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LA PASIÓN TURCA

Antonio Gala


El relato autobiográfico que Desideria Oliván, la protagonista de "La Pasión Turca" de Antonio Gala, va desgranando en los cuatro cuadernos que componen la novela, es el relato de una pasión autodestructiva. Porque realmente no es, únicamente, la historia de un amor que contraviene los convencionalismos, que salta por encima de las diferencias de raza, religión y cultura, sino que es la historia de una dependencia, tan aniquiladora de la personalidad del adicto como cualquiera del resto de las adicciones.

    Y lo más complicado de la dependencia de un ser humano respecto de otro, es que acaba convirtiéndose en una dependencia recíproca, pero basada en los más enfermizo y en lo más innoble de la personalidad de cada uno de ellos. Es una interdependencia que acaba siguiendo siempre el patrón sado-masoquista pues, aun en el caso de que no haya violencia física, sí hay en el plano psicológico un amo y un esclavo, aunque estos papeles no sean tan simples de adjudicar, puesto que el dependiente crea en su objeto de adicción, una necesidad insaciable también de seguir siéndolo.

    Desde las primeras páginas del manuscrito de Desideria se plantea en estos términos su concepción de la relación amorosa:

    "En cada relación amorosa hay, en último término un devoto y un Dios; un amo y un esclavo, hay quien rompe a hablar y hay quien responde ... nacemos con el papel de amante o de amado repartido y es el que representaremos durante nuestra vida entera ... El amante tiene mejor prensa: es el que sufre... Es el agente, el provocador, el generoso... ¿Y si fuese también el exigente? ... ¿Y si, en un momento dado, el amante tuviera suficiente consigo mismo? El amado es el pretexto del amor, su motivo; ya está en marcha el sentimiento, ya él no es imprescindible, bastan sus huellas: El dolor, el recuerdo, el temblor del recuerdo; él ya fue usado... El amante llega, inviste y reviste al amado de prendas que él tiene; mantos bordados, oros, sedas... Cuando aquello acaba recoge sus riquezas y se va en busca de otra imagen que enjoyar, que dorar, que adorar... El amado es irremisible, porque es el reflejo de una luz porque depende. ¿Quién es, por tanto, el dios y quién el idólatra? ¿Quién el verdugo y quién la víctima?

    Sobre este planteamiento del vínculo afectivo se desarrolla toda la peripecia vital de Desideria desde que encuentra a Yamam.

    El contenido de los cuadernos va desvelando la progresiva bajada a los infiernos que sigue cualquier toxicómano. En este caso la droga es Yamam, pero al igual que el adicto no ama la droga en sí sino lo que esa droga le produce, Desideria no ama realmente a Yamam, sino lo que ella siente a través de Yamam.

    En el momento de su "enganche" a Yamam a partir únicamente de la vibración de su voz ella es consciente de lo que le ha sucedido: "Era una emoción sin la que no habría podido vivir, una tensión insoportable que me obligaba a acechar su mirada, a ignorar a los demás, a estar suspendida de sus labios que hablaban de cosas indiferentes para mí, o que me interesaban sólo porque él las decía".

    El camino que conducirá a Desideria desde este momento hasta su final sólo se recorre en función de aliviar la "tensión insoportable" que le produciría perder la emoción que la pasión por Yamam le ha hecho descubrir en sí misma.

    Pronto, muy pronto, se da cuenta de que no es él como persona, él con su vida real, con su pasado, con su entorno, con su historia, lo que ama, ni siquiera es su sexo, aunque sea la sexualidad el elemento que más perdura entre ambos, sino la pasión, lo que moviliza en Desideria el mecanismo adictivo:

    "Mi pasión es más violenta que mi deseo sexual, y más personal también, y menos transferible, por desgracia... la pasión se alimenta de sí misma -bien lo sé yo- igual que un cáncer, y resulta devoradora igual que un cáncer".

    "Para pensar con todas mis fuerzas en Yamam preciso a veces que él desaparezca: mi Yamam es mejor que el que él me ofrece... Me digo entonces si no sería mejor matarlo y quedarme tranquila de una vez".

