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LA CASA DE BERNARDA ALBA

Federico García Lorca


 

 

    Hace casi setenta años que las hijas de Bernarda Alba bordan su ajuar entre las blancas paredes del patio interior de su casa, y aunque es probable que, en la actualidad, sería difícil encontrar a cinco muchachas entrelazando vainicas y entredoses con sus frustraciones y sus resentimientos, sí es cierto que el esquema familiar que se hace patente en "La casa de Bernarda Alba" todavía tiene plena vigencia.

    Se ha analizado ya en abundantes trabajos la personalidad de Bernarda, una madre fálica que encarna la "ley del padre" y la transmite: "... así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo", dice cuando impone los años de riguroso luto a la muerte de su esposo; una mujer, dos veces viuda, con una madre así mismo viuda, y unas hijas vírgenes. Ningún hombre puede sobrevivir allí, aunque el hombre esté siempre presente.

    Se ha considerado desde otros ángulos la rebeldía de Adela como un alegato feminista a la libre disposición del cuerpo por parte de la mujer: "... Mi cuerpo será de quien yo quiera"; y también se ha valorado el mensaje de denuncia de una España profunda y oscurantista donde los portones cerrados impiden la libre circulación de los aires de fuera, donde se vive con el paranoico sentimiento de amenaza, inherente a una sociedad que se nutre de sus propios muertos: "Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin ríos, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada"

    Pero si enfocamos "La casa de Bernarda Alba" desde la perspectiva familiar sistémica, encontramos patrones que pueden reconocerse en muchas familias de la actualidad.

    En efecto, la familia de Bernarda Alba responde a la denominada "familia fusionada". Estas familias "no incorporan situaciones nuevas para el orden dinámico-estructural, no favorecen el correcto desarrollo o diferenciación de sus elementos, repiten siempre las mismas pautas de actuación y ello empobrece a todos sus miembros".

    Este modelo familiar mantiene su equilibrio a base de evitar el desacuerdo gastando en ello todas sus energías; dice Bernarda: "yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar".

    El precario equilibrio interno del sistema se mantiene en relación con un suprasistema (el pueblo) que articula con él porque comparte los mismos mitos y ritos familiares.

    El mito familiar, que es "el conjunto de creencias utilizadas y compartidas por los miembros del sistema familiar para tener identidad propia" es, en el caso de "La casa de Bernarda Alba", la virginidad.

    Para Bernarda la defensa de la virginidad de sus hijas y, en último extremo, la apariencia de que no se ha perdido la virginidad, es la mayor defensa contra el caos de su familia en la que se están movilizando intensas fuerzas desintegradoras.

    Hoy consideramos que lo patológico de un mito familiar no es su contenido, sino su utilización rígida y desadaptada.

    Por eso, si bien no existen ya tantas familias para las que el mito de la virginidad de sus hijas fusiona de esta forma, sí existen en muchas familias otros mitos familiares que pueden causar el mismo dolor, la misma tragedia.

    La situación de equilibrio se rompe al morir el padre de las cuatro hermanas menores, tanto por lo que supone de desaparición de un elemento en la estructura interna de la familia que obliga a reposicionarse a los demás, como por lo que moviliza el correspondiente rito funerario en esa misma familia.

    El duelo, reforzando la inmovilidad de las hijas y, por otro lado, el reparto de los bienes, que marcará una diferencia significativa entre la situación económica de la hija mayor, Angustias, respecto a sus hermanas, incrementan la tensión grupal.

    La rivalidad fraterna se hace patente en toda su crudeza. En la obra, la rivalidad tiene un nombre: Pepe el Romano. Pero, extrapolando la situación, la rivalidad fraterna aparece ante la posesión de un bien, un bien que supone el goce, un goce hasta entonces prohibido por la ley del padre.

    Las muchachas comienzan su baile de insidias y alianzas, de golpes bajos y rencores que ya difícilmente pueden reprimir.

    Bernarda apela desesperadamente a los viejos mitos de armonía y unidad familiar, que ya no le sirven de nada.

    La Poncia triangula en la relación madre-hijas. La triangulación supone la instalación de un tercer elemento en el conflicto entre otros dos, considerando a las hijas conjuntamente, o en las diadas que se forman.

    La Poncia juega de confidente de la madre, cuyo mito comparte, y de interlocutor de las hijas cuya angustia comprende. La Poncia introduce la voz del pueblo en el sistema cerrado de la casa, haciéndose eco del mismo mito social que ya comienza a resquebrajarse en las mujeres que se han arriesgado a desafiarlo, como lo desafía la vieja María Josefa que, en su senilidad, se encuentra más allá de los rígidos límites del sistema.

    En este contexto la tragedia viene de la mano de la envidia, la envidia entendida como sentimiento que le niega al "otro" la posibilidad de poseer lo que uno no tiene, prefiriendo incluso la destrucción, la aniquilación del objeto del deseo, antes de que pueda disfrutar de él un rival. Es la envidia del débil, del desposeído de antemano.

    Pepe el Romano, el Hombre, el Objeto, el Falo, tan solo es un símbolo, pues únicamente Adela ha llegado a acercarse lo bastante a él como para gozarlo, y sin embargo aparece en el punto de mira de las cinco, porque incluso las que no parecen tener ansias de él, como Magdalena, desengañada de su futuro, y Amalia, conformista, juegan de comparsas porque necesitan y ansían la presencia de un hombre en la casa que venga a sustituir, de alguna forma, la presencia del padre muerto.

    Bernarda, cumpliendo ciegamente su papel, de nuevo trata de restablecer el equilibrio: si el elemento de la discordia desaparece todo queda de nuevo inmóvil, si no puede cumplirse el rito de la boda apalabrada, si no es el marido de Angustias, no será el marido de ninguna. Es la forma de resolver el conflicto de la rivalidad fraterna igualando a todos en la carencia; sin embargo, es esta misma solución la que en boca de Martirio desencadena la tragedia final. Martirio sentencia: "Se acabó Pepe el Romano" tras escuchar el disparo de su madre. Se acabó para ella, para Agustias y para Adela, y la carencia se le hace tan insoportable a esta última que también se acaba para ella el sentido de la existencia, puesto que una vez hecho añicos el mito de la virginidad y no pudiendo huir junto al hombre, no tiene ya cabida en el sistema familiar.

    El suicidio de Adela no debe verse, pues, únicamente como el arrebato pasional de la mujer que cree muerto a su amante, sino que cumple a la perfección la función de recomponer el equilibrio sistémico; es en el fondo la asunción de su rol hasta las últimas consecuencias para mantener la homeostasis, ya que Adela, incluso transgrediendo (recordemos cuando se pone su traje nuevo, verde manzana, a los pocos días del duelo) está indefectiblemente inmersa en el sistema y comparte sus mitos.

    Y es el sistema familiar y social, con su capacidad de regulación y su necesidad de mantener los límites rígidos e impermeables, quien la obliga a desempeñar su rol hasta el final, sirviendo así su muerte de elemento estabilizador.

    Y de nuevo comienza el rito de la muerte que preserva el mito, y de nuevo el silencio y el mar de luto en una estructura en la que lo único que ha logrado introducirse finalmente es un terrible secreto de familia.


 

    "La casa de Bernarda Alba" ejemplifica, pues, un modelo de familia sobreimplicado donde se tratan de limitar y sacrificar las diferencias individuales a fin de mantener el sentido de unidad.

    Los roles se asignan y se asumen rígidamente y las fronteras interpersonales se diluyen.

    El liderazgo generacional está mantenido a fin de que persista la organización jerárquica impidiendo la natural transición derivada del desarrollo cronológico de las hijas.

    La irrupción de un acontecimiento desestabilizador (muerte del padre) provoca una serie de reacciones en cadena: mayor aislamiento, desigual reparto de la herencia, elección de la mejor dotada por parte del único pretendiente aceptable, que moviliza la latente rivalidad fraterna en unas mujeres básicamente carentes de amor. La tensión sistémica se eleva peligrosamente.

    El sentimiento carencia es tal que la envidia provocada acaba con la destrucción del objeto, manteniéndose así la carencia y rebajando la tensión creada a los límites anteriores.

    El elemento discordante del sistema no tiene cabida en él. Pero dicho elemento, que participa de todas maneras en el mito familiar, se autodestruye cumpliendo así un rol. Su desaparición permitirá el restablecimiento y refuerzo de los límites, puesto que además de mantenerse el mito se ha añadido el factor que constituye el secreto de familia, que dará una cohesión mayor al grupo.

 
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