De Merche, Guantánamo y el señor de la poblada barba
por Andreu Moreno
Abro el periódico y ahí está. Enciendo la tele y lo vuelvo a ver. Pongo la radio y, como no, ahí lo tenemos de nuevo. Este señor de poblada barba y que lleva el “no” por bandera está últimamente hasta en la sopa. Desde que a este, nuestro gobierno, le ha dado por aprobar medidas sociales como si las regalaran en el súper de la esquina, el señor de la poblada barba no ha hecho más que poner el grito en el cielo -¡bendita novedad!-, diciendo que si estas reformas no son realistas, que si van a dejar la hucha patria en números rojos, que si solo se trata de una artimaña electoralista… Aunque lo cierto es que, a día de hoy, ni tengo pensado tener un hijo –por muchas fiestas que te puedas pegar con 2.500€-, ni me voy a alquilar un pisito para mi solo, ni nada de nada. Bueno, nada tampoco. Sí que hay alguna reformilla rojilla que me toca de bien cerca. Y vamos, teniendo en cuenta que tengo 20 años, que soy estudiante, y que mis papis no son precisamente los Onasis, la única reforma que sí que cumple el perfil – citando al hasta hoy inmortal Quique Sánchez Flores- es la de las becas. Becas hay muchas. Aunque aún son más los chanchullos que puede llegar a hacer la gente para conseguirlas. Pero bueno, no nos desviemos del tema, y allá cada uno con su conciencia. Hace cosa de año y medio, la segunda ministra de educación de la era Zapatero, Mercedes Cabrera – Merche para los amigos-, llegó al cargo anunciando a los cuatro vientos que su objetivo era impulsar la Universidad. Pues bien, resulta que Merche, en su afán por convertir a los jóvenes universitarios españoles en políglotas, decidió crear una nueva beca para que pudiésemos irnos a estudiar inglés al extranjero. Hasta aquí todo de color de rosa –o rojo y amarillo, que si no el señor de la poblada barba se enfada-. El problema es que o bien Merche tenía muy poquitas ganas de trabajar, o confiaba mucho en nuestra responsabilidad y sentido común. 1.600€ a cambio de que estuviésemos fuera, al menos, 3 semanas y de que fuésemos a clase 15 horas semanales (te exigían cuántas horas ir, no el estado en el que debías acudir). Y claro, ante tan férreo control, y siempre fieles a nuestros principios de responsabilidad y sentido común, una gran mayoría de aquellos pringados que habíamos elegido estudiar en época estival, decidimos pasar nuestro infernal castigo en Malta (una especie de Ibiza a la italiana). Y es que la vida que llevábamos los becarios en ese trozo de tierra rodeado de agua rozaba lo inhumano: nos levantábamos a las 8’50 para estar en clase a las 9 -bueno, en clase estaba mi cuerpo, en mi mente seguía retumbando el chum ba, chum ba de la noche anterior. A las 12’30, al terminar las agotadoras lecciones de inglés, nos íbamos a la playa a comer, bañarnos, tomar el sol, charlar y hacer la siesta. Más tarde, intentábamos aliviar el mal trago con una cervecita bien fresquita, sentados al lado del mar –¡qué sufrimiento, por dios!-. Y ya de noche, después de ducharnos, vestirnos y acicalarnos a más no poder, nos íbamos de nuevo a la playa con nuestro botellón calimocho entre semana (los 1600€ no daban para tanto) y vodka los findes-, y de ahí, una vez cogido el maldito puntito guasón, a cualquiera de las decenas de pubs y discotecas que Paceville nos ofrecía. Por todo ello, tengo que darle las gracias a mi amiga Merche por pagarme uno de los mejores castigos de mi vida, y decirle desde aquí, que espero que no sea este año el que le dé por ponerse a trabajar, ya que muchos esperamos con ansia poder volver a esa especie de Guantánamo veraniego gracias al dinero de todos los contribuyentes.
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