La aventura de Rinaldo


Este profesor De Magistris era un profesor que vivía al otro lado del patio de la pensión. Cuando la tía Rosa tenía algún problema corría al señor De Magistris que nunca se hacía de rogar para escucharla y prestarle ayuda. Sólo los viejos saben ser así de generosos y pacientes. Esta vez el profesor tampoco se hizo de rogar.

—Hola, jovencito, ¿qué pasa?

—Buenas tardes, profesor. No lo sé muy bien. Parece que en esta casa hay...

Pero antes de que pudiera pronunciar la palabra «espíritus» la tía Rosa le puso una mano en la boca.

—¡No! Rinaldo. ¡Esa palabra no! ¡Todo, pero no los espíritus!

—Señora —intervino el profesor De Magistris—, explíquemelo al detalle, no entiendo.

—¿Pero qué hay que entender? Se ha caído de la bicicleta y se ha golpeado la cabeza. Y ahora, cada vez que dice una palabra, aquello, o sea la palabra...

—Mire, profesor —dijo Rinaldo—, yo digo: gato.

Miau, hizo el gato materializándose sobre una silla junto a la estufa.

—¡Hum! —dijo el profesor—. ¡Hum! Comprendo.

—¿Ha visto qué cosa? Y sus padres en Alemania. Una enfermedad similar...

—¡Pero, qué enfermedad! —protestó Rinaldo—. A mí me parece muy cómodo. Si me apetece un helado de pistacho...

¡Proff!

Ahí está el helado dispuesto en una copa de cristal.

—Me parece estupendo —comentó el profesor—. Pero, ¿dónde está la cucharilla?

—Cucharilla —dijo Rinaldo—. Mejor, otro helado y otra cucharilla, así tendremos uno para cada uno. ¿Quieres también un helado, tía?

Pero la tía Rosa no contestó: se había desmayado por segunda vez.

Primer final

Segundo final

Tercer final

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