Y es que somos así. Desde que el mundo es mundo y nosotros vivimos en él siempre vamos evitando solucionar los problemas. Por mucho que nos persigan o que nos vengan de frente, conseguimos llegar hasta el callejón más cercano y escondernos hasta que nos pierdan de vista. Y eso que ellos son persistentes, y nada desmemoriados, porque cuando pensamos que no volverán a molestarnos en mucho tiempo… Aparecen en ese instante con más fuerza y se niegan a dejarnos tranquilos. Entonces es el momento de pasar al plan B. Delegar las responsabilidades, es decir, buscar a alguien que pueda hacer las cosas por nosotros.
De esto hablaba con I cuando me dijo que los humanos tenemos la costumbre de andar por la tierra bordeando siempre el mar de la llamas que se oculta en lo más hondo de su seno y en el que nunca pensamos. Entonces, mientras entraba en su taxi, me pidió que llamará a su marido para decirle que estábamos en el trabajo y llegaría tarde a casa. A su casa, pues a la casa de su otro hombre llegaría puntual.