en los senderos. Tan sólo en la India se daba
 una clase de vampiro que no era enemigo jurado de los vivos: vetala,
 habitante de los cementerios que gustaba de dar buenos sustos haciendo
 que los cadáveres parecieran resucitar; pero del que

 Era posible incluso hacerse amigo. La publicación de la novela de Stoke
 cambió el rumbo de la biografía del vampiro. Drácula saco del mundo rural la
 vida de ultratumba del vampiro y la hizo discurrir por el universo visual del cine
 sustituto contemporáneo de los cuentos de vieja de antaño. Calvo, siniestro,
 turbadoramente sexual, homosexual, en este caso, se transformó en
 Nosferatu, el vampiro, en el filme de Murnau de 1921, una representación que
 repetiría décadas después Werner Herzog en su película de igual título. Pero
 el cine sobre todo de la mano del actor Bela Lugosi, fijó la imagen don juan
 esa de Drácula, repeinado y capa al viento

 En la literatura, nuevos vampiros venido también a disputar al viejo conde su
 reinado de terrón Richard Matheson, en Soy leyenda, convertía a la
 humanidad entera en vampiros. Y George R.R. Martin y Anna Rice han
 buscado en los

 Estados Unidos de los siglos XVII y XVIII vampiros problemáticos que viven

 Su condición con dolor y remordimiento. Ya no recorren el mundo epidemias
 de vampiros, como su cediera en el siglo XVIII, aunque tampoco han faltado
 quienes han querido llevar a la realidad la sangrienta pasión de Drácula. Tal
 fue el caso del joven puertorriqueño Salvador Agrón que, en la década de
 1950, se dedicaba a matar mujeres envuelto en un manto negro. El miedo,
 como siempre, sigue haciendo nido en el corazón de los hombres y la
 sangre,

 Una vez más, subyuga y aterroriza la imaginación, aunque en esta ocasión
 tome la más prosaica denominación de VIH, el temible virus del SIDA. Quizá,
 a fin de cuentas, el vampiro se haya limitado tan sólo a cambiar de nombre.