Miguel de Unamuno siguió la pista del caballero andante por toda la llanura de la Mancha pero la suerte no estaba de su lado, pues durante su travesía no consiguió cazarlo. Un viernes, decidió volver a la venta, con las gafas empañadas y la barba aún más blanca.Camino de la venta la intuición le pidió que se pasara por aquella aldeilla donde vivían Alonso Quijano y Sancho. Llegó hasta la casa de Don Quijote y vio la puerta entreabierta. Asomándose fue testigo de la escena más triste que podía esperar. Don Quijote, más enjuto que nunca, tumbado en la cama, hablaba muy despacito a un Sancho que no podía para de llorar.”Verdaderamente se muere, y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno”, susurró Unamuno para sí.

    Entró el escribano con los demás, y después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las mandas, dijo:

     -Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos, ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.

     Y volviéndose a Sancho, le dijo:

     -Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

     -¡Ay! -respondió Sancho llorando-. No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuesa merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.

Gaceta de Unamuno