Aquellos desgraciados siguieron vagabundeando, por las cercanías de sus antiguos lugares de trabajo, mirando con ojos ávidos a los demás; se quedaban parados en medio de la calle, donde solían realizar unos movimientos que durante ciertas horas del día se habían convertido ya en una verdadera necesidad para su organismo; aserraban y pulían el aire, trabajaban con martillos invisibles barras de hierro también invisible. Entonces me di cuenta: estaban tan deseosos de seguir con su pasado que no podían asumir la realidad; habían creado un mundo invisible a mis ojos, un mundo propio, donde seguían con sus miserables vidas.
Quizás eso sea lo que debería hacer, quizás si creo mi propio mundo invisible pueda evadirme por fin de esta maldita realidad. Sí, lo haré.