    Las distintas circunstancias que jalonan la relación de Desideria y Yamam, la negación de ella a darse cuenta de la realidad sórdida que la rodea, de cómo va dejando girones de su dignidad e incluso renunciando a lo que le es más propio, sus hijos, en condiciones que ponen en peligro su salud y se saldan con la pérdida de su integridad física, no son sino hitos comunes en el dramático trayecto de cualquier drogodependiente. Repite Desideria en dos ocasiones el vano intento de pedir ayuda a su entorno para "desengancharse", sin que resulte de ello nada más que una nueva vuelta de tuerca en su destructiva dependencia que es vivida como un reencuentro:

    "Cuando se recupera lo que por un momento se creyó perdido, se reinaugura la creación entera".

    "En mi poder no está desenamorarme. Si pudiera mirar a otro lado sin morir, si pudiera escuchar otras voces, o pasear sola, incluso, lo haría".

    Sin embargo, y a pesar de todas las estrategias empleadas por Desidera para no perder su objeto de adicción, Yamam cada vez está más lejos; a pesar del utilitarismo desplegado mediante el cual ha logrado importantes beneficios económicos en el oscuro mundo del narcotráfico, en el que Desideria le ha rendido buenos oficios llegando hasta la prostitución para servirle, Yamam se distancia, quizás en cierto modo hastiado de no haber tenido en el fondo ningún protagonismo en la historia común.

    "Yo creía haber llegado a la unidad con Yamam, haber obedecido al destino; ahora veo que sólo era mi destino, no el de los dos; que nunca fui yo el destino de Yamam. Él se ha amado a través de mí, se ha buscado en mí y yo no lo he amado a través de él sino al contrario, también yo he amado a Yamam a través de mí".

Cuando Desideria no puede por más tiempo negarse a si misma el error que ha cometido con su forma de amor, no encuentra más salida que el suicidio. Como bien analiza su amigo Pablo, el único hombre que la amó a ella: "la causa era que Desi había dejado de amar y se sentía incapaz de confesárselo a sí misma".

*      *      *

    Intentemos ahora analizar las causas que pudieron llevar a Desideria Oliván hasta esta historia.

    Quizás habría que comenzar por tener en cuenta la orfandad precoz; Desideria crece sin una madre que pueda enseñarle a amar y a ser amada. Desideria crece con el gran vacío que la carencia del amor materno deja en el hijo, carencia que buscará cubrirse con el amor adulto de pareja sin que pueda jamas verse colmada.

    Pero es que, además, Desideria vive inmersa en el marco de una ciudad provinciana en la que las cosas suceden de una forma tan previsible y tan ordenada que no suponen la más mínima vibración emocional, y ella está precisa la emoción para sentirse viva.

    Se deja elegir por el "novio ideal" de esa sociedad mediocre, un joven brillante y seguro que toma la iniciativa ajustada en todo pero desconoce el significado de la palabra pasión y al que el sexo le parece una penosa obligación conyugal.

    Los hijos que hubieran completado el proyecto de un matrimonio tan convencional no llegan y la relación se hace cada vez más cortés y más distante.

    En Desideria crece cada vez más el vacío que ninguna de las comodidades materiales o de las ocupaciones al uso de una mujer en sus circunstancias pueden llenar.

    En estas condiciones, Desi analiza que se encuentra en ese momento en que "Todas giran los ojos en torno suyo por si encuentran la dádiva del amor... Apenas necesitan una disculpa para ponerse en pie y avanzar hacia lo que entienden que es su destino; una disculpa que cualquier hombre puede suministrarles".

    Y en ese estado la voz de Yamam y su mensaje de bienvenida a un autobús repleto de turistas, cobra un significado mágico, se convierte en una acogida destinada única y exclusivamente para ella porque, al igual que el sediento alucina con el espejismo del manantial en medio del desierto, su sed de amor convierte la voz del guía en su destino.

    Una vez puesto en marcha el mecanismo de enganche, poco necesita hacer el objeto de adicción para mantenerlo. Desideria lo pone todo, como ya hemos visto; el que Yamam sea, aparentemente, la antítesis de su perfecto marido, que pertenezca a una sociedad donde rigen normas totalmente distintas a las suyas, incluso el que la lengua de Yamam le resulte incomprensible salvo cuando se dirige a ella en castellano, no harán sino reforzar el vínculo que está basado, no en la realidad de él, sino en que él se avenga a ser el objeto de pasión de ella.

    En ningún momento nos explica Desidera la razón por la que ha elegido a Yamam, y no nos la explica porque ella misma la desconoce, ya que se trata siempre, en estos casos, de un mecanismo inconsciente.

    Posiblemente juega en esta elección de objeto el hecho de que él pertenezca a un mundo totalmente diferente al de ella, y así, lo que en el mundo de Desideria parece impensable, puede ser hecho realidad en el mundo de Yamam.

    Con Yamam, Desi, una europea provinciana y bien educada, se siente capaz de tomar iniciativas que inmersa en su mundo cuadriculado no podría ni fantasear. Con Yamam, Desideria puede ser "la otra Desideria" que siempre ha quedado agazapada en la sombra, reprimida y anulada y que ahora pugna por salir y sale desbordándose.

    Yamam, y repetimos aquí la similitud con las drogas, es el vehículo de desinhibición de Desideria, un vehículo que probablemente ningún hombre del entorno socio-cultural de ella le podría proporcionar.

    Y Desideria cree que esta Desi que ha permanecido en la sombra hasta el encuentro con Yamam es más la verdadera Desideria que la que conocieron su padre, sus amigas, su marido, cuando las dos son Desideria; el problema es que no ha podido conjugarlas armoniosamente.

    "El deseo cautivo, cuando se le da suelta, rompe el muro de la convención y del recato y por la grieta se evade todo cuanto conservábamos dentro reprimido, y vocea y alborota y disfruta dejadamente y sin pudor, antes de que se reconstruya el muro de su cárcel".

    El mecanismo por el que este vínculo adictivo se perpetúa está precisamente reforzado en que Desideria en Turquía no tiene otra cosa más que a Yamam, puesto que su aislamiento es caso absoluto, y ya se cuida ella de que lo sea cada vez más distanciándose de la realidad, ya que la toma de conciencia de la realidad exterior a Yamam la obligaría a alejarse de él perdiendo así lo único que la hace sentirse viva, pues es a través de la existencia de Yamam en Desideria como Desideria se siente colmada.

    Cada desaire, cada alejamiento, cada humillación, cada sacrificio, tienen que ser integrado en los circuitos de la pasión como elementos intrínsecos a ella que la mantienen y la acrecientan. Esto es lo más patológico del vínculo.

    Es interesante hacer notar que en toda la novela se hace bien patente que jamás Desideria se considera satisfecha, colmada plenamente junto a Yamam, sino que, tras cada encuentro amoroso, su deseo de él es más fuerte y devorador. Claro exponente de cómo funcionan los mecanismos adictivos.

    La solución que nos ofrece el autor con el suicidio de la protagonista es realmente la única posible teniendo en cuenta que Desideria ha tocado fondo en su degradación, pero no ha tomado conciencia de la verdadera carencia de un tipo de amor que suponga la entrega recíproca y la capacidad de gozar haciendo gozar al amante. De un amor que abarque la totalidad de la personalidad del ser amado sin anularla ni "objetizarla".

    Como en cualquier otra conducta adictiva no basta con distanciarse del objeto adictivo, ni siquiera dejar de experimentar el placer de su consumo, pues esto tan solo lleva a un sentimiento de pérdida de sentido de la existencia tan insoportable que es preferible la muerte, sino que hay que reconstruir de una manera saludable los vínculos de amor que pueden proyectarse en el entorno hacia multitud de relaciones afectivas de distintas características que conforman todo el universo amoroso en el amplio sentido de la palabra del ser humano.

 

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