Tras haber analizado el texto de Deena Larsen, creo que finalmente he conseguido verlo de un modo más claro.
Por lo tanto, resumimos el texto desde dos puntos de vista: uno que trataría de una visión del mundo de los insectos y otra más profunda que hablaría de las sensaciones de una o varias personas que observan a través de una ventana a un mundo "manchado" por la civilización, en el que lo único que importa es el dinero y el trabajo, y en el que el tiempo realmente es oro.
Para mi gran sorpresa, después de haberme estrujado los sesos intentando encontrar una interpretación al poema, encontré en una dirección este fragmento en el que Erin Levens habla de "Stained Word Window":
A micro-hypertext consisting of thirteen nodes each in the form of a word in a window design. The poem seems to be a dialectical contemplation of both a stained glass window itself and the person who looks at it. In this case, the structure of the hypertext, a stained-glass window design, reflects the content of the text--poetic prose involving stained glass windows, and vice versa, the prose reflects the structure of the hypertext-- an interaction between a person and a stained glass window. De todos modos, creo que no tengo de qué preocuparme, porque mi interpretación se asemeja bastante a la que le ha dado Erin Levens. Además, la gracia de los hipertextos es que cada uno puede tener su propia interpretación.
A continuación tenemos un hipertexto de José Antonio Millán, un importante hipertextualizador español, en el que habla, en clave de humor e ingenio, de las ventajas de leer un hipertexto en el ordenador :
El protagonista de un cuento de Isaac Asimov , en el año 2157, se encuentra un libro, ¡un libro de verdad!:
El abuelo de Margie dijo que cuando era pequeño su abuelo le contó que había una época en que los cuentos estaban impresos en papel. Uno pasaba las páginas, que eran amarillas y se arrugaban, y era divertidísimo leer palabras que se quedaban quietas en vez de desplazarse .
Por supuesto, hoy nadie en su sano juicio cree que la lectura en papel vaya a desaparecer. Pero, como ocurre con tantas cosas cuya naturaleza se revisa a partir de su trasvase al mundo digital, el debate sobre qué ocurrirá con los libros es muy revelador. Curiosamente, algunos de quienes más lamentan un futuro hipotético en el que los libros serán electrónicos son quienes tienen a su disposición grandes bibliotecas . Puestos a elegir, muchos preferirán sostener en sus manos un bello volumen en 4º a colocarse frente a una pantalla, pero: ¿qué hacer si uno no pertenece la institución privilegiada que tiene el libro que uno necesita, o si vive lejos de una de ellas, o incluso en una ciudad o país donde una biblioteca constituye un sueño? Y hay mucha gente así... La inmensa mayoría, para ser exactos.
Pero incluso en un mundo en el que el acceso a bibliotecas fuera universal, ¿cualquiera de ellas podría contener todos los libros editados hace diez, veinte, ochenta años? Sólo en España, se publican al año decenas de miles de títulos, y es improbable que una masa así, acumulada año tras año, se conserve en todas las bibliotecas... Y también es materialmente imposible que el sistema editorial los mantenga todos vivos (almacenándolos, y reeditando los agotados): un estudio para Estados Unidos señalaba que de los 10.027 libros que se editaron en 1930, todos menos 174 están hoy descatalogados.
El problema no es sólo conservar lo actual. Nuestro mismo pasado reconocido no está muy bien cubierto: ¿cuántas de las obras que figuran en una buena Historia de la literatura española son accesibles hoy en ediciones vivas? ¿El 10 %? ¿Menos? Y aun si las editoriales pudieran mantener todos esos títulos, ¿cuántos caben en las librerías, al lado de las novedades normales? ¿Y cuántas personas o poblaciones carecen incluso de una buena librería?
No: la masa de producción editorial de hoy en día, y el acervo de la del pasado, aconseja modificaciones profundas en la forma en que circulan las obras. Los cambios no deberían romper los circuitos de preservación y de difusión actuales (bibliotecas, librerías) — entre otras razones porque los textos electrónicos son inmensamente volátiles y su preservación sólo a décadas de distancia es un problema aún no resuelto —, pero quizás sí que pueden complementarlos. El texto digital, esa materia extraordinariamente fluida, puede viajar por todo el mundo, tiene un coste de duplicación prácticamente de cero y además permite una asombrosa adaptación al lector: éste puede imprimirlo, o hacer que un sintetizador de voz se lo lea en voz alta, o leerlo en la pantalla del ordenador, o en dispositivos dedicados a la lectura ( e-books ). Estos son cada día de mejor calidad, y se pueden leer en la playa o en la cama — con luz propia, por cierto, para no turbar al acompañante de lecho. Los medios electrónicos permiten que el lector agrande la letra (cosa que, con una población occidental progresivamente envejecida, pronto no será una anécdota), o que consulte inmediatamente una duda en uno o varios diccionarios incorporados al dispositivo de lectura. Para fines de consulta o investigación el texto electrónico sencillamente no tiene rival, por la posibilidad de búsqueda de palabras o frases a lo largo de cientos de páginas.
Estoy dejando de lado voluntariamente el problema de la preservación de los derechos de autores y editores en el nuevo medio digital, porque supongo que se hallarán soluciones para ello, pero si queremos incluso soslayar esta dificultad fijémonos sólo en los libros en el dominio público. Una biblioteca digital compuesta exclusivamente de estas obras es algo que se puede publicar en la red, para que cualquiera la consulte (y eso es algo que por fortuna ya se ve ), o bien regalar como un paquete de CD-ROMs a bibliotecas de países en desarrollo. Un libro digital es por principio un libro inmensamente compartible.
No hay placer intelectual o servicio profesional que el lector no pueda obtener de una edición electrónica. El tacto y el aroma del papel, o la indudable comodidad de avanzar a lo largo de las seiscientas páginas de un libro bien hecho, están a favor del soporte tradicional, pero la facilidad de acceso y las herramientas de trabajo con los textos son una baza a favor del electrónico. Incluso los hallazgos casuales del mundo libresco, debidos a la contigüidad en las bibliotecas o en las páginas de una enciclopedia, palidecen ante los hallazgos que propicia el medio digital. El encuentro de lo que no se busca es, en el universo electrónico, tan frecuente que existe incluso un nombre para ello: serendipia .
A diferencia de otras cosas, que trasladadas al mundo electrónico se reducen a un pálido reflejo (las visitas virtuales, ¡el sexo virtual!...), la lectura virtual, la realizada en medios digitales —pantallas, e-books, ... — equivale a cualquier otra lectura. Un texto es una partitura que sólo tiene que encontrar su intérprete. La frase " La heroica ciudad dormía la siesta " y los miles que la siguen —ya consten de manchas de tinta o de puntos en una pantalla — , reedificarán Vetusta en la mente del lector y le harán vivir las pasiones de sus habitantes. El consultante de un libro técnico encontrará respuesta a sus preguntas tanto pasando páginas como oprimiendo botones. El lector de una obra de ensayo o de pensamiento entablará un diálogo íntimo con el autor, ya sea su médium la celulosa o el silicio. Esa es la magia y el poder de la lectura.
Para muchos lectores, para muchas obras, esa magia existirá sólo si hay textos electrónicos. Debatiendo públicamente esta cuestión con un grupo de profesoras, una de ellas me alababa el tacto y la comodidad de un libro tradicional. "¿Y si, dada una obra que siempre has deseado conocer, la alternativa fuese leerla en soporte electrónico, o no leerla en absoluto? ¿Qué escogerías?" No lo dudó: "Siempre escogeré leer". Para una gran parte de la producción cultural mundial, esa es la disyuntiva. Y ójala fuera esa la respuesta
Por último, y como dice él mismo, " ¡Larga vida a la edición electrónica! "
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