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Alquimia

 


 

Durante toda la noche  se escuchó al mar desafiando bravamente al acantilado. En  la batalla, acometía una y otra vez contra las rocas y se estrellaba en sus cortantes aristas dejándolas más desgarradas si cabe, retirándose tras cada embate con regueros verdes coronados de espuma.

 

Al amanecer había comprendido que, de nuevo, había perdido el combate y se mostraba calmo, agotado y sereno, como una lámina de plata rindiéndose ante la brava muralla del tómbolo que comunica el pueblo con el castillo-fortaleza de un loco Papa medieval.

 

Los primeros rayos del sol que asomaba en el horizonte iluminaron un objeto depositado sobre una pequeña plataforma rocosa. D. Luís Arnau, el viejo farmacéutico, lo vio brillar desde la ventana de la rebotica,  como haciéndole un guiño cómplice.

 

.- Anda, Micalet, ¿que no ves aquello que reluce?, bájate enseguida y me lo traes, ya estás corriendo. Y el mancebo salió a escape.

 

Cuando lo tuvo entre las manos, D. Luís apreció que el pomo azul estaba tallado de una pieza y que contenía alguna sustancia al parecer oleosa bajo su cierre lacrado que había evitado la entrada de agua.

 

Le dio vueltas y más vueltas sin atreverse a abrirlo y sin poder tampoco depositarlo sobre el banco del laboratorio, desprendía una curiosa energía  que se trasmitía a su manos y desde ellas ascendía hacia los centros vitales, el corazón parecía bombear más aprisa, el cerebro se activaba sugiriendo imágenes brillantes y hasta las cansadas piernas del anciano recuperaban agilidad y abandonaban la rigidez artrósica de los años.

 

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.- Arnau, el Santo Padre espera

 

.- Ya se, Monseñor,  pero ha hecho falta aguardar siete lunas a que acabara la decantación de la piedra y siete lunas más para disolver los simples, y la conjunción de Marte con Saturno para enfriar el compuesto.

 

.- Vamos, Arnau, el Santo Padre sabe de tus tratos con el Maligno y más te vale que unas gotas de eso que guarda tu redoma de lapislázuli renueve sus energías o purgarás tu excomunión en el castillo hasta que vayas a reunirte con tu señor en los infiernos.

 

.- Mi único señor es el Rey de Aragón, Jaume II. Responde altivo Arnau.

 

Las escaleras de piedra iluminadas por las antorchas terminan en un angosto pasadizo, por encima de ellas el mar resuena con eco fantasmal. Allá en el castillo hay una sala con tapices en púrpura y las armas papales destacan en azur. El Papa  Pedro de Luna, autoproclamado Benedicto XIII, agotado en su  inútil batalla contra los del Concilio de Pisa, descansa en un sitial.

 

Unas gotas bastan en la copa de vino del Papa y la lucidez de su mente y la energía de sus miembros le hacen retomar sus escritos,  reclamar a gritos a sus soldados y colmar de bendiciones a su médico personal.

 

Arnau de Vilanova, el alquimista, sonríe indiferente a los halagos, él conoce que el fin del mundo está próximo según sus cálculos.

 

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D. Luis Arnau ha descifrado el contenido del frasco, es fácil determinar una sencilla composición de mercuriales y aromáticas de la sierra del Maestrat.

 

Los turistas se agolpan en la botica donde Micalet no da abasto para despachar el “Elixir del Papa Luna según la antiquísima fórmula magistral de Arnau de Vilanova el insigne médico valenciano.” Se presenta en frasquitos de vidrio azul de caprichosas formas. Se administra en gotas.

 

D. Luis sonríe  complacido y  agradece el golpe de fortuna que el mar le ha ofrecido en nombre de su antepasado más ilustre.


 

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