Entrevista con Vannevar Bush

por Laura Pérez


Escrito en un momento muy significativo, a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando la alianza de la ciencia y el horror había alcanzado cotas antes nunca vistas (de la experimentación médica nazi a la bomba atómica), un científico, Vannevar Bush, plantea su misión en un mundo posbélico y, entre tantos sueños posibles, escoge uno: una máquina que ponga cualquier publicación del mundo encima del escritorio. ¿Cuál era la finalidad del sueño de Bush? Sencillamente: la creación intelectual. Su utopía contempla, sí, el acceso universal, pero al servicio de algo: el título de su manifiesto no fue: “Cómo conseguiríamos llegar a todo” sino “Cómo podríamos pensar” (As We May Think). Pues bien, la World Wide Web ha realizado el sueño de Bush hasta un extremo que ni siquiera él se ha atrevido a imaginar.

L.P:

Sobre la labor de los científicos en la mejora de la calidad de vida, es notable también la presencia de algunos medios de comunicación. Muchos han evolucionado en otros y en otros casos ha sido la información la que ha ayudado en la mejora. A día de hoy...¿Cree Ud. que todavía quedan las facilidades para el humano?

V.B.:

Hay una enorme montaña de investigaciones científicas que no para de crecer pero, paradójicamente, cada vez está más claro que hoy en día nos estamos quedando atrás debido a nuestra creciente especialización. El investigador se encuentra abrumado por los descubrimientos y conclusiones de miles de compañeros, hasta el punto de no disponer de tiempo para aprehender, y mucho menos de recordar, sus diferentes conclusiones a medida que van viendo la luz. Sin embargo, podemos afirmar también que la especialización resulta cada vez más necesaria para el progreso y, como consecuencia, el esfuerzo de construir puentes entre las distintas disciplinas resulta cada vez más superficial.

L.P:

En la red, brotan cada día más y miles de blogs, páginas personales, diarios digitales...un sinfín de opiniones, informaciones e ideas en la red. Mucha información a nuestra disposición. ¿Cómo saber cual es la que nos interesa? Hay algún mecanismo capaz de detectarlo? Y en ese punto ¿Nos beneficia esa excesiva información?

V.B.:

Profesionalmente, nuestros métodos para transmitir y revisar los resultados de las investigaciones tienen varias generaciones de antigüedad y, en la actualidad, han dejado de resultar adecuados a la finalidad que persiguen. Si el tiempo adicional dedicado a escribir obras científicas y el dedicado a leer las que han escrito los demás pudiese ser cuantificado, la proporción entre ambos resultaría sorprendente. Todos aquellos que intenten mantenerse al día del pensamiento actual por medio de la lectura continua y detallada, incluso restringiendo su elección a campos muy concretos del conocimiento podrían llegar a sentirse profundamente desanimados si se les demostrase, mediante cálculos, qué parte del esfuerzo realizado durante los meses anteriores ya habrían tenido a su disposición. Sin ir más lejos, las leyes de la genética que Mendel formulara se perdieron durante toda una generación debido a que no llegaron a oídas de aquellos científicos capaces de llegar a comprenderlas y difundirlas. Y este tipo de catástrofe continúa repitiéndose en nuestros días y entre nosotros: logros verdaderamente significativos se pierden entre el maremágnum de lo carente de interés.

L.P:

Dado que la tecnología avanza cada día más, lo que compras hoy, mañana se queda obsoleto y tal y como afirmaba Ud. "muchas ideas brillantes se pierden por el camino (ya sea por defecto o exceso de comunicación). Este no es el caso de la tecnología, pues se trata de perfeccionar lo que ya tenemos. Un ejemplo, lo puso Ud. para otro medio hablando de una novedosa cámara fotográfica. Ud. que ha visitado recientemente la Exposición Universal, ¿qué puede contarnos sobre lo que vió?

V.B.:

En la reciente Exposición Universal, se mostraba una máquina denominada Voder. Una señorita pulsaba las teclas del aparato, y éste emitía palabras audibles y reconocibles. En ningún punto del proceso entraban en función las cuerdas vocales humanas, pues las teclas se limitaban a combinar vibraciones de origen eléctrico, que pasaban posteriormente por un altavoz. En los Laboratorios Bell existe una máquina opuesta o simétrica al Voder, que se denomina Vocoder, en la que el altavoz se sustituye por un micrófono que captura el sonido. Si se habla a través del micrófono, se puede observar cómo se mueven las correspondientes teclas. Este podría constituir, pues, uno de los elementos del sistema que estamos describiendo a lo largo de este escrito.

L.P:

Tenía un profesor, filosofo, que decía que las personas no nos llamammos por el nombre y apellidos sino que somos un número. De hecho, si acudimos a una oicina nos reconocen mediante un ordenador bien por el número del DNI, bien por el número de la seguridad social o bien por el telefono... Ese ordenador te reconoce y ofrece la profesional, una serie de datos confidenciales referentes a tu persona. ¿Este sistema es seguro? ¿Cómo una máquina busca esos datos? V.B:

Es cierto que la máquina está controlada, en ocasiones, por un teclado, y resulta necesario un cierto tipo de pensamiento para leer las cifras y pulsar las correspondientes teclas, pero incluso éste es prescindible, pues se han construido ya máquinas capaces de leer, mediante células fotoeléctricas, series de cifras impresas. En estas máquinas se combina la acción de las células fotoeléctricas que exploran el texto impreso, la acción de circuitos eléctricos que clasifican las variaciones eléctricas resultantes, y la acción de circuitos de relés que interpretan el resultado para que la acción de los solenoides presione la tecla correspondiente a la cantidad leída.


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