Segundo final
Cuando se marcharon los bandidos, cansados de buscarle sin resultado, el pastor besó el anillo que le había salvado y en ese instante, gracias al beso, volvió a hacerse visible. Se dio cuenta porque el perro, que parecía haber estado dormitando, dio un brinco ladrando alegremente.
—Muy bien —dijo el pastor—, también tú te das cuenta, ¿verdad?, de la suerte que hemos tenido. Pues sí, amigo mío: se acabó esta vida tan dura, de una vez por todas diremos adiós a estas aburridas ovejas. ¿Sabes lo que he pensado? He pensado hacerme detective, policía privado. Gracias a mi invisibilidad podré realizar toda clase de investigaciones sin llamar la atención. Podré entrar y salir de las casas de los malhechores, recoger pruebas, hacer fotografias, etc. Confundiré a los ladrones más avisados. Desenmascararé a los falsificadores y atracadores más hábiles. Y me haré famoso en Italia y Suiza. Y a lo mejor también en Prusia.
Y así sucedió. Unos meses después los periódicos de media Europa no hablaban más que de las hazañas del que habían bautizado como «el rey de los investigadores», quien, por cuenta propia, eligió el nombre de batalla de Doctor Invisibilis.