por Marta Pérez Hace unas cuantas semanas, con motivo de un concurso acerca de cómo ven los niños de ésta nuestra España a su rey y al rey de todos los españoles (aunque eso a veces se ponga mucho más que en duda), una de las participantes explicaba a cámara, algo tímida y nerviosa tras haber tenido la oportunidad de conocer a Don Juan Carlos en persona, que ella se imaginaba al monarca en su día a día como un abuelo responsable, que se ocupa del cuidado de sus nietos y que (inevitablemente ligado al concepto de monarquía) vivía en su castillo. En realidad, este comentario no tiene mayor trascendencia puesto que procede de un niño, es decir, alguien que por definición tiene poca experiencia y que obra con poca reflexión y/o advertencia. En cambio, si nos pusiéramos en plan monárquicos acérrimos, al escuchar las palabras de esta ingenua e inocente niña y analizarlas, estaríamos de acuerdo en objetar que para nada las funciones de un rey se limitan a éstas nombradas. Un monarca es alguien que cumple un importante papel institucional, pensaríamos; es una figura representativa de España como país. Y, por supuesto, no debemos tampoco olvidar el trascendente papel que el rey Juan Carlos jugó en un momento tan delicado e importante de la historia de España como fue la transición. Sin duda, éstos serían nuestros argumentos a favor de la monarquía. No obstante, no me considero una exacerbada monárquica, al estilo de los hinchas de fútbol más ultras, por tanto me he permitido analizar las declaraciones en otra dirección. Quizá la niña en cuestión no esté muy desencaminada. Si bien es cierto que nuestro monarca cumple con las funciones institucionales que tiene marcadas en su real agenda, también es cierto que muy a menudo vemos a través de la tele esa faceta de abuelo que atiende a sus nietos, navegando en su yate Fortuna por las playas mallorquinas o deslizándose por las cumbres nevadas de Baqueira Beret. Quizá se trate simplemente de la imagen que proyectan del monarca las revistas del papel cuché, pero lo cierto es que ocasiones no le faltan al soberano para demostrarnos sus diversas y variadas dotes deportivas. No es de extrañar que después de tantas muestras lúdicas haya más de uno y de dos españoles que se cuestionen el papel de la realeza en nuestro país. Precisamente el debate lo habrían de nuevo el pasado 22 de septiembre (diría yo de maneta totalmente involuntaria) nuevo jóvenes catalanes, supuestos independentistas radicales, al prender fuego a la foto del rey en una protesta. Algunos nos dirán que solo se trata de actos separatistas de quienes primero quieren acabar con los símbolos de España para luego acabar con ella. Acto seguido, se produce la habitual en estos casos subida al carro de la monarquía por parte de políticos y demás personas de relevancia pública donde también se nos invita al resto de los ciudadanos a que nos unamos a ellos en esta lucha emprendida a favor de España y a que hinchemos los pulmones con todo el aire posible, o lo que sea que quede de él, y gritemos: “¡Somos españoles y monárquicos!”. Entonces, volviendo al tema con el que abríamos este espacio, qué ocurre con esta niña, cuyas declaraciones pudieran ser consideradas como ofensivas para la corona. ¿La procesamos?. Debemos pues suponer que se trataba de una niña republicana. . |
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