Tercer final
...Después de mirar por turno por el agujero de la cerradura, el contable Bianchi y la señora Rosa se quedaron con los ojos desorbitados, sin palabras, durante sesenta segundos.
—Quién iba a imaginarse que...
—Rosa, por favor, hazme un café bien fuerte, te lo ruego.
—Sí, sí, yo también lo necesito. Una cosa así...
¿Pero qué es lo que habían visto?
Hablan visto a su Tino hacerse el doble de alto de su estatura normal: tenía que encorvarse un poco para no dar con la cabeza contra el techo, tenía las piernas y los brazos largos como las patas de una jirafa. Pero no parecía darse cuenta y continuaba estudiando y tomando apuntes con un lápiz que, en su inmensa mano, parecía un palillo de dientes.
—Ahora tiene la enfermedad opuesta —suspiró el contable Bianchi, soplando el café hirviendo.
—Es un auténtico fenómeno —decidió la señora Rosa.