Tercer final
Una noche el señor Puk, hojeando un volumen de billetes de banco, encuentra uno falso. ¿Cómo habrá llegado allí? Y... ¿y no habrá más? El señor Puk hojea rabiosamente todos los volúmenes de su biblioteca y encuentra una docena de billetes falsos.
—¿No habrá también monedas falsas rodando por la casa? Tengo que mirar.
Como ya se ha dicho, es una persona muy sensible. No le deja dormir la idea de que en un rincón cualquiera del palacio, en una teja, en un taburete, pegada a una puerta o a un muro, haya una moneda falsa.
Y así empieza a deshacer toda la casa, en busca de las monedas falsas. Empieza por el tejado y va hacia abajo, un piso tras otro, y cuando encuentra una moneda falsa se pone a gritar: —La reconozco, me la dio aquel bribón, el Tal de Cual...
Conoce sus monedas una a una. Hay poquísimas falsas porque siempre se ha fijado mucho en el dinero, pero cualquiera puede tener un momento de distracción.
Así que ha desmontado toda la casa, pedazo a pedazo. Allí está, en medio, del desierto, sentado encima de un montón de ruinas de plata, oro y papel del Banco de Italia. Ya no tiene ganas de reconstruir la casa desde el principio. Tampoco le apetece abandonar el montón. Se queda allí arriba, furioso. Y de estar siempre encima de su montón de monedas se va haciendo cada vez más pequeño. También él se convierte en una moneda. Se convierte en una moneda falsa. De forma que cuando la gente viene a apoderarse de todo aquel dinero, a él le tiran en medio del desierto